sábado, 26 de septiembre de 2020

Engel: La melodía del vampiro (Cap. 3)

 


Capítulo III:

Amour


“Amour Amour.

Alle wollen nur,

dich zähmen

[…]

Bitte Bitte, geb' mir Gift”

 

Rammstein


Subió un peldaño. La escalera que se encontraba al final del corto pasillo era bastante alta, o al menos eso pensaba en cuanto sus ojos se fijaron en ella. Iba a ser pesado para su debilitado cuerpo subir por ésta, sentía el cansancio carcomerle las entrañas lentamente, como si fuera una agonía tan grande como silenciosa. Levantar las piernas para ir subiendo le cansaba, sujetarse de la baranda de la escalera para no caer cada vez que pisaba le producía dolor, su estómago parecía estar quemándose lentamente, era una sensación que había sentido pocas veces en su vida. La primera vez que sintió esto fue hacía varios meses, o quizás años, la percepción del tiempo se hacía desear de precisión.

Subió el tercer peldaño. Se mareaba, no podía enfocar bien los objetos, los colores parecían manchas borrosas de tonos opacos totalmente diferentes a los que recordaba. Era como si sus ojos perdieran la percepción de color o de movimiento, podía ver cómo el suelo se sacudía en cámara lenta, como si un temblor de baja graduación se estuviera haciendo presente. Muchas veces le había costado enfocar objetos cuando no se alimentaba bien, llegando a confundir plantas con seres humanos o confundir los diferentes objetos dentro de su propia habitación. La capacidad de combinar colores no era su fuerte, pero en esos estados que solía tener seguido era mucho más notorio. Sus mareos y tambaleos, su falta de visión clara… Sumado a los dolores de cabeza que le atacaron. Pronto sintió una punzada en la frente, como si una aguja se hubiera enterrado en su sien.

Subió el décimo peldaño. ¡Que alguien le ayude! A veces se sentía muy solo en esa gran organización que era el bar de René. La mujer era muy buena, los vástagos eran amables, sus compañeros de trabajo rara vez le molestaban o agredían o hacían sentir mal, claro que su percepción de la realidad estaba un poco distorsionada por su propia historia de vida. La experiencia le había ensañado que gritar es mejor que pegar y que pegar es mejor que matar, que un moretón es mejor que una herida cortante, que la sangre dentro del cuerpo hace menos mal que fuera de éste, muchas veces había aplicado esta lógica y había llegado a la conclusión de que lo trataban bien. Con una sonrisa podía hablado con normalidad con la persona que le había gritado, con un abrazo le demostraba su agradecimiento a Alister por no haberlo matado cuando tuvo la oportunidad. Con todos esos gestos breves dejaba ver que su alma parecía inocente, aunque quizás no lo fuera, aunque quizás en ese momento el hambre fuera tal que no podría controlarse si se presentaba la oportunidad.

Subió el último peldaño. Cayó de rodillas. Se golpeó el rostro. La torpeza de sus pies llevó a que su cuerpo colapsara en el suelo del primer piso, de ese ansiado primer piso que le había brindado algo de la privacidad que no conocía. Nunca había sentido que algo le perteneciera, nunca había sentido que poseía algún bien material, sólo su nombre y sus pensamientos eran suyos. Se llamaba Ionel, Ionel Bogdan, aunque ahora sólo podía decir que su nombre era Ionel. Nadie tenía apellidos en ese lugar, ningún ser vástago podía tener un apellido, pues éste no era más que una virtud de vampiros y humanos. Pronto su cabeza comenzó a doler nuevamente, un dolor tan grande como repentino que le llevó a sujetársela con ambas manos aún sin poderse levantar del frío suelo sobre el que estaba tirado.

A la orilla de la escalera, justo donde terminaba la misma, justo donde comenzaba el primer y último piso, ahí había perecido. Se retorcía del dolor de cabeza, al cual pronto se le sumó el dolor de estómago. El fuego que había sentido desde hacía un momento ahora se transformaba en algo más grande, en algo que le carcomía las pocas entrañas que sentía vivas aún. Sus órganos comenzarían a ser devorados rápidamente, la sangre que había bebido, que era mucha por cierto, no era suficiente para calmar su hambre, no era suficiente alimento para él pese a tener una contextura muy delgada y menuda. Un grito ahogado de dolor fue acompañado nuevamente por su cuerpo que se curvaba en espasmos. Se sentía desfallecer en ese lugar, su vista se nublaba nuevamente y su mente divagaba por confines que había intentado acallar y ocultar del mundo exterior con todas sus fuerzas.

Un gemido lastimero escapó de sus labios cuando su cuerpo quedó tendido, boca arriba, en medio del pasillo. El primer y último piso de D’Amour, como todos los bares de René, consistía en un largo pasillo en el cual se encontraban las puertas a las habitaciones de sus trabajadores. Cada trabajador en situación de calle, pues al recoger a los vástagos descartados por el gobierno la mayoría no poseía ni el dinero para alquilar un lugar o el poder económico necesario para tener ya una casa donde habitar, por ese motivo la mujer decidió que cada vástago tendría su habitación siempre y cuando no quiera irse y trabaje en el bar. René era una mujer buena pero justa, Ionel debía admitir eso. Su habitación era la número 6, una de las ubicadas en el centro del pasillo. Podía ver la puerta con el seis escrito con letras doradas sobre la superficie de madera. Aún era temprano y el pasillo estaba deshabitado, era cuestión de tiempo para que todos los demás subieran con sus clientes de esa noche.

Intentaba ponerse de pie, intentaba mover sus piernas y brazos, pero las fuerzas apenas sí le alcanzaron para arrastrarse hasta la puerta número 6 del pasillo. Casi estaba en el medio y temía que pronto alguien lo viera en esa condición tan deplorable, tan miserable, tenía un leve orgullo que le llevaba a sentirse mal cada vez que alguien le veía en una situación incómoda. Su dignidad y orgullo habían sido pisoteadas con anterioridad, en reiteradas ocasiones, tantas que al principio no conocía el significado de esas palabras y mucho menos el cómo aplicarlas a su vida. No obstante, con el tiempo fue conociendo lo que significaban y cómo ponerlas en práctica, aunque le fuera fácil dejar de lado su dignidad con tal de tener un poco de dinero extra, su amado lo valía, lo vale y seguramente lo valdrá en el futuro.

—Vas a morir —sentenció una voz femenina plasmada en su cabeza, una de esas voces que le decían cosas negativas, pero con mucho dolor. Una voz femenina a la que había bautizado como Nayla. El nombre no era lo más interesante desde su punto de vista, pues esa voz no era más que parte de su ser, pero al nombrarla pasaba a tener cierta distinción entre las otras voces femeninas que a veces le decían palabras al azar.

Debiste matarlo —acotó ahora una voz masculina, a veces él era el que más se manifestaba en su mundo casi imaginario. Saber que Ose no era más que un invento de su mente y aun así no podía dejar de hablar con él.  No poder salir de su mundo le desesperaba. La misma desesperación con la que convivió una gran cantidad de tiempo, tanto que no podría especificarlo.

—Cállense —comenzó a decir Ionel cuando algo le golpeó con fuerza. No, no era un golpe físico, sino un golpe de olor que llegó a su nariz. Una fragancia conocida pero que había buscado evitar a toda costa. —No…

Déjate llevar —habló una voz entre femenina y masculina, parecía híbrida.

Ionel se retorció del dolor de cabeza y de estómago, estaba realmente negado, estaba cegado por la falta de alimentos y su cuerpo estaba reaccionando como su naturaleza dictaba.

—No puedo hacer eso —decía el joven mientras se arrodillaba delante de su propia puerta.

 Debes hacerlo —dijo la voz femenina, Nayla estaba hablando con él directamente.

O morirás —acotó Ose, aquella voz masculina que se negaba a irse.

—No quiero —susurró Ionel con un hilo de voz que apenas sí podría haber sido audible para alguien que estuviera parado a su lado.

No quieres morir —dijo nuevamente esa voz híbrida que a veces se hacía presente entre esas conversaciones extrañas que solía tener consigo mismo. Ella era una síntesis de Nayla y Ose, algo deforme y que le molestaba más que los demás, algo sin apariencia física, pues no podía imaginarse cómo sería el ser que tuviera esa voz casi de ultratumba.

Sintió un escalofrío, se retorció de dolor, cerró los ojos con fuerza e intentó taparse los oídos para no escuchar las voces de su cabeza, como si con eso pudiera acallarlas. Grave error y gran equivocación. Un grito casi sordo salió de su garganta, no podía más con el dolor y la presión de escuchar a sus voces internas decirle hacer algo que no quería. Su cuerpo no respondía, su mente no respondía, no podía tolerar mucho tiempo más el dolor que le estaba provocando la situación, el malestar general en el que se estaba convirtiendo sus dolores de estómago. Era como un fuego, un fuego interno que crecía desde su estómago y se esparcía por todo su cuerpo. Negaba con la cabeza e intentaba abrir los ojos y focalizar, pero no podía, todo estaba borroso, no podía ver nada con claridad.

No luches más —repetía aquella voz amorfa sin descanso y en un tono casi burlesco.

Sobrevive, sobrevive, sobrevive —. Esas palabras se repetían una y otra vez, todos la gritaban, la rogaban, la escupían con malicia y con burla. Como si se jactaran de lo que estaba sintiendo, como si sus dolores fueran causados por ellos a propósito, como si eso les divirtiera.

—Basta… Por favor —decía el joven vástago, quien había logrado arrodillarse y apoyar su cabeza contra la puerta. Dolía mucho, todo su cuerpo dolía mucho y su cabeza no daba más, no podía seguir luchando como lo estaba haciendo, no podía seguir con lo que estaba haciendo, necesitaba lo que su cabeza demandaba, pero no lo quería aceptar. No podía, no quería, no debía… o al menos eso se decía a sí mismo cada vez que se presentaba la oportunidad.

Sobrevive —dijo finalmente una de las voces antes de que el vástago diera un grito bastante fuerte pero aún no audible para el resto de los presentes en el bar esa noche.

Intentó acallar sus gritos, callar sus súplicas e ignorar el dolor, pero no pudo. Escuchó los pasos de alguien que subía las escaleras desde la otra puerta, pues a ese pasillo se podía llegar desde dos escaleras ubicadas detrás de dos puertas nada más. Se puso nervioso, sus manos sudaron más y su cuerpo sufrió un espasmo que le contrajo gran cantidad de sus músculos haciendo que se retorciera sobre sí mismo otra vez. Elevó la cabeza y contempló el pomo de la puerta. Con las energías que le quedaban y sintiendo el olor que llegaba a su nariz apoderarse de sus deseos, jaló del mismo haciendo que la puerta se abriese. No la había dejado con llave dado que no tenía cosas muy valiosas que se pudieran tomar con facilidad.

La puerta se abrió con brusquedad, gracias a que su cuerpo seguía recargado sobre la misma cuando se abrió. Cayó de espaldas, causando una nueva conmoción a su cuerpo y más dolores, que fueron fácilmente ignorados gracias a que el estómago parecía que por fin comenzaba a devorarlo de adentro hacia afuera. Como pudo se logró mover hacia el interior de su habitación, jadeaba del cansancio que sentía en ese momento, aún no podía enfocar bien la vista, pero estaba consciente de que poco le faltaba para estar completamente dentro de su habitación.

— ¿Hay alguien ahí? —escuchó la voz de uno de sus compañeros de trabajo, al parecer había escuchado sus movimientos y quizás algún sonido que hubiera emitido.

Con la rapidez que le permitió su debilitado cuerpo, se volteó y se apoyó sobre sus codos para patear la puerta de su habitación lo suficientemente fuerte como para que ésta se cerrara.

Se relajó; se quedó tendido en el suelo. Estaba solo, completamente solo. Sus jadeos hacían eco en la habitación que René le había otorgado, así como el silencio se hizo presente, nadie le hablaba ni dentro ni fuera de su cabeza. Por un momento su cuerpo no reaccionó, como si los dolores se hubieran detenido, como si los espasmos que estaba teniendo se hubieran detenido, como si estuviera bien de nuevo. La imagen de su ser amado se le vino a la mente, ¿cómo había sido tan estúpido de perder el dinero que él le había otorgado para que viajara? Conocía que las condiciones de su amor eran complicadas, por eso habían arreglado que él iría hacia su persona en aquel país extraño del que poco y nada conocía. Por eso se había sentido capaz de ir a buscarlo, se había sentido completamente capaz de irlo a buscar y vivir felices juntos, pero las cosas no habían sido como había planeado.

