Capítulo III:
Amour
“Amour Amour.
Alle wollen nur,
dich zähmen
[…]
Bitte Bitte, geb' mir Gift”
Rammstein
Subió un peldaño. La escalera que se encontraba al final del corto pasillo
era bastante alta, o al menos eso pensaba en cuanto sus ojos se fijaron en
ella. Iba a ser pesado para su debilitado cuerpo subir por ésta, sentía el
cansancio carcomerle las entrañas lentamente, como si fuera una agonía tan
grande como silenciosa. Levantar las piernas para ir subiendo le cansaba,
sujetarse de la baranda de la escalera para no caer cada vez que pisaba le
producía dolor, su estómago parecía estar quemándose lentamente, era una
sensación que había sentido pocas veces en su vida. La primera vez que sintió
esto fue hacía varios meses, o quizás años, la percepción del tiempo se hacía
desear de precisión.
Subió el tercer peldaño. Se mareaba, no podía enfocar bien los objetos, los colores
parecían manchas borrosas de tonos opacos totalmente diferentes a los que
recordaba. Era como si sus ojos perdieran la percepción de color o de
movimiento, podía ver cómo el suelo se sacudía en cámara lenta, como si un
temblor de baja graduación se estuviera haciendo presente. Muchas veces le
había costado enfocar objetos cuando no se alimentaba bien, llegando a
confundir plantas con seres humanos o confundir los diferentes objetos dentro
de su propia habitación. La capacidad de combinar colores no era su fuerte,
pero en esos estados que solía tener seguido era mucho más notorio. Sus mareos
y tambaleos, su falta de visión clara… Sumado a los dolores de cabeza que le
atacaron. Pronto sintió una punzada en la frente, como si una aguja se hubiera
enterrado en su sien.
Subió el décimo peldaño. ¡Que alguien le
ayude! A veces se sentía muy solo en
esa gran organización que era el bar de René. La mujer era muy buena, los
vástagos eran amables, sus compañeros de trabajo rara vez le molestaban o
agredían o hacían sentir mal, claro que su percepción de la realidad estaba un
poco distorsionada por su propia historia de vida. La experiencia le había
ensañado que gritar es mejor que pegar y que pegar es mejor que matar, que un
moretón es mejor que una herida cortante, que la sangre dentro del cuerpo hace
menos mal que fuera de éste, muchas veces había aplicado esta lógica y había
llegado a la conclusión de que lo trataban bien. Con una sonrisa podía hablado
con normalidad con la persona que le había gritado, con un abrazo le demostraba
su agradecimiento a Alister por no haberlo matado cuando tuvo la oportunidad.
Con todos esos gestos breves dejaba ver que su alma parecía inocente, aunque
quizás no lo fuera, aunque quizás en ese momento el hambre fuera tal que no
podría controlarse si se presentaba la oportunidad.
Subió el último peldaño. Cayó de rodillas.
Se golpeó el rostro. La torpeza de sus pies
llevó a que su cuerpo colapsara en el suelo del primer piso, de ese ansiado
primer piso que le había brindado algo de la privacidad que no conocía. Nunca
había sentido que algo le perteneciera, nunca había sentido que poseía algún
bien material, sólo su nombre y sus pensamientos eran suyos. Se llamaba Ionel,
Ionel Bogdan, aunque ahora sólo podía decir que su nombre era Ionel. Nadie
tenía apellidos en ese lugar, ningún ser vástago podía tener un apellido, pues
éste no era más que una virtud de vampiros y humanos. Pronto su cabeza comenzó
a doler nuevamente, un dolor tan grande como repentino que le llevó a
sujetársela con ambas manos aún sin poderse levantar del frío suelo sobre el
que estaba tirado.
A la
orilla de la escalera, justo donde terminaba la misma, justo donde comenzaba el
primer y último piso, ahí había perecido. Se retorcía del dolor de cabeza, al
cual pronto se le sumó el dolor de estómago. El fuego que había sentido desde
hacía un momento ahora se transformaba en algo más grande, en algo que le
carcomía las pocas entrañas que sentía vivas aún. Sus órganos comenzarían a ser
devorados rápidamente, la sangre que había bebido, que era mucha por cierto, no
era suficiente para calmar su hambre, no era suficiente alimento para él pese a
tener una contextura muy delgada y menuda. Un grito ahogado de dolor fue
acompañado nuevamente por su cuerpo que se curvaba en espasmos. Se sentía
desfallecer en ese lugar, su vista se nublaba nuevamente y su mente divagaba
por confines que había intentado acallar y ocultar del mundo exterior con todas
sus fuerzas.
Un
gemido lastimero escapó de sus labios cuando su cuerpo quedó tendido, boca
arriba, en medio del pasillo. El primer y último piso de D’Amour, como todos los bares de René, consistía en un largo
pasillo en el cual se encontraban las puertas a las habitaciones de sus
trabajadores. Cada trabajador en situación de calle, pues al recoger a los
vástagos descartados por el gobierno la mayoría no poseía ni el dinero para
alquilar un lugar o el poder económico necesario para tener ya una casa donde
habitar, por ese motivo la mujer decidió que cada vástago tendría su habitación
siempre y cuando no quiera irse y trabaje en el bar. René era una mujer buena
pero justa, Ionel debía admitir eso. Su habitación era la número 6, una de las
ubicadas en el centro del pasillo. Podía ver la puerta con el seis escrito con
letras doradas sobre la superficie de madera. Aún era temprano y el pasillo
estaba deshabitado, era cuestión de tiempo para que todos los demás subieran
con sus clientes de esa noche.
Intentaba
ponerse de pie, intentaba mover sus piernas y brazos, pero las fuerzas apenas
sí le alcanzaron para arrastrarse hasta la puerta número 6 del pasillo. Casi
estaba en el medio y temía que pronto alguien lo viera en esa condición tan
deplorable, tan miserable, tenía un leve orgullo que le llevaba a sentirse mal
cada vez que alguien le veía en una situación incómoda. Su dignidad y orgullo
habían sido pisoteadas con anterioridad, en reiteradas ocasiones, tantas que al
principio no conocía el significado de esas palabras y mucho menos el cómo aplicarlas
a su vida. No obstante, con el tiempo fue conociendo lo que significaban y cómo
ponerlas en práctica, aunque le fuera fácil dejar de lado su dignidad con tal
de tener un poco de dinero extra, su amado
lo valía, lo vale y seguramente lo valdrá en el futuro.
—Vas a morir —sentenció una voz femenina plasmada en su cabeza, una de
esas voces que le decían cosas negativas, pero con mucho dolor. Una voz
femenina a la que había bautizado como Nayla. El nombre no era lo más
interesante desde su punto de vista, pues esa voz no era más que parte de su
ser, pero al nombrarla pasaba a tener cierta distinción entre las otras voces
femeninas que a veces le decían palabras al azar.
—Debiste matarlo —acotó ahora una voz
masculina, a veces él era el que más se manifestaba en su mundo casi
imaginario. Saber que Ose no era más que un invento de su mente y aun así no
podía dejar de hablar con él. No poder
salir de su mundo le desesperaba. La misma desesperación con la que convivió
una gran cantidad de tiempo, tanto que no podría especificarlo.
—Cállense
—comenzó a decir Ionel cuando algo le golpeó con fuerza. No, no era un golpe
físico, sino un golpe de olor que llegó a su nariz. Una fragancia conocida pero
que había buscado evitar a toda costa. —No…
—Déjate llevar —habló una voz entre
femenina y masculina, parecía híbrida.
Ionel
se retorció del dolor de cabeza y de estómago, estaba realmente negado, estaba
cegado por la falta de alimentos y su cuerpo estaba reaccionando como su
naturaleza dictaba.
—No
puedo hacer eso —decía el joven mientras se arrodillaba delante de su propia puerta.
—Debes
hacerlo —dijo la voz femenina, Nayla estaba hablando con él directamente.
—O morirás —acotó Ose, aquella voz
masculina que se negaba a irse.
—No
quiero —susurró Ionel con un hilo de voz que apenas sí podría haber sido
audible para alguien que estuviera parado a su lado.
—No quieres morir —dijo nuevamente esa
voz híbrida que a veces se hacía presente entre esas conversaciones extrañas
que solía tener consigo mismo. Ella era una síntesis de Nayla y Ose, algo
deforme y que le molestaba más que los demás, algo sin apariencia física, pues
no podía imaginarse cómo sería el ser que tuviera esa voz casi de ultratumba.
Sintió
un escalofrío, se retorció de dolor, cerró los ojos con fuerza e intentó
taparse los oídos para no escuchar las voces de su cabeza, como si con eso
pudiera acallarlas. Grave error y gran
equivocación. Un grito casi sordo salió de su garganta, no podía más con el
dolor y la presión de escuchar a sus voces internas decirle hacer algo que no
quería. Su cuerpo no respondía, su mente no respondía, no podía tolerar mucho
tiempo más el dolor que le estaba provocando la situación, el malestar general
en el que se estaba convirtiendo sus dolores de estómago. Era como un fuego, un
fuego interno que crecía desde su estómago y se esparcía por todo su cuerpo.
Negaba con la cabeza e intentaba abrir los ojos y focalizar, pero no podía,
todo estaba borroso, no podía ver nada con claridad.
—No luches más —repetía aquella voz
amorfa sin descanso y en un tono casi burlesco.
—Sobrevive, sobrevive, sobrevive —. Esas
palabras se repetían una y otra vez, todos la gritaban, la rogaban, la escupían
con malicia y con burla. Como si se jactaran de lo que estaba sintiendo, como
si sus dolores fueran causados por ellos a propósito, como si eso les
divirtiera.
—Basta…
Por favor —decía el joven vástago, quien había logrado arrodillarse y apoyar su
cabeza contra la puerta. Dolía mucho, todo su cuerpo dolía mucho y su cabeza no
daba más, no podía seguir luchando como lo estaba haciendo, no podía seguir con
lo que estaba haciendo, necesitaba lo que su cabeza demandaba, pero no lo
quería aceptar. No podía, no quería, no
debía… o al menos eso se decía a sí mismo cada vez que se presentaba la
oportunidad.
—Sobrevive —dijo finalmente una de las
voces antes de que el vástago diera un grito bastante fuerte pero aún no
audible para el resto de los presentes en el bar esa noche.
Intentó
acallar sus gritos, callar sus súplicas e ignorar el dolor, pero no pudo.
Escuchó los pasos de alguien que subía las escaleras desde la otra puerta, pues
a ese pasillo se podía llegar desde dos escaleras ubicadas detrás de dos
puertas nada más. Se puso nervioso, sus manos sudaron más y su cuerpo sufrió un
espasmo que le contrajo gran cantidad de sus músculos haciendo que se
retorciera sobre sí mismo otra vez. Elevó la cabeza y contempló el pomo de la
puerta. Con las energías que le quedaban y sintiendo el olor que llegaba a su
nariz apoderarse de sus deseos, jaló del mismo haciendo que la puerta se
abriese. No la había dejado con llave dado que no tenía cosas muy valiosas que
se pudieran tomar con facilidad.
La
puerta se abrió con brusquedad, gracias a que su cuerpo seguía recargado sobre
la misma cuando se abrió. Cayó de espaldas, causando una nueva conmoción a su
cuerpo y más dolores, que fueron fácilmente ignorados gracias a que el estómago
parecía que por fin comenzaba a devorarlo de adentro hacia afuera. Como pudo se
logró mover hacia el interior de su habitación, jadeaba del cansancio que
sentía en ese momento, aún no podía enfocar bien la vista, pero estaba
consciente de que poco le faltaba para estar completamente dentro de su
habitación.
—
¿Hay alguien ahí? —escuchó la voz de uno de sus compañeros de trabajo, al
parecer había escuchado sus movimientos y quizás algún sonido que hubiera
emitido.
Con
la rapidez que le permitió su debilitado cuerpo, se volteó y se apoyó sobre sus
codos para patear la puerta de su habitación lo suficientemente fuerte como
para que ésta se cerrara.
Se relajó; se quedó tendido en el suelo.
Estaba solo, completamente solo. Sus
jadeos hacían eco en la habitación que René le había otorgado, así como el
silencio se hizo presente, nadie le hablaba ni dentro ni fuera de su cabeza.
Por un momento su cuerpo no reaccionó, como si los dolores se hubieran
detenido, como si los espasmos que estaba teniendo se hubieran detenido, como
si estuviera bien de nuevo. La imagen de su ser amado se le vino a la mente,
¿cómo había sido tan estúpido de perder el dinero que él le había otorgado para que viajara? Conocía que las condiciones
de su amor eran complicadas, por eso habían arreglado que él iría hacia su
persona en aquel país extraño del que poco y nada conocía. Por eso se había
sentido capaz de ir a buscarlo, se había sentido completamente capaz de irlo a
buscar y vivir felices juntos, pero las cosas no habían sido como había
planeado.
