Capítulo I
Ruso Blanco
“Se perdió el
respeto,
cualquiera te
viene a hablar.
El ruso blanco no
me cae bien,
y un gede, vino a molestar.”
Los Espíritus
Había mucho tráfico en la
zona, pero era lo común a esas horas de la noche donde las estrellas poco se
pueden ver por las luces que ostenta la ciudad. Las noches solían ser demasiado
concurridas desde hacía ya varios… varios cientos de años. Desde que ellos habían
tomado posesión de todo lo que pudieran poseer. Inclusive la vida la había
logrado manipular a su voluntad. Todo les pertenecía. Gracias a esos seres era
que las noches se habían vuelto así de concurridas y transitadas. Gracias a
ellos es que este joven se encontraba en medio de un embotellamiento.
Insultó a la nada debido a la
frustración que le producía. Tenía nada más que quince minutos para llegar a su
lugar de trabajo, nada más que ese tiempo para atravesar ese atoramiento de
vehículos en la calle principal de Lumina. Se encontraba a mitad de cuadra, sin
posibilidades de poder desviarse por alguna calle. A su alrededor se
desplegaban las luces de neón, dejando constancia de la presencia de hoteles,
casinos y restaurantes en esa calle. Aunque su trabajo no se encontraba en una
de las calles principales, se había visto obligado a seguir en esa dirección
porque ese cliente extra que había aceptado le había pedido ir a un hotel
cercano. Le había parecido una gran molestia el tener que ir hasta ese lugar
tan tedioso con aquella persona que no le caía ni bien ni mal pero que pagaba
bastante bien por sus servicios. Aceptó, porque el seguro de su moto estaba
próximo a vencer y necesitaba el dinero.
Suspiró con pesar y volvió a
insultar, mientras una horda de bocinazos se hacía sentir a lo largo y ancho de
la gran calle. Al parecer no era el único con esos problemas de embotellamiento
ni el único con poca paciencia para esperarlo. Muchos autos comenzaron a
desviarse por las calles transversales más cercanas. Vitoreó levemente, pues
podía atravesar fácilmente los pequeños espacios que quedaban entre auto y auto
–esa era una de las ventajas que le agradaba de su moto–. Desde que se había
visto obligado a vagar por las calles de Grenze, el Judet al que pertenecía
Lumina, había visto con ilusión la idea de tener una moto propia y andar a la
mayor velocidad posible entre los autos. Ahora que la tenía no era tan
divertida como en su imaginación, pero sí era divertida. Se sentía libre sobre
ese vehículo, sentía el viento en su rostro, sus cabellos mecerse por la acción
del viento y la velocidad. Sentía que podría chocar contra algo, caer al suelo
y hacerse daño. Sentía esa adrenalina imaginaria que le generaba la velocidad.
Obviamente, sólo era una sensación imaginaria que le hacía sentir vivo, que le
hacía sentir humano y lo alejaba de su realidad por unos momentos.
Yendo por esas calles menos
transitadas pudo andar a una velocidad mucho mayor, tanto que si la policía
llegase a verle seguramente tendría una multa que pagar en los próximos días. A
pesar de que no podía darse ese lujo, de pagar a diestra y siniestra, pues no
contaba con dicho dinero, debía de llegar temprano a su trabajo, en donde su
jefa era bastante severa con las demoras. Su jefa era una mujer bastante
peculiar y un poco estricta. Le habían dicho que los vástagos de Grenze tenían un carácter especial en cierta manera,
pero el de esa mujer era mucho más fuerte que el de cualquiera que hubiera
conocido, ni siquiera en su pueblo natal había conocido a alguien con semejante
carácter.
Cuando por fin logró dar con
el bar donde trabajaba, aparcó la moto en el estacionamiento junto al mismo y
saludó al guardia de seguridad, encargándole el cuidado de su amada moto, como
hacía todas las noches. Aliviado de que aún faltasen cinco minutos para el
comienzo de su turno en el bar, se apresuró a llegar junto a la puerta y
adentrarse en ella. No obstante, cuando estaba por ingresar vio que un auto
lujoso pasó por la calle y dobló para adentrarse en la playa de
estacionamiento. Reconociendo no sólo el modelo del auto y el color del mismo,
sino también a la dueña y conductora, decidió apresurarse aún más a entrar y a
alistarse para comenzar con su labor.
―Alister ―le llamó su
compañera de trabajo al verlo entrar y marcar su entrada en la máquina que
escaneaba su dedo pulgar. Podía ser un bar común y corriente, pero D’Amour ofrecía los mejores servicios y
por lo tanto tenía el mejor control sobre su personal.
― ¿Si? ―dijo él contemplando a
la muchacha que tenía el ceño fruncido y las manos en la cintura.
― ¡Llegas tarde! ¡René estaba
muy preocupada! ―contestó ella con una voz un poco chillona que atravesó su
cabeza como si fueran mil cuchillas a la vez. Su compañera de actuación era muy
buena en lo que hacía, muy profesional de hecho, pero en el fondo era una vástago muy mandona y autoritaria que le
gustaba regañar a sus compañeros de trabajo.
―Bueno… ―intentó excusarse el
chico, pero fue interrumpido.
― ¡Te llamamos muchas veces!
¿Para qué tienes celular si no lo vas a ver? ―siguió diciendo ella. En ese
momento la mente de Alister se desconectó de la realidad y prefirió ignorar el
resto de sermones que estaba diciendo la joven.
― ¡Ay, basta! Ya estoy aquí,
¿no? ―comentó el chico restándole toda la importancia que la muchacha le estaba
dando y pasando de largo, como si la estuviera ignorando. La chica obviamente
se molestó mucho por esta situación, pero no lo hizo notar. La venganza que
tramaría sería muy dulce.
―Además, René estará muy
ocupada en otra cosa ―dijo guiñándole un ojo y sonriendo. La chica entendió la
indirecta y comprendió que una de las vampiresas más importantes que
frecuentaba el bar estaba a punto de entrar. Su jefa le había dicho que iría
gente importante esa noche, por eso mismo estaba preocupada porque Alister, una
de las estrellas principales, no estuviera presente.
―Lo mejor será que te alistes
para ella, Alister ―comentó la chica un poco más calma.
―Sí ―contestó el contrario
quien ya iba dirigiéndose a su habitación para prepararse para la llegada de la
vampiresa. Ella era una de sus clientas, pero más allá de eso la apreciaba y la
quería como a una gran amiga, por ese motivo no quería que lo viera en ese
estado desaliñado en el que estaba. Se pondría la mejor combinación de colores
para estar en presencia de ella.
― ¡Ah, y Alister! ―le llamó
por última vez su compañera de actuación. ―Avísale a Ionel que ya estás aquí,
él se pone muy nervioso estos días “especiales” ―dijo ella con cierto pesar en
su voz y es que le dolía mucho el estar pronunciando esas palabras.