Oh, su amado, oh su amor, que seguro le estaba esperando con muchas ansias, que seguro estaba velando por su seguridad desde ese continente perdido a la buena de Dios, y él ahí, tumbado en el suelo, retorciéndose del dolor y luchando por no morir. Quizás la única excusa para poder seguir viviendo como debía hacerlo era encontrarse con su amado, con ese joven vástago al que no conocía más que por el apodo de doc. Nunca le dijo su nombre, nunca le comentó de dónde venía o mucho más de su vida, tal vez debió haberle preguntado, pero en ese momento no se le ocurrieron cosas más interesantes que decirle más que hablar de cosas triviales, que le contara del mundo, de todo lo que sabía y rogarle que le sacada de esa pocilga pero sólo con la mirada. Nunca se lo dijo directamente, nunca le pidió que le liberara, en el fondo se había resignado y rendido con respecto a tener otra vida que no fuera esa, pero con él sintió más esperanzas. Sintió que volvía a vivir estando con él, sintió que le estaba dando vida, que ese hombre, que ese tal doc como se acostumbró a decirle, era la ventana que lo sacaría de su prisión.

Un espasmo de dolor le provocó contraerse sobre su abdomen, como si sus intestinos hubieran sido sujetados con fuerza y retorcidos con la misma fuerza. Se retorció y pataleó del dolor, gritó y se le escapó una lágrima, en la privacidad de su propia habitación se permitía a sí mismo ser como había sido siempre. Gracias a ese espasmo de dolor tan repentino, logró ubicarse de costado. Pronto ese olor llegó a su nariz, ese olor que le despertó con más fuerza el salvajismo que siempre trataba de ocultar. Volteó su cabeza y pudo ver la fuente del hedor, el causante de su padecimiento y a la vez al ser que lo quería salvar, junto a aquel cadáver que desprendía esa pestilencia a muerto que tanto le llamaba, que tanto le despertaba sus instintos, que le podría salvar la vida.

—Eros —dijo en voz baja Ionel, el gato le respondió con un maullido bastante animado. El animal había estado sentado en la misma posición desde que su amo había entrado en la habitación. Entre las patas, como si fuera una especie de ofrenda, había una grande e imponente rata muerta, al parecer el gato tenía sus dotes de cazador. — ¿Es… para mí? —preguntó el joven vástago más al aire que al gato en particular. —Gra…gracias… —. Pudo sentir cómo la cordura abandonaba su cuerpo en cuanto vio a la rata muerta siendo ofrecida a él.

Eros era su gato, su amigable, cariñoso y comprensivo gatito, al cual había conocido después de llegar a D’Amour. Era un gato grande, peludo y de color puramente negro, era como contemplar una gema preciosa y valiosa a través de los ojos de ese ser vivo. Cuando le conoció, ya era un gato adulto que había vivido en ese edificio toda la vida, por la forma en que se manejaba en éste. Ionel lo bautizó Eros porque fue el primero del bar que se le acercó y se frotó contra su pierna en señal de saludo, el amor que desbordaba ese gato llegó a su cuerpo como una inyección de esperanza, por eso le nombró Eros que, en una de las mitologías más viejas de las que había leído en los años de su confinamiento, es el nombre del Dios del amor. Con el tiempo la relación entre los dos se fue haciendo más y más estrecha, llegando él mismo a pensar que ese ser vivo le amaba tanto como él le amaba y le comprendía mucho mejor que él. No pasó mucho tiempo para que el gato empezara a llevarle cosas y animales que cazaba, como si comprendiera la verdadera necesidad de su nuevo amigo.

Ionel Bogdan era un vástago diferente, era un vástago especial, no era como todos los demás. Los vástagos no nacen, se hacen a partir de inyectar ADN vampiro en un humano joven que pueda asimilar sus células. A veces la transformación no tenía éxito y el humano moría, la gran mayoría de las veces, y gracias a los avances médicos de los vampiros y vástagos, no fallaba y eran creados vástagos perfectos para desempeñar las tareas que se le asignasen. Pues los vástagos pueden caminar a la luz del sol, cosa que los vampiros no pueden hacer a menos que se cubran de pies a cabeza. Pero Ionel era diferente, había nacido vástago, como uno de los casos más extraños del mundo, y de Gigat. Por este motivo el joven vástago posee características diferentes a las de los demás, además de un lado salvaje más marcado. La sangre es el alimento principal de un vástago o un vampiro, pero un ser que nace vástago necesita más que eso, necesita más que sangre, más que sólo beber y dejar vivo a su comida, necesita más que todo eso. Necesita carne cruda. Aunque no cualquier tipo carne le alimentará completamente, la carne de animal estará bien para alguien como él, que siempre se había visto negado a comer su verdadero alimento.

Se levantó con fuerza, sus ojos estaban desorbitados y abiertos de par en par, anonadado, entregado a sus instintos y a su naturaleza, seguro de que su cuerpo lo necesitaba, de lo contrario moriría de una forma dolorosa. Avanzó con un solo paso hasta donde estaban el gato y el cadáver, casi de inmediato Eros retrocedió, sabiendo que él ya no tenía motivo en ese lugarcito. Con calma y de un salto, subió a la cama de Ionel, acomodó levemente la almohada y se recostó en ella, su amigo no hacía mucho ruido al alimentarse por lo que nada le interrumpiría su leve siesta.

Ya sin pensarlo, ya sin notar lo que estaba haciendo, movido por sus instintos salvajes con los que luchó y lucharía toda su vida, movido por el hambre que sentía desde hacía mucho tiempo, se arrodilló junto a la gran rata. Sin cuidado alguno la tomó entre sus manos y la acercó a su boca, sus colmillos considerablemente más grandes que los de un vástago común y corriente se hundieron el cuerpo del cadáver. Pronto comenzaría a succionar la sangre del mismo, la poca sangre que le quedaría, de a poco su cuerpo se chupaba, quedando la carne, la piel y los huesos, y ese pelo de rata que a cualquiera le habría dado asco, pero en ese estado nada haría la diferencia en Ionel. Una vez seco, quebró en dos el cuerpo del animal para comenzar a engullirlo.

Sus dientes, más filosos, más puntiagudos, tanto que a un dentista llamarían enormemente la atención, se incrustaron en el animal y comenzaron a desgarrarlo, devorando así la poca carne que existiera en el pequeño cuerpo de aquella rata. Tragaba la carne cruda de aquel ser como si fuera un animal, una bestia salvaje que hacía muchos días no comía. La realidad era que los instintos de ese vástago tan inocente, tan calmado, tan débil como parecía, eran más que salvajes y destructivos. Eros los calmaba con ratones que cazaba en las calles y le traía, como si fuera consciente del peligro que significaba que ese vástago estuviera suelto y hambriento por el bar de René. Pero si no lo hiciera, matar hubiera sido el primer impulso de ese joven que hasta los huesos de la rata se comió en sus ansias por devorar. El pelo de rata estaba esparcido por la habitación, al parecer la bestia salvaje no quería devorarlos sabiendo que podrían causarle dolores de estómago.

El crujir de los huesos al resquebrajarse entre sus dientes, la forma bestial de devorar esa carne como si no hubiera un mañana y el éxtasis de haber probado alimento después de un par de semanas le produjo un shock tal que se estremeció en una convulsión bastante extravagante. De repente sus ojos se cerraron en un tiempo prolongado, el suficiente como para que por los gritos y voces se agolparan en su cabeza, chocaran entre sí y se deshicieran en un abismo de silencio que hubo en cuento abrió los ojos. Más relajado, con su hambre saciada en parte –un ratón por más gordo que fuera no podría calmar su hambre tan grande pero sí darle fuerzas– y sin dolores, era más consciente de su alrededor. Una breve paz se apoderó de él, tenía silencio y bienestar que hacía mucho tiempo no sentía, por fin Ose y Nayla y esa voz extraña que no se iba habían desaparecido. Sólo podía pensar en su amado doc y que si él estuviera allí no le pasarían esas cosas, él siempre le cuidaba, él siempre estaba a su lado cuando lo necesitaba, siempre le entregaba más de lo que él mismo podía brindarle, sólo debía de llegar hasta él, como habían hecho el trato. Lo estaba esperando seguramente, seguramente estaba impaciente por verlo, por abrazarlo y quizás por besarlo, le hubiera encantado conocer el verdadero significado de un beso antes, para poder haberle entregado uno antes de que se separaran.

A pesar de la sonrisa que se había formado en su rostro gracias al a imagen de su amado, cuando elevó la vista contempló a su gato. Eres estaba dormido encima de su cama, sobre su almohada para ser exactos, y eso fue como un balde agua fría para él. Abrió fuertemente los ojos y miró hacia abajo, pues estaba arrodillado en el suelo. No había mucho desastre, al parecer no había desperdiciado ni un gramo del pobre ratón. Sí un poco de pelo esparcido a su alrededor y varias gotas de sangre que habían resbalado no sólo de su boca o de sus manos, sino también desde su ventana hasta llegar al lugar donde estaba.

Se estremeció, su corazón se aceleró fuertemente, su respiración se volvió arrítmica y su cuerpo comenzó a temblar como si de un gran ataque de ansiedad se tratara. Con sólo contemplar sus manos cubiertas de sangre, con sólo quitarse los pelos de rata de entre sus dientes y ver lo que había hecho a su alrededor se le vinieron a la mente las secuencias de lo que fue su encierro, lo que había hecho, recordó lo que era y su naturaleza. Ya no se movía por instintos, ya no dejaba suelto a su lado salvaje, habían vuelto a ser el Ionel de siempre, el Ionel consciente. Pasó un par de minutos en los que su cuerpo no paró de temblar, aunque hacía años que se alimentaba de aquella manera, nunca dejaba de estar shokeado por lo que hacía, siempre odiaba su naturaleza y su cuerpo, odiaba tener que comer de aquella manera. Acto seguido, una vez que su cuerpo comenzó a calmarse por lo que pasaba, estalló en llanto. Los sollozos empezaron a hacerse presente en medio de la habitación, sin poder detenerlos fácilmente, dejándolos salir con la complicidad de estar solo en la privacidad de su propia habitación.

—Pobre… pobre ratón —fue lo primero que salió de entre sus labios. Un pensamiento casi estúpido, un pensamiento que se contradecía con todo lo que él mismo era. La pena y la compasión que sentía por los seres vivos, por todo ser vivo, lo había llevado a desear comer sólo vegetales, aunque su cuerpo le pidiera carne cruda y no justamente de animal.

El llanto seguía, cada vez más silencioso, las lágrimas fluían por sus mejillas, no podía detenerlas. Sentía vergüenza de ser así, se sentía diferente, un asesino, un monstruo que no podía sobrevivir si no absorbía la vida de otro ser vivo. Todo lo había llevado a cuestas desde que comprendió su naturaleza, desde que esas torturas se hicieron presentes, desde que la vida le había puesto en su lugar, en el lugar que el gobierno quería que estuviera y al que pensó que pertenecía. Sólo su amado doc le había enseñado que no era así, que no merecía ser tratado de aquella manera, pero no fue una tarea fácil de llevar a cabo. Le puso empeño, alma y hasta corazón, por eso Ionel sabía que el amor que sentía era recíproco. Su imagen era lo único que le calmaba, la idea de volverlo a ver era lo que le hacía seguir adelante, sus deseos de estar a su lado le llevaban a seguir adelante, por eso su llanto se fue calmado más rápido que en otras ocasiones. En un momento el silencio se hizo presente, sólo Eres le contemplaba desde encima de la cama, el gato parecía estar completamente satisfecho por los resultados que había obtenido.

—Gorca Rohde —dijo de repente, al caer en cuenta de que podría subir en cualquier momento. Como si un rayo de luz le hubiera atravesado la mente en forma casi instantánea.

Se puso de pie como un robot que acababa de ser despertado, como todas aquellas veces que se había visto obligado a tomar otro curso de acción que él mismo no deseaba. De esa forma automática, casi monótona, se hizo a la tarea de limpiar la sangre que había en el suelo, barrer los pelos del pobre animal que habían quedado, limpiar y acondicionar su habitación lo mejor posible. También se vio obligado a sacar a Eres al pequeño balcón que poseía, no quería que estuviera presente estando el vampiro ahí mismo, pues no conocía de qué podía ser capaz si veía al pobre animal ahí durmiendo, no quería arriesgar a nadie más.