Oh, su amado, oh su amor, que seguro le estaba esperando con muchas ansias, que
seguro estaba velando por su seguridad desde ese continente perdido a la buena
de Dios, y él ahí, tumbado en el suelo, retorciéndose del dolor y luchando por
no morir. Quizás la única excusa para poder seguir viviendo como debía hacerlo
era encontrarse con su amado, con ese joven vástago al que no conocía más que
por el apodo de doc. Nunca le dijo su
nombre, nunca le comentó de dónde venía o mucho más de su vida, tal vez debió
haberle preguntado, pero en ese momento no se le ocurrieron cosas más
interesantes que decirle más que hablar de cosas triviales, que le contara del
mundo, de todo lo que sabía y rogarle que le sacada de esa pocilga pero sólo
con la mirada. Nunca se lo dijo directamente, nunca le pidió que le liberara,
en el fondo se había resignado y rendido con respecto a tener otra vida que no fuera
esa, pero con él sintió más
esperanzas. Sintió que volvía a vivir estando con él, sintió que le estaba
dando vida, que ese hombre, que ese tal doc
como se acostumbró a decirle, era la ventana que lo sacaría de su prisión.
Un
espasmo de dolor le provocó contraerse sobre su abdomen, como si sus intestinos
hubieran sido sujetados con fuerza y retorcidos con la misma fuerza. Se
retorció y pataleó del dolor, gritó y se le escapó una lágrima, en la
privacidad de su propia habitación se permitía a sí mismo ser como había sido siempre.
Gracias a ese espasmo de dolor tan repentino, logró ubicarse de costado. Pronto
ese olor llegó a su nariz, ese olor que le despertó con más fuerza el
salvajismo que siempre trataba de ocultar. Volteó su cabeza y pudo ver la
fuente del hedor, el causante de su padecimiento y a la vez al ser que lo
quería salvar, junto a aquel cadáver que desprendía esa pestilencia a muerto
que tanto le llamaba, que tanto le despertaba sus instintos, que le podría
salvar la vida.
—Eros
—dijo en voz baja Ionel, el gato le respondió con un maullido bastante animado.
El animal había estado sentado en la misma posición desde que su amo había
entrado en la habitación. Entre las patas, como si fuera una especie de
ofrenda, había una grande e imponente rata muerta, al parecer el gato tenía sus
dotes de cazador. — ¿Es… para mí? —preguntó el joven vástago más al aire que al
gato en particular. —Gra…gracias… —. Pudo sentir cómo la cordura abandonaba su
cuerpo en cuanto vio a la rata muerta siendo ofrecida a él.
Eros
era su gato, su amigable, cariñoso y comprensivo gatito, al cual había conocido
después de llegar a D’Amour. Era un
gato grande, peludo y de color puramente negro, era como contemplar una gema
preciosa y valiosa a través de los ojos de ese ser vivo. Cuando le conoció, ya
era un gato adulto que había vivido en ese edificio toda la vida, por la forma
en que se manejaba en éste. Ionel lo bautizó Eros porque fue el primero del bar
que se le acercó y se frotó contra su pierna en señal de saludo, el amor que
desbordaba ese gato llegó a su cuerpo como una inyección de esperanza, por eso
le nombró Eros que, en una de las mitologías más viejas de las que había leído
en los años de su confinamiento, es el nombre del Dios del amor. Con el tiempo
la relación entre los dos se fue haciendo más y más estrecha, llegando él mismo
a pensar que ese ser vivo le amaba tanto como él le amaba y le comprendía mucho
mejor que él. No pasó mucho tiempo para que el gato empezara a llevarle cosas y
animales que cazaba, como si comprendiera la verdadera necesidad de su nuevo
amigo.
Ionel
Bogdan era un vástago diferente, era un vástago especial, no era como todos los
demás. Los vástagos no nacen, se hacen a partir de inyectar ADN vampiro en un
humano joven que pueda asimilar sus células. A veces la transformación no tenía
éxito y el humano moría, la gran mayoría de las veces, y gracias a los avances
médicos de los vampiros y vástagos, no fallaba y eran creados vástagos
perfectos para desempeñar las tareas que se le asignasen. Pues los vástagos pueden
caminar a la luz del sol, cosa que los vampiros no pueden hacer a menos que se
cubran de pies a cabeza. Pero Ionel era diferente, había nacido vástago, como uno de los casos más extraños del mundo,
y de Gigat. Por este motivo el joven vástago posee características diferentes a
las de los demás, además de un lado salvaje más marcado. La sangre es el
alimento principal de un vástago o un vampiro, pero un ser que nace vástago
necesita más que eso, necesita más que sangre, más que sólo beber y dejar vivo
a su comida, necesita más que todo eso. Necesita
carne cruda. Aunque no cualquier tipo carne le alimentará completamente, la
carne de animal estará bien para alguien como él, que siempre se había visto
negado a comer su verdadero alimento.
Se
levantó con fuerza, sus ojos estaban desorbitados y abiertos de par en par,
anonadado, entregado a sus instintos y a su naturaleza, seguro de que su cuerpo
lo necesitaba, de lo contrario moriría de una forma dolorosa. Avanzó con un
solo paso hasta donde estaban el gato y el cadáver, casi de inmediato Eros
retrocedió, sabiendo que él ya no tenía motivo en ese lugarcito. Con calma y de
un salto, subió a la cama de Ionel, acomodó levemente la almohada y se recostó
en ella, su amigo no hacía mucho ruido al alimentarse por lo que nada le
interrumpiría su leve siesta.
Ya
sin pensarlo, ya sin notar lo que estaba haciendo, movido por sus instintos
salvajes con los que luchó y lucharía toda su vida, movido por el hambre que
sentía desde hacía mucho tiempo, se arrodilló junto a la gran rata. Sin cuidado
alguno la tomó entre sus manos y la acercó a su boca, sus colmillos
considerablemente más grandes que los de un vástago común y corriente se
hundieron el cuerpo del cadáver. Pronto comenzaría a succionar la sangre del
mismo, la poca sangre que le quedaría, de a poco su cuerpo se chupaba, quedando
la carne, la piel y los huesos, y ese pelo de rata que a cualquiera le habría
dado asco, pero en ese estado nada haría la diferencia en Ionel. Una vez seco,
quebró en dos el cuerpo del animal para comenzar a engullirlo.
Sus
dientes, más filosos, más puntiagudos, tanto que a un dentista llamarían
enormemente la atención, se incrustaron en el animal y comenzaron a
desgarrarlo, devorando así la poca carne que existiera en el pequeño cuerpo de
aquella rata. Tragaba la carne cruda de aquel ser como si fuera un animal, una
bestia salvaje que hacía muchos días no comía. La realidad era que los
instintos de ese vástago tan inocente, tan calmado, tan débil como parecía,
eran más que salvajes y destructivos. Eros los calmaba con ratones que cazaba
en las calles y le traía, como si fuera consciente del peligro que significaba
que ese vástago estuviera suelto y hambriento por el bar de René. Pero si no lo
hiciera, matar hubiera sido el primer impulso de ese joven que hasta los huesos
de la rata se comió en sus ansias por devorar. El pelo de rata estaba esparcido
por la habitación, al parecer la bestia salvaje no quería devorarlos sabiendo
que podrían causarle dolores de estómago.
El
crujir de los huesos al resquebrajarse entre sus dientes, la forma bestial de
devorar esa carne como si no hubiera un mañana y el éxtasis de haber probado
alimento después de un par de semanas le produjo un shock tal que se estremeció
en una convulsión bastante extravagante. De repente sus ojos se cerraron en un
tiempo prolongado, el suficiente como para que por los gritos y voces se
agolparan en su cabeza, chocaran entre sí y se deshicieran en un abismo de
silencio que hubo en cuento abrió los ojos. Más relajado, con su hambre saciada
en parte –un ratón por más gordo que fuera no podría calmar su hambre tan
grande pero sí darle fuerzas– y sin dolores, era más consciente de su
alrededor. Una breve paz se apoderó de él, tenía silencio y bienestar que hacía
mucho tiempo no sentía, por fin Ose y Nayla y esa voz extraña que no se iba
habían desaparecido. Sólo podía pensar en su amado doc y que si él estuviera allí no le pasarían esas cosas, él
siempre le cuidaba, él siempre estaba a su lado cuando lo necesitaba, siempre
le entregaba más de lo que él mismo podía brindarle, sólo debía de llegar hasta
él, como habían hecho el trato. Lo estaba esperando seguramente, seguramente
estaba impaciente por verlo, por abrazarlo y quizás por besarlo, le hubiera
encantado conocer el verdadero significado de un beso antes, para poder haberle
entregado uno antes de que se separaran.
A
pesar de la sonrisa que se había formado en su rostro gracias al a imagen de su
amado, cuando elevó la vista contempló a su gato. Eres estaba dormido encima de
su cama, sobre su almohada para ser exactos, y eso fue como un balde agua fría
para él. Abrió fuertemente los ojos y miró hacia abajo, pues estaba arrodillado
en el suelo. No había mucho desastre, al parecer no había desperdiciado ni un
gramo del pobre ratón. Sí un poco de pelo esparcido a su alrededor y varias
gotas de sangre que habían resbalado no sólo de su boca o de sus manos, sino
también desde su ventana hasta llegar al lugar donde estaba.
Se
estremeció, su corazón se aceleró fuertemente, su respiración se volvió
arrítmica y su cuerpo comenzó a temblar como si de un gran ataque de ansiedad
se tratara. Con sólo contemplar sus manos cubiertas de sangre, con sólo
quitarse los pelos de rata de entre sus dientes y ver lo que había hecho a su
alrededor se le vinieron a la mente las secuencias de lo que fue su encierro,
lo que había hecho, recordó lo que era y su naturaleza. Ya no se movía por
instintos, ya no dejaba suelto a su lado salvaje, habían vuelto a ser el Ionel
de siempre, el Ionel consciente. Pasó un par de minutos en los que su cuerpo no
paró de temblar, aunque hacía años que se alimentaba de aquella manera, nunca
dejaba de estar shokeado por lo que hacía, siempre odiaba su naturaleza y su
cuerpo, odiaba tener que comer de aquella manera. Acto seguido, una vez que su
cuerpo comenzó a calmarse por lo que pasaba, estalló en llanto. Los sollozos
empezaron a hacerse presente en medio de la habitación, sin poder detenerlos
fácilmente, dejándolos salir con la complicidad de estar solo en la privacidad
de su propia habitación.
—Pobre…
pobre ratón —fue lo primero que salió de entre sus labios. Un pensamiento casi
estúpido, un pensamiento que se contradecía con todo lo que él mismo era. La
pena y la compasión que sentía por los seres vivos, por todo ser vivo, lo había
llevado a desear comer sólo vegetales, aunque su cuerpo le pidiera carne cruda
y no justamente de animal.
El
llanto seguía, cada vez más silencioso, las lágrimas fluían por sus mejillas,
no podía detenerlas. Sentía vergüenza de ser así, se sentía diferente, un
asesino, un monstruo que no podía sobrevivir si no absorbía la vida de otro ser
vivo. Todo lo había llevado a cuestas desde que comprendió su naturaleza, desde
que esas torturas se hicieron presentes, desde que la vida le había puesto en
su lugar, en el lugar que el gobierno quería que estuviera y al que pensó que
pertenecía. Sólo su amado doc le
había enseñado que no era así, que no merecía ser tratado de aquella manera,
pero no fue una tarea fácil de llevar a cabo. Le puso empeño, alma y hasta
corazón, por eso Ionel sabía que el amor que sentía era recíproco. Su imagen
era lo único que le calmaba, la idea de volverlo a ver era lo que le hacía
seguir adelante, sus deseos de estar a su lado le llevaban a seguir adelante,
por eso su llanto se fue calmado más rápido que en otras ocasiones. En un
momento el silencio se hizo presente, sólo Eres le contemplaba desde encima de
la cama, el gato parecía estar completamente satisfecho por los resultados que
había obtenido.
—Gorca
Rohde —dijo de repente, al caer en cuenta de que podría subir en cualquier
momento. Como si un rayo de luz le hubiera atravesado la mente en forma casi
instantánea.
Se
puso de pie como un robot que acababa de ser despertado, como todas aquellas
veces que se había visto obligado a tomar otro curso de acción que él mismo no
deseaba. De esa forma automática, casi monótona, se hizo a la tarea de limpiar
la sangre que había en el suelo, barrer los pelos del pobre animal que habían
quedado, limpiar y acondicionar su habitación lo mejor posible. También se vio
obligado a sacar a Eres al pequeño balcón que poseía, no quería que estuviera
presente estando el vampiro ahí mismo, pues no conocía de qué podía ser capaz
si veía al pobre animal ahí durmiendo, no quería arriesgar a nadie más.