―Entiendo ―comentó con
simpleza y avanzó hacia el interior del bar, a él más que a nadie le causaba un
enorme pesar que esa situación se estuviera presentando, pero no había algo que
pudiera hacer en ese preciso momento.
Siguió caminando a paso firme,
pero buscando con la mirada a ese joven que tanto le preocupaba a veces. En
cuanto logró visibilizar a Ionel, quien estaba tomando el pedido de algunos de
los clientes sentados en las mesas del centro, dejó salir un silbido que llamó
la atención del aludido. El chico elevó la vista y le sonrió ampliamente, al
parecer su preocupación había sido muy real. Una vez se sintió aliviado,
suspiró y continuó atendiendo a los clientes. Ver una mayor calma en el rostro
del más joven de los vástagos hizo que Alister siguiera su camino.
Llegó hasta la barra del bar
donde saludó rápidamente al barman que estaba limpiando los vasos y copas,
preparándolas para esa noche que sería bastante larga y trabajosa. Detrás de la
barra se encontraba una puerta que daba a la cocina, pues de día y hasta esas
horas se hacían platillos bastante buenos. En la cocina había otra puerta que
conectaba con un pasillo que permitía llegar a una escalera que daba al segundo
piso, donde estaban las habitaciones. Esa era la escalera por la que podían
entrar los trabajadores del bar, pues junto al escenario y conectado al gran
salón había otra puerta. En dichas habitaciones dormían los trabajadores de D’Amour,
no porque todos prestasen sus servicios a los clientes del bar, sino porque a
falta de un hogar al que regresar, todos los empleados del mismo vivían en bar.
Inclusive Alister había vivido muchos años de su vida en los bares de René,
dado que ella tenía varios bares y restaurantes repartidos en todo Lumina, y
ahora estaba de paso por D’Amour hasta que consiguiera un departamento
que alquilar. Alister llevaba ya muchos años trabajando para René en sus
diferentes bares, por este motivo su paga era considerablemente mayor y tenía
mejores clientes que la mayoría, llegando a poder rechazar trabajos si así lo
deseara. Hecho que no había pasado en el día de la fecha por el olvido del
joven y por haber gastado su dinero en entretenimientos.
El pasillo que conectaba a
todas las habitaciones del segundo piso estaba bastante concurrido debido a que
en ese horario se producía el cambio de turno. En ese momento los pocos humanos
que trabajaban ahí o que vivían ahí, se iban a sus departamentos o se iban a
dormir a sus habitaciones dentro del bar, dejando todo el trabajo nocturno a
los vástagos. Algunos humanos sí
tenían sus propios clientes sexuales, pero ese tipo de actividades corría por
cuenta de ellos, sólo pocos humanos terminaban en las calles de una ciudad como
Lumina. Los vástagos eran los que tomaban la posta del turno noche, como
Alister que caminó hasta el final del pasillo y se adentró en su habitación
provisoria.
Una vez dentro del cuarto,
encendió la luz que iluminó la cama, pequeña y desordenada, el ropero, también
pequeño pero lleno de fotos y afiches pegados en la puerta del mismo, y la mesa
donde se encontraban una serie de tintes de cabello, pelucas y lentes de
contacto de diferentes colores. Sin embargo, lo que más le molestó a la hora de
ver su habitación, era la cantidad de ropa regada por todo el suelo; sucia,
limpia e inclusive la ropa interior que solía usar con sus clientes, estaba
alrededor de los pocos y pequeños muebles. No veía la hora de salir de ese bar
y poder tener su propio departamento, como había tenido en el otro Judet de
Grenze donde había trabajado en otro bar de René. Suspirando y, dejando en el
suelo la campera que llevaba puesta –el clima de Lumina era bastante helado en
esa época del año, aunque de por sí la ciudad no era la más cálida del país–,
tomó el celular que llevaba en el bolsillo del pantalón. Observó con hastío la
notificación de más de quince llamadas de su jefa, su compañera de trabajo y de
Ionel, el joven debió estar preocupado para haberle llamado, con lo reacio que
es hacia la tecnología. Ignorando las llamadas, sintonizó una radio en el
celular sólo para tener un poco de sonido en medio de ese silencio cargado de
bullicios de pasillo.
Suspiró nuevamente. Primero
debería de alistarse y después podría concentrarse en ordenar su habitación.
Arrojó el celular encendido en la cama y, con Superstition y Stevie
Wonder de fondo pues la Radio Retro era de las que más le gustaban, se adentró
en el baño. No tardó mucho en la ducha, pues se había bañado esa misma mañana,
pero no se sentía bien consigo mismo, ni respondía a sus hábitos de higiene, el
no bañarse después de haber tenido un cliente. Una vez hecho esto salió del
pequeño baño personal que cada habitación poseía, René no escatimaba en
recursos de higiene para sus empleados.
Esquivando algunas prendas y
pisando otras que carecían de importancia para él, se encaminó a aquella mesa
donde le esperaban varios artículos de belleza, o así considerados por varios
vástagos. Sacó el banco que guardaba debajo de la misma y se sentó, lo primero
que sus ojos vieron fue su reflejo en el espejo que se encontraba adherido a la
pared. Su reflejo le devolvió a un joven vástago de cabellos marcadamente
dorados y ojos color miel, todo eso combinado con su piel pálida le hacía
parecer como uno de ellos, le hacía parecer un vampiro. Gruñó.
Odiaba su aspecto actual, odiaba que le hubieran elegido a él de entre todos
los niños de su pueblo para ser un vástago y que le hubieran transformado en
eso que era ahora. Odiaba ser un vástago y tener un parecido tan grande
con los vampiros.
Un vástago no era más
que un ser humano al que se le inyectaba ADN vampiro por intravenosa, pues la
forma primitiva de morder directamente a los humanos se había dejado de usar
hacía centenares de años. Los humanos seleccionados para este fin eran niños,
por la facilidad de asimilación que poseen sus células, lo que reduce el riesgo
de muerte. Muchos de esos niños o eran seleccionados a la edad de cinco años, o
eran llevados siendo bebés si se detectaba un gran potencial en ellos, o eran
sacados de albergues u orfanatos, o de las mismas calles. Para los vampiros
había infinitas posibilidades de recolectar niños humanos para formar sus vástagos,
quienes eran entrenados y adiestrados por el gobierno, conformado por vampiros
vale aclarar, para que sean parte de su ejército, o empleados del gobierno, o
sirvientes. Pero no todos tenían esos destinos, algunos eran descartados por
distintos motivos, algunos físicos y otros de conducta, sólo mencionar los más
comunes, y terminaban vagando por las calles hasta que encontraban un hogar o
morían allí mismo. Así como Alister,
que fue seleccionado y posteriormente descartado por el gobierno, razón por la
que terminó como empleado de René. Los vástagos
conformaban gran parte de las ciudades y eran dos tercios de la población total
de Gigat.