Una vez que cerró el gran ventanal, dejando a su preciado amigo afuera, escuchó los golpes en la puerta. No tuvo que pensar demasiado quien era, sólo podía ser el vampiro que tanto estaba esperando. Tragó saliva, puso la mente en blanco por un segundo para después llenar el vacío de su cabeza con la imagen de doc. Ojalá no lo olvide, ojalá tenga muy presente su figura tanto como él mismo la tenía presente, ojalá lo pueda ver en el futuro, ojalá la vida le sonriera una vez más. Sabía lo que seguiría de esa noche, se había preparado para ello en cuanto lo vio entrar en el bar esa noche, tenía la meta de conseguir más dinero, no le quedaba mucho por juntar, sólo un poco más y podría viajar. Los pasajes de avión y las salidas ilegales del Gigat, dado que él no tenía documento de identidad ni siquiera el de “vástago descartado” por el hecho de haber escapado, eran muy costosas.

Caminó hacia la puerta, con la lentitud de quien analiza fríamente sus movimientos. Mas antes de abrir se miró en el espejo, había tenido tiempo de cambiarse de ropa y poner en el cesto de lavar la que tenía sucia, llena de sangre y pelos de la miserable rata. En su lugar, se había puesto unos pantalones largos y una remera que dejaba al descubierto su ombligo con la perforación en él. Siempre que Gorca Rohde le contrataba debía usar esa remera que dejara bien al descubierto la marca que le había dejado, la marca de pertenencia, de exclusividad. El recuerdo de ese clavo caliente atravesando su piel, del metal atravesándole lentamente y del adorno siendo colocado en su lugar, le causaba escalofríos, pero debía de superarlo, superar el miedo que le provocaba el pasar la noche con ese hombre, más ahora que le había desafiado y que debía de cumplir con el desafío.

Abrió la puerta y vio al vampiro de traje parado delante de la misma. Su sonrisa ladina se hacía presente en su rostro, apoyando el brazo en la pared y ladeando la cabeza, como examinándole completamente, como si lo desnudara y lo devorara con esa sola mirada. No pudo evitar sentirse un poco intimidado, más allá de la diferencia de altura, el porte imponente de ese vampiro que se sabía con todo el derecho de hacer lo que quisiera con su cuerpo. A pesar de ello le miró desafiante, no iba a demostrarle que estaba asustado, ni siquiera le iba a demostrar que estaba completamente reacio a seguir con esto.

 

—Lord Rohde —comentó Ionel a modo de una suerte de saludo.

Con el mismo aire presuntuoso con que se había parado, el vampiro dio un paso al frente, por supuesto que el vástago no se movió de su lugar, no quería dejarse intimidar tan fácilmente, además conocía que ese tipo de juego realmente le gustaba a su sádico acompañante nocturno. Viendo éste último acto de joven, el mayor elevó una de sus manos hasta tocar le mentón del muchacho. Sin mucho cuidado lo elevó para contemplarlo a los ojos, esos ojos tan sinceros como inocentes que dejaban traslucir su verdadera esencia, sus deseos, sus miedos, era como ver un espejo completamente trasparente. Esa era la mirada que le gusta al vampiro, una mirada que pudiera corromper, destrozar, aniquilar con sus acciones, era un fin demasiado sádico y despiadado a decir verdad.

— ¿Me estabas esperando? —pronunció casi como un susurro, pues Ionel pudo sentir el aliento de ese hombre golpear contra su rostro, como una especie de presagio del resto de la noche. Ante esa demostración de dominio, el joven no pudo hacer otra cosa que no fuera alejar la mano de ese sujeto.

—Pasa, por favor —le pidió una vez lejos del agarre del contrario, sin notar que era él quien retrocedía.

—Oh, mi niño —comentó el Lord vampiro con esa sonrisa casi diabólica, que rozaba la mezcla adecuada de la locura y la lujuria, la actitud del pequeño vástago le llenaba de deseo, le hacía caer en los sentimientos más primitivos inclusive. Sus alas estaban a punto de salir de sus cuencas al sentir la descarga de adrenalina que sintió en ese momento, pero se contuvo, no quería acabar todo tan de prisa.

Un grito escapó de los labios del vástago en cuento sintió cómo la mano de Gorca, la misma que le había sostenido con anterioridad, le tomaba por el mentón nuevamente, con más rudeza y tosquedad que antes, con más demanda y más lujuria. Sin mediar palabras, sin darle tiempo a reaccionar, el vampiro acercó sus labios a los del chico y lo besó de forma apasionada. La lengua del mayor se adentró en su boca, lamiendo cada rincón de su paladar, frotándose contra la lengua contraria, degustando la parálisis que causó en el cuerpo contrario dada la brusquedad del momento. Pronto a la invasión de su boca, se le sumaron las mordidas, aún leves pero notorias. Mordisqueaba sus labios, la lengua del contrario, sacando suaves quejidos que eran acallados por la unión de sus dos bocas. La saliva y algunos hilillos de sangre se entremezclaban en esa danza brutal que no era más que el prólogo de lo que sería un derramamiento de sangre abismal.

En cuanto Rohde estuvo satisfecho, soltó con brusquedad al muchacho, quien se permitió respirar con fluidez y de forma demasiado exagerada, y es que había sentido que su boca era igual o más profanada que su cuerpo. Normalmente no besaba a los clientes, pues le habían enseñado que los besos y las caricias de más deberían estar destinadas a una persona especial, a aquella persona que realmente las mereciera, esa persona que amara. Estaba estupefacto y se sentía aún más profanado que si hubiera hecho algo a su cuerpo, la vergüenza y el enojo le invadieron, pero hizo lo posible por mantener la calma y que las voces de su cabeza no aparecieran para perturbar su ya tormentoso pensamiento. El sonido de la puerta siendo cerrada con brusquedad le hizo sobresaltarse y mirar con cierto pánico a su cliente, tragó saliva y comenzó a retroceder instintivamente, se estaba arrepintiendo de haber aceptado ser el acompañante del Lord Gorca Rohde y de haberlo desafiado como había hecho hacía ya varios minutos.

Con esa sonrisa lujuriosa que dejaba traslucir sus colmillos por encima de los labios, con esos ojos dorados que brillaban en medio de la oscuridad de la habitación y desabotonando los puños de su camisa el vampiro se acercó a Ionel. Éste último, en su afán de retroceder se topó con su propia cama, sintiendo que hasta ahí había llevado su oportunidad de alejarse más de ese hombre y prolongar lo inevitable. Sin mediar palabra y con un rápido movimiento, el vampiro lo tomó por el cuello, causando una leve asfixia por parte del otro, disfrutó de esos segundos de padecimiento del contrario y lo arrojó a la cama como quien tira un peso muerto. Ionel cayó sobre su cama con la fuerza suficiente como para rebotar en ella y volver a caer con un fuerte dolor en la espalda. Se intentó incorporar levemente y contempló a Rohde terminando de quitarse la camisa y arrojándola a algún lugar en el suelo, lo vio sacarse los zapatos sin despegar la vista de su cuerpo.

—Gorca… Espera —le dijo en un tono casi suplicante, como rogándole ser cuidadoso, pidiéndole compasión que el hombre no iba a tener. Esas palabras dichas en ese tono no hicieron más que despertar aún más los deseos del contrario, quien dejó salir una risa bastante burlesca que resonó en la habitación. Era como ver un completo loco. Un lunático.

—Me encanta —dijo en un susurro el adinerado vampiro mientras se tiraba encima del cuerpo pequeño, pues en comparación Ionel era muy menudo y bajito en comparación con Rohde. Tocó el estómago de Ionel con mucho descaro, palpando la perforación de su ombligo y jugando con la piedrilla que yacía en él, esos toques no hacían más que traer dolor a la mente del muchacho.

El joven se quedó quieto, con la respiración agitada mientras veía como, de forma rápida, el hombre se abalanzaba sobre él como si fuera una de esas presas a cazar. Sin previo aviso, sintió los colmillos clavarse entre su cuello y su hombro derecho, como si dos agujas en llamas fueran enterradas en su piel. Un grito salió de la boca del vástago pues el dolor le invadió de inmediato. Acto seguido, Gorca comenzó a beber la sangre que manaba de la herida infringida. El sabor de Ionel, la sangre de ese vástago era como el manjar de los dioses, era esa sangre que nunca había probado hasta que lo probó a él, era adictiva y sentía como si le llenara de vitalidad. Lord Gorca Rohde no comprendía lo cerca que estaba de la realidad, sólo comprendía que quería seguir bebiendo de esa sangre que le había despertado adicción desde la primera vez que la probó.

Ionel intentaba empujarlo, pero sus manos fueron sujetas por el vampiro quien siguió repartiendo mordidas a lo largo que su pecho. La remera comenzaba a sobrar en ese momento, por lo que Rohde le soltó por breves segundo para poder desgarrar esa molesta remera a la mitad. Una vez libre uno de sus pezones fue la primera víctima de sus lamidas, mordiscos y grandes mordidas, pronto los pequeños ríos de sangre comenzaron a correr por su pecho. Pronto hizo lo mismo con su otro pezón, brindándole más lamidas y leves mordiscos, dejando salir un par de gemidos por pare de Ionel. Una mezcla de dolor y placer se hacía presente mientras los colmillos de su cliente se repartían por todo su pecho y abdomen, la cabeza comenzaba a darle vueltas por la pérdida de sangre, pero lo ignoró con facilidad.

Sin perder tiempo, Rohde comenzó a bajar por el cuerpo del chico. Ionel clavó sus garras en la espalda de aquel vampiro, provocando que éste gritara y que se abrieran algunas heridas en su espalda, pero no eran nada comparadas con las que el cuerpo de Ionel estaba recibiendo. Le quitó el pantalón sin esfuerzo, pero tampoco con suavidad, el vástago se quedó quieto y sintió como los labios de aquel hombre rodeaban su miembro. Sentir esa mezcla de ardor y placer, pues las garras del vampiro estaban abriendo heridas en su vientre, le hacía retorcerse y dejar salir varios gemidos que no podría distinguir si era dolor o placer. Los movimientos de la lengua de Rohde estaban causando que el placer superara al dolor, pero fue en ese momento en que el vampiro dejó lo que estaba haciendo para beber los surcos de sangre que él mismo había abierto.

La respiración agitada del vástago, quien había tomado el cabello de su cliente y lo jalaba como invitándole y rogándole por más placer. Por supuesto que sus súplicas fueron ignoradas completamente, Rohde no tenía intención de hacerle disfrutar, sólo quería satisfacerse a sí mismo. Tomó con fuerza los cabellos negros del vástago y le elevó, un grito salió del a boca del joven, quien pronto intentó librarse del agarre. Caso contrario, mientras más gritaba, mientras más se resistía, más era jalado y removido por el hombre.

—Eso —decía el vampiro con cada zamarreo que brindaba al pobre vástago que podía sentir como las heridas de su cuello y hombro sangraban más con cada movimiento. —Grita más, es música para mis oídos —decía con los ojos cegados por la lujuria.

—Basta… Duele… —decía el chico entre gritos y quejidos, pero cada palabra era inútil.

—Eres mío, haré lo que quiera contigo —dijo finalmente el hombre al tiempo que colocaba boca abajo en la cama.

Desde un ángulo que duró unos segundos, Ionel pudo ver como el bulto entre sus piernas se había hecho bastante grande y prominente, sólo pudo pensar en la confusión que sentía. Lo deseaba, su cuerpo había reaccionado a sus caricias tan rudas, pero no lo quería, no quería sentir dolor, no quería sentir que estaba traicionando a su amado al disfrutar de estos actos.

Las garras, las mordidas se desplegaron a lo largo de su espalda, glúteos y piernas. La pérdida de sangre era demasiado grande y su cuerpo no estaba bien nutrido como para hacer frente a estos actos. Sentía que la cabeza le daba vueltas mientras la mezcla de dolor y placer le aquejaba y le torturaba como si fuera un castigo divino. El castigo que pensaba que merecía, el castigo por ser diferente, por causar tantos problemas, por no ser lo adecuado para su amado.

Pronto sintió como un dedo se adentraba en él, causando esa sensación de incomodidad que solía sentir siempre que eso pasaba. Los actos sexuales con clientes desconocidos o sádicos, hacía que fueran extraños, distantes, le hacían sentir como si fuera una muñeca con el único fin de satisfacer hombres. A veces sentía asco de sí mismo, pero al ver el dinero que podía hacer con simplemente vender su cuerpo hacía que sus deseos de ver a su amado opacaran cada humillación que sentía. Una lágrima revoltosa brotó de sus ojos, mezclándose con otras lágrimas que corrían en ese momento.

— ¿Tan temprano y ya estás llorando? —se burló el hombre al tiempo que jalaba del cabello del muchacho y lamía las lágrimas, pasando su lengua por sus mejillas. —Aún falta mucho, mi niño.