Una
vez que cerró el gran ventanal, dejando a su preciado amigo afuera, escuchó los
golpes en la puerta. No tuvo que pensar demasiado quien era, sólo podía ser el
vampiro que tanto estaba esperando. Tragó saliva, puso la mente en blanco por
un segundo para después llenar el vacío de su cabeza con la imagen de doc. Ojalá no lo olvide, ojalá tenga muy
presente su figura tanto como él mismo la tenía presente, ojalá lo pueda ver en
el futuro, ojalá la vida le sonriera una vez más. Sabía lo que seguiría de esa
noche, se había preparado para ello en cuanto lo vio entrar en el bar esa
noche, tenía la meta de conseguir más dinero, no le quedaba mucho por juntar,
sólo un poco más y podría viajar. Los pasajes de avión y las salidas ilegales
del Gigat, dado que él no tenía documento de identidad ni siquiera el de
“vástago descartado” por el hecho de haber escapado, eran muy costosas.
Caminó
hacia la puerta, con la lentitud de quien analiza fríamente sus movimientos.
Mas antes de abrir se miró en el espejo, había tenido tiempo de cambiarse de
ropa y poner en el cesto de lavar la que tenía sucia, llena de sangre y pelos
de la miserable rata. En su lugar, se había puesto unos pantalones largos y una
remera que dejaba al descubierto su ombligo con la perforación en él. Siempre
que Gorca Rohde le contrataba debía usar esa remera que dejara bien al
descubierto la marca que le había dejado, la marca de pertenencia, de
exclusividad. El recuerdo de ese clavo caliente atravesando su piel, del metal
atravesándole lentamente y del adorno siendo colocado en su lugar, le causaba
escalofríos, pero debía de superarlo, superar el miedo que le provocaba el
pasar la noche con ese hombre, más ahora que le había desafiado y que debía de
cumplir con el desafío.
Abrió
la puerta y vio al vampiro de traje parado delante de la misma. Su sonrisa
ladina se hacía presente en su rostro, apoyando el brazo en la pared y ladeando
la cabeza, como examinándole completamente, como si lo desnudara y lo devorara
con esa sola mirada. No pudo evitar sentirse un poco intimidado, más allá de la
diferencia de altura, el porte imponente de ese vampiro que se sabía con todo
el derecho de hacer lo que quisiera con su cuerpo. A pesar de ello le miró
desafiante, no iba a demostrarle que estaba asustado, ni siquiera le iba a
demostrar que estaba completamente reacio a seguir con esto.
—Lord
Rohde —comentó Ionel a modo de una suerte de saludo.
Con
el mismo aire presuntuoso con que se había parado, el vampiro dio un paso al
frente, por supuesto que el vástago no se movió de su lugar, no quería dejarse
intimidar tan fácilmente, además conocía que ese tipo de juego realmente le
gustaba a su sádico acompañante nocturno. Viendo éste último acto de joven, el
mayor elevó una de sus manos hasta tocar le mentón del muchacho. Sin mucho
cuidado lo elevó para contemplarlo a los ojos, esos ojos tan sinceros como
inocentes que dejaban traslucir su verdadera esencia, sus deseos, sus miedos,
era como ver un espejo completamente trasparente. Esa era la mirada que le
gusta al vampiro, una mirada que pudiera corromper, destrozar, aniquilar con
sus acciones, era un fin demasiado sádico y despiadado a decir verdad.
—
¿Me estabas esperando? —pronunció casi como un susurro, pues Ionel pudo sentir
el aliento de ese hombre golpear contra su rostro, como una especie de presagio
del resto de la noche. Ante esa demostración de dominio, el joven no pudo hacer
otra cosa que no fuera alejar la mano de ese sujeto.
—Pasa,
por favor —le pidió una vez lejos del agarre del contrario, sin notar que era
él quien retrocedía.
—Oh,
mi niño —comentó el Lord vampiro con esa sonrisa casi diabólica, que rozaba la
mezcla adecuada de la locura y la lujuria, la actitud del pequeño vástago le
llenaba de deseo, le hacía caer en los sentimientos más primitivos inclusive.
Sus alas estaban a punto de salir de sus cuencas al sentir la descarga de
adrenalina que sintió en ese momento, pero se contuvo, no quería acabar todo
tan de prisa.
Un
grito escapó de los labios del vástago en cuento sintió cómo la mano de Gorca,
la misma que le había sostenido con anterioridad, le tomaba por el mentón
nuevamente, con más rudeza y tosquedad que antes, con más demanda y más
lujuria. Sin mediar palabras, sin darle tiempo a reaccionar, el vampiro acercó
sus labios a los del chico y lo besó de forma apasionada. La lengua del mayor
se adentró en su boca, lamiendo cada rincón de su paladar, frotándose contra la
lengua contraria, degustando la parálisis que causó en el cuerpo contrario dada
la brusquedad del momento. Pronto a la invasión de su boca, se le sumaron las
mordidas, aún leves pero notorias. Mordisqueaba sus labios, la lengua del
contrario, sacando suaves quejidos que eran acallados por la unión de sus dos
bocas. La saliva y algunos hilillos de sangre se entremezclaban en esa danza
brutal que no era más que el prólogo de lo que sería un derramamiento de sangre
abismal.
En
cuanto Rohde estuvo satisfecho, soltó con brusquedad al muchacho, quien se
permitió respirar con fluidez y de forma demasiado exagerada, y es que había
sentido que su boca era igual o más profanada que su cuerpo. Normalmente no
besaba a los clientes, pues le habían enseñado que los besos y las caricias de
más deberían estar destinadas a una persona especial, a aquella persona que
realmente las mereciera, esa persona que amara.
Estaba estupefacto y se sentía aún más profanado que si hubiera hecho algo a su
cuerpo, la vergüenza y el enojo le invadieron, pero hizo lo posible por
mantener la calma y que las voces de su cabeza no aparecieran para perturbar su
ya tormentoso pensamiento. El sonido de la puerta siendo cerrada con brusquedad
le hizo sobresaltarse y mirar con cierto pánico a su cliente, tragó saliva y
comenzó a retroceder instintivamente, se estaba arrepintiendo de haber aceptado
ser el acompañante del Lord Gorca Rohde y de haberlo desafiado como había hecho
hacía ya varios minutos.
Con
esa sonrisa lujuriosa que dejaba traslucir sus colmillos por encima de los
labios, con esos ojos dorados que brillaban en medio de la oscuridad de la
habitación y desabotonando los puños de su camisa el vampiro se acercó a Ionel.
Éste último, en su afán de retroceder se topó con su propia cama, sintiendo que
hasta ahí había llevado su oportunidad de alejarse más de ese hombre y
prolongar lo inevitable. Sin mediar palabra y con un rápido movimiento, el vampiro
lo tomó por el cuello, causando una leve asfixia por parte del otro, disfrutó
de esos segundos de padecimiento del contrario y lo arrojó a la cama como quien
tira un peso muerto. Ionel cayó sobre su cama con la fuerza suficiente como
para rebotar en ella y volver a caer con un fuerte dolor en la espalda. Se
intentó incorporar levemente y contempló a Rohde terminando de quitarse la
camisa y arrojándola a algún lugar en el suelo, lo vio sacarse los zapatos sin
despegar la vista de su cuerpo.
—Gorca…
Espera —le dijo en un tono casi suplicante, como rogándole ser cuidadoso,
pidiéndole compasión que el hombre no iba a tener. Esas palabras dichas en ese
tono no hicieron más que despertar aún más los deseos del contrario, quien dejó
salir una risa bastante burlesca que resonó en la habitación. Era como ver un completo loco. Un lunático.
—Me
encanta —dijo en un susurro el adinerado vampiro mientras se tiraba encima del
cuerpo pequeño, pues en comparación Ionel era muy menudo y bajito en
comparación con Rohde. Tocó el estómago de Ionel con mucho descaro, palpando la
perforación de su ombligo y jugando con la piedrilla que yacía en él, esos
toques no hacían más que traer dolor a la mente del muchacho.
El
joven se quedó quieto, con la respiración agitada mientras veía como, de forma
rápida, el hombre se abalanzaba sobre él como si fuera una de esas presas a
cazar. Sin previo aviso, sintió los colmillos clavarse entre su cuello y su
hombro derecho, como si dos agujas en llamas fueran enterradas en su piel. Un
grito salió de la boca del vástago pues el dolor le invadió de inmediato. Acto
seguido, Gorca comenzó a beber la sangre que manaba de la herida infringida. El
sabor de Ionel, la sangre de ese vástago era como el manjar de los dioses, era
esa sangre que nunca había probado hasta que lo probó a él, era adictiva y
sentía como si le llenara de vitalidad. Lord Gorca Rohde no comprendía lo cerca
que estaba de la realidad, sólo comprendía que quería seguir bebiendo de esa
sangre que le había despertado adicción desde la primera vez que la probó.
Ionel
intentaba empujarlo, pero sus manos fueron sujetas por el vampiro quien siguió
repartiendo mordidas a lo largo que su pecho. La remera comenzaba a sobrar en
ese momento, por lo que Rohde le soltó por breves segundo para poder desgarrar
esa molesta remera a la mitad. Una vez libre uno de sus pezones fue la primera
víctima de sus lamidas, mordiscos y grandes mordidas, pronto los pequeños ríos
de sangre comenzaron a correr por su pecho. Pronto hizo lo mismo con su otro
pezón, brindándole más lamidas y leves mordiscos, dejando salir un par de
gemidos por pare de Ionel. Una mezcla de dolor y placer se hacía presente
mientras los colmillos de su cliente se repartían por todo su pecho y abdomen, la
cabeza comenzaba a darle vueltas por la pérdida de sangre, pero lo ignoró con
facilidad.
Sin
perder tiempo, Rohde comenzó a bajar por el cuerpo del chico. Ionel clavó sus
garras en la espalda de aquel vampiro, provocando que éste gritara y que se
abrieran algunas heridas en su espalda, pero no eran nada comparadas con las
que el cuerpo de Ionel estaba recibiendo. Le quitó el pantalón sin esfuerzo,
pero tampoco con suavidad, el vástago se quedó quieto y sintió como los labios
de aquel hombre rodeaban su miembro. Sentir esa mezcla de ardor y placer, pues
las garras del vampiro estaban abriendo heridas en su vientre, le hacía
retorcerse y dejar salir varios gemidos que no podría distinguir si era dolor o
placer. Los movimientos de la lengua de Rohde estaban causando que el placer
superara al dolor, pero fue en ese momento en que el vampiro dejó lo que estaba
haciendo para beber los surcos de sangre que él mismo había abierto.
La
respiración agitada del vástago, quien había tomado el cabello de su cliente y lo
jalaba como invitándole y rogándole por más placer. Por supuesto que sus
súplicas fueron ignoradas completamente, Rohde no tenía intención de hacerle
disfrutar, sólo quería satisfacerse a sí mismo. Tomó con fuerza los cabellos
negros del vástago y le elevó, un grito salió del a boca del joven, quien
pronto intentó librarse del agarre. Caso contrario, mientras más gritaba,
mientras más se resistía, más era jalado y removido por el hombre.
—Eso
—decía el vampiro con cada zamarreo que brindaba al pobre vástago que podía
sentir como las heridas de su cuello y hombro sangraban más con cada
movimiento. —Grita más, es música para mis oídos —decía con los ojos cegados
por la lujuria.
—Basta…
Duele… —decía el chico entre gritos y quejidos, pero cada palabra era inútil.
—Eres
mío, haré lo que quiera contigo —dijo finalmente el hombre al tiempo que
colocaba boca abajo en la cama.
Desde
un ángulo que duró unos segundos, Ionel pudo ver como el bulto entre sus
piernas se había hecho bastante grande y prominente, sólo pudo pensar en la
confusión que sentía. Lo deseaba, su cuerpo había reaccionado a sus caricias
tan rudas, pero no lo quería, no quería sentir dolor, no quería sentir que
estaba traicionando a su amado al disfrutar de estos actos.
Las
garras, las mordidas se desplegaron a lo largo de su espalda, glúteos y
piernas. La pérdida de sangre era demasiado grande y su cuerpo no estaba bien
nutrido como para hacer frente a estos actos. Sentía que la cabeza le daba
vueltas mientras la mezcla de dolor y placer le aquejaba y le torturaba como si
fuera un castigo divino. El castigo que pensaba que merecía, el castigo por ser
diferente, por causar tantos problemas, por no ser lo adecuado para su amado.
Pronto
sintió como un dedo se adentraba en él, causando esa sensación de incomodidad
que solía sentir siempre que eso pasaba. Los actos sexuales con clientes
desconocidos o sádicos, hacía que fueran extraños, distantes, le hacían sentir
como si fuera una muñeca con el único fin de satisfacer hombres. A veces sentía
asco de sí mismo, pero al ver el dinero que podía hacer con simplemente vender
su cuerpo hacía que sus deseos de ver a su amado opacaran cada humillación que
sentía. Una lágrima revoltosa brotó de sus ojos, mezclándose con otras lágrimas
que corrían en ese momento.