Odiaba poseer ese lugar en el
mundo, odiaba que los vampiros le hubieran alejado de su familia y obligado a
vivir de aquella manera, todo para después descartarlo como si se tratara de un
objeto roto. Por eso mismo odiaba su apariencia, que le hacía tan similar a
ellos con sus cabellos claros y ojos claros, o al menos los vampiros del sur
eran de esa manera. A pesar de que reconocía que no todos los vampiros habían
hecho su vida miserable, sí reconocía que la mayoría de ellos eran seres
despreciables. Con ese pensamiento tomó uno de los pomos de tintura para el
cabello. Lo único bueno de ser un vástago era que podía usar el cabello de
diferentes tonos y cambiarlo las veces que quisiera pues eran tintes fáciles de
sacar con un poco de agua y champú, así como usar lentes de contacto y tener
los ojos de diferentes colores cuantas veces quisiera. Esa noche había decidido
que un azul oscuro iría bien con su cabello, por ese motivo comenzó a aplicarlo
con suavidad, pero a la vez con cierta rapidez, pues no contaba con todo el
tiempo del mundo. Una vez aplicado, envolvió su corto cabello en una toalla,
debería de esperar unos cinco minutos aproximadamente para que la tintura se
adhiriera completamente. Mientras aguardaba ese tiempo, comenzó a vestirse.
Un pantalón negro bastante
ajustado al cuerpo que no dejaba nada, pero absolutamente nada, a la
imaginación, lo cual le disgustó bastante. Si estaba tan expuesto a todos
entonces su cuerpo bajaría de valor, sólo podía estar expuesto para el show,
por ese motivo se desvistió nuevamente. Se colocó el pantalón corto que usaría
en la actuación y encima el pantalón largo y negro que también usaría para la
actuación, esto le permitiría estar listo para el show desde ese momento. Un
chaleco de cuero que apenas sí le cubría el ombligo formaría parte de su
atuendo esa noche. Había decidido que ir todo de negro sería lo ideal, después
de todo René les permitía elegir el atuendo siempre y cuando éste fuera acorde
con los hechos de esa noche. Unos borceguíes con tachas con púas y uno que otro
adorno que lo harían lucir como si fuera un fan del masoquismo fueron el final
para su atuendo en lo que a ropa respecta.
Una vez enjuagado su cabello
un azul marino tan profundo como esa misma noche se hizo muy notorio. Sonrió al
verse frente al espejo, pero aún le molestaban esos ojos suyos. Tomó los lentes
de contacto celestes que más le gustaban y se los colocó. Ahora sí parecía una
persona completamente diferente. Cambió la lanza que tenía en su oreja derecha
por una más grande y notoria, y finalmente se sonrió a sí mismo. Sólo después
de todos esos preparativos se sentía conforme con la imagen que le devolvía el
espejo. Alister era un vástago bastante coqueto y que se preocupaba mucho por
su aspecto físico, pero a pesar de ello no era considerado un ser superficial
por sus clientes, amigos o compañeros de trabajo, todos sabían que renegaba de
su apariencia física por parecerse tanto a los vampiros, por eso había
preferido ocultarse tras una apariencia tan diferente cada día. Tampoco les
parecía mal que jugara con su aspecto físico como él lo hacía.
Estaba saliendo de su
desordenada habitación hasta que recordó que no se había colocado dos
accesorios muy importantes para esa noche. Regresó, se colocó el cinturón negro
y colocó ahí el elemento que más agradaba a los clientes para realizar los
shows. No pudo evitar dejar salir una falsa arcada cuando colocó el látigo en
su cintura, esa noche los clientes no eran más que unos depravados masoquistas
y ese show era de los que menos le gustaban, por eso estaba un poco reacio a
participar de este evento, pero prefirió hacerlo él por el simple hecho de que
Ionel era uno de los bailarines de esa noche. Suspiró y se colocó el choker
con picos, como si fuera un collar de perros, que lo distinguiría como empleado
del bar. Todos los empleados debían de llevar una de esas gargantillas para que
todos pudieran distinguirlos como tales. Los motivos y diseños de las
gargantillas, también llamadas choker, podían variar dependiendo la noche, pero
no podían faltar. Ahora sí, verificando que todo estaba listo, salió de la
habitación y la cerró con llave tras de sí.
– – –
D’Amour era
uno de los bares más lujosos y recientemente abiertos por René, quien tenía
bares y restaurantes repartidos por todo Grenze, que no es más que uno de los judete
más importantes de Gigat. El gran país de Gigat tenía una división geopolítica
basada en la geografía, el clima y la cultura de sus poblaciones a los que
otorgaba el nombre de Judet, o judete en plural. Entre ellos
Grenze era el que se encontraba más al sur y, a pesar de que no era la capital
del país de los vampiros, se encontraba en una frontera estratégica militarmente
hablando. El motivo estratégico-militar se sumaba a las muchas características
de dicho judet, entre las que podemos mencionar la buena medicina y la
“ciudad de luz”, como muchos llamaban a la ciudad de Lumina, ubicada junto a la
capital y sede de logística militar.
René era una vástago
muy especial, tenía una buena mente para los negocios y para salir a flote
económicamente. También contaba con una fuerza física superior a muchos otros
vástagos y un pensamiento estratégico que la llevaría a ser una buena
comandante de algún cuerpo de ejército en el campo de batalla, pero había una
condición que no fue tolerada dentro del gobierno y mucho menos dentro del
ejército: su condición sexual, que iba más allá de ser homosexual. Por ese
motivo fue descartada por sus superiores y dejada en las calles de Grenze,
donde vagó por poco tiempo y donde, de a poco, pudo hacerse con el capital
suficiente para montar su primer bar. De esa manera se volvió una de las
empresarias, de bares lógicamente, más importantes del judet. Lumina era su
último destino, era su sueño abrir un bar en dicha ciudad, la más importante,
económicamente hablando, de todo el judet, y al fin lo había logrado.
La sonrisa desbordaba del
rostro de la mujer mientras contemplaba como el bar se había llenado de
personas. La mayoría de sus clientes de esa noche eran vampiros destacados por
su posición económica y su rol en el mundo de la medicina, como muchos de los
vampiros adinerados de Grenze. Algunos vástagos también deambulaban entre
ellos, de esos vástagos que habían sabido abrirse paso en esa sociedad dominada
por vampiros y que se habían ganado un lugar junto a ellos, tal y como hicieron
los burgueses de siglos anteriores. Todos ellos eran atendidos por sus
empleados, distinguidos por sus chokers de diferentes modelos y vestidos acorde
a la temática de esa noche. Algunos, para sentirse más cómodos, habían optado
por simples vestimentas negras, otros habían agregado accesorios como cadenas o
un par de grandes aros. Todo era bienvenido en ese bar siempre que se respetara
a los clientes y a los temas de la noche.