Un dolor punzante, un dolor que le destrozó el alma y que le hizo dejar salir un grito agudo y poco cuidado, un grito lleno cierto odio hacia su cliente. La penetración había sido fuerte, sin previo aviso y sin un ápice de compasión. Sentir como su ano era desgarrado por ese miembro ajeno no hizo más que sacar más gritos por parte del chico cuya sangre ya manchaba las sábanas de su cama. No le había soltado del cabello, por lo que la mueca de dolor y tristeza, a su vez mezclada con el odio, era un placer de ver para su cliente.

Gorca Rohde disfrutaba tanto del dolor ajeno que el simple hecho de verlo reflejado en el rostro de un joven, de apariencia menor, de contextura frágil y personalidad amable y dulce le hacía excitar por sobremanera. Acompañado de movimientos brutales, las embestidas en el cuerpo del pobre chico comenzaron sin pena ni gloria. Ionel estaba más que resignado a ser parte de esa espantosa hazaña, pero también estaba decidido a no dejarse vencer, a no desmayarse por el dolor y la pérdida de sangre. No sentía ya placer, el placer había quedado relegado a una mera reaccionó física que le permitía mantener su pene erecto y que el vampiro se distrajera usando su cuerpo, por el que había pagado de hecho.

Su amado se sentiría completamente asqueado, horrorizado, destrozado si supiera lo que estaba haciendo. No penaba seguir con eso una vez que estuviera junto a su amado doc. Oh, doc… él era lo único en lo que pensaba su mente mientras sentía sus cabellos se jalados y cómo los colmillos se clavaban en su espalda, como si estos actos fueran soporte de las penetraciones y los cambios abruptos de posiciones. Su cuerpo parecía de trapo, sus gemidos eran más que fingidos, pero a los oídos de ese sádico éstos no significaban nada, no importaba si Ionel disfrutaba o no, sólo le importaba su propio placer. Las articulaciones, que se habían visto obligadas a moverse en direcciones casi imposibles, comenzaban a doler y a fallarle, como si estuviera débil de nuevo a pesar de haber comido hacía pocos segundos. Lo único positivo de estar débil de nuevo y teniendo sexo con Gorca Rohde, era que las voces de su cabeza se habían quedado mudas, como si ni su mente pudiera pensar con claridad.

Oh, doc… Oh amor mío, quiero verte… Esos pensamientos atravesaban la mente nublada y aturdida del joven vástago. Algunas lágrimas cayeron por sus mejillas ante tamaña humillación y al sentir cómo el miembro de ese vampiro invadía su boca como si ésta le perteneciera. El sabor era asqueroso, completamente asqueroso, no quería pensar más, quería que todo eso pasara rápido. A veces se ahogaba un poco y debía morderle para que le soltara, esta acción provocaba que el vampiro le asfixiara por breves instantes. No entendía cómo alguien podía sentir placer con algo así, no entendía que pudiera alguien estar en su posición por mera voluntad. Pero es que Ionel no había conocido otras personas con esos gustos, a pesar de moverse en el mundo de la prostitución y los bares. Aún con las lágrimas y ese sollozo lastimero saliendo de sus labios, el vampiro no se pensaba detener, iba a ser una noche realmente larga y debía aguantarla. Necesitaba dinero, y eso iba a conseguir.

Imaginar a doc, a su amado doc, era lo que le había mantenido vivo. Era lo que le dotaba de energía, era lo que le movía a seguir adelante. Doc siempre había sido su única meta, su único sustento y su única escapatoria a todo lo que había vivido, a pesar de no saber su nombre. Doc era su vida.

Corría con rapidez entre las casas derrumbadas, entre esos árboles desteñidos y solitarios, entre esas casas deshabitadas, destrozadas por la guerra y por la radiación de aquella bomba que cayó allí hacía tanto tiempo. Había tenido que caer en ese lugar para poder escapar, ese era el plan. El pueblo desierto detrás de su cárcel, el pueblo al que todos le temían, aquel pueblo del que pocos podrían salir vivos, no podría pasar mucho tiempo en ese lugar si quería sobrevivir. Tenía un morral con un poco de agua, comida no podría llevar, y mucho dinero, el suficiente como para viajar hacia su amado Doc. Pero las cosas no habían salido como habían planeado, él no había podido hacer lo que debía de hacer, estaba siendo débil, demasiado débil como para afrontar la realidad, demasiado ingenuo sobre sí mismo que se había sentido capaz de sobrevivir como debía hacer.

Lo habían perseguido por bastante tiempo, pero su cuerpo había sido alimentado recientemente, tenía las fuerzas necesarias como para correr 10 maratones de ser necesario. Con la agilidad necesaria como para correr en ese pueblo, entre los árboles sin hojas, entre las casas ya corroídas por el tiempo y la masacre y alguno que otro resto esquelético que hubiera quedado desde hacía ya mucho tiempo, los demás vástagos no podrían alcanzarlo. Así fue, los vástagos se rindieron una vez comenzaron a adentrarse en el lugar y la radiación comenzó a hacerse notar en sus cuerpos. Según los cálculos de Doc, los vástagos podrían estar un máximo de un día en ese lugar antes de comenzar a sentir el cansancio, la fatiga en los músculos, la sensación de un calambre general y la pesadez como si la gravedad se hubiera hecho más fuerte. Por este motivo le advirtió que seguramente enviarían tandas de vástagos detrás de él. No obstante, pensaba que Ionel podría soportar varios días expuesto a esa radiación, siempre y cuando se alimentara adecuadamente, es decir, siempre y cuando comiera la carne cruda animal necesaria, pues eso sería suficiente.

Fue un día duro para el muchacho, escondiéndose y escapando de sus captores, negándose a regresar a la vieja celda, llena de soledad y oscuridad. Sólo deseaba encontrar a su amado Doc y vivir una vida apacible y tranquila a su lado, como si fuera un vástago normal, un vástago común y corriente claro que hubiera preferido ser humano pero esa posibilidad ya no estaba en su mente. A veces se detenía dentro de alguna casa, donde aprovechaba en sacar un poco de ropa, implementos de higiene y una que otra cosa que le llamara la atención. Descansaba un poco y seguía andando, no podía pasar muchos minutos en un solo lugar o sería encontrado.

Caída la noche, él seguía de la misma manera, huyendo, escapando, esquivando… Sus sentidos se habían agudizado con la caída de la oscuridad, a la que se había acostumbrado desde hacía mucho tiempo. Su vista le permitía distinguir cada una de las siluetas a la perfección, sus oídos le hacían escuchar los sonidos más ínfimos a una distancia considerable y su olfato le hacía saber cuándo los demás vástagos estaban cerca suyo o saber si estaban más lejos, de esa forma calculaba la distancia que debía recorrer. La noche no era un obstáculo para los vástagos que le perseguían, pues ellos estaban acostumbrados a moverse en esas condiciones y en el día, a la luz del sol que era mortal para los vampiros, pero normal para ellos. Lo malo es que en la noche se le sumarían a su búsqueda los vampiros, esos seres que le habían mantenido cautivo y le habían usado de las formas más aberrantes también estarían cazándole como a un perro.

Esa noche no durmió, tuvo que mantenerse aún más en movimiento, pues aunque los vástagos ya estuvieran cansados y desganados, los vampiros tenían en doble de energía para hacerle frente. El cansancio también comenzó a hacer estrago en Ionel, quien tuvo que detenerse más de la cuenta en una de las casas del Pueblo Fantasma, como todos le decían a ese pueblo olvidado a la buena de Dios. En ese momento su cabeza comenzó a jugarle una mala pasada, comenzando a hacerle ver la situación miserable en la que se encontraba. Las voces no tardaron en hacerse presentes para recordarle que no podría seguir, que era un completo inútil, que estaba huyendo de su destino, que su única función era ser el instrumento al servicio de los vampiros, como lo había sido toda la vida.

Sin poder acallar fácilmente esas voces que se agolpaban por hablar y siendo consciente de que pronto comenzaría a ver a Nayla y a Ose, sabiendo que esa voz amorfa que muchas veces le hablaba las peores cosas se haría presente en breve, tomó el morral que albergaba varias cosas que su amado preparó para él. Entre ellas incluía una dosis desorbitante de las pastillas que tomaba. Sabía perfectamente los horarios en los que debería tomarlas, sabía perfectamente cómo hacer para que surgieran el efecto deseado, sabía con qué no debía mezclarlas, pero también sabía que había una que haría que su mente se calmara de forma instantánea. Doc le había dicho que no abusara de esa pastilla, pues era peligrosa y podría producirle un ataque cardíaco, pero era la única forma de poder seguir en ese momento. Tragó la dichosa pastilla y se quedó sentado en el suelo, con la respiración agitada, con la cabeza dándole vueltas y con la mente tan turbada que el silencio repentino le hizo alterarse un poco.

En ese momento de silencio fue que se quedó sentado en el suelo de aquella desolada casa, donde pudo ver los restos que dejó aquella bomba catastrófica. Los sillones estaban destrozados, como si un animal los hubiera arañado, había una mesa descolorida, las paredes tampoco tenían el mismo tono vivaracho de celeste que debieron tener hacía ya un tiempo. En la misma pared había una guarda de papel decorativo que se estaba despegando, tenía la imagen de un oso de color marrón con algunas flores a su alrededor. Dibujos infantiles se esparcían a duras penas sobre el papel que adornaba la pared, llamando la atención de Ionel, quien había visto ese tipo de cosas hacía tantos años que le parecía que nunca había visto osos de caricatura bailando sobre un campo de flores de colores. Quizás su último recuerdo de haber visto un oso de peluche haya sido ese día donde lo separaron de su hermano, donde esos hombres lo arrancaron de los brazos de su familia y dejó a su oso favorito sobre el suelo de la habitación. Lamentable es que, tantos años después, su primer contacto con algo infantil sea en una casa abatida por la guerra de las naciones que había comenzado hacía cientos de años. Un escenario de muerte y destrucción le retrotraía recuerdos de su infancia, si su mente no hubiera estado calmada por los medicamentos seguramente habría comenzado a reír fuertemente por la ironía de la vida.

Si desviaba la mirada de la guarda y la dirigía al techo de la casa, podía ver una pequeña abertura, por donde se filtraban rayos de luna, aunque en realidad sean rayos del sol reflejados por el astro. Doc le había enseñado varias cosas sobre la Tierra y el universo, le había explicado algunas de las cuestiones fundamentales para sobrevivir, como leer, escribir y comunicarse adecuadamente con las personas, hablar nunca había sido su fuerte, y es que nadie le había hablado de forma fluida en mucho tiempo. Temía no poder comunicarse con las personas una vez estuviera fuera de su odiada celda, por eso se esforzó el doble por aprender a comunicarse bien con muchas personas. Contemplando la luna y las estrellas que se colaban por esa abertura se quedó pensativo con respecto a su vida, sólo tenía la certeza de encontrar a su amado, sabía que eso era amor, no podía llamarle de otra manera aunque nunca hubiera amado en su vida. Estaba preocupado, sí que lo estaba; pero no podía detenerse, tenía que seguir adelante para que el plan se concretara.

Con esos pensamientos, aunque su cuerpo le dijera que necesitaba descansar, aunque los músculos le comenzaran a doler y su estómago a rugir, decidió que debía seguir, no podía quedarse quieto en ese lugar por mucho tiempo más. Su olfato se agudizó de nuevo, pudo sentir el olor de los vástagos y vampiros acercándose a él, podía escuchar los pasos de uno de los vampiros acercándose más hacia donde estaba. Sabía de quién se trataba, sabía quién sería el más ensañado con encontrarlo, lo conocía perfectamente y se había encargado de burlarse un poco de ese hombre cuando escapó de su prisión. Ahora seguramente estaría muy enojado, lo suficiente como para dejarlo inconsciente y llevarlo de regreso, para torturarlo hasta casi morir, dejarle recuperarse y volverle a torturar. Sabía que no lo mataría, pues al gobierno le servía vivo y no muerto, por eso mismo sabía que las torturas serían lentas y dolorosas, no quería someterse a algo así.