—
¿Tan temprano y ya estás llorando? —se burló el hombre al tiempo que jalaba del
cabello del muchacho y lamía las lágrimas, pasando su lengua por sus mejillas.
—Aún falta mucho, mi niño.
Un
dolor punzante, un dolor que le destrozó el alma y que le hizo dejar salir un
grito agudo y poco cuidado, un grito lleno cierto odio hacia su cliente. La
penetración había sido fuerte, sin previo aviso y sin un ápice de compasión.
Sentir como su ano era desgarrado por ese miembro ajeno no hizo más que sacar
más gritos por parte del chico cuya sangre ya manchaba las sábanas de su cama.
No le había soltado del cabello, por lo que la mueca de dolor y tristeza, a su
vez mezclada con el odio, era un placer de ver para su cliente.
Gorca
Rohde disfrutaba tanto del dolor ajeno que el simple hecho de verlo reflejado
en el rostro de un joven, de apariencia menor, de contextura frágil y
personalidad amable y dulce le hacía excitar por sobremanera. Acompañado de
movimientos brutales, las embestidas en el cuerpo del pobre chico comenzaron
sin pena ni gloria. Ionel estaba más que resignado a ser parte de esa espantosa
hazaña, pero también estaba decidido a no dejarse vencer, a no desmayarse por
el dolor y la pérdida de sangre. No sentía ya placer, el placer había quedado
relegado a una mera reaccionó física que le permitía mantener su pene erecto y
que el vampiro se distrajera usando su cuerpo, por el que había pagado de
hecho.
Su
amado se sentiría completamente asqueado, horrorizado, destrozado si supiera lo
que estaba haciendo. No penaba seguir con eso una vez que estuviera junto a su
amado doc. Oh, doc… él era lo único
en lo que pensaba su mente mientras sentía sus cabellos se jalados y cómo los
colmillos se clavaban en su espalda, como si estos actos fueran soporte de las
penetraciones y los cambios abruptos de posiciones. Su cuerpo parecía de trapo,
sus gemidos eran más que fingidos, pero a los oídos de ese sádico éstos no
significaban nada, no importaba si Ionel disfrutaba o no, sólo le importaba su
propio placer. Las articulaciones, que se habían visto obligadas a moverse en
direcciones casi imposibles, comenzaban a doler y a fallarle, como si estuviera
débil de nuevo a pesar de haber comido hacía pocos segundos. Lo único positivo
de estar débil de nuevo y teniendo sexo con Gorca Rohde, era que las voces de
su cabeza se habían quedado mudas, como si ni su mente pudiera pensar con
claridad.
Oh, doc… Oh amor mío, quiero verte… Esos pensamientos atravesaban la mente nublada y aturdida
del joven vástago. Algunas lágrimas cayeron por sus mejillas ante tamaña
humillación y al sentir cómo el miembro de ese vampiro invadía su boca como si
ésta le perteneciera. El sabor era asqueroso, completamente asqueroso, no
quería pensar más, quería que todo eso pasara rápido. A veces se ahogaba un
poco y debía morderle para que le soltara, esta acción provocaba que el vampiro
le asfixiara por breves instantes. No entendía cómo alguien podía sentir placer
con algo así, no entendía que pudiera alguien estar en su posición por mera
voluntad. Pero es que Ionel no había conocido otras personas con esos gustos, a
pesar de moverse en el mundo de la prostitución y los bares. Aún con las
lágrimas y ese sollozo lastimero saliendo de sus labios, el vampiro no se
pensaba detener, iba a ser una noche realmente larga y debía aguantarla.
Necesitaba dinero, y eso iba a conseguir.
Imaginar
a doc, a su amado doc, era lo que le había mantenido vivo.
Era lo que le dotaba de energía, era lo que le movía a seguir adelante. Doc
siempre había sido su única meta, su único sustento y su única escapatoria a
todo lo que había vivido, a pesar de no saber su nombre. Doc era su vida.
Corría con rapidez entre las
casas derrumbadas, entre esos árboles desteñidos y solitarios, entre esas casas
deshabitadas, destrozadas por la guerra y por la radiación de aquella bomba que
cayó allí hacía tanto tiempo. Había tenido que caer en ese lugar para poder
escapar, ese era el plan. El pueblo desierto detrás de su cárcel, el pueblo al
que todos le temían, aquel pueblo del que pocos podrían salir vivos, no podría
pasar mucho tiempo en ese lugar si quería sobrevivir. Tenía un morral con un
poco de agua, comida no podría llevar, y mucho dinero, el suficiente como para
viajar hacia su amado Doc. Pero las cosas no habían salido como habían planeado,
él no había podido hacer lo que debía de hacer, estaba siendo débil, demasiado
débil como para afrontar la realidad, demasiado ingenuo sobre sí mismo que se
había sentido capaz de sobrevivir como debía hacer.
Lo habían perseguido por
bastante tiempo, pero su cuerpo había sido alimentado recientemente, tenía las
fuerzas necesarias como para correr 10 maratones de ser necesario. Con la
agilidad necesaria como para correr en ese pueblo, entre los árboles sin hojas,
entre las casas ya corroídas por el tiempo y la masacre y alguno que otro resto
esquelético que hubiera quedado desde hacía ya mucho tiempo, los demás vástagos
no podrían alcanzarlo. Así fue, los vástagos se rindieron una vez comenzaron a
adentrarse en el lugar y la radiación comenzó a hacerse notar en sus cuerpos.
Según los cálculos de Doc, los vástagos podrían estar un máximo de un día en
ese lugar antes de comenzar a sentir el cansancio, la fatiga en los músculos,
la sensación de un calambre general y la pesadez como si la gravedad se hubiera
hecho más fuerte. Por este motivo le advirtió que seguramente enviarían tandas
de vástagos detrás de él. No obstante, pensaba que Ionel podría soportar varios
días expuesto a esa radiación, siempre y cuando se alimentara adecuadamente, es
decir, siempre y cuando comiera la carne cruda animal necesaria, pues eso sería
suficiente.
Fue un día duro para el
muchacho, escondiéndose y escapando de sus captores, negándose a regresar a la
vieja celda, llena de soledad y oscuridad. Sólo deseaba encontrar a su amado
Doc y vivir una vida apacible y tranquila a su lado, como si fuera un vástago
normal, un vástago común y corriente – claro
que hubiera preferido ser humano pero esa posibilidad ya no estaba en su mente.
A veces se detenía dentro de alguna casa, donde aprovechaba en sacar un poco de
ropa, implementos de higiene y una que otra cosa que le llamara la atención.
Descansaba un poco y seguía andando, no podía pasar muchos minutos en un solo
lugar o sería encontrado.
Caída la noche, él seguía de
la misma manera, huyendo, escapando, esquivando… Sus sentidos se habían
agudizado con la caída de la oscuridad, a la que se había acostumbrado desde
hacía mucho tiempo. Su vista le permitía distinguir cada una de las siluetas a
la perfección, sus oídos le hacían escuchar los sonidos más ínfimos a una
distancia considerable y su olfato le hacía saber cuándo los demás vástagos
estaban cerca suyo o saber si estaban más lejos, de esa forma calculaba la
distancia que debía recorrer. La noche no era un obstáculo para los vástagos
que le perseguían, pues ellos estaban acostumbrados a moverse en esas
condiciones y en el día, a la luz del sol que era mortal para los vampiros,
pero normal para ellos. Lo malo es que en la noche se le sumarían a su búsqueda
los vampiros, esos seres que le habían mantenido cautivo y le habían usado de
las formas más aberrantes también estarían cazándole como a un perro.
Esa noche no durmió, tuvo que
mantenerse aún más en movimiento, pues aunque los vástagos ya estuvieran
cansados y desganados, los vampiros tenían en doble de energía para hacerle
frente. El cansancio también comenzó a hacer estrago en Ionel, quien tuvo que
detenerse más de la cuenta en una de las casas del Pueblo Fantasma, como todos
le decían a ese pueblo olvidado a la buena de Dios. En ese momento su cabeza
comenzó a jugarle una mala pasada, comenzando a hacerle ver la situación
miserable en la que se encontraba. Las voces no tardaron en hacerse presentes
para recordarle que no podría seguir, que era un completo inútil, que estaba
huyendo de su destino, que su única función era ser el instrumento al servicio
de los vampiros, como lo había sido toda la vida.
Sin poder acallar fácilmente
esas voces que se agolpaban por hablar y siendo consciente de que pronto
comenzaría a ver a Nayla y a Ose, sabiendo que esa voz amorfa que muchas veces
le hablaba las peores cosas se haría presente en breve, tomó el morral que
albergaba varias cosas que su amado preparó para él. Entre ellas incluía una
dosis desorbitante de las pastillas que tomaba. Sabía perfectamente los
horarios en los que debería tomarlas, sabía perfectamente cómo hacer para que
surgieran el efecto deseado, sabía con qué no debía mezclarlas, pero también
sabía que había una que haría que su mente se calmara de forma instantánea. Doc
le había dicho que no abusara de esa pastilla, pues era peligrosa y podría
producirle un ataque cardíaco, pero era la única forma de poder seguir en ese
momento. Tragó la dichosa pastilla y se quedó sentado en el suelo, con la
respiración agitada, con la cabeza dándole vueltas y con la mente tan turbada
que el silencio repentino le hizo alterarse un poco.
En ese momento de silencio fue
que se quedó sentado en el suelo de aquella desolada casa, donde pudo ver los
restos que dejó aquella bomba catastrófica. Los sillones estaban destrozados,
como si un animal los hubiera arañado, había una mesa descolorida, las paredes
tampoco tenían el mismo tono vivaracho de celeste que debieron tener hacía ya
un tiempo. En la misma pared había una guarda de papel decorativo que se estaba
despegando, tenía la imagen de un oso de color marrón con algunas flores a su
alrededor. Dibujos infantiles se esparcían a duras penas sobre el papel que
adornaba la pared, llamando la atención de Ionel, quien había visto ese tipo de
cosas hacía tantos años que le parecía que nunca había visto osos de caricatura
bailando sobre un campo de flores de colores. Quizás su último recuerdo de
haber visto un oso de peluche haya sido ese día donde lo separaron de su hermano,
donde esos hombres lo arrancaron de los brazos de su familia y dejó a su oso
favorito sobre el suelo de la habitación. Lamentable es que, tantos años
después, su primer contacto con algo infantil sea en una casa abatida por la
guerra de las naciones que había comenzado hacía cientos de años. Un escenario
de muerte y destrucción le retrotraía recuerdos de su infancia, si su mente no
hubiera estado calmada por los medicamentos seguramente habría comenzado a reír
fuertemente por la ironía de la vida.
Si desviaba la mirada de la guarda y la
dirigía al techo de la casa, podía ver una pequeña abertura, por donde se
filtraban rayos de luna, aunque en realidad sean rayos del sol reflejados por
el astro. Doc le había enseñado varias cosas sobre la Tierra y el universo, le
había explicado algunas de las cuestiones fundamentales para sobrevivir, como
leer, escribir y comunicarse adecuadamente con las personas, hablar nunca había
sido su fuerte, y es que nadie le había hablado de forma fluida en mucho
tiempo. Temía no poder comunicarse con las personas una vez estuviera fuera de
su odiada celda, por eso se esforzó el doble por aprender a comunicarse bien
con muchas personas. Contemplando la luna y las estrellas que se colaban por
esa abertura se quedó pensativo con respecto a su vida, sólo tenía la certeza
de encontrar a su amado, sabía que eso era amor, no podía llamarle de otra
manera aunque nunca hubiera amado en su vida. Estaba preocupado, sí que lo
estaba; pero no podía detenerse, tenía que seguir adelante para que el plan se
concretara.
Con esos pensamientos, aunque su cuerpo le
dijera que necesitaba descansar, aunque los músculos le comenzaran a doler y su
estómago a rugir, decidió que debía seguir, no podía quedarse quieto en ese
lugar por mucho tiempo más. Su olfato se agudizó de nuevo, pudo sentir el olor
de los vástagos y vampiros acercándose a él, podía escuchar los pasos de uno de
los vampiros acercándose más hacia donde estaba. Sabía de quién se trataba,
sabía quién sería el más ensañado con encontrarlo, lo conocía perfectamente y
se había encargado de burlarse un poco de ese hombre cuando escapó de su
prisión. Ahora seguramente estaría muy enojado, lo suficiente como para dejarlo
inconsciente y llevarlo de regreso, para torturarlo hasta casi morir, dejarle
recuperarse y volverle a torturar. Sabía que no lo mataría, pues al gobierno le
servía vivo y no muerto, por eso mismo sabía que las torturas serían lentas y
dolorosas, no quería someterse a algo así.
Corrió, corrió lo más que
pudo, y comenzó a dejar algunas de las prendas que llevaba puesta en las casas
que visitaba para correr en la dirección contraria. Doc le había dicho que si
lograba despistarlos dejando señales confusas de su recorrido ganaría tiempo.