René se había colocado detrás
de la barra de bebidas, mientras contemplaba al barman atender a los pedidos
con mucha calma, pues aún era temprano. La mujer poseía un cigarro entre sus dedos
y arrojaba las cenizas en un cenicero que estaba incrustado en la barra.
Cansada de la mugre del cigarrillo y de los robos o pérdidas de ceniceros, así
como de vidrios rotos en el piso de sus adorados bares, todas las mesas,
algunas repisas e inclusive la barra de bebidas poseían un cenicero incrustado
en la misma. A pesar de no haber nacido como mujer, René se consideraba muy
femenina y fanática de la limpieza, y poseía un cuerpo digno de una mujer con
su calidad de vida y para poder darse los gustos que quisiera. Aún sin senos
naturales, el vestido que poseía marcaba unas buenas curvas. El vestido apenas
sí sobrepasaba la rodilla, pero siendo bastante ajustado era de sorprenderse
que su cuerpo se mantuviera formado en todo momento. El violeta era su color
ideal de cabello. Los zapatos de tacos altos de un color negro, pero con
detalles brillantes terminaban su look que la hacía ver como la digna dueña de D’Amour.
La dueña del bar terminó el
cigarro y lo arrugó contra el vidrio del cenicero, una oleada de rabia le
estaba invadiendo al ver en su celular que ninguno de los mensajes o llamadas
hechas a su querisísimo empleado habían sido devueltas o contestadas.
Alister era un joven muy bueno, con un gran carisma que provocaba que los
clientes se le acercaran, no era malo e inclusive era un buen bailarían y
actor, pero su impuntualidad era algo que le crispaba realmente los nervios.
Faltaba poco para que el show diera comienzo, o al menos para que todos
estuvieran presentes, y aún no lo había visto entrar. Suspiró y guardó el
celular nuevamente en su bolso pequeño. Acto seguido, sus ojos marrones, tan
claros como la combinación de la pigmentación de su iris mezclado con el efecto
del ADN vampiro se lo permitieron, se clavaron en una de sus empleadas, la joven
que actuaría ese día con el susodicho vástago.
― ¡Violeta! ―le dijo en medio
de un grito que no sonó descortés pero sí preocupado. ― ¿Alister respondió a
alguna de tus llamadas o mensajes?
―De hecho, no ―dijo ella, pero
antes de que René se volteara haciendo girar su cabello azabache para
encaminarse a la salida e ir a buscar al joven ella misma, siguió hablando: ―
¡Pero ya llegó!
― ¿En serio? ―dijo algo
incrédula, pues ese chico no había llegado tan sobre la hora como siempre
hacía.
―Sí, le vi entrar y le dije
que le avisara a usted y a Ionel, que estaba preocupado también ―siguió
diciendo la joven vástago mientras tomaba una bandeja con un pedido que
llevaría a la mesa. ―Ese vástago… le dije que le avisara…
―Alister es un caso perdido a
veces ―respondió la mujer negando con la cabeza y suspirando de alivio. Al
menos su show estaría a salvo. No obstante, al ver que la joven se alejaba de
la barra la llamó nuevamente y le pidió que se acercara, acciones que fueron
acatadas por la joven. ― ¿Cómo está Ionel? Sabes que si él no lo desea, no debe
hacer este acto.
―Él parece bastante bien, dijo
que estaba listo para actuar pese a su
presencia ―le informó Violeta reproduciendo las palabras que había usado su compañero
de trabajo. ―De todas formas, no lo he visto hoy por el bar.
―Yo tampoco ―confesó René.
―Mantenme informada.
―Sí, señora ―contestó la chica
y estaba por irse cuando recordó algo que debía decirle, por ese motivo se
regresó: ―Parece que Lady Balan estará en el acto de hoy.
―Esa es una gran noticia,
gracias Violeta ―comentó la vástago con una sonrisa igual de amplia que cuando
contemplaba su bar lleno de gente.
La mujer se quedó en la barra
otro momento, ahora apreciando con más tranquilidad lo que había creado ella
misma. A veces no podía creer que hubiera llegado tan lejos siendo no sólo una
vástago, sino que siendo travesti, como le solían tratar en aquellas épocas.
Aún en esos días había seres que le llamaban de aquella manera, aunque no le
molestaba en absoluto, después de todo ella misma se reconocía como tal, además
tenía mucho más dinero que aquellas personas. Una canción movida hizo eco en
las paredes de D’Amour. Una vez hubo
cumplido su sueño de tener un bar en Lumina había pensado en ponerle un nombre
extraño, exótico, que dijera muchas cosas a la vez… pero en vez de ello optó
por ponerle el nombre de un bar al que había frecuentado cuando era joven, cuando
era una vástago en transición y no tenía mucho dinero. En ese entonces un
hombre le brindó su amabilidad y le dio trabajo como mesera en su bar, que
llevaba ese nombre en honor a su esposa. Esos recuerdos le hicieron sonreír
mientras movía su cuerpo levemente al compás de la música.
En medio de aquella canción
pop, una de las grandes estrellas de
esa noche atravesaba la puerta del bar con un paso lento pero firme, a la vez
que captaba las miradas de quienes la conocían. La mujer no era más que una de
las vampiresas más controversiales y ricas de todo Grenze, si no es que de todo
Gigat. Con ese vestido rojo largo hasta sus tobillos pero con un corte que
llegaba hasta el comienzo de su cadera era bastante llamativa a la hora de
adentrarse en ese bar recién abierto en Lumina. Los zapatos negros que llevaba
no eran muy altos pero sí eran de una marca reconocida y muy costosos, llevaba
cerca de un millón de lau encima como
si nada. Ser empresaria de la industria médica, especialmente dedicada al
mercado de ortopedias, traía realmente mucho rédito económico.
Así fue como Lady Meridia
Balan, dueña de Balan Inc., ingresaba a D’Amour
por primera vez tras ser invitada por la mismísima dueña. Sus cabellos dorados
atados en una cola alta y sus ojos celestes delineados finamente, así como su
andar, daban cuenta de que era una mujer de negocios más que una simple mujer
adinerada. Una mujer de renombre como ella avanzó por el salón y se sentó en
uno de los sillones más apartados del escenario, pero desde el cual podía ver a
la perfección. Iba sola, como todas las veces que visitaba los bares de René,
pero no tenía pensado irse sola, como todas las veces que visitaba esos bares. El vestido tenía una espalda
descubierta que demarcaba bastante bien esas dos protuberancias alargadas que
abarcaba buena parte de su espalda y la delataban como vampiresa. Las alas que se plegaban al interior de su espalda, y
que eran lo suficientemente grandes como para permitirles volar a grandes
velocidades y a alta distancia del suelo, sobresalían levemente provocando esos
surcos en la piel.