Corrió, corrió lo más que pudo, y comenzó a dejar algunas de las prendas que llevaba puesta en las casas que visitaba para correr en la dirección contraria. Doc le había dicho que si lograba despistarlos dejando señales confusas de su recorrido ganaría tiempo. El frío de Grenze es insoportable, es tan helado que el joven había llevado mucho abrigo encima como para pasar varios días fuera y sin un techo al cual llegar. De esta forma se mantuvo, ganando tiempo, despistando lo más que podía y deshaciéndose de sus ropas, aunque estuviera ganando frío en el proceso. La noche pronto llegó a su fin, como si en un abrir y cerrar de ojos el sol le anunciaba la tranquilidad que necesitaba para recuperar energías. Para esta altura, los vampiros habían comenzado a sentir el ardor provocado por los rayos del sol, dado que los árboles poco tupidos del Pueblo Fantasma no ayudaban a cubrirlos del sol y las ropas tampoco eran suficientes a esa altura del partido. Los vástagos estaban tan atacados por la radiación de la zona que ya pocos quedaban para rastrearle, esos pocos estaban cansados, hambrientos y débiles, era la ocasión adecuada para relajarse un poco y hacer su andar un más lento, pero conservando la alerta.

De esta forma estuvo vagando por el dichoso pueblo hasta ya no sentir ningún olor de ningún vástago o vampiro, se podría decir que en ese punto se sintió más calmado, pero también más débil. La radiación también se había hecho sentir en su cuerpo, aunque de forma aletargada. A veces le costaba respirar y la cabeza le dolía, suponía que la radiación estaba haciendo estragos en él, pero también suponía que su cuerpo estaba reclamando por nutrientes. Ionel solía perder calorías y energía muy fácilmente, porque se negaba con toda su vida a alimentarse de carne humana, por lo que la carne animal era su principal alimento, cosa que no le hacía bien a su organismo, pero sí a su mente, a su moral y a su juicio, que ya bastante desequilibrado estaba.

No obstante, había un detalle que no había tomado en cuenta sino hasta el momento en que vio un animal, uno de los pocos roedores que había sobrevivido a la radiación que manaba de ese Pueblo Fantasma olvidado a la mala de dios.  Ese pequeño roedor con una cola peluda, con bigotes llamativos, con esas mejillas prominentes que le daban ese aspecto tierno y amigable que otros roedores no tenían, ese pequeño animalito se paró justo delante de él, como si le mirara con esos enormes ojos negros. Debía asesinarlo, debía asesinar a ese ser vivo y devorarlo antes de que la carne se marchitara, como aquellas plantas que se habían muerto en medio de la pestilencia de ese lugar.

Asesinarla. Matarla. Herirla de muerte. Sí, eso debía hacer. Sí, se le hacía agua a la boca desde el momento en que la tuvo en frente, desde que había sentido el olor a su carne completamente saludable hasta que la radiación la matara. Sin embargo, cuando hubo avanzado hacia ella, la miserable corrió, por lo que tuvo que capturarla. No le tomó mucho tiempo sostener ese pequeño ser entre sus manos, relamerse los labios, mas al momento de clavar sus colmillos en ella algo pasó. El estómago se le revolvió, las náuseas se hicieron presentes, una pequeña manera le dio paso a un par de lágrimas que brotaron de sus ojos. ¿Cómo podría ser capaz de arrebatarle la vida a un ser tan bello, tan tierno y encantador como aquel? No se sentía capaz de semejante atrocidad, no importaba la cantidad de hambre que tuviera, no podía simplemente matarla, eso era inhumano, más inhumano que su propia naturaleza.

Dejó ir al tierno roedor, lo contempló irse cuando sus rodillas impactaron contra el suelo. Un temblor le invadió el cuerpo, estaba tan hambriento y cansado que no se sentía capaz de seguir andando. Sus pasos se hicieron más lentos y a medida que veía más animales, más se convencía de que no quería matarlos, no quería acabar con la vida de esos seres tan buenos, tan amables, aquellos que no le habían hecho daño a nadie. No podía dejar que un instinto tan salvaje se apoderara de él, no quería asesinar sí o sí para comer, aunque eso es lo que debía hacer. Llevaba años comiendo la carne de un plato, pero durante esos años no tuvo que matar él mismo, con sus propias manos, para sobrevivir.

El día pasó, la noche cayó, su mente pedía a gritos dejar dominar a aquella bestia que trataba de mantener escondida, los sentidos los tenía totalmente aturdidos, era como si no pudiera ver, como si no pudiera escuchar, ni siquiera oler, su estómago le pedí a gritos un poco de alimento, y su cuerpo le reclamaba descanso. No pudo hacer otra cosa que desplomarse en la puerta de una casa, a sólo pasos de poder entrar en ella. Su cuerpo había colapsado en ese momento, incapaz de seguir moviéndose y respirando con dificultad. Su amado le había enseñado como guiarse en ese pueblo para poder llegar a la gran ciudad, pero en medio de esa conmoción que se había armado y que ni la pastilla más fuerte estaba pudiendo acallar, no sabía cómo seguir. En realidad, no podía seguir, su cuerpo estaba bastante débil en ese momento, sólo pensaba en alimentarse, el poder probar bocado alguno, lo que sea que se le pasara en frente en ese momento. Mas su cabeza y corazón no querían asesinar, no querían acabar con la vida de otro ser. ¿Cómo seguir adelante con eso?

Un olor conocido pero a la vez deseado, un olor que había sido representante de dolor y miseria pero que ahora desataba en él un alteración que rozaba la cordura. Eso fue lo que llegó a su nariz en ese momento de desconcierto y desesperación. De un momento a otro, como si el mundo se hubiera detenido a su alrededor, pudo recobrar los sentidos, pudo ver, escuchar, oler con claridad, hasta sentir la tierra bajo sus manos le produjo una gran seguridad. No obstante, había algo que él mismo no notó: su fuerza de voluntad estaba disminuyendo, estaba siendo vencido por ese monstruo que en su interior le gritaba y le rogaba por comida, por carne cruda, por sangre, por lo que sea que proviniera de otro ser vivo. En esa ocasión, el odio y la rabia que sentía hacia ese ser le hicieron dejar de lado su libre albedrío y dejar libre a esa bestia que yace dentro de sí desde que había nacido pero que había intentado acallar desde siempre, ignorándola, escondiéndola, buscando que no saliera a la luz y no hiciera los desastres de los que podía ser capaz.

—Markel… Gabor… —fueron sus palabras al comprender que se trataba de aquel vampiro.

Lord Markel Gabor el Set Judetean, el gobernador de aquella provincia, quien se había encargado de torturarlo personalmente, quien le había alejado de su familia, aquel ser del que escapaba, ese hombre de cabellos rubios y ojos claros, la típica imagen de un vampiro del sur, con su porte igual de desalmado, igual de imponente, igual de importante. Ese hombre había decidido encargarse personalmente de encontrarlo, y verlo emerger de entre las casas destrozadas con esas alas huesudas, como si fueran una membrana muy débil. Los vampiros gozaban de esas alas retráctiles, pues podían esconderse en la espalda del mismo, razón por la cual los vampiros poseían una joroba apenas perceptible en su espalda.

A pesar de saber la fuerza de un vampiro y comprender que estaba demasiado débil como para enfrentarse a él sin salir ileso, Ionel no estaba con su raciocinio en un ciento por ciento. El hambre, el odio de verlo ahí, frente a él, buscando capturarlo y traerlo nuevamente a ese sufrimiento constante, a la tortura, queriendo alejarlo de su amado, todo ello mezclado con el cansancio, hicieron que el joven lejos de alejarse, como le había dicho su querido doc, se quedara y le contemplara directamente a los ojos. Las pupilas se le dilataron como un cazador que ve a una presa frente a él, los músculos se le tensaron como si buscaran hacerse más fuertes que antes al tiempo que veía como el sujeto movía sus alas de piel clara y aterrizaba a sólo un par de metros de su persona.

—Hasta que te detienes… Lucifer —comenzó a hablar el hombre con esa voz entre burlesca y despreciable. Lucifer era el nombre que le había dado el gobierno, como un augurio de su pesar.  — ¿No piensas regresar por las buenas? —preguntó, mas la respuesta del joven fue un gruñido gutural, lo cual sobresaltó al vampiro que nunca le había escuchado emitir un sonido así. —Veo que tendré que hacerlo por las malas —comentó antes de sacar un arma de bajo calibre que traía bajo la campera de cuero negro que cubría su cuerpo.

La bala ingresó en el hombro del joven vástago, provocándole un estremecimiento y un grito extraño que salió de su garganta. Lo podría calificar como extraño por parecer el grito de una bestia, era el monstruo que al fin había podido salir del cuerpo del Ionel.

Despertó con el ruido de la puerta al abrirse, su cuerpo le dolía más que otras veces y lo sentía muy entumecido por el mismo dolor, su vista estaba muy nublada y borrosa, apenas sí podía distinguir la figura conocida de Alister acercándose a él. No pudo hacer otra cosa que bajar la cabeza y desviar la mirada pues el escenario con el que se encontró su amigo era realmente lamentable. Le costaba un poco respirar y lo poco que podía ver a su alrededor eran nubes entre rojizas y negras, sabía que un poco de sangre había caído en su ojo cuando, en medio del salvajismo, su cabeza chocó contra uno de los barrotes de la cabecera de la cama, pero no imaginaba que hubiera sido para tanto.

En cuanto a Alister, después de pasar toda la noche con Meridia Balan, de dormir juntos como dos amantes felices y regresar a D’Amour con el fin de hablar con René y con Ionel para arreglar la salida del joven de esa vida que estaba llevando, no pudo evitar preocuparse al no ver al joven por esos lugares haciendo cosas del bar. Ionel solía ser muy activo y optimista, a pesar de ser callado, por lo que se levantaba temprano aunque haya tenido a Gorca Rohde como cliente y se ponía a limpiar o acomodar le bar e inclusive lo había visto ayudando a los cocineros con algunas cosas, o siendo mozo de día también, pero en esa ocasión no estaba. Lo buscó por todos lados sólo para comprobar que su peor idea era realidad, el vástago no había salido de su habitación después de que el vampiro se haya marchado. Nadie había ido a verlo porque le chico a veces era muy territorial, o sea, no le gustaba que nadie ingresara en su habitación sin su permiso o consentimiento. No obstante saber eso decidió que lo mejor sería ir allí y comprobar que estuviera bien, por eso llevó una de las botellas de sangre temiendo lo peor.

La habitación de Ionel, que siempre estaba ordenada, limpia y con un olor agradable, en la que solían quedarse hasta tarde platicando de la vida y donde ambos habían dormido aunque no pasara nada entre ellos, ahora era un campo completamente diferente. La escena no hizo más que dejarle estupefacto, sabía que ese vampiro adinerado era un sádico, sabía que Gorca Rohde era capaz de haber añicos el cuerpo y el espíritu de cualquier joven que estuviera con él en su cama, pero ser capaz de hacer semejante aberración con un joven como el vástago, con una voz tan dulce y angelical, con un rostro que destilaba sinceridad y con ese temperamento tan dócil y grácil, era digno de un monstruo o una bestia inclusive. Eros, el gato negro y peludo que Ionel tenía como mascota y compañero, estaba detrás del vidrio de la puerta del balcón con una rata que había cazado entre sus patas; el gato no se movía de su lugar a pesar de no poder entrar y de que las cortinas estaban completamente cerradas, impidiendo que Alister pudiera verlo desde adentro de la devastada habitación.

Ionel yacía boca abajo en la cama, su cuerpo estaba cubierto de heridas cortantes y punzantes, los colmillos de ese hombre habían viajado por todo el cuerpo del joven causándole múltiples mordidas que a simple vista parecían muy pequeñas, pero tenían una gran profundidad. En el piso de la habitación se juntaban pequeños charcos de sangre que parecía que habían goteado del cuerpo de vástago mientras el vampiro abusaba de su poder como cliente llevando a cabo más de una posición sexual en toda la habitación. Inclusive una mano manchada de sangre estaba marcada en la pared, al parecer Ionel pasó la mano por una de sus heridas antes de apoyarse contra la pálida superficie, porque a juzgar por la amplitud de esa mano era del vástago de contextura pequeña. En el suelo yacían los juguetes sexuales que habían implementado, entre ellos un par de correas negras de cuero y un par de sogas, por suerte el joven estaba completamente desatado, pero casi inmóvil en la cama, había perdido mucha sangre y necesitaba reponerla con urgencia.

El vástago de azulados cabellos ignoró completamente el desorden y corrió hacia el vástago que le miró y pudo ver que ni siquiera se sonrojó por verlo en tan indecorosa situación. Lo sostuvo en sus brazos y le volteó, sólo para ver más laceraciones y mordidas, especialmente en el pecho y en el cuello. La vista del chico parecía ida y no le pudo gesticular palabra alguna aunque Alister vio como intentaba hablarle o decirle algo e inclusive pudo distinguir una sonrisa proveniente de ese chico malherido y cuyo cuerpo ya estaba maltrecho de tanto maltrato.

―Sólo cálmate, estarás bien ―comentó el joven vástago mientras tomaba la botella de sangre y la abría con sus colmillos, para luego verterla en la boca de aquel joven vástago que tanto apreciaba.

Aunque la sangre ingresaba en su boca de manera rápida, no podía evitar que unas pocas gotas de sangre cayeran de ella y se mezclara con la sangre ya regada por el pálido cuerpo del bailarín. Un vástago, al igual que un vampiro, si bien no produce sangre de manera automática como lo hace el cuerpo de un humano, necesita de la sangre para seguir con vida, por esa razón deben ingerirla de manera que su cuerpo siempre se mantenga con unos 6 o 7 litros de sangre, siendo más que la cantidad de litros en un humano. Pero a juzgar por la escena que estaban contemplando sus ojos, Ionel había perdido poco más que 3 o 4 litros de sangre, lo que estaba provocando su debilitamiento y que las heridas de su cuerpo no cerraran con la rapidez adecuada.

A medida que la sangre entraba en el cuerpo de Ionel su piel comenzaba a retomar su color, que si bien no era mucha debido a su natural palidez, sí se apreciaba la diferencia. Sus ojos comenzaron a abrirse más, mientras que sus manos retomaron la fuerza para sostener por sí mismo la botella que Alister sostenía en sus labios. Con lentitud pero con seguridad, el joven se sentó en la cama y, aunque sus heridas no cerraban rápidamente, éstas comenzaron a cicatrizar. Es increíble la diferencia que podía hacer la sangre dentro del torrente sanguíneo de un vástago e inclusive de un vampiro, aunque el cuerpo de ese joven necesitaba más que sangre para estar completamente bien.

Una vez el chico pudo recuperar un poco la visión y la claridad en sus pensamientos comenzó a repasar lo que había pasado la noche anterior, comenzó a sentir cómo sus músculos dolían por el esfuerzo físico. Sin pensarlo, llevó su mano a la cabeza sólo para tocar su cabello algo pegajoso por la sangre, y saliva que ese tipo había escupido en él. La suciedad se manifestaba en el opaco color gris que tenían sus azabaches cabellos, en su cuerpo manchado de sangre y semen, en sus ropas desgarradas y esparcidas alrededor de la habitación y en la cama que estaba aún más embadurnada de ese tejido líquido. Se asqueó de sí mismo, sintió asco de su cuerpo y de su vida, en ese momento cayó en cuenta de lo que había hecho con tal de tener ese poco dinero que el vampiro había dejado sobre su mesa de noche. De repente comenzaron a doler los moretones, a doler los cortes y a doler en lo profundo de su ser la humillación que había recibido. Él no debería estarse dejando hacer eso, no merecía que alguien más le tuviera compasión si él mismo no se tenía respeto.

En medio de todos esos pensamientos que le aquejaron junto con esas voces que le repetían constantemente que había cometido un error, que era asqueroso, que merecía eso que le estaba pasando, que por más que no lo quisiera había nacido con un destino marcado, que no era más que escoria… En medio de esos pensamientos cayó en cuento de la presencia de Alister. El joven vástago le había traído la botella de sangre que se había bebido casi completamente, el muchacho le había ayudado a pesar de todo lo que él era, a pesar de tener ese aspecto y estar en esas condiciones. No obstante, no quería que le tocase, no así de sucio como estaba, así de asqueroso como se sentía, por lo que le empujó levemente, apartándolo de su lado, antes de esbozar una sonrisa.

―Gracias ―le dijo en un susurro mientras bajaba la cabeza, se sentía completamente avergonzado. Se quedó unos segundos callado, esperando que su compañero se fuera de esa habitación espantosa. No le gustaba que nadie viera su habitación sin su permiso, por el simple hecho de que le gustaba que todos vieran el orden y la belleza de su ser, no su lado más destructivo y asqueroso. ―Puedes irte ―comentó finalmente, buscando que el joven le hiciera caso y se marchara.

―Tranquilo, está bien ―respondió el contrario haciendo que Ionel elevara la cabeza y le mirase. Encontrarse con esos ojos negros como la noche más profunda de todas fue como ver esa misma noche pero cargada de compasión y… humanidad. Sí, de humanidad y empatía, dos características que él había distinguido en muy pocos seres, de los cuales uno de ellos fue el ser viviente más importante en su vida. Ver esos ojos le hizo recordar porqué estaba haciendo eso, porqué había decidido hacer lo que sea necesario para ganar el dinero necesario para encontrarlo, para verlo a él.

―Alister ―comenzó a decir antes de que su voz se quebrara y las lágrimas brotaran de sus ojos. No lloraba seguido, no solía llorar frente a nadie, nadie en el bar le había visto llorar, eso era algo que mantenía para su intimidad, en el interior de su habitación ese joven, Ionel, el alegre y sonriente Ionel, se volvía un ser vulnerable, abrumado por sus demonios internos elaborados por su mente tan destrozada que se había logrado armar apenas con retazos de personalidades que brotaban de su interior. A veces las voces que oía se quedaban calladas, a veces eran amables con él y a veces le agredían con fuerza, a veces se mostraban pero desde que él había aparecido en su vida no las veía en todos lados.

El llanto no cesó hasta que sintió los brazos protectores de aquel joven cubrir su cuerpo desnudo y maltrecho, estrechándolo contra su pecho sin importar si su ropa se ensuciaba con esa mezcla asquerosa y pegajosa de fluidos corporales. Sin embargo, al principio el llanto se intensificó cuando el más joven lo estrechó entre sus brazos, como aferrándose al cuerpo cubierto del contrario y a la calidez humana, a pesar de no ser humano, que manaba del mismo. Después de varios segundos de llanto intenso, se fue aplacando al igual que el agarre que mantenía. De a poco se fueron separando, hasta que quedaron uno separado del otro y con el hipeo de Ionel de fondo, no podía elevar la cabeza, sentía demasiada vergüenza de mirar a su amigo a los ojos.

―Ionel… ―le llamó, pero el chico le ignoró. ―Ionel… ―le volvió a hablar, pero no hubo respuesta a excepción del mismo chico tomando una de las sábanas de la cama y cubriéndose con ellas sólo para tapar el desastre que estaba hecho su cuerpo. ―Ionel, mírame ―le pidió, pero el otro negó con la cabeza, tomando con más fuerza aquellas sábanas. ―Por favor ―le dijo mientras le tomaba del mentón y elevaba su cabeza, obligando al joven a que lo mirase.

Los ojos negros como el carbón, cubiertos de ese pequeño lente de plástico que no hacía más que cubrir su verdadera naturaleza, se encontraron uno con el otro y se compenetraron poco a poco. Los orbes cristalinos del menor encontraron un refugio en las del contrario, que no se movería de su lado aunque estuviera en ese estado tan deplorable y que le asqueaba. El olor a sangre debería ser común y hasta apetitoso para un vástago, pero no era así. Para Alister ese olor a sangre en la habitación de su amigo era estremecedor y asqueroso, le parecía repulsivo y le recordaba que había pasado una terrible verdad en ese mismo lugar. Aunque normalmente ese hedor le hubiera hecho salir de inmediato, al tratarse de Ionel no pudo evitar adentrarse ahí y sostener a ese cuerpo totalmente colapsado. Ahora lo sostenía con fuerza entre sus brazos a pesar de sentirse asqueado de la situación, no le importaba abrazarlo por el simple hecho de ser Ionel. Recién en ese momento, tras ese simple y pequeño contacto ocular, el vástago se dejó abrazar por su superior, se dejó contener y por fin sintió un poco de silencio en su atormentada cabeza que desde que Alister había entrado no había tenido paz alguna.

El silencio comenzó a calmar su mente, la paz comenzó a reinar en medio de ese cúmulo de gritos estridentes que solía escuchar cuando el estrés llegaba a un cierto nivel. Muchas veces estaba calmado, cuando subía al escenario el pánico escénico nunca le había atacado; condenado a vivir en las sombras desde que era muy pequeño, recibir un poco de buena atención era lo mejor que podía pasarle. No obstante, su paz interior siempre se veía frustrada por algún hecho que le recordara lo miserable y diminuto que se sentía, aunque fuera uno de los seres más poderosos e importantes sobre la tierra. La paz era lo que nunca lograría ese pobre joven vástago, pero sí podía tener momentos de silencio dado por el baile y la música, esas dos cosas le traían a la mente los pocos buenos recuerdos que mantenía, y donde siempre estaba presente él. Sólo eso le hacía recordar porqué estaba en ese lugar a pesar de todo y porqué estaba haciendo eso.

Un suspiro por parte de Alister le hizo caer nuevamente en la realidad y contemplar alrededor, como si así se cerciorara de dónde estaba y qué día era. A veces se perdía en sus pensamientos y contemplaciones que no iban más allá de la nada. Muchas veces en esos momentos se concentraba en escuchar las únicas voces cuerdas de su cabeza que se manifestaban delante suyo, pero en esta ocasión era la mera contemplación de la nada.

―Ay, eres un vástago extraño ―comentó Alister después de ver que entraba en sí nuevamente y le contemplaba.

―Deberías irte, así podré ordenar esto ―dijo el joven regalándole una sonrisa algo forzada pero sonrisa en fin.

―Te ayudaré si lo deseas ―respondió el contrario, pero recibió una negativa por parte del muchacho que realmente no deseaba ayuda para ordenar el chiquero que era su habitación, pero tampoco quería que él viera lo que tendría que hacer para que sus heridas sanaran completamente.

―No me refiero a tu cuarto ―dijo riendo levemente Alister causando la intriga en el contrario, que lo miró de tal manera que prácticamente lo forzó a hablar y decirle en ese momento qué era lo que estaba pasando. ― ¿Recuerdas a Lady Meridia Balan, mi clienta vampiresa? ―preguntó a lo que el chico asintió debido a que él ya la había mencionado antes y tenía recuerdos de haberla visto en el bar ese mismo día.

A los ojos de Ionel, la vampiresa era una buena mujer y sabía que era la dueña de Balan Inc., una empresa médica que suministraba desde drogas legales hasta artículos ortopédicos y que por eso tenía mucha cantidad de dinero. También, después de que Alister le hablara seguido de ella, comprendió que era una amiga muy cercana de su compañero, razón por la cual pensó que sería una mujer de confianza. No obstante eso, no le dijo nada a su amigo y prefirió que le dijera lo que le tenía que decir.

―He hablado con ella y… ella aceptará que trabajes en su mansión, como uno de sus sirvientes ―dijo el vástago con una gran sonrisa en el rostro, como si le estuviera vendiendo un anillo de oro bañado en sangre de la más pura calidad.

― ¿Qué? ―comentó un atónito y algo confundido muchacho.

―Es que… ―comenzó a decir el otro, mas se quedó callado al comprender que no había hilado completamente sus oraciones. Por eso se tomó un par de segundos antes de responder: ―No me gusta que sigas viviendo de esta manera, aceptando clientes como Gorca Rohde y siendo un simple bailarín de D’Amour. Yo sé que disfrutas del baile, pero ¿no quisieras tener algo mejor? No estás hecho para esto.

―Pero tú has rechazado este tipo de propuestas de Lady Balan, ¿por qué yo debo aceptar algo así? ―preguntó un incrédulo Ionel, podía sentir cómo le susurraban esas palabras en el oído, la voz de la duda era alguien muy molesta cuando se alteraba.

―No puedo hacer algo así, yo disfruto mucho de mi vida tal y como está, selecciono a mis clientes, trabajo en lo que me gusta y gano lo que me corresponde. Además, tengo más proyectos a concretar con René, no la voy a dejar sola en algo que comenzamos juntos. D’Amour es mi vida, lo hemos construido con René y ella y yo somos un equipo inquebrantable, no podría traicionarla dejándola sola ―le explicó Alister con un tono bastante sincero que calmó la incredulidad de su razonamiento. Acto seguido habló lo que pensaba con respecto a su persona. ―Pero tú, el único momento que realmente disfrutas es cuando bailas en el escenario, y cuando tienes sexo pero sin dinero de por medio. ¿Acaso eso vale tu estado actual? ―le preguntó mientras señalaba el pequeño conjunto de billetes que estaba sobre la mesa de noche de la habitación. Ionel lo contempló por unos segundos… Esa no era la cantidad acordada, efectivamente Rohde no le pagó lo que habían acordado.

―Yo… no lo sé ―comentó el joven bastante consternado con la propuesta y la situación, quizás había sido demasiada información junta y en muy corto tiempo, pero debía procesarla.