El frío de Grenze es insoportable, es tan helado que el joven había llevado
mucho abrigo encima como para pasar varios días fuera y sin un techo al cual
llegar. De esta forma se mantuvo, ganando tiempo, despistando lo más que podía
y deshaciéndose de sus ropas, aunque estuviera ganando frío en el proceso. La
noche pronto llegó a su fin, como si en un abrir y cerrar de ojos el sol le
anunciaba la tranquilidad que necesitaba para recuperar energías. Para esta
altura, los vampiros habían comenzado a sentir el ardor provocado por los rayos
del sol, dado que los árboles poco tupidos del Pueblo Fantasma no ayudaban a
cubrirlos del sol y las ropas tampoco eran suficientes a esa altura del
partido. Los vástagos estaban tan atacados por la radiación de la zona que ya
pocos quedaban para rastrearle, esos pocos estaban cansados, hambrientos y
débiles, era la ocasión adecuada para relajarse un poco y hacer su andar un más
lento, pero conservando la alerta.
De esta forma estuvo vagando por el
dichoso pueblo hasta ya no sentir ningún olor de ningún vástago o vampiro, se
podría decir que en ese punto se sintió más calmado, pero también más débil. La
radiación también se había hecho sentir en su cuerpo, aunque de forma
aletargada. A veces le costaba respirar y la cabeza le dolía, suponía que la
radiación estaba haciendo estragos en él, pero también suponía que su cuerpo
estaba reclamando por nutrientes. Ionel solía perder calorías y energía muy
fácilmente, porque se negaba con toda su vida a alimentarse de carne humana,
por lo que la carne animal era su principal alimento, cosa que no le hacía bien
a su organismo, pero sí a su mente, a su moral y a su juicio, que ya bastante
desequilibrado estaba.
No obstante, había un detalle
que no había tomado en cuenta sino hasta el momento en que vio un animal, uno
de los pocos roedores que había sobrevivido a la radiación que manaba de ese
Pueblo Fantasma olvidado a la mala de dios. Ese
pequeño roedor con una cola peluda, con bigotes llamativos, con esas mejillas
prominentes que le daban ese aspecto tierno y amigable que otros roedores no
tenían, ese pequeño animalito se paró justo delante de él, como si le mirara
con esos enormes ojos negros. Debía asesinarlo, debía asesinar a ese ser vivo y
devorarlo antes de que la carne se marchitara, como aquellas plantas que se
habían muerto en medio de la pestilencia de ese lugar.
Asesinarla. Matarla. Herirla de muerte.
Sí, eso debía hacer. Sí, se le hacía agua a la boca desde el momento en que la
tuvo en frente, desde que había sentido el olor a su carne completamente
saludable hasta que la radiación la matara. Sin embargo, cuando hubo avanzado
hacia ella, la miserable corrió, por lo que tuvo que capturarla. No le tomó
mucho tiempo sostener ese pequeño ser entre sus manos, relamerse los labios,
mas al momento de clavar sus colmillos en ella algo pasó. El estómago se le
revolvió, las náuseas se hicieron presentes, una pequeña manera le dio paso a
un par de lágrimas que brotaron de sus ojos. ¿Cómo podría ser capaz de
arrebatarle la vida a un ser tan bello, tan tierno y encantador como aquel? No
se sentía capaz de semejante atrocidad, no importaba la cantidad de hambre que
tuviera, no podía simplemente matarla, eso era inhumano, más inhumano que su
propia naturaleza.
Dejó ir al tierno roedor, lo contempló
irse cuando sus rodillas impactaron contra el suelo. Un temblor le invadió el
cuerpo, estaba tan hambriento y cansado que no se sentía capaz de seguir
andando. Sus pasos se hicieron más lentos y a medida que veía más animales, más
se convencía de que no quería matarlos, no quería acabar con la vida de esos
seres tan buenos, tan amables, aquellos que no le habían hecho daño a nadie. No
podía dejar que un instinto tan salvaje se apoderara de él, no quería asesinar
sí o sí para comer, aunque eso es lo que debía hacer. Llevaba años comiendo la
carne de un plato, pero durante esos años no tuvo que matar él mismo, con sus
propias manos, para sobrevivir.
El día pasó, la noche cayó, su mente pedía
a gritos dejar dominar a aquella bestia que trataba de mantener escondida, los
sentidos los tenía totalmente aturdidos, era como si no pudiera ver, como si no
pudiera escuchar, ni siquiera oler, su estómago le pedí a gritos un poco de
alimento, y su cuerpo le reclamaba descanso. No pudo hacer otra cosa que
desplomarse en la puerta de una casa, a sólo pasos de poder entrar en ella. Su
cuerpo había colapsado en ese momento, incapaz de seguir moviéndose y
respirando con dificultad. Su amado le había enseñado como guiarse en ese
pueblo para poder llegar a la gran ciudad, pero en medio de esa conmoción que
se había armado y que ni la pastilla más fuerte estaba pudiendo acallar, no
sabía cómo seguir. En realidad, no podía seguir, su cuerpo estaba bastante
débil en ese momento, sólo pensaba en alimentarse, el poder probar bocado
alguno, lo que sea que se le pasara en frente en ese momento. Mas su cabeza y
corazón no querían asesinar, no querían acabar con la vida de otro ser. ¿Cómo
seguir adelante con eso?
Un olor conocido pero a la vez deseado, un
olor que había sido representante de dolor y miseria pero que ahora desataba en
él un alteración que rozaba la cordura. Eso fue lo que llegó a su nariz en ese
momento de desconcierto y desesperación. De un momento a otro, como si el mundo
se hubiera detenido a su alrededor, pudo recobrar los sentidos, pudo ver,
escuchar, oler con claridad, hasta sentir la tierra bajo sus manos le produjo
una gran seguridad. No obstante, había algo que él mismo no notó: su fuerza de
voluntad estaba disminuyendo, estaba siendo vencido por ese monstruo que en su
interior le gritaba y le rogaba por comida, por carne cruda, por sangre, por lo
que sea que proviniera de otro ser vivo. En esa ocasión, el odio y la rabia que
sentía hacia ese ser le hicieron dejar de lado su libre albedrío y dejar libre
a esa bestia que yace dentro de sí desde que había nacido pero que había
intentado acallar desde siempre, ignorándola, escondiéndola, buscando que no
saliera a la luz y no hiciera los desastres de los que podía ser capaz.
—Markel… Gabor… —fueron sus palabras al
comprender que se trataba de aquel vampiro.
Lord Markel Gabor el Set Judetean, el
gobernador de aquella provincia, quien se había encargado de torturarlo
personalmente, quien le había alejado de su familia, aquel ser del que
escapaba, ese hombre de cabellos rubios y ojos claros, la típica imagen de un
vampiro del sur, con su porte igual de desalmado, igual de imponente, igual de
importante. Ese hombre había decidido encargarse personalmente de encontrarlo,
y verlo emerger de entre las casas destrozadas con esas alas huesudas, como si
fueran una membrana muy débil. Los vampiros gozaban de esas alas retráctiles,
pues podían esconderse en la espalda del mismo, razón por la cual los vampiros
poseían una joroba apenas perceptible en su espalda.
A pesar de saber la fuerza de un vampiro y
comprender que estaba demasiado débil como para enfrentarse a él sin salir
ileso, Ionel no estaba con su raciocinio en un ciento por ciento. El hambre, el
odio de verlo ahí, frente a él, buscando capturarlo y traerlo nuevamente a ese
sufrimiento constante, a la tortura, queriendo alejarlo de su amado, todo ello
mezclado con el cansancio, hicieron que el joven lejos de alejarse, como le
había dicho su querido doc, se quedara y le contemplara directamente a los
ojos. Las pupilas se le dilataron como un cazador que ve a una presa frente a
él, los músculos se le tensaron como si buscaran hacerse más fuertes que antes
al tiempo que veía como el sujeto movía sus alas de piel clara y aterrizaba a
sólo un par de metros de su persona.
—Hasta que te detienes… Lucifer —comenzó a
hablar el hombre con esa voz entre burlesca y despreciable. Lucifer era el
nombre que le había dado el gobierno, como un augurio de su pesar. — ¿No piensas regresar por las buenas?
—preguntó, mas la respuesta del joven fue un gruñido gutural, lo cual
sobresaltó al vampiro que nunca le había escuchado emitir un sonido así. —Veo
que tendré que hacerlo por las malas —comentó antes de sacar un arma de bajo
calibre que traía bajo la campera de cuero negro que cubría su cuerpo.
La bala ingresó en el hombro del joven
vástago, provocándole un estremecimiento y un grito extraño que salió de su
garganta. Lo podría calificar como extraño por parecer el grito de una bestia,
era el monstruo que al fin había podido salir del cuerpo del Ionel.
Despertó con el ruido de la puerta al abrirse,
su cuerpo le dolía más que otras veces y lo sentía muy entumecido por el mismo
dolor, su vista estaba muy nublada y borrosa, apenas sí podía distinguir la
figura conocida de Alister acercándose a él. No pudo hacer otra cosa que bajar
la cabeza y desviar la mirada pues el escenario con el que se encontró su amigo
era realmente lamentable. Le costaba un poco respirar y lo poco que podía ver a
su alrededor eran nubes entre rojizas y negras, sabía que un poco de sangre
había caído en su ojo cuando, en medio del salvajismo, su cabeza chocó contra
uno de los barrotes de la cabecera de la cama, pero no imaginaba que hubiera
sido para tanto.
En cuanto a Alister, después de pasar toda la
noche con Meridia Balan, de dormir juntos como dos amantes felices y regresar a
D’Amour con el fin de hablar con René
y con Ionel para arreglar la salida del joven de esa vida que estaba llevando,
no pudo evitar preocuparse al no ver al joven por esos lugares haciendo cosas
del bar. Ionel solía ser muy activo y optimista, a pesar de ser callado, por lo
que se levantaba temprano aunque haya tenido a Gorca Rohde como cliente y se
ponía a limpiar o acomodar le bar e inclusive lo había visto ayudando a los
cocineros con algunas cosas, o siendo mozo de día también, pero en esa ocasión
no estaba. Lo buscó por todos lados sólo para comprobar que su peor idea era
realidad, el vástago no había salido de su habitación después de que el vampiro
se haya marchado. Nadie había ido a verlo porque le chico a veces era muy
territorial, o sea, no le gustaba que nadie ingresara en su habitación sin su permiso
o consentimiento. No obstante saber eso decidió que lo mejor sería ir allí y
comprobar que estuviera bien, por eso llevó una de las botellas de sangre
temiendo lo peor.
La habitación de Ionel, que siempre estaba
ordenada, limpia y con un olor agradable, en la que solían quedarse hasta tarde
platicando de la vida y donde ambos habían dormido aunque no pasara nada entre
ellos, ahora era un campo completamente diferente. La escena no hizo más que
dejarle estupefacto, sabía que ese vampiro adinerado era un sádico, sabía que
Gorca Rohde era capaz de haber añicos el cuerpo y el espíritu de cualquier
joven que estuviera con él en su cama, pero ser capaz de hacer semejante
aberración con un joven como el vástago, con una voz tan dulce y angelical, con
un rostro que destilaba sinceridad y con ese temperamento tan dócil y grácil,
era digno de un monstruo o una bestia inclusive. Eros, el gato negro y peludo
que Ionel tenía como mascota y compañero, estaba detrás del vidrio de la puerta
del balcón con una rata que había cazado entre sus patas; el gato no se movía
de su lugar a pesar de no poder entrar y de que las cortinas estaban
completamente cerradas, impidiendo que Alister pudiera verlo desde adentro de
la devastada habitación.
Ionel yacía boca abajo en la cama, su cuerpo
estaba cubierto de heridas cortantes y punzantes, los colmillos de ese hombre
habían viajado por todo el cuerpo del joven causándole múltiples mordidas que a
simple vista parecían muy pequeñas, pero tenían una gran profundidad. En el
piso de la habitación se juntaban pequeños charcos de sangre que parecía que
habían goteado del cuerpo de vástago mientras el vampiro abusaba de su poder
como cliente llevando a cabo más de una posición sexual en toda la habitación.
Inclusive una mano manchada de sangre estaba marcada en la pared, al parecer
Ionel pasó la mano por una de sus heridas antes de apoyarse contra la pálida
superficie, porque a juzgar por la amplitud de esa mano era del vástago de
contextura pequeña. En el suelo yacían los juguetes sexuales que habían
implementado, entre ellos un par de correas negras de cuero y un par de sogas,
por suerte el joven estaba completamente desatado, pero casi inmóvil en la
cama, había perdido mucha sangre y necesitaba reponerla con urgencia.
El vástago de azulados cabellos ignoró
completamente el desorden y corrió hacia el vástago que le miró y pudo ver que
ni siquiera se sonrojó por verlo en tan indecorosa situación. Lo sostuvo en sus
brazos y le volteó, sólo para ver más laceraciones y mordidas, especialmente en
el pecho y en el cuello. La vista del chico parecía ida y no le pudo gesticular
palabra alguna aunque Alister vio como intentaba hablarle o decirle algo e
inclusive pudo distinguir una sonrisa proveniente de ese chico malherido y cuyo
cuerpo ya estaba maltrecho de tanto maltrato.