―Me alegra mucho que hayas
venido, mi Lady ―comentó René acercándose a la mesa y provocando la sonrisa en
el rostro de la vampiresa.
―Al fin logré tener una noche
para mí, no quería desperdiciarla yendo a algún otro lado teniendo al bar de
tus sueños en mi propia judet ―explicó la vampiresa con una sonrisa tan cortés
como sincera. ―Y ya te he dicho que no seas tan formal. Llámame Meridia.
―…Lo siendo, Meridia ―contestó
René después de dejar salir una risilla.
René avanzó un poco y se sentó
en la mesa junto a su clienta. Las dos se conocían desde que la vampiresa había
decidido comenzar a frecuentar el primer bar que abrió la vástago. Al principio
la solía ver sentarse en una mesa apartada, no participaba de las temáticas que
el bar proponía, ni solía vestirse de alguna manera extravagante simplemente
tomaba lo que deseaba y contemplaba el resto del bar. No fue sino hasta que
Alister se le acercó, que la mujer comenzó a interactuar con los demás
empleados y las demás temáticas del bar. Sorprendente fue para René descubrir
que la vampiresa no era clienta de Alister y que, a pesar de todo, el joven
vástago sintiera tal simpatía por ella. También le sorprendió que, aunque la
mujer le hubiera contratado para acompañarla a determinados eventos, no tenía
sexo con él. Era una vampiresa peculiar y muy diferente a lo que estaba
acostumbrada, por es la misma René decidió acercarse.
Fue en ese acercamiento que
comenzó a tener con la vampiresa que ambas entablaron una gran amistad como la
que poseían. Ahí fue donde conoció la verdadera identidad y la vida de aquella
mujer golpeada por el paso del tiempo y la sucesión de acontecimientos, en ese
momento comprendió que el dinero no era lo único que la haría feliz. A veces el
pensar demasiado en el futuro nos aleja del presente y a veces el dinero no es
más que un adorno que nos ayuda a sentirnos mejor con nosotros mismos, pero la
felicidad es más que sólo eso. René comprendió y mucho a aquella vampiresa que
no la llamaba travesti en un tono
despectivo, aprendió a querer a esa mujer cuyos genes no parecían los de su
especie y sintió compasión y empatía por Lady Meridia Balan, la dueña de las
industrias Balan Inc. y que elegía su bar, por sobre todos los demás, para
pasar esas noches de soledad que tanto le aquejaban.
―Es muy hermoso ―le comentó la
vampiresa haciendo referencia a D’Amour.
Acto seguido, no pudo evitar dejar salir una risa bastante fuerte. ―No puedo
creer que le hayas puesto de esa manera.
―A decir verdad, yo tampoco
puedo creerlo ―contestó la otra y las dos rieron amenamente. El humo de los
cigarrillos que estaban consumiendo se mezclaba el olor de los martinis que estaban
bebiendo en ese momento. Era un olor fuerte y el tabaco también lo era, pues a
las dos les gustaba fumar cosas fuertes.
―Me alegra mucho que hayas
cumplido tu sueño ―comentó la mujer antes de elevar su vaso. ―Por tu bar.
―Gracias ―contestó la otra
mientras alzaba su vaso y las dos lo chocaban en un vivo gesto de amistad. Las
dos bebieron un largo trago antes de seguir con sus charlas. Hablaban bastante
seguido, a decir verdad las dos mantenían una conversación muy fluida por
mensajes de texto o, a veces, por llamadas telefónicas.
―A todo esto… ―comenzó a decir
Meridia, tomando con cierta sorpresa a su anfitriona, ― ¿dónde está Alister?
―Ay ese muchacho ―dijo entre
sus piros René, causando la risa por parte de la otra.
― ¿Qué ha hecho mi niño esta vez?
―preguntó la vampiresa con una viva sonrisa divertida.
―Ese niño tuyo no hace más que sacarme canas de todos los colores
posibles ―respondió la mujer con el ceño fruncido y haciendo ademanes con las
manos. ―Ha estado bastante torpe estos días y hoy ha llegado tarde siendo que
es el protagonista del show… ¡Me hace volver loca!
―Pero René ―empezó a hablar la
otra mujer en un tono bastante conciliador que hizo que la aludida se cruzara
de brazos, ―recuerda que ha estado ocupado con el pago de esa moto que compró,
seguro está preocupado por eso; pero también recuerda que Alister odia este
temática de show.
―En eso tienes razón, pero
sigo pasando mucha rabia con él ―comentó la dueña del bar mientras daba una
última bocanada a su cigarro al tiempo que su mirada se perdía en la
contemplación de la nada. Aunque en realidad, la nada era una persona, uno de sus jóvenes empleados para ser
precisos. Después dejó salir un suspiro de cansancio ante los ojos de Lady
Balan, quien comenzó a sentir curiosidad de toda la situación.
― ¿Por qué es que odia estos
shows? ―dijo Meridia Balan causando un silencio bastante incómodo para René.
Porqué
es que Alister odia esos shows… Era una pregunta aquellos
seres que se preocuparan realmente por él harían. No porque las actividades que
hiciera el joven fueran las más pulcras y calmadas del mundo, tampoco porque
fueran actividades violentas o que rozaran el masoquismo, sino porque ese chico
carecía de un estómago lo suficientemente sensible como para rechazar alguna
actividad que le fuera desagradable o en extremo desagradable. Alister era un
vástago que se había resignado a tener que vivir de aquella manera su vida,
dándose el lujo de odiar su apariencia real y querer rehacerse él mismo con
cambios de aspecto y una que otra cosa material. Todo eso hacía que fuera un
vástago que no odiara nada y que fuera muy profesional para todo, o al menos
así era en todos los aspectos de su vida, menos donde estaba ese joven vástago.
―Alister no siempre odió estos
shows, ¿sabes? ―hablaba René mientras sus ojos seguían fijo en la contemplación
de ese ser que deambulaba por el salón de D’Amour
con una sonrisa en su rostro y con el chokers negro simple rodeándole el
cuello, lo único que lo distinguía de los otros accesorios era el moño en la
nuca.
― ¿Qué hizo la diferencia
entre antes y ahora? ―preguntó Meridia mientras observaba en la misma dirección
de René.
―No qué, sino quién ―dijo René
ahora volteando su rostro y contemplando a la mujer que estaba bastante
intrigada.
― ¿Una persona? ¿Una mujer?
―inquirió.
―No, de hecho es un joven
vástago que entró hace relativamente poco a trabajar en mis bares ―explicó la
vástago.