―Piénsalo ―dijo el vástago mientras se ponía de pie. ―Supongo que no quieres que te ayude con tu habitación ―. Ionel negó con la cabeza ante esa pregunta tácita. ―Ahora Lady Balan no está, se fue a casa pues está a punto de amanecer ―comenzó a informarle mientras se alejaba del joven y se acercaba a la puerta. ―Dame una respuesta esta noche, ¿de acuerdo?

―Sí ―respondió un sonriente Ionel al contemplarle. ―Gracias por preocuparte ―dijo nuevamente con una sonrisa un poco más grande.

―Sólo dame una respuesta ―contestó el contrario mirando hacia otro lado claramente sonrojado y algo avergonzado al ver que el vástago notó fácilmente su preocupación, cosa que no disimuló mucho que digamos. ―Nos vemos ―dijo y finalmente se fue.

Estaba solo. Nuevamente estaba solo en esa habitación que hacía varios meses que tenía para sí y para su gato. El silencio afloraba de aquellas paredes pintadas de un color pálido que nunca pudo distinguir, el silencio que le trajo la ansiada paz que necesitaba para escuchar sus propios pensamientos y no aquellas voces que lo alteraban cada vez que se presentaba una situación de estrés. Pero no todo en su vida podía ser silencio, pues con tanto silencio alrededor comenzaba a sentirse solo y comprender que no había nadie más en el mundo para él y comenzaba a olvidarle, comenzaba a olvidar a ese ser que le devolvió las ganas de vivir hacía muchos años.

Suspiró con pesadez, el silencio le había traído paz y confort a su mente, pero le había traído algo de soledad también, por ese motivo decidió poner un poco de música. Se levantó con cuidado, pues su cuerpo aún dolía y las heridas aún no terminaban de cerrarse en su totalidad, la sangre no era suficiente para su cuerpo. Tomó una de las sábanas de la cama y se la colocó encima, como un mero intento de ocultar no sólo su desnudez, sino también el aspecto que ni él mismo quería ver. Camino un par de pasos hacia el armario donde no sólo tenía su ropa, sino que había metido en él también una pequeña radio que había sido un regalo de su amigo Alister en cuento descubrió su fascinación por la música. La llevó a la pequeña mesita ubicada junto a su cama y la enchufó, sólo para que ésta encendiera y se sintonizara automáticamente con una estación de radio. No le llamaba la atención ese tipo de música, por lo que tomó un pendrive, un dispositivo USB que él le había regalado cuando se separaron.

Los conectó en la radio y apretó un par de botones, no sabía manejarlo a perfección pues nunca había estado tan familiarizado con la tecnología al haber sido privado de ella durante mucho tiempo. Dentro de esa pequeña unidad estaban algunos de sus mejores recuerdos, estaban las canciones que tanto le gustaban y que habían significado sus pasajes a la libertad dentro del confinamiento. Escucharlas le recordaba que no estaba solo, que nunca estaría solo mientras él viviera en sus recuerdos y mientras pudiera luchar para llegar a su lado.

Sí, era música pop, de los clásicos del pop y algunas canciones modernas que a él le gustaban y que se las mostraba para que pudiera bailarlas también. Bailar le hacía sentir libre y le hacía imaginar que era otra persona, que era otro joven vástago, que llegaba a ser humano en algún momento de su vida, por eso dentro de esa prisión lo único que le distraía era bailar música pop, que había sido su favorita tras escuchar muchos estilos musicales. En cuanto la música comenzó a resonar en medio de esa solitaria habitación su cuerpo de comenzó a mover al compás de la misma. Eran movimientos simples y poco pensados por lo que la torpeza se hacía presente un par de veces, eso sumado al dolor de su cuerpo no hacía más que recordarle la propuesta de su amigo y por momentos no le parecía una mala propuesta.

En cuanto la canción terminó y comenzó otra intentó hacer un paso de baile que le había enseñado Alister cuando entró a trabajar en D’Amour, pero en medio de él cayó al suelo. El golpe seco de su cuerpo contra el piso de su habitación le hizo caer en cuenta de lo débil que se encontraba, la sangre no había sido suficiente para recuperar sus fuerzas. Aún en el suelo pudo escuchar cómo la canción seguía resonando, no pudo pronunciar ni siquiera una exclamación de dolor por el golpe que había dado, sentía que cualquier grito de dolor se ahogaba en su garganta. Pudo recordar que ese reflejo que había adquirido cuando era niño le impedía gritar fuertemente ante estímulos de dolor, por eso Lord Rohde le había golpeado tan salvajemente esa noche, porque no había logrado hacerlo gritar como él quería, hacerlo gritar de manera ciento por ciento auténtica.

Gorca Rohde fue uno de los pocos seres vivos que logró hacerlo gritar de dolor, desde niño había sido sometido a mucho dolor, siempre había sido un vástago completamente diferente. Un vástago que nunca había sido humano, un vástago sin recuerdos de haber sido humano, que había nacido vástago y que iba a morir vástago. Desde su familia hasta el gobierno le habían recordado lo especial que era, le habían recordado lo maldito que estaba. Sólo vivió como un niño feliz hasta los 5 años, a partir de donde su martirio comenzó, desde su cumpleaños número cinco su vida se volvió un completo infierno confinado a cuatro paredes. En medio de ese infierno un ángel le presentó un poco de humanidad, le mostró un poco de compasión, le hizo escuchar música, le hizo ver que no era sólo un monstruo con capacidad para soportar dolor y provocar muerte, sino que era más que eso, era un ser vivo. No obstante los intentos de él por hacerlo ser lo más “humano” posible, había algo que no pudo cambiar: su anatomía, su biología.

Aún tirado en el suelo logró sentarse lo más erguido posible, sentía cómo sus piernas se debilitaban más y cómo un par de heridas se abrían en sus tobillos, que ya habían sido lastimados tras el fuerte agarre de las cuerdas. Sus brazos apenas podían moverse debido a las múltiples mordidas que tenía en ellos, los sobó un poco pero sólo se quedó con más de su propia sangre en la palma de sus manos. No necesitaba más sangre, necesitaba algo más. Su instinto comenzó a aflorar y su olfato se agudizó más, por lo que pudo olfatear lo que necesitaba, lo que realmente necesitaba para estar bien. Contempló la vidriera que separaba su habitación del pequeño balcón y cuyas cortinas se encontraban desplegadas e impedían ver hacia afuera, de ahí provenía el olor. Dificultosamente se puso de pie, tomando nuevamente la sábana que había usado, y caminó hacia la puerta de vidrio. Abrió la puerta y contempló con una sonrisa y con la mirada muy ida, como si un ser animal tomara posesión de su cuerpo.

Se agachó frente a la rata muerta que su gato mantenía entre sus patas delanteras. El gato le miró con cierta indiferencia, como si no le interesase comerse al animal cazado, sólo quería entrar en la habitación para tener más calor. Avanzó lentamente en el interior del recinto dejando la rata muerta del otro lado, en el balcón. La mirada de Ionel estaba enfocada en el animal muerto, por lo que realmente parecía un animal salvaje a punto de comer, esa imagen no está muy lejos de su realidad. El joven vástago tomó el cadáver entre sus manos, le quitó un poco del pelo que le cubría para abrir su boca mostrando de par en par unos colmillos retráctiles bastante más grandes que los de un vampiro o un vástago normal. Mordió la carne cruda de aquella rata y pudo sentir como sus fuerzas regresaban, aunque no en su totalidad era más nutritivo que sólo la sangre. Devoró aquel muerto con desesperación, hacía mucho tiempo que no comía carne cruda y su cuerpo lo estaba pidiendo casi a gritos, necesitaba de carne cruda para sobrevivir y eso lo diferenciaba de cualquier vampiro o vástago. Ionel era muy diferente del resto de los seres vivos, o no vivos, en Gigat.

Una vez que no quedó nada del animal, pues hasta los huesos fueron destrozados por sus fuertes y afilados colmillos, Ionel cambió su expresión. Fue consciente de lo que el hambre y la debilidad le habían hecho hacer, había comido de esa manera tan salvaje ese pobre ratoncito que Eres había cazado. Su gato siempre cazaba animales y se los traía, si bien el gato tenía comida a su disposición, parecía consciente de la dificultad de su amo para cazar sus propias presas y por ese motivo le traía él mismo su comida. Cuando estaba encerrado le traían carne humana a diario y le obligaban a comerla para mantenerse no sólo vivo sino fuerte, pero cuando había escapado de su confinamiento había descubierto que se sentía incapaz de asesinar a un ser humano para alimentarse de él, por ello intentó cazar animales, lo cual tampoco fue su fuerte. En el fondo no quería causar más muertes de las que ya había causado en el pasado por múltiples razones, se sentía incapaz de matar a otro ser vivo aunque necesitaba de ello para sobrevivir. Para su suerte, la carne de los pequeños animales que cazaba Eres le alimentaba lo suficiente para no morir de inanición, no obstante aún seguía sintiéndose asqueado de sí mismo tras comer aquellos seres.

Con las náuseas que siempre sentía tras comer carne cruda, contempló sus manos manchadas de sangre y llenas de pelos de rata, sintió como el pelo se le atoraba en la garganta y le provocaba arcadas, mas tras un par de segundos logró tragar y respirar con parsimonia. Se puso de pie y caminó hacia el interior de la habitación, cerrando las puertas tras de sí. Se apoyó en el vidrio de la puerta y respiró con cierta dificultad, sentía cómo sus sentidos regresaban a la normalidad, cómo la estabilidad regresaba a su ser y cómo sus fuerzas se reponían, aunque no tanto como si hubiera comido carne humana. Suspiró nuevamente, no le gustaba para nada su naturaleza, no le gustaba haberse desarrollado de aquella manera, se sentía asqueado de sí mismo no sólo por su estado deplorable y por el hecho de haberse dejado humillar por Gorca Rohde, sino porque él mismo era una abominación de la naturaleza.

Era un bicho raro, pues sólo uno de cada 5.000.000 de seres humanos nación siendo vástago, las posibilidades de que él nacieran era de una en cinco millones. Su sangre era valiosa, muy valiosa, pues quien bebiera esa sangre se sentiría lleno de energía y su capacidad de regeneración se haría mucho más fuerte, tanto así que si un vástago o humano o vampiro que acabara de morir la bebiera regresaría a la vida en cuestión de segundos, así era de fuerte su poder y su fuerza. Aunque lo desconocía con certeza, sabía que contaba con mayor fuerza que la de un vampiro o un vástago, que podía salir al sol como un vástago y vivir tantos años como un vampiro. Se sentía un ser extraño y fuera del sistema, un ser que necesita no sólo de sangre sino de carne cruda para mantenerse con vida. Comer sólo le recordaba que era una abominación, un error de la naturaleza a quien le dijeron que había sido una bendición durante cinco años sólo para hacerlo sentir feliz. En medio de esos pensamientos se encontraba cuando vio a su gato, totalmente negro, sentado frente a él y contemplándolo con esos enormes ojos amarillos. Al menos para él no era más que su inútil amo que no sabe cazar su propio alimento, le debía mucho a Eres.

―Gracias amigo ―le dijo con simpleza y le sonrió, como si el gato comprendiera realmente aquellos actos. ―Después te daré algo de sardinas ―comentó nuevamente, le gustaba entablar conversaciones con ese pequeño animalito, fingiendo que le escuchaba y prestaba atención.

―…Ella aceptará que trabajes en su mansión, como uno de sus sirvientes ―la voz de Alister regresó a su cabeza como si fuera el eco de una melodía. ―Sólo dame una respuesta ―. Eso le había dicho y se había marchado.

No había podido darle una respuesta en su momento porque necesitaba pensarlo. Sí, necesitaba dinero para poder llegar a él, por eso había comenzado a trabajar ahí. Contempló el dinero que Rohde había dejado sobre la mesa de noche y no era la paga que le había prometido, no era ni la mitad de hecho. A ese paso nunca lograría recolectar el dinero que le había sido arrebatado y que pensaba usar para salir del país y encontrarse con el ángel que le había salvado durante sus días de confinamiento. Le amaba y quería reunirse con él, pero tenía que analizar todas las posibilidades.