―Sólo cálmate, estarás bien ―comentó el joven
vástago mientras tomaba la botella de sangre y la abría con sus colmillos, para
luego verterla en la boca de aquel joven vástago que tanto apreciaba.
Aunque la sangre ingresaba en su boca de
manera rápida, no podía evitar que unas pocas gotas de sangre cayeran de ella y
se mezclara con la sangre ya regada por el pálido cuerpo del bailarín. Un
vástago, al igual que un vampiro, si bien no produce sangre de manera
automática como lo hace el cuerpo de un humano, necesita de la sangre para
seguir con vida, por esa razón deben ingerirla de manera que su cuerpo siempre
se mantenga con unos 6 o 7 litros de sangre, siendo más que la cantidad de
litros en un humano. Pero a juzgar por la escena que estaban contemplando sus
ojos, Ionel había perdido poco más que 3 o 4 litros de sangre, lo que estaba
provocando su debilitamiento y que las heridas de su cuerpo no cerraran con la
rapidez adecuada.
A medida que la sangre entraba en el cuerpo de
Ionel su piel comenzaba a retomar su color, que si bien no era mucha debido a
su natural palidez, sí se apreciaba la diferencia. Sus ojos comenzaron a
abrirse más, mientras que sus manos retomaron la fuerza para sostener por sí
mismo la botella que Alister sostenía en sus labios. Con lentitud pero con
seguridad, el joven se sentó en la cama y, aunque sus heridas no cerraban
rápidamente, éstas comenzaron a cicatrizar. Es increíble la diferencia que
podía hacer la sangre dentro del torrente sanguíneo de un vástago e inclusive
de un vampiro, aunque el cuerpo de ese joven necesitaba más que sangre para
estar completamente bien.
Una vez el chico pudo recuperar un poco la
visión y la claridad en sus pensamientos comenzó a repasar lo que había pasado
la noche anterior, comenzó a sentir cómo sus músculos dolían por el esfuerzo
físico. Sin pensarlo, llevó su mano a la cabeza sólo para tocar su cabello algo
pegajoso por la sangre, y saliva que ese tipo había escupido en él. La suciedad
se manifestaba en el opaco color gris que tenían sus azabaches cabellos, en su
cuerpo manchado de sangre y semen, en sus ropas desgarradas y esparcidas
alrededor de la habitación y en la cama que estaba aún más embadurnada de ese
tejido líquido. Se asqueó de sí mismo, sintió asco de su cuerpo y de su vida,
en ese momento cayó en cuenta de lo que había hecho con tal de tener ese poco
dinero que el vampiro había dejado sobre su mesa de noche. De repente
comenzaron a doler los moretones, a doler los cortes y a doler en lo profundo
de su ser la humillación que había recibido. Él no debería estarse dejando
hacer eso, no merecía que alguien más le tuviera compasión si él mismo no se
tenía respeto.
En medio de todos esos pensamientos que le
aquejaron junto con esas voces que le repetían constantemente que había
cometido un error, que era asqueroso, que merecía eso que le estaba pasando,
que por más que no lo quisiera había nacido con un destino marcado, que no era
más que escoria… En medio de esos pensamientos cayó en cuento de la presencia
de Alister. El joven vástago le había traído la botella de sangre que se había
bebido casi completamente, el muchacho le había ayudado a pesar de todo lo que
él era, a pesar de tener ese aspecto y estar en esas condiciones. No obstante,
no quería que le tocase, no así de sucio como estaba, así de asqueroso como se
sentía, por lo que le empujó levemente, apartándolo de su lado, antes de
esbozar una sonrisa.
―Gracias ―le dijo en un susurro mientras
bajaba la cabeza, se sentía completamente avergonzado. Se quedó unos segundos
callado, esperando que su compañero se fuera de esa habitación espantosa. No le
gustaba que nadie viera su habitación sin su permiso, por el simple hecho de
que le gustaba que todos vieran el orden y la belleza de su ser, no su lado más
destructivo y asqueroso. ―Puedes irte ―comentó finalmente, buscando que el
joven le hiciera caso y se marchara.
―Tranquilo, está bien ―respondió el contrario
haciendo que Ionel elevara la cabeza y le mirase. Encontrarse con esos ojos
negros como la noche más profunda de todas fue como ver esa misma noche pero
cargada de compasión y… humanidad.
Sí, de humanidad y empatía, dos características que él había distinguido en muy
pocos seres, de los cuales uno de ellos fue el ser viviente más importante en
su vida. Ver esos ojos le hizo recordar porqué estaba haciendo eso, porqué
había decidido hacer lo que sea necesario para ganar el dinero necesario para
encontrarlo, para verlo a él.
―Alister ―comenzó a decir antes de que su voz
se quebrara y las lágrimas brotaran de sus ojos. No lloraba seguido, no solía
llorar frente a nadie, nadie en el bar le había visto llorar, eso era algo que
mantenía para su intimidad, en el interior de su habitación ese joven, Ionel,
el alegre y sonriente Ionel, se volvía un ser vulnerable, abrumado por sus
demonios internos elaborados por su mente tan destrozada que se había logrado
armar apenas con retazos de personalidades que brotaban de su interior. A veces
las voces que oía se quedaban calladas, a veces eran amables con él y a veces
le agredían con fuerza, a veces se mostraban pero desde que él había aparecido en su vida no las
veía en todos lados.
El llanto no cesó hasta que sintió los brazos
protectores de aquel joven cubrir su cuerpo desnudo y maltrecho, estrechándolo
contra su pecho sin importar si su ropa se ensuciaba con esa mezcla asquerosa y
pegajosa de fluidos corporales. Sin embargo, al principio el llanto se
intensificó cuando el más joven lo estrechó entre sus brazos, como aferrándose
al cuerpo cubierto del contrario y a la calidez humana, a pesar de no ser
humano, que manaba del mismo. Después de varios segundos de llanto intenso, se
fue aplacando al igual que el agarre que mantenía. De a poco se fueron
separando, hasta que quedaron uno separado del otro y con el hipeo de Ionel de
fondo, no podía elevar la cabeza, sentía demasiada vergüenza de mirar a su
amigo a los ojos.
―Ionel… ―le llamó, pero el chico le ignoró.
―Ionel… ―le volvió a hablar, pero no hubo respuesta a excepción del mismo chico
tomando una de las sábanas de la cama y cubriéndose con ellas sólo para tapar
el desastre que estaba hecho su cuerpo. ―Ionel, mírame ―le pidió, pero el otro
negó con la cabeza, tomando con más fuerza aquellas sábanas. ―Por favor ―le
dijo mientras le tomaba del mentón y elevaba su cabeza, obligando al joven a
que lo mirase.
Los ojos negros como el carbón, cubiertos de
ese pequeño lente de plástico que no hacía más que cubrir su verdadera
naturaleza, se encontraron uno con el otro y se compenetraron poco a poco. Los
orbes cristalinos del menor encontraron un refugio en las del contrario, que no
se movería de su lado aunque estuviera en ese estado tan deplorable y que le
asqueaba. El olor a sangre debería ser común y hasta apetitoso para un vástago,
pero no era así. Para Alister ese olor a sangre en la habitación de su amigo
era estremecedor y asqueroso, le parecía repulsivo y le recordaba que había
pasado una terrible verdad en ese mismo lugar. Aunque normalmente ese hedor le
hubiera hecho salir de inmediato, al tratarse de Ionel no pudo evitar adentrarse
ahí y sostener a ese cuerpo totalmente colapsado. Ahora lo sostenía con fuerza
entre sus brazos a pesar de sentirse asqueado de la situación, no le importaba
abrazarlo por el simple hecho de ser Ionel. Recién en ese momento, tras ese
simple y pequeño contacto ocular, el vástago se dejó abrazar por su superior,
se dejó contener y por fin sintió un poco de silencio en su atormentada cabeza
que desde que Alister había entrado no había tenido paz alguna.
El silencio comenzó a calmar su mente, la paz
comenzó a reinar en medio de ese cúmulo de gritos estridentes que solía
escuchar cuando el estrés llegaba a un cierto nivel. Muchas veces estaba
calmado, cuando subía al escenario el pánico escénico nunca le había atacado;
condenado a vivir en las sombras desde que era muy pequeño, recibir un poco de
buena atención era lo mejor que podía pasarle. No obstante, su paz interior
siempre se veía frustrada por algún hecho que le recordara lo miserable y
diminuto que se sentía, aunque fuera uno de los seres más poderosos e
importantes sobre la tierra. La paz era lo que nunca lograría ese pobre joven
vástago, pero sí podía tener momentos de silencio dado por el baile y la
música, esas dos cosas le traían a la mente los pocos buenos recuerdos que
mantenía, y donde siempre estaba presente él.
Sólo eso le hacía recordar porqué estaba en ese lugar a pesar de todo y porqué
estaba haciendo eso.
Un suspiro por parte de Alister le hizo caer
nuevamente en la realidad y contemplar alrededor, como si así se cerciorara de
dónde estaba y qué día era. A veces se perdía en sus pensamientos y
contemplaciones que no iban más allá de la nada. Muchas veces en esos momentos
se concentraba en escuchar las únicas voces cuerdas de su cabeza que se
manifestaban delante suyo, pero en esta ocasión era la mera contemplación de la
nada.
―Ay, eres un vástago extraño ―comentó Alister
después de ver que entraba en sí nuevamente y le contemplaba.
―Deberías irte, así podré ordenar esto ―dijo
el joven regalándole una sonrisa algo forzada pero sonrisa en fin.
―Te ayudaré si lo deseas ―respondió el
contrario, pero recibió una negativa por parte del muchacho que realmente no
deseaba ayuda para ordenar el chiquero que era su habitación, pero tampoco
quería que él viera lo que tendría que hacer para que sus heridas sanaran
completamente.
―No me refiero a tu cuarto ―dijo riendo
levemente Alister causando la intriga en el contrario, que lo miró de tal
manera que prácticamente lo forzó a hablar y decirle en ese momento qué era lo
que estaba pasando. ― ¿Recuerdas a Lady Meridia Balan, mi clienta vampiresa?
―preguntó a lo que el chico asintió debido a que él ya la había mencionado
antes y tenía recuerdos de haberla visto en el bar ese mismo día.
A los ojos de Ionel, la vampiresa era una
buena mujer y sabía que era la dueña de Balan Inc., una empresa médica que
suministraba desde drogas legales hasta artículos ortopédicos y que por eso
tenía mucha cantidad de dinero. También, después de que Alister le hablara
seguido de ella, comprendió que era una amiga muy cercana de su compañero,
razón por la cual pensó que sería una mujer de confianza. No obstante eso, no
le dijo nada a su amigo y prefirió que le dijera lo que le tenía que decir.
―He hablado con ella y… ella aceptará que
trabajes en su mansión, como uno de sus sirvientes ―dijo el vástago con una
gran sonrisa en el rostro, como si le estuviera vendiendo un anillo de oro
bañado en sangre de la más pura calidad.
― ¿Qué? ―comentó un atónito y algo confundido
muchacho.
―Es que… ―comenzó a decir el otro, mas se quedó
callado al comprender que no había hilado completamente sus oraciones. Por eso
se tomó un par de segundos antes de responder: ―No me gusta que sigas viviendo
de esta manera, aceptando clientes como Gorca Rohde y siendo un simple bailarín
de D’Amour. Yo sé que disfrutas del
baile, pero ¿no quisieras tener algo mejor? No estás hecho para esto.
―Pero tú has rechazado este tipo de propuestas
de Lady Balan, ¿por qué yo debo aceptar algo así? ―preguntó un incrédulo Ionel,
podía sentir cómo le susurraban esas palabras en el oído, la voz de la duda era
alguien muy molesta cuando se alteraba.
―No puedo hacer algo así, yo disfruto mucho de
mi vida tal y como está, selecciono a mis clientes, trabajo en lo que me gusta
y gano lo que me corresponde. Además, tengo más proyectos a concretar con René,
no la voy a dejar sola en algo que comenzamos juntos. D’Amour es mi vida, lo hemos construido con René y ella y yo somos
un equipo inquebrantable, no podría traicionarla dejándola sola ―le explicó
Alister con un tono bastante sincero que calmó la incredulidad de su
razonamiento. Acto seguido habló lo que pensaba con respecto a su persona.
―Pero tú, el único momento que realmente disfrutas es cuando bailas en el
escenario, y cuando tienes sexo pero sin dinero de por medio. ¿Acaso eso vale
tu estado actual? ―le preguntó mientras señalaba el pequeño conjunto de
billetes que estaba sobre la mesa de noche de la habitación. Ionel lo contempló
por unos segundos… Esa no era la cantidad acordada, efectivamente Rohde no le
pagó lo que habían acordado.