―Creía que Alister no estaba
interesado románticamente en los hombres ―comentó sorprendida Lady Balan.
―No tiene un interés romántico
en él ―dijo entre risas la otra. El sólo pensar en eso le causaba mucha gracia,
―más bien es un cariño de hermanos. Ese chico se volvió su protegido dentro de
los bares donde esté, por eso mismo pidió que el chico viniera a D’Amour a trabajar.
―Debe ser alguien muy especial
para que Alister actúe así…
―Lo es, sólo míralo ―dijo René
mientras le señalaba al joven con el poco particular choker. ―Su nombre es
Ionel, tiene un cliente muy despreciable y baila como los dioses, es hermoso
verlo en las actuaciones, por eso él está en todos los shows y su cliente
despreciable está en este tipo de shows.
―Con que ese el protegido de
mi niño ―comentó Meridia mientras contemplaba a Ionel. ― ¿Ese pobre chico tiene
a esa bestia como cliente? ¿Ese pobre muchacho con cara angelical? ―René
asintió con pesar a esta pregunta. ― ¿Por qué acepta?
―Porque tiene esperanza de que
le pague bien algún día y porque no desea que otro esté con él, piensa que
puede proteger a los demás.
―Tiene un corazón tan hermoso
como su apariencia entonces ―contestó contemplando más fijamente al chico. ―Con
razón Alister lo eligió para proteger —Las dos mujeres se quedaron en silencio
viendo al chico ir de un lado al otro, con algunas bandejas o tomando pedidos,
parecía hasta jovial y alegre pese a ser consciente de lo que podría pasar esa
misma noche.
Ionel… ese
vástago que llegó hace poco a otro bar de René. Supuestamente Alister lo
encontró medio moribundo en la frontera entre Oras, la capital Grenze, y
Lumina, la ciudad más famosa de Grenze. El chico en ese momento tenía el
cabello de un color negro azabache, bastante sucio y estaba casi cubierto
completamente de polvo o quizás de cenizas, ninguno supo bien de dónde había
llegado ese maltrecho muchacho. Sus ojos demostraban una pesada carga, como si
llevase algo pesado sobre sus espaldas todo ese tiempo, mas nadie quiso
incomodarle preguntando sobre su pasado o su vida personal. Sólo con saber su
nombre y conocer que podía ser útil al negocio, a su vez que así podría pagar
su estadía en él, fue suficiente para los presentes.
Esa noche, a pesar de saber lo
que seguramente le depararía y quién sería su cliente, su sonrisa era sincera y
calmada, atendía a los clientes con pasos ágiles y sumamente gráciles, como si
bailara entre las mesas. La música lenta y suave, como ese jazz que simplemente
está presente para alivianar el ambiente de cualquier lugar, le daba la pista
perfecta para que pudiera moverse a algún ritmo. Con sólo observarlo se podía
comprobar su amor por la danza y la música, cómo su cuerpo estaba condicionado
para moverse al compás de las notas musicales. Muchos clientes se quedaban
contemplando su andar en vez de fijarse en el atractivo de las vástagos o
siquiera en lo que estaban pidiendo, debían admitir que el joven acaparaba
muchas miradas encima de él y le hacían lucir como el centro de atención
natural de D’Amour. A nadie le
producía envidia o celos que el chico llamara tanto la atención, por el simple
hecho de que ellos también se distraían con su andar y movimientos. Ionel
parecía no captar que los ojos de muchos seres estaban sobre él y eso le dotaba
de una gracia natural e inocente que llamaba más la atención.
El cuerpo danzante de los
pasillos de D’Amour carecía de mucha
ropa, pues Ionel no tenía un guardarropa tan amplio, en el sentido de que no se
compraba muchas prendas. Él siempre decía que ahorraba sus pocas ganancias,
pues el sueldo del bar no era tan alto y, aunque ganaba bien con sus clientes
particulares, el vivir le generaba muchos gastos a veces. Nunca especificaba
para qué ahorraba, pero siempre decía que tenía que ir a otro país, no decía
nunca el nombre del mismo o porqué debía ir allá, muchos pensaban que ni
siquiera sabía a dónde quedaba el dichoso país. Mas el chico siempre parecía
ilusionado y pensando en posibilidades de ir a ese lugar, su sonrisa inocente e
ilusionada hacía que nadie le cuestionara, pues todos ellos habían perdido sus
sueños e ilusiones hacía mucho tiempo y sólo saber que alguien las mantenía
intactas les hacía tener esperanza de algo mejor. Más allá de ello, los viajes
eran algo realmente caro en Gigat, el traslado de un judet a otro era de por sí
una fortuna por lo que el traslado hacia un país fronterizo era aún más caro.
Ionel debería ahorrar muchos laus si quería realizar dicho viaje.
Una remera sin margas de color
negro y que apenas sí le tapaba el pecho, dejando al descubierto su plano y
para nada marcado abdomen y su ombligo adornado por una perforación cuyo origen
no le gustaba recordar, junto con unos pantalones camuflados en un tono oscuro
que parecían bastante livianos y unas botas al estilo de los borceguíes de mala
calidad que se solían ver en las tiendas aledañas al centro de Grenze era la
ropa que usaba Ionel esa noche. Su estilo de vestimenta no cambiaba mucho, esa
noche había agregado un cinturón con púas bastante pequeñas a sus pantalones y
un par de brazaletes del mismo material en sus muñecas. El choker que siempre
usaba consistía en una cinta negra, que a veces cambiaba por alguna de otro color,
y que ataba a su cuello. Su cabello era negro y largo, tanto que le llegaba con
facilidad a la altura de los omóplatos, tan oscuro como las noches de Grenze en
las comunas más alejadas de las grandes ciudades; René ya había notado que el
muchacho usaba tintes permanentes y no cambiaba nunca su color de pelo. Sus
ojos los ocultaba detrás de lentes de contacto oscuros, en este caso eran
negros también; no cambiaba la tonalidad de sus ojos de forma radical.
—Es un chico extraño —comentó
Meridia después de contemplarlo completamente y de analizar levemente su
comportamiento en ese corto lapso de tiempo.
—Y misterioso de hecho —afirmo
René, captando toda la atención de la vampiresa. —No sabemos mucho de él.
— ¿No le preguntaste nada de
su vida pasada? —inquirió la vampiresa mientras apagaba lo que quedaba de su
cigarro en el cenicero y dejaba la colilla del mismo ahí.
René negó con la cabeza al
tiempo que daba la última pitada a su cigarro e imitaba la acción de la
vampiresa, apagándolo en el cenicero.
— ¿No crees que es peligroso
no preguntar el origen o indagar algo más antes de contratar a alguien?
—cuestionó la mujer, intentando comprender el accionar de su particular amiga.