Con esas ideas en mente, se encaminó al armario de donde sacó ropa limpia y una toalla, y así se encaminó al baño. No era muy grande, pero tenía lo necesario, además de una ducha y agua caliente, era todo lo que necesitaba. Tomó el champú y el acondicionador para el cabello y abrió el agua caliente. Hacía bastante frío y no quería que sus defensas se debilitaran aún más. Desde que había comenzado a comer sólo carne animal su sistema inmunológico se había debilitado bastante por lo que se enfermaba mucho más seguido. Mientras el agua de la ducha se calentaba, se dirigió al espejo, donde pudo versus ojeras, sus ojos hinchados de haber llorado y su boca y colmillos manchados de sangre, al menos los moretones y las marcas de mordidas en el cuello habían desaparecido completamente. Tomo la cajita circular donde guardaba sus lentes de contacto, con cuidado los fue retirando de sus ojos, quedando su de su color verdadero, del color de ojos con el que había nacido y que aún así le disgustaba.

Se separó un poco del espejo para no verse con claridad, al menos no en ese momento. Tomó con suavidad su cabello que ya estaba comenzando a ser bastante largo e incómodo para él, tanto que lo ataba en una colita para que no le molestase, ya después le cortaría lo mejor posible, desde que había salido de su confinamiento no había cortado su cabello. Después de tener tantos líquidos en su cabello se sentía muy pegajoso y asqueroso, decidió que lo mejor sería quitarse completamente el tinte negro que usaba para esconder su verdadera cabellera. No quería que nadie le reconociera, por ese motivo había decidido usar un tinte que fuera resistente a todo pero fácil de sacar con un champú fuerte, como el que había comprado la última vez y que usaba sólo para sacarse el tinte negro.

Se metió bajo el agua caliente y comenzó a tallar su cuerpo. Podía escuchar la música que estaba bastante fuerte en su habitación. La música pop le hacía viajar nuevamente hacia otras dimensiones a las que no podía ir estando en silencio y en completa soledad. A medida que avanzaba en el baño sólo notaba lo deteriorado que estaba, había bajado bastante peso desde que había salido de esa celda asquerosa en donde lo mantenían, todo se debía a la mala alimentación a la que estaba sometido. No podía comer carne humana, por el simple hecho de negarse a matar a algún humano. No obstante eso, tampoco se sentía capaz de quitarle la vida a pobre animalito indefenso. Sólo comía carne cruda cuando su mente, nublada por la debilidad, se acercaba a una presa cazada por su gato, como una bestia brutal y despiadada devoraba los cadáveres de roedores que el felino solía traerlo, lo cual tampoco era fuente de mucha proteína o alimento siquiera. Pero no sólo eso le molestaba, sino el hecho de tener que mantenerse oculto detrás de un par de lentes de contacto y tintes para el cabello.

El gobierno le buscaba por haber escapado de esa celda donde lo mantenían confinado y donde le suministraban no sólo el alimento que necesitaba, sino que le quitaban gran cantidad de su sangre para curar y revivir a los soldados que se mantenían luchando en los diferentes frentes de batalla. Le habían trasladado a Lumina cuando era un niño de apenas cinco años y desde ese entonces su vida se había tornado un infierno de dolor y soledad. Cuando su ángel le rescató de ese martirio, le ayudó a escapar, aún arriesgando su trabajo y su vida, y le proveyó del dinero suficiente para viajar al extranjero y encontrarse con él. Le dio todo lo que pudo, le dio todo lo que tenía, pero Ionel no pudo sobrevivir a los primeros días en el exterior y terminó en ese estado tan deplorable en ese trabajo tan miserable, más por los clientes a los que accedía que por otra cosa. No estaba hecho para eso, de eso estaba seguro, pero aún dudaba de lo que su amigo le había propuesto. No es que desconfiara de Alister, o de Meridia Balan, es que desconfiaba de sus capacidades para hacer las cosas bien, ese joven ignoraba las habilidades que poseía.

Terminó de lavarse, cerró el agua de la ducha, se envolvió en una toalla y salió de detrás de la cortina de baño. Estaba todo cubierto de vapor, parecía neblina inclusive, no se podía ver con claridad nada del baño. Aún sabiendo esto, Ionel caminó hacia el espejo del lavamanos. Con la punta de la toalla limpió el empañado espejo para poder contemplar su rostro. Sus verdaderos ojos, rojos como la sangre; y su verdadero cabello, pelirrojo bastante fuerte sin llegar a ser zanahoria. Ningún vástago o vampiro tenía los ojos rojos como los suyos, ningún vástago o vampiro tenía su cabello, ni siquiera los humanos poseían esa tonalidad, por eso esas características le delataban en cuando a su verdadera naturaleza, por eso tenía que ocultarlos y por eso comenzaba a pensar si no había alguna otra característica que pudiera delatarle. Su sangre era muy rica, era casi adictiva, además de que dotaba de una gran fuerza y que curaba todo, ¿qué pasaría si Gorca Rohde descubría quién era por el simple hecho de beber su sangre?

―Te entregaría al gobierno, obviamente ―comentó una voz que parecía salir de su cabeza y que de hecho salía de su cabeza. Supo de inmediato de quién se trataba, aunque estaba solo en el baño.

Desempañó un poco el espejo de su baño, a su costado izquierdo, apoyado en la pared y con las manos en los bolsillos en una pose muy tranquila, se encontraba Ose, con sus cabellos negros como la noche, sus ojos marrones y su tez morena, como si fuera un humano común y corriente.

―Siempre tan realista tú ―dijo una voz femenina que también se le hacía muy familiar. Hizo lo mismo y limpió el espejo a su derecha. Sólo así pudo ver a una joven parada a su lado, con un vestido rosado que parecía bastante infantil y angelical, de piel blanca, ojos marrones y cabello pelirrojo, parecía una vástago bastante atractiva y bien arreglada. Su nombre es Nayla.

―Yo… necesito pedirles ayuda ―habló Ionel sin despegar la vista del espejo, pues sabía que si se volteaba no iba a poder ver a ninguno de los dos seres que veía a través del espejo.

Ose y Nayla no eran más que inventos de su mente, el pasar tanto tiempo encerrado y sin hablar con nadie su mente se había trastornado un poco con el correr de los años. A veces sus mayores miedos eran las jugarretas que le hacía su cabeza, donde sus demonios le gritaban y le hacían decir y hacer cosas que él no quería, donde aquellos le castigaban duramente cuando no hacía lo que ellos querían. A veces su mayor miedo no era el dolor que le provocaban aquellos hombres con batas blancas, sino los demonios en su cabeza que le gritaban fuertemente y que aún se le acercaban cuando se sentía mal o estaba en un estado vulnerable. Sólo el confort de su ángel podía hacer que esos demonios se callaran, sólo él y sus palabras, sus recuerdos, todo de él hacía que las sombras desaparezcan. Gracias a su ayuda muchos de sus monstruos y demonios se habían alejado y ya no le molestaban todo el tiempo, había logrado recobrar las riendas de su mente y pensar con claridad las cosas. No obstante eso, a veces sentía la necesidad de pensar con cuidado las decisiones importantes y por eso necesitaba hablar consigo mismo.

Cuando quería pensar y hablar consigo mismo, sólo debía dirigirse a un espejo, cualquiera sea, y ahí podía no sólo verse a sí mismo con su forma de vástago que ha tenido desde que nació, sino que podía contemplar a su consciencia en forma de dos seres con forma humana y que sólo se hacían visibles a través del espejo. Ellos solían opinar sobre sus decisiones, aportar detalles importantes que él mismo había pasado de largo por el hecho de estar con la mente perdida en otras cosas e inclusive eran capaces de levantarle el ánimo con sus palabras de apoyo y aliento. Le aconsejaban desde cosas banales hasta cosas importantes, ellos eran la voz de su conciencia y de las pocas alucinaciones que realmente le agradaban y le ayudaban por eso había hecho lo posible porque Ose y Nayla no se vayan de su lado.

―No sé qué hacer, ¿qué creen que sería mejor para mí? ―preguntó aun contemplando el espejo.

―La propuesta fue bastante buena ―comenzó a decir Ose mientras sacaba una caja de cigarrillos y encendía uno, era sólo una alucinación, pero fumaba como si fuera un ser vivo. ―Piensa todos los beneficios que tendrías, como un salario alto y fijo, y no tendrías que acostarte con tipos como Rohde para tener un poco de dinero extra.

―Pero no conozco a Meridia Balan ni a su entorno. No sé ni dónde es su mansión, ¿y si es una trampa? ―comenzó a dudar Ionel mientras por su mente pasaban las imágenes de los vástagos soldados del gobierno secuestrándolo como cuando era un niño de apenas cinco años.

―Oh, por favor ―comenzó a decirle Nayla al tiempo que acomodaba su cabello pelirrojo. ―Tampoco conocías nada de D’Amour o de René o Alister y resultaron ser buenas personas. Deberías confiar más en Alister, después de todo ella es amiga de él ―dijo, logrando que se formara una sonrisa en el rostro de Ionel. ―Además ella es una vampiresa y tu amigo dice que tiene mucho dinero, una gran mansión, con muchos lujos y seguramente muchas comodidades ―sus palabras sonaban muy entusiasmada. ― ¡Es una oportunidad única en tu vida!

― ¡Nayla! ―ese fue Ose que regañaba a la joven. Ionel pudo ver como el joven arrugaba el cigarrillo en su mano, se había enojado con la chica por su pensamiento. ―No todo se resume en cosas lindas y lujos, es su oportunidad para ganar dinero también.

―Pero en comparación con una habitación como esta, la vida en una mansión de una vampiresa es mucho más cómoda y confortable ―argumentó la joven con cara de enojo, le molestaba mucho que su compañero en alucinación la menospreciara de esa manera. ―Sé que el dinero es importante, pero no lo es todo, Ionel tiene una meta que no es hacerse millonario, sino encontrarse con alguien muy importante para él ―comenzó a decir la joven mientras se iba acercando lentamente a Ose, quien comenzaba a sonrojarse e incomodarse por la cercanía.

―Sí, sí, eso ya lo sé ―le dio la razón sin dejar de alejarse de la muchacha. A veces Nayla hacía muy evidentes sus deseos de que Ose la aceptara sin ningún problema o prejuicio, pero eso aún no pasaba. ―Sé que hay que llegar a él, pero para eso necesitamos dinero…

―El problema, Ose ―comentó la joven ahora estando aún más cerca de aquel esquivo joven, ―es que hablas como si debiéramos acumular el dinero, cuando en realidad hay que pensar en acumular sólo lo suficiente para pagar los gastos del viaje, la mejor opción es buscar el trabajo que brinde mayores comodidades para que no sea tan denigrante conseguirlo. Por eso es buena opción que él vaya con Lady Maridia Balan.

Los argumentos de la joven, sumado a la cercanía que estaba manteniendo con ese chico en la alucinación de Ionel sólo hicieron que Ose se quedara callado y algo nervioso. No le gustaba que ella se le acercara tanto, no le gustaba la cercanía que ella buscaba tener con él, pero en el fondo le dejaba tranquilo que ella estuviera allí. La relación de ambos matices de personalidades de Nayla y Ose no era más que un reflejo de los conflictos mentales que el vástago tenía en su propia mente, con la diferencia de que sus contradicciones internas se materializaban a través de esos dos seres que se le aparecían reflejados en el espejo, lo cual tampoco podría ser considerado como una casualidad.

Mientras las dos alucinaciones comenzaban a discutir mutuamente por la cercanía o la lejanía “física”, Ionel las contemplaba con la mente pensativa en las cuestiones que habían planteado. Le estaba dando la razón a lo que los dos decían, el lado monetario que planteaba Ose era el adecuado, por más que no conociera a Lady Balan; y el lado más “cómodo” que planteaba Nayla, también era un buen punto. Además si bien no conocía a la vampiresa de manera directa, Alister le había contado mucho sobre ella, lo que le daba un poco más de confianza. Sí, quizás no fuera ciento por ciento seguro, pero obtendría dinero y no tendría que acostarse con Gorca Rohde y terminar en ese estado tan deplorable. Quizás podría llevarse a su gato o bailar en el escenario de D’Amour de vez en cuento, e inclusive si eso no pasaba no le importaría porque la música de ese bar no era su favorita.

―Lo haré ―sentenció finalmente ante la mirada de sorpresa de sus dos espectros que simplemente le contemplaron con una sonrisa. ― ¡Gracias! ―les dijo antes de salir de ese baño con el fin de ordenar su habitación y poder salir finalmente de ese sitio. Le estaría eternamente agradecido a Alister por darle esa segunda oportunidad. Alister sería el segundo vástago a quien le debería la vida.


“Die Liebe ist ein wildes Tier,

sie beißt und kratzt und tritt nach mir.

Hält mich mit tausend Armen fest,

zerrt mich in ihr Liebesnest

[…]

Bitte Bitte, geb' mir Gift”

Rammstein


 

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