Aquel bosque era enorme, imponente, con el verde de sus hojas y la calidez de sus claros. Los árboles eran mis hogares y los animales mi compañía, solía pasar mucho tiempo con ellos en medio del día, pero sobre todo en las noches. Aquellas noches interminables donde la falta de sueño me llevaba a pasar tiempo a solas con aquellos seres, seres sorprendentes de los cuales aprendí a comunicarme de otras maneras que no fueran el habla humana. Aprendí a sentir los olores incluso antes de comprender que mi subgénero me llevaría a tener un olfato mucho más certero con el entrenamiento y el paso del tiempo. Aprendí más cosas de la convivencia con aquellos seres que con mi familia. Todas aquellas personas eran mi familia, eran los seres que más amaba en este mundo, quienes me cuidaban y me trataban como a una igual. Mis padres eran especiales, pero consideraba a todo el pueblo como mi familia.
Mi
nombre era Adalia, nací en los años ’30 aunque no lo sé con certeza, crecí en
uno de los últimos Pueblos Eslavos, ubicado en el norte de Alemania.
Conservábamos las costumbres de nuestros ancestros y adorábamos a la naturaleza
como nuestra verdadera riqueza, como lo verdaderamente sagrado en medio de este
mundo. Aprendí a tocar varios instrumentos y a realizar varios canticos de
adoración a nuestro dioses y diosas o para acompañar la melodía de la
naturaleza. Todas las mañanas realizábamos el recibimiento del sol y nos
regocijábamos por el comienzo de un nuevo día.
A
veces nuestras vidas pasaban por recolectar frutos o cazar animales para
nuestra alimentación. Vivíamos como nuestros antepasados y hablábamos la lengua
de los antiguos, por lo que nos consideraban el último poblado de Celtas en la
región. Yo era la menor de toda la comunidad, asique recibía las enseñanzas de
todos los presentes. Decían que nuestros dioses y diosas eran realmente sabios
y bondadosos al haber proveído a la comunidad de un alfa, y que esa alfa sea la
menor de todas las mujeres era una bendición. No estaba segura de lo que
conllevaba el ser una alfa, hasta que mi padre me lo explicó.
Con
seis años de edad aprendí lo que quería decir ser la alfa de la manada que
conformábamos. Comprendí que mi padre era un alfa dentro de esta manada y que
mi madre era considerada una extranjera por provenir de una comunidad que se
encuentra mucho más al sur que la nuestra. Pese a ello, mi padre la acogió bajo
su cuidado e inclusive se enamoró de ella, siendo yo el fruto de su amor.
También entendí que el ser un alfa implicaba más que fortaleza mental y fuerza
física, sino que llevaba también la responsabilidad de cuidar y proteger a la
manada, el de estar para todos alrededor, el de estar con sus compañeros, el de
conformar una familia completa con toda la manada. Me dijo que cuando fuera más
grande tomaría su lugar y comprendería todo lo que me estaba diciendo.
Mi
madre era muy diferente a mi padre, ella tenía un olor similar al de mi padre,
pero a su vez su forma de pensar y comportarse era diferente. Ella me explicó
que era porque, si bien su subgénero era el de una alfa, no era la que lideraba
a la manada, por lo que ella seguía a mi padre como el verdadero alfa. Mi madre
era una mujer hermosa, cuya fuerza se equiparaba fácilmente a la de cualquier
otro alfa. Cada vez en la tercera luna llena de cada Ciclo Lunar, mi madre y yo
realizábamos un ritual que a veces comprendía y a veces no, todo dependía del
rumbo de mis pensamientos en el momento.
Nos
adentrábamos en los bosques, alumbradas por la luz de la luna y ahí fue donde
mi madre me enseñó a cazar. Aún era un alfa muy joven, según decía ella, por lo
que no lograría una transformación o una cacería como lo hacía ella. Verla
cazar en medio de la noche, ayudada por sus colmillos y sus garras para
arrancar la garganta de algún ser vivo me llenaba de emoción. Yo le ayudaba con
un cuchillo y la agilidad de mi cuerpo a arrinconar a la presa seleccionada
antes de que ella pudiera darle la mordida de gracia. Luego llevábamos el
animal a un lugar especial en el bosque, mi madre decía que tenía una energía
especial ese lugar.

Era
un lago con aguas cristalinas, más parecido a un estanque pequeño donde ni
siquiera un pez podría sobrevivir. Por algún motivo, las aguas eran bellas y se
veían calmas, acogedoras, aunque no hubiera vida en él. Alrededor del estanque
crecían un sinnúmero de plantas, flores de todos los colores que se secaban y
marchitaban la tercer luna de cada Ciclo Lunar, como si la misma energía las
destruyera. En la orilla dejábamos la presa que habíamos cazado y nos
alejábamos. Mi madre decía que era el sacrificio, a veces le llamaba tributo,
que le hacíamos a Lara, que en otros países se le llamaba Larunda y que era
llamada Tácita por el jefe de la manada de dónde provenía mi madre. Ella decía
que Lara era una alegre ninfa de las aguas, hasta que la amistad y el amor le
llevó a un conflicto con su jefe, por lo que éste la desterró al infierno y le
cortó la lengua. Decía que la voz de Lara era de las más hermosas, pero sin su
lengua no pudo hablar más. Por ese motivo, fue renombrada como Tácita y con el
correr de los años su corazón se fue haciendo cada vez más frío y duro, pero a
su vez más pensante. Por ese motivo, se le rendía culto para que proporcionara
las palabras justas y sensatas a los líderes de la manada. El silencio justo y
el habla moderada eran más de los secretos para ser un buen alfa líder de la
manada.
A
veces dejábamos el cadáver del pequeño animal y nos marchábamos, otras veces le
hacíamos alguna plegaria. Pero siempre nos íbamos antes de ver como Lara se
llevaba el animal y aceptaba nuestro sacrificio. Siempre mi curiosidad iba más
allá de mis posibilidades, siempre deseaba regresar a conocer a aquella dichosa
diosa, sin conocer realmente que era de naturaleza demoníaca. Esa noche, después
de realizar el sacrificio regresamos a la comunidad, con el paso lento y
dichoso de haber servido a los motivos de aquella diosa. Comimos tranquilamente
con los demás, compartíamos una gran mesa comunal en aquellas noches y nos
quedábamos hasta altas horas de las noches bajo los sonidos de las bombardas y
los bailes de los menores. Por mi parte, solía contentarme con tocar aquel
instrumento. Acto seguido, nos íbamos a dormir cada uno en nuestras casas. Pero
no en esta ocasión.
Me
levanté de mi cama con sigilo y el silencio de la noche de mi lado. Abrí la
puerta con la misma calma y la misma sutileza que antes. Apenas sí me había
vestido adecuadamente para afrontar aquella noche. A mi nariz llegó un aroma
extraño, indistinguible para una niña de tan sólo 10 años, era un tanto picante
y me hizo estremecer. Pero no iba a ser ese el momento en que me echase atrás
en mi determinación. Corrí hacia el bosque, en la dirección donde sabía que se
encontraba el estanque que tantas veces había visitado. No estaba nerviosa, no
estaba asustada, sólo estaba curiosa y estaba decidida a comprobar lo que había
pasado después de que nos hubiéramos ido.
Sorprendente
fue para mí el llegar junto al lago y no ver nada, el animal yacía aún muerto
junto a las aguas que ni siquiera se mecían con el correr del viento. No podía
entenderlo, para esa altura de la noche la luna ya se había movido, por lo que
debería de considerarse otro día, la diosa debería de haberse llevado su
ofrenda. Me quedé de pie un momento, mirando e intentando comprender. ¿Acaso
las creencias de mi madre eran estupideces? ¿Acaso aquella diosa no reclamaba jamás
sus sacrificios? Quizás fui demasiado crédula al pensar que podría ser testigo
de semejante acto por parte de una deidad. Mis cavilaciones eran acompañadas
por el sonido de las hojas que se mecían por la acción del viento, las hojas
que de día estaban rebosantes de verde y las flores de múltiples colores aún
permanecían alrededor del estanque. En medio de aquel silencio el aullido de un
lobo resonó.
El aullido parecía lastimero, parecía querer comunicar algo, era como si atravesara mis oídos en medio de la noche, nunca lo había escuchado de aquella manera. Era extraño, pero sentí una paz inquietante. Los aullidos de lobo resonaban con calma y con dolor, expresando un sentimiento vacío y desolador. Sentí mi corazón estrujarse en medio de aquella noche de luna llena y aullidos nocturnos. En medio de la desolación de la noche no pude hacer otra cosa que juntar mis manos, era una señal de sumisión, de calma, de aceptación entre nosotros. Bajé la cabeza y sentí como si mis sentidos se agudizaran. Mis labios se abrieron en medio de una melodía que mi madre solía cantarme cada vez que escuchaba ese aullido de los lobos.
Vargen ylar i nattens skog,
han vill men kan inte sova...
Hungern river hans vargabuk,
o det är kallt i hans stova...
El lobo aúlla en el bosque nocturno,
él quiere, pero no puede dormir.
La hambruna llora en su estómago de lobo
y el
frío inunda su amparo.
Una
corriente de aire heló mi cuerpo, me paralicé al sentir aquello y sentí como si
mi cuerpo se pusiera completamente frío en cuestión de segundos. De un momento
al otro no sentía la soledad o la paz que llevaba consigo el silencio. Me quedé
estática y no pude elevar la cabeza pese a escuchar pasos detrás de mí, luego a
mi lado y luego delante. Era como si alguien estuviera caminando por el bosque
y se encaminara hacia la presa que yacía muerta junto al lago. Dejé salir un
jadeo de los nervios que me invadieron, pude ver mi aliento blanco por el
repentino frío. Mis manos temblaron ante un sonido conocido, como las fauces de
un lobo destrozando los huesos de un animal, como la carne siendo desgarrada y
devorada. El llanto de un bebé y el aullido de un lobo se entremezclaban en
medio de la noche.
Du varg. Du varg, kom inte hit,
ungen
min får du aldrig...
Lobo, lobo, no te atrevas a venir,
no
te dejaré tomar a mi hijo.
Las
frases salieron de mi garganta en un vago intento por mantener mi mente
concentrada en otra cosa, en medio de mis deseos de permanecer allí, de no
moverme, ignorando el miedo que me estaba invadiendo junto con ese viento
helado que me recorría el brazo hasta llegar a mi cuello.
Du varg. Du varg, kom inte hit,
ungen
min får du aldrig...
Aquella
voz de ultratumba retumbó en mi oído. Como el canto amargo de una bestia, de un
ser desprovisto de toda belleza o de todo encanto, como si hubiera perdido algo
más que una presa, como si acabase de saciar su hambre. Mi corazón se aceleró y
mi cuerpo tembló, mis manos fueron incapaces de soltarse y mis ojos fueron
incapaces de ver por un segundo, mis otros sentidos se pusieron alertas,
escuchando el doble y sintiendo el doble aquellas corrientes heladas sobre mis
brazos semi-cubiertos.
—Larunda… Du varg. Du varg, inte hit —escuché aquella voz susurrando en mi
oído, como un cántico doloroso y desaparecía en medio del silencio de la noche.
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