—No, la verdad es que no
—respondió después de dejar salir una sonrisa bastante ronca, dejando atónita a
Lady Balan. —Todos tenemos un pasado un poco oscuro y doloroso desde que somos
convertidos en vástagos, inclusive yo. Por eso no pregunto ni hago
cuestionamientos sobre la realidad de los vástagos o humanos que contrato, todos
terminamos en esta situación por azares del destino y de la mala suerte que
hemos tenido.
—Lo entiendo, pero aun así
puede ser peligroso —comentó la mujer aún un poco reacia a comprender.
—Créeme que los vástagos
rechazados por el gobierno o por el mismo ejército no somos peligrosos —le
explicó nuevamente la vástago causando la sonrisa y el asentimiento por parte
de la otra.
Quizás en el fondo no
comprendía del todo el accionar de esas personas, peo es que ella tampoco
estaba preparada para conocerlo. Los vástagos que René, e inclusive la misma
René, habían sido seres humanos seleccionados por el Estado para pasar por el
proceso de transformación en vástago y después habían sido descartados como si
fueran la nada misma. Sólo los vástagos descartados podían comprender la mezcla
de emociones que sentían y el dolor físico y emocional por el que habían
pasado. Sólo ellos podían saber lo que significaba ser alejados de todo su
entorno, de sus familias, amigos e inclusive algunos ni siquiera alcanzan a
conocer a sus padres, para ser sometidos a un doloroso proceso como es la
transformación en vástago. Después de ser educados y entrenados desde niños,
comienza el proceso de descarte, a través del cual pueden ser arrojados a la
calle si no presentan las características que buscan sus superiores. Algunos se
mantienen dentro, pero otros no corren con esa pseudo-suerte.
Las calles son peligrosas para
los jóvenes vástagos recién descartados, las primeras noches y días a la
intemperie son los más duros y desolados. La soledad, la angustia, las luchas
por la supervivencia, donde otros seres en su situación se pelean por un poco
de dinero y un poco de comida, donde hasta la sangre del vástago más
contaminado es deliciosa a pesar de ser el descarte de los bancos de sangre, todo
eso se agolpaba en la cabeza de vástagos de corta edad. No podrían volver a las
comunas de humanos, porque los vástagos tienen prohibido entrar y por el pánico
que genera la presencia de un vástago entre los humanos. Sin un rumbo fijo ni
un lugar al cual llegar, los vástagos no tienen mucho futuro sin dinero ni un
sustento que les ayude. El gobierno prefiere descartar a estos seres que no
brindan algo positivo a la causa para la que fueron creados. Algunos corren la
suerte de ser tomados como sirvientes, o como esclavos dependiendo del vampiro,
de los vampiros adinerados o de los vástagos burgueses; pero la gran mayoría no
corren con esa suerte.
Para la desesperación que
manejan los jóvenes vástagos, el hecho de encontrarse con René era como si
encontraran un ángel en medio del infierno. Muchos de ellos hambrientos y
desnutridos, cansados y heridos, no tomaban en cuenta que su pasado fuera
relevante para la seguridad de un negocio como lo es el de bares, que maneja
René. Ella jamás les obligaría a prostituirse, ella misma tuvo que hacer eso
una vez fuera del amparo gubernamental, y era consciente de dos características
de dicha “profesión”: se gana mucho dinero dependiendo del cliente y se pierde
la dignidad, así como el gobierno sobre el propio cuerpo. Por eso mismo tampoco
se sentía capaz de negarles desempeñar algo que les pudiera traer un rédito
económico, pero tampoco su moral le permitía dejarles todo a su suerte. Ese era
el motivo por el que había decidido acondicionar cada uno de sus bares para los
trabajos sexuales que quisieran realizar sus empleados, manejando ellos sus
clientes y sus ganancias.
La conversación de las dos
empresarias, aunque de rubros distintos se desvió por el camino de los negocios
mientras la vista de ambas se repartía por los empleados. René sólo veía y
verificaba que estuvieran haciendo bien su trabajo y que ningún cliente se
propasara con ellos, pues muchos de sus clientes tenían esa manía de pensar que
los vástagos, por ser “inferiores”, debía de soportar las impertinencias de los
vampiros. Mientras que Lady Meridia Balan se dedicaba a observar a los jóvenes,
buscando a su preciado niño, como el
gustaba decirle a Alister. Éste era su vástago favorito, su amigo de confianza
y compañero cercano, habían compartido algunas noches de pasión juntos, pero
éstas no opacaban el verdadero lugar que ocupaba el joven vástago en su
corazón.
—Siento la garganta seca, ¿por
qué nadie se acerca a esta mesa? —preguntó René al aire con un tono de
indignación que sacó la risa por parte de la vampiresa.
—Quizás porque estás tú en
ella, René —comentó la otra. —Deben pensar que ya fuimos atendidas, ¡eres la
dueña!
—Aun así, exijo un trago de
mis propios empleados —se quejaba la vástago a viva voz.
—Supongo que necesita de mí
entonces, Lady René —hizo eco una voz un poco grave que se escuchó en el oído
de las mujeres. Era un tono entre jovial y seductor, un tono que fue reconocido
por ambas y que despertó un sentimiento distinto en cada una.
— ¡Alister! —gritaron las dos
al unísono. René estaba un poco molesta por los constantes retrasos del vástago
y porque, además, osaba acercarse a ellas en un tono tan jovial que parecía
burlesco. Lady Balan estaba más que feliz de encontrarse con él de nuevo, de
poder tener a su niño para ella esa
misma noche.
Las dos mujeres contemplaron
al joven vástago que sostenía una bandeja en una de sus manos y sobre ésta se
encontraban dos vasos bastante grandes llenos de líquidos de diferente color.
Uno de los vasos era de color grisáceo, como si contuviera algún líquido
cítrico, mientras que el otro tenía un líquido de color naranja que llamaba la
atención por su cuasi-fosforescencia. No era necesario aclarar que se trataban
de dos tragos con alcohol y la dueña del bar pudo distinguir a simple vista que
se trataba de un mojito, una de sus bebidas preferidas para comenzar la noche y
el otro era un diquiri de frutas, seguramente a la vampiresa le gustase esa
variedad de tragos.
El joven vástago sonrió con
amabilidad antes de que las dos pudieran decirle algo más, acto seguido giró
alrededor de los asientos en los que estaban sentadas las damas y se posicionó
delante de la mesa. Luego colocó los vasos de sus respectivas dueñas en frente
de cada una. Conocía muy bien a su amiga y clienta favorita y a su jefa como
para él mismo seleccionar los tragos que les gustaban a ambas. No eran muy
complicadas a la hora de definir los tragos que pedir, pero sí les gustaban
bebidas no tan fuertes y con sabores suaves, aunque con graduaciones
alcohólicas considerables teniendo en cuenta que las medidas para ellas eran
más altas que para el resto de las féminas que concurrían a los bares de René.