―Yo… no lo sé ―comentó el joven bastante
consternado con la propuesta y la situación, quizás había sido demasiada
información junta y en muy corto tiempo, pero debía procesarla.
―Piénsalo ―dijo el vástago mientras se ponía
de pie. ―Supongo que no quieres que te ayude con tu habitación ―. Ionel negó
con la cabeza ante esa pregunta tácita. ―Ahora Lady Balan no está, se fue a
casa pues está a punto de amanecer ―comenzó a informarle mientras se alejaba
del joven y se acercaba a la puerta. ―Dame una respuesta esta noche, ¿de
acuerdo?
―Sí ―respondió un sonriente Ionel al
contemplarle. ―Gracias por preocuparte ―dijo nuevamente con una sonrisa un poco
más grande.
―Sólo dame una respuesta ―contestó el
contrario mirando hacia otro lado claramente sonrojado y algo avergonzado al
ver que el vástago notó fácilmente su preocupación, cosa que no disimuló mucho
que digamos. ―Nos vemos ―dijo y finalmente se fue.
Estaba solo. Nuevamente estaba solo en esa
habitación que hacía varios meses que tenía para sí y para su gato. El silencio
afloraba de aquellas paredes pintadas de un color pálido que nunca pudo
distinguir, el silencio que le trajo la ansiada paz que necesitaba para
escuchar sus propios pensamientos y no aquellas voces que lo alteraban cada vez
que se presentaba una situación de estrés. Pero no todo en su vida podía ser
silencio, pues con tanto silencio alrededor comenzaba a sentirse solo y
comprender que no había nadie más en el mundo para él y comenzaba a olvidarle,
comenzaba a olvidar a ese ser que le devolvió las ganas de vivir hacía muchos
años.
Suspiró con pesadez, el silencio le había
traído paz y confort a su mente, pero le había traído algo de soledad también,
por ese motivo decidió poner un poco de música. Se levantó con cuidado, pues su
cuerpo aún dolía y las heridas aún no terminaban de cerrarse en su totalidad,
la sangre no era suficiente para su cuerpo. Tomó una de las sábanas de la cama
y se la colocó encima, como un mero intento de ocultar no sólo su desnudez,
sino también el aspecto que ni él mismo quería ver. Camino un par de pasos
hacia el armario donde no sólo tenía su ropa, sino que había metido en él
también una pequeña radio que había sido un regalo de su amigo Alister en
cuento descubrió su fascinación por la música. La llevó a la pequeña mesita
ubicada junto a su cama y la enchufó, sólo para que ésta encendiera y se
sintonizara automáticamente con una estación de radio. No le llamaba la
atención ese tipo de música, por lo que tomó un pendrive, un dispositivo USB
que él le había regalado cuando se
separaron.
Los conectó en la radio y apretó un par de
botones, no sabía manejarlo a perfección pues nunca había estado tan
familiarizado con la tecnología al haber sido privado de ella durante mucho
tiempo. Dentro de esa pequeña unidad estaban algunos de sus mejores recuerdos,
estaban las canciones que tanto le gustaban y que habían significado sus
pasajes a la libertad dentro del confinamiento. Escucharlas le recordaba que no
estaba solo, que nunca estaría solo mientras él viviera en sus recuerdos y mientras pudiera luchar para llegar a
su lado.
Sí, era música pop, de los clásicos del pop y
algunas canciones modernas que a él
le gustaban y que se las mostraba para que pudiera bailarlas también. Bailar le
hacía sentir libre y le hacía imaginar que era otra persona, que era otro joven
vástago, que llegaba a ser humano en algún momento de su vida, por eso dentro
de esa prisión lo único que le distraía era bailar música pop, que había sido
su favorita tras escuchar muchos estilos musicales. En cuanto la música comenzó
a resonar en medio de esa solitaria habitación su cuerpo de comenzó a mover al
compás de la misma. Eran movimientos simples y poco pensados por lo que la
torpeza se hacía presente un par de veces, eso sumado al dolor de su cuerpo no
hacía más que recordarle la propuesta de su amigo y por momentos no le parecía
una mala propuesta.
En cuanto la canción terminó y comenzó otra
intentó hacer un paso de baile que le había enseñado Alister cuando entró a
trabajar en D’Amour, pero en medio de
él cayó al suelo. El golpe seco de su cuerpo contra el piso de su habitación le
hizo caer en cuenta de lo débil que se encontraba, la sangre no había sido
suficiente para recuperar sus fuerzas. Aún en el suelo pudo escuchar cómo la
canción seguía resonando, no pudo pronunciar ni siquiera una exclamación de
dolor por el golpe que había dado, sentía que cualquier grito de dolor se
ahogaba en su garganta. Pudo recordar que ese reflejo que había adquirido
cuando era niño le impedía gritar fuertemente ante estímulos de dolor, por eso
Lord Rohde le había golpeado tan salvajemente esa noche, porque no había
logrado hacerlo gritar como él quería, hacerlo gritar de manera ciento por
ciento auténtica.
Gorca Rohde fue uno de los pocos seres vivos
que logró hacerlo gritar de dolor, desde niño había sido sometido a mucho
dolor, siempre había sido un vástago completamente diferente. Un vástago que
nunca había sido humano, un vástago sin recuerdos de haber sido humano, que
había nacido vástago y que iba a morir vástago. Desde su familia hasta el
gobierno le habían recordado lo especial que era, le habían recordado lo
maldito que estaba. Sólo vivió como un niño feliz hasta los 5 años, a partir de
donde su martirio comenzó, desde su cumpleaños número cinco su vida se volvió
un completo infierno confinado a cuatro paredes. En medio de ese infierno un
ángel le presentó un poco de humanidad, le mostró un poco de compasión, le hizo
escuchar música, le hizo ver que no era sólo un monstruo con capacidad para
soportar dolor y provocar muerte, sino que era más que eso, era un ser vivo. No
obstante los intentos de él por
hacerlo ser lo más “humano” posible, había algo que no pudo cambiar: su
anatomía, su biología.
Aún tirado en el suelo logró sentarse lo más
erguido posible, sentía cómo sus piernas se debilitaban más y cómo un par de
heridas se abrían en sus tobillos, que ya habían sido lastimados tras el fuerte
agarre de las cuerdas. Sus brazos apenas podían moverse debido a las múltiples
mordidas que tenía en ellos, los sobó un poco pero sólo se quedó con más de su
propia sangre en la palma de sus manos. No necesitaba más sangre, necesitaba
algo más. Su instinto comenzó a aflorar y su olfato se agudizó más, por lo que
pudo olfatear lo que necesitaba, lo que realmente necesitaba para estar bien.
Contempló la vidriera que separaba su habitación del pequeño balcón y cuyas
cortinas se encontraban desplegadas e impedían ver hacia afuera, de ahí
provenía el olor. Dificultosamente se puso de pie, tomando nuevamente la sábana
que había usado, y caminó hacia la puerta de vidrio. Abrió la puerta y
contempló con una sonrisa y con la mirada muy ida, como si un ser animal tomara
posesión de su cuerpo.
Se agachó frente a la rata muerta que su gato
mantenía entre sus patas delanteras. El gato le miró con cierta indiferencia,
como si no le interesase comerse al animal cazado, sólo quería entrar en la
habitación para tener más calor. Avanzó lentamente en el interior del recinto
dejando la rata muerta del otro lado, en el balcón. La mirada de Ionel estaba
enfocada en el animal muerto, por lo que realmente parecía un animal salvaje a
punto de comer, esa imagen no está muy lejos de su realidad. El joven vástago
tomó el cadáver entre sus manos, le quitó un poco del pelo que le cubría para
abrir su boca mostrando de par en par unos colmillos retráctiles bastante más
grandes que los de un vampiro o un vástago normal. Mordió la carne cruda de
aquella rata y pudo sentir como sus fuerzas regresaban, aunque no en su
totalidad era más nutritivo que sólo la sangre. Devoró aquel muerto con
desesperación, hacía mucho tiempo que no comía carne cruda y su cuerpo lo
estaba pidiendo casi a gritos, necesitaba de carne cruda para sobrevivir y eso
lo diferenciaba de cualquier vampiro o vástago. Ionel era muy diferente del
resto de los seres vivos, o no vivos, en Gigat.
Una vez que no quedó nada del animal, pues
hasta los huesos fueron destrozados por sus fuertes y afilados colmillos, Ionel
cambió su expresión. Fue consciente de lo que el hambre y la debilidad le
habían hecho hacer, había comido de esa manera tan salvaje ese pobre ratoncito
que Eres había cazado. Su gato siempre cazaba animales y se los traía, si bien
el gato tenía comida a su disposición, parecía consciente de la dificultad de
su amo para cazar sus propias presas y por ese motivo le traía él mismo su
comida. Cuando estaba encerrado le traían carne humana a diario y le obligaban
a comerla para mantenerse no sólo vivo sino fuerte, pero cuando había escapado
de su confinamiento había descubierto que se sentía incapaz de asesinar a un
ser humano para alimentarse de él, por ello intentó cazar animales, lo cual
tampoco fue su fuerte. En el fondo no quería causar más muertes de las que ya
había causado en el pasado por múltiples razones, se sentía incapaz de matar a
otro ser vivo aunque necesitaba de ello para sobrevivir. Para su suerte, la
carne de los pequeños animales que cazaba Eres le alimentaba lo suficiente para
no morir de inanición, no obstante aún seguía sintiéndose asqueado de sí mismo
tras comer aquellos seres.
Con las náuseas que siempre sentía tras comer
carne cruda, contempló sus manos manchadas de sangre y llenas de pelos de rata,
sintió como el pelo se le atoraba en la garganta y le provocaba arcadas, mas
tras un par de segundos logró tragar y respirar con parsimonia. Se puso de pie
y caminó hacia el interior de la habitación, cerrando las puertas tras de sí.
Se apoyó en el vidrio de la puerta y respiró con cierta dificultad, sentía cómo
sus sentidos regresaban a la normalidad, cómo la estabilidad regresaba a su ser
y cómo sus fuerzas se reponían, aunque no tanto como si hubiera comido carne
humana. Suspiró nuevamente, no le gustaba para nada su naturaleza, no le
gustaba haberse desarrollado de aquella manera, se sentía asqueado de sí mismo
no sólo por su estado deplorable y por el hecho de haberse dejado humillar por
Gorca Rohde, sino porque él mismo era una abominación de la naturaleza.
Era un bicho raro, pues sólo uno de cada
5.000.000 de seres humanos nación siendo vástago, las posibilidades de que él
nacieran era de una en cinco millones. Su sangre era valiosa, muy valiosa, pues
quien bebiera esa sangre se sentiría lleno de energía y su capacidad de
regeneración se haría mucho más fuerte, tanto así que si un vástago o humano o
vampiro que acabara de morir la bebiera regresaría a la vida en cuestión de
segundos, así era de fuerte su poder y su fuerza. Aunque lo desconocía con
certeza, sabía que contaba con mayor fuerza que la de un vampiro o un vástago,
que podía salir al sol como un vástago y vivir tantos años como un vampiro. Se
sentía un ser extraño y fuera del sistema, un ser que necesita no sólo de
sangre sino de carne cruda para mantenerse con vida. Comer sólo le recordaba
que era una abominación, un error de la naturaleza a quien le dijeron que había
sido una bendición durante cinco años sólo para hacerlo sentir feliz. En medio
de esos pensamientos se encontraba cuando vio a su gato, totalmente negro,
sentado frente a él y contemplándolo con esos enormes ojos amarillos. Al menos
para él no era más que su inútil amo que no sabe cazar su propio alimento, le
debía mucho a Eres.
―Gracias amigo ―le dijo con simpleza y le
sonrió, como si el gato comprendiera realmente aquellos actos. ―Después te daré
algo de sardinas ―comentó nuevamente, le gustaba entablar conversaciones con
ese pequeño animalito, fingiendo que le escuchaba y prestaba atención.
―…Ella
aceptará que trabajes en su mansión, como uno de sus sirvientes ―la voz de Alister regresó
a su cabeza como si fuera el eco de una melodía. ―Sólo dame una respuesta ―. Eso le había dicho y se había marchado.
No había podido darle una respuesta en su
momento porque necesitaba pensarlo. Sí, necesitaba dinero para poder llegar a él, por eso había comenzado a trabajar
ahí. Contempló el dinero que Rohde había dejado sobre la mesa de noche y no era
la paga que le había prometido, no era ni la mitad de hecho. A ese paso nunca
lograría recolectar el dinero que le había sido arrebatado y que pensaba usar
para salir del país y encontrarse con el ángel que le había salvado durante sus
días de confinamiento. Le amaba y quería reunirse con él, pero tenía que
analizar todas las posibilidades.
Con esas ideas en mente, se encaminó al
armario de donde sacó ropa limpia y una toalla, y así se encaminó al baño. No
era muy grande, pero tenía lo necesario, además de una ducha y agua caliente,
era todo lo que necesitaba. Tomó el champú y el acondicionador para el cabello
y abrió el agua caliente. Hacía bastante frío y no quería que sus defensas se
debilitaran aún más. Desde que había comenzado a comer sólo carne animal su
sistema inmunológico se había debilitado bastante por lo que se enfermaba mucho
más seguido. Mientras el agua de la ducha se calentaba, se dirigió al espejo,
donde pudo versus ojeras, sus ojos hinchados de haber llorado y su boca y
colmillos manchados de sangre, al menos los moretones y las marcas de mordidas
en el cuello habían desaparecido completamente. Tomo la cajita circular donde
guardaba sus lentes de contacto, con cuidado los fue retirando de sus ojos,
quedando su de su color verdadero, del color de ojos con el que había nacido y
que aún así le disgustaba.
Se separó un poco del espejo para no verse con
claridad, al menos no en ese momento. Tomó con suavidad su cabello que ya
estaba comenzando a ser bastante largo e incómodo para él, tanto que lo ataba
en una colita para que no le molestase, ya después le cortaría lo mejor
posible, desde que había salido de su confinamiento no había cortado su cabello.
Después de tener tantos líquidos en su cabello se sentía muy pegajoso y
asqueroso, decidió que lo mejor sería quitarse completamente el tinte negro que
usaba para esconder su verdadera cabellera. No quería que nadie le reconociera,
por ese motivo había decidido usar un tinte que fuera resistente a todo pero
fácil de sacar con un champú fuerte, como el que había comprado la última vez y
que usaba sólo para sacarse el tinte negro.
Se metió bajo el agua caliente y comenzó a
tallar su cuerpo. Podía escuchar la música que estaba bastante fuerte en su
habitación. La música pop le hacía viajar nuevamente hacia otras dimensiones a
las que no podía ir estando en silencio y en completa soledad. A medida que
avanzaba en el baño sólo notaba lo deteriorado que estaba, había bajado
bastante peso desde que había salido de esa celda asquerosa en donde lo
mantenían, todo se debía a la mala alimentación a la que estaba sometido. No
podía comer carne humana, por el simple hecho de negarse a matar a algún
humano. No obstante eso, tampoco se sentía capaz de quitarle la vida a pobre
animalito indefenso. Sólo comía carne cruda cuando su mente, nublada por la
debilidad, se acercaba a una presa cazada por su gato, como una bestia brutal y
despiadada devoraba los cadáveres de roedores que el felino solía traerlo, lo
cual tampoco era fuente de mucha proteína o alimento siquiera. Pero no sólo eso
le molestaba, sino el hecho de tener que mantenerse oculto detrás de un par de
lentes de contacto y tintes para el cabello.
El gobierno le buscaba por haber escapado de
esa celda donde lo mantenían confinado y donde le suministraban no sólo el
alimento que necesitaba, sino que le quitaban gran cantidad de su sangre para
curar y revivir a los soldados que se mantenían luchando en los diferentes
frentes de batalla. Le habían trasladado a Lumina cuando era un niño de apenas
cinco años y desde ese entonces su vida se había tornado un infierno de dolor y
soledad. Cuando su ángel le rescató de ese martirio, le ayudó a escapar, aún
arriesgando su trabajo y su vida, y le proveyó del dinero suficiente para
viajar al extranjero y encontrarse con él. Le dio todo lo que pudo, le dio todo
lo que tenía, pero Ionel no pudo sobrevivir a los primeros días en el exterior
y terminó en ese estado tan deplorable en ese trabajo tan miserable, más por
los clientes a los que accedía que por otra cosa. No estaba hecho para eso, de
eso estaba seguro, pero aún dudaba de lo que su amigo le había propuesto. No es
que desconfiara de Alister, o de Meridia Balan, es que desconfiaba de sus
capacidades para hacer las cosas bien, ese joven ignoraba las habilidades que
poseía.
Terminó de lavarse, cerró el agua de la ducha,
se envolvió en una toalla y salió de detrás de la cortina de baño. Estaba todo
cubierto de vapor, parecía neblina inclusive, no se podía ver con claridad nada
del baño. Aún sabiendo esto, Ionel caminó hacia el espejo del lavamanos. Con la
punta de la toalla limpió el empañado espejo para poder contemplar su rostro.
Sus verdaderos ojos, rojos como la sangre; y su verdadero cabello, pelirrojo
bastante fuerte sin llegar a ser zanahoria. Ningún vástago o vampiro tenía los
ojos rojos como los suyos, ningún vástago o vampiro tenía su cabello, ni
siquiera los humanos poseían esa tonalidad, por eso esas características le
delataban en cuando a su verdadera naturaleza, por eso tenía que ocultarlos y
por eso comenzaba a pensar si no había alguna otra característica que pudiera
delatarle. Su sangre era muy rica, era casi adictiva, además de que dotaba de
una gran fuerza y que curaba todo, ¿qué pasaría si Gorca Rohde descubría quién
era por el simple hecho de beber su sangre?
―Te entregaría al gobierno, obviamente
―comentó una voz que parecía salir de su cabeza y que de hecho salía de su
cabeza. Supo de inmediato de quién se
trataba, aunque estaba solo en el baño.
Desempañó un poco el espejo de su baño, a su
costado izquierdo, apoyado en la pared y con las manos en los bolsillos en una
pose muy tranquila, se encontraba Ose, con sus cabellos negros como la noche,
sus ojos marrones y su tez morena, como si fuera un humano común y corriente.
―Siempre tan realista tú ―dijo una voz
femenina que también se le hacía muy familiar. Hizo lo mismo y limpió el espejo
a su derecha. Sólo así pudo ver a una joven parada a su lado, con un vestido
rosado que parecía bastante infantil y angelical, de piel blanca, ojos marrones
y cabello pelirrojo, parecía una vástago bastante atractiva y bien arreglada.
Su nombre es Nayla.
―Yo… necesito pedirles ayuda ―habló Ionel sin
despegar la vista del espejo, pues sabía que si se volteaba no iba a poder ver
a ninguno de los dos seres que veía a través del espejo.
Ose y Nayla no eran más que inventos de su
mente, el pasar tanto tiempo encerrado y sin hablar con nadie su mente se había
trastornado un poco con el correr de los años. A veces sus mayores miedos eran
las jugarretas que le hacía su cabeza, donde sus demonios le gritaban y le
hacían decir y hacer cosas que él no quería, donde aquellos le castigaban
duramente cuando no hacía lo que ellos querían. A veces su mayor miedo no era
el dolor que le provocaban aquellos hombres con batas blancas, sino los
demonios en su cabeza que le gritaban fuertemente y que aún se le acercaban
cuando se sentía mal o estaba en un estado vulnerable. Sólo el confort de su ángel podía hacer que esos demonios se
callaran, sólo él y sus palabras, sus recuerdos, todo de él hacía que las
sombras desaparezcan. Gracias a su ayuda muchos de sus monstruos y demonios se
habían alejado y ya no le molestaban todo el tiempo, había logrado recobrar las
riendas de su mente y pensar con claridad las cosas. No obstante eso, a veces
sentía la necesidad de pensar con cuidado las decisiones importantes y por eso
necesitaba hablar consigo mismo.
Cuando quería pensar y hablar consigo mismo,
sólo debía dirigirse a un espejo, cualquiera sea, y ahí podía no sólo verse a
sí mismo con su forma de vástago que ha tenido desde que nació, sino que podía
contemplar a su consciencia en forma de dos seres con forma humana y que sólo
se hacían visibles a través del espejo. Ellos solían opinar sobre sus
decisiones, aportar detalles importantes que él mismo había pasado de largo por
el hecho de estar con la mente perdida en otras cosas e inclusive eran capaces
de levantarle el ánimo con sus palabras de apoyo y aliento. Le aconsejaban
desde cosas banales hasta cosas importantes, ellos eran la voz de su conciencia
y de las pocas alucinaciones que realmente le agradaban y le ayudaban por eso
había hecho lo posible porque Ose y Nayla no se vayan de su lado.
―No sé qué hacer, ¿qué creen que sería mejor
para mí? ―preguntó aun contemplando el espejo.
―La propuesta fue bastante buena ―comenzó a
decir Ose mientras sacaba una caja de cigarrillos y encendía uno, era sólo una alucinación,
pero fumaba como si fuera un ser vivo. ―Piensa todos los beneficios que
tendrías, como un salario alto y fijo, y no tendrías que acostarte con tipos
como Rohde para tener un poco de dinero extra.
―Pero no conozco a Meridia Balan ni a su
entorno. No sé ni dónde es su mansión, ¿y si es una trampa? ―comenzó a dudar
Ionel mientras por su mente pasaban las imágenes de los vástagos soldados del
gobierno secuestrándolo como cuando era un niño de apenas cinco años.
―Oh, por favor ―comenzó a decirle Nayla al
tiempo que acomodaba su cabello pelirrojo. ―Tampoco conocías nada de D’Amour o de René o Alister y resultaron
ser buenas personas. Deberías confiar más en Alister, después de todo ella es
amiga de él ―dijo, logrando que se formara una sonrisa en el rostro de Ionel.
―Además ella es una vampiresa y tu amigo dice que tiene mucho dinero, una gran
mansión, con muchos lujos y seguramente muchas comodidades ―sus palabras
sonaban muy entusiasmada. ― ¡Es una oportunidad única en tu vida!
― ¡Nayla! ―ese fue Ose que regañaba a la
joven. Ionel pudo ver como el joven arrugaba el cigarrillo en su mano, se había
enojado con la chica por su pensamiento. ―No todo se resume en cosas lindas y
lujos, es su oportunidad para ganar dinero también.
―Pero en comparación con una habitación como
esta, la vida en una mansión de una vampiresa es mucho más cómoda y confortable
―argumentó la joven con cara de enojo, le molestaba mucho que su compañero en
alucinación la menospreciara de esa manera. ―Sé que el dinero es importante,
pero no lo es todo, Ionel tiene una meta que no es hacerse millonario, sino
encontrarse con alguien muy importante para él ―comenzó a decir la joven
mientras se iba acercando lentamente a Ose, quien comenzaba a sonrojarse e
incomodarse por la cercanía.
―Sí, sí, eso ya lo sé ―le dio la razón sin
dejar de alejarse de la muchacha. A veces Nayla hacía muy evidentes sus deseos
de que Ose la aceptara sin ningún problema o prejuicio, pero eso aún no pasaba.
―Sé que hay que llegar a él, pero
para eso necesitamos dinero…
―El problema, Ose ―comentó la joven ahora estando
aún más cerca de aquel esquivo joven, ―es que hablas como si debiéramos
acumular el dinero, cuando en realidad hay que pensar en acumular sólo lo
suficiente para pagar los gastos del viaje, la mejor opción es buscar el
trabajo que brinde mayores comodidades para que no sea tan denigrante
conseguirlo. Por eso es buena opción que él vaya con Lady Maridia Balan.
Los argumentos de la joven, sumado a la
cercanía que estaba manteniendo con ese chico en la alucinación de Ionel sólo
hicieron que Ose se quedara callado y algo nervioso. No le gustaba que ella se
le acercara tanto, no le gustaba la cercanía que ella buscaba tener con él,
pero en el fondo le dejaba tranquilo que ella estuviera allí. La relación de
ambos matices de personalidades de Nayla y Ose no era más que un reflejo de los
conflictos mentales que el vástago tenía en su propia mente, con la diferencia
de que sus contradicciones internas se materializaban a través de esos dos
seres que se le aparecían reflejados en el espejo, lo cual tampoco podría ser
considerado como una casualidad.
Mientras las dos alucinaciones comenzaban a
discutir mutuamente por la cercanía o la lejanía “física”, Ionel las
contemplaba con la mente pensativa en las cuestiones que habían planteado. Le
estaba dando la razón a lo que los dos decían, el lado monetario que planteaba
Ose era el adecuado, por más que no conociera a Lady Balan; y el lado más
“cómodo” que planteaba Nayla, también era un buen punto. Además si bien no
conocía a la vampiresa de manera directa, Alister le había contado mucho sobre
ella, lo que le daba un poco más de confianza. Sí, quizás no fuera ciento por
ciento seguro, pero obtendría dinero y no tendría que acostarse con Gorca Rohde
y terminar en ese estado tan deplorable. Quizás podría llevarse a su gato o
bailar en el escenario de D’Amour de
vez en cuento, e inclusive si eso no pasaba no le importaría porque la música
de ese bar no era su favorita.
―Lo haré ―sentenció finalmente ante la mirada
de sorpresa de sus dos espectros que simplemente le contemplaron con una
sonrisa. ― ¡Gracias! ―les dijo antes de salir de ese baño con el fin de ordenar
su habitación y poder salir finalmente de ese sitio. Le estaría eternamente
agradecido a Alister por darle esa segunda oportunidad. Alister sería el
segundo vástago a quien le debería la vida.
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