—Me alegra mucho verte, mi
niño —comentó la vampiresa después de tomar el vaso entre sus manos y mojar sus
labios en la bebida.
—A mí también me alegra mucho
verla, Lady Balan —respondió con cortesía el joven haciendo una galante
reverencia.
— ¡Oh, Alister, no seas
formal! Como si no nos conociéramos ya —respondió la mujer dejando salir una
leve pero audible risa.
—Me encanta molestarte de esa
manera —comentó el otro siendo consciente de lo que le había dicho la mujer y
sabiendo perfectamente cómo tratar a Meridia.
—A mí me alegra que al menos
recuerdes mi bebida favorita —comentó René bebiendo de su trago y mirando al
vástago de forma acusadora. —Sabes lo que pasó hoy, ¿no?
—Ay, lo sé —dijo el chico
suspirando pesadamente ante la insinuación de la vástago. —Sé que llegué tarde
y que no les contesté le teléfono, realmente no podía contestar en esos
momentos —se excusó el joven, restándole importancia.
—Pero la puntualidad es
importante, sabes que odio que no seas puntual —siguió hablando la vástago en
un tono severo pero que denotaba cierta comprensión. —Sé que no te gustan estos
días, pero si realmente no quieres participar de ellos sólo debes decirme y no
saldrás más en los shows…
—No… no quiero eso —empezó a
decir Alister ya colocando la bandeja donde había traído los tragos debajo de
uno de sus brazos, en un vivo acto de nerviosismo por no saber exactamente cómo
contestar a esa pregunta. —Lo que pasa es que… Bueno, la gente que viene no es
de mi agrado y…
— ¿Tanto te molesta la
situación de Ionel? —inquirió Lady Balan, adentrándose en la conversación.
—Sí, de hecho, no quisiera que
él tomara estas decisiones, pero necesita el dinero y piensa que él podrá dárselo —siguió hablando
Alister y se notaba la preocupación traslucida en su voz.
—Sabes que ese sujeto no va a
aceptar a otro vástago que no sea Ionel, está empeñado en que sea él y no
acepta a nadie más. La ofrece grandes sumas de dinero que después no paga en su
totalidad, Ionel acepta porque lo desea —le explicaba René con una calma que
crispaba los nervios del joven.
— ¡Lo sé! Pero no puedo
aceptarlo —casi gritó bastante molesto y frustrado por la situación y por el
hecho de no poder hacer otra cosa que no sea estar a su lado el mayor tiempo
posible.
—Lamento que las cosas sean
así, Alister —le dijo Meridia con una voz conciliadora mientras tomaba una de
las manos del vástago y la sujetaba con fuerza. —Sé lo difícil que es no poder
hacer el bien por nuestros seres queridos, es frustrante, pero es el orden
natural de las cosas, son sus elecciones de vida… Entiéndelo, por favor.
—Quisiera poder entenderlo
fácilmente, Meridia —respondió el vástago con una sonrisa un poco melancólica.
—Pero él es un chico tan bueno, tan amable, tan gentil e inocente que me genera
mucho rechazo pensar en ese vampiro bastardo tomando su cuerpo con esa
brutalidad suya —habló con rabia.
—Quizás en su momento lo
conozca, mi niño —le dijo nuevamente la vampiresa. —Pero ahora permíteme
contemplarte a ti —comentó, provocándole una sonrisa y un leve sonrojo pues no
era usual que los vástagos que trabajasen en las noches de Grenze recibieran
ese tipo de halagos.
René decidió guardar silencio,
no era momento de regañar al chico, después de todo lo movía un sentimiento y
eso jamás lo podría reprochar. Su empleado era un chico de mucho carácter, con
emociones muy fuertes que salían a flote cada vez que éstas surgían, era un
joven capaz de amar mucho a ciertas personas y dar la vida por éstas, pero esas
personas eran tan pocas que podían contarse con los dedos de la mano. Por ese
motivo no podía criticar que tuviera ese tipo de actitudes hacia Ionel, quien
parecía haber tocado una fibra sensible en su interior. Sabía que sólo Lady
Meridia Balan sería capaz de calmar un poco el corazón conmocionado y afligido
del muchacho, por eso pensó en dejar los regaños para después y dejarle distraerse,
aunque fuera un poco.
—Siempre te vez muy guapo,
pero hoy te vez particularmente bien —le comentaba la vampiresa mientras
contemplaba su vestuario y la sonrisa que provocaba en el rostro del joven.
—Gracias, me tomé mi tiempo en
arreglarme hoy —dijo con cierta modestia, aunque fingida pues le encantaba que
lo adulasen de esa manera.
—Anda, date la vuelta —le
animó la mujer vampiro con una sonrisa, sabía que al chico le gustaba presumir
y sentirse atractivo estéticamente.
Alister, sin siquiera emitir
palabra alguna, dejó la bandeja vacía sobre la mesa y se volteó lentamente.
Quería mostrar cada uno de sus accesorios, cada uno de los detalles de su
cuerpo que tanto le había gustado tener en sí mismo, quería que todo eso se
viera en esa vuelta que le estaba dedicando a la vampiresa.
—La lanza de tu oreja se ve
dolorosa —comentó Meridia con una expresión sorpresiva.
—Me la hice hace ya muchos
años, ya no duele tanto como en esos momentos —le explicó a la mujer.
—Tu cabello también quedé bien
para esta noche —le elogió, causando la sonrisa más amplia que el vástago
pudiera esbozar.
—Muchas gracias —dijo con
simpleza.
René estaba a punto de hablar
cuando los pasos estruendosos y notorios de un par de vástagos y un vampiro se
hicieron presentes en el bar, distrayendo su atención.
Por la puerta principal de D’Amour haciendo galantería de su posición
económica, ostentando una camisa de marca color azul marino cuyos primeros
botones estaban desprendidos y unos pantalones negros que contrastaban
perfectamente con la hebilla plateada que adornaba su cinturón, de zapatos
negros que brillaban como si estuvieran recién pulidos y una campera de cuero
que llevaba agarrada y apoyada en el hombre, Lord Gorca Rohde denotaba la falta
de humildad en su ser. Un vampiro cuyas protuberancias en la espalda no se
habían notar, pero muchos decían que era bastante grandes, denotando que las
alas de este vampiro eran bastante grandes y particulares. Su sonrisa arrogante
dejaba ver los colmillos que sobresalían de su boca, sus ojos celestes como el
cielo parecían como los de un ave de caza dispuesto a encontrar a su presa y su
cabello color castaño claro le había pensar en un águila deseosa de cazar a su
próxima pequeña presa.
El hombre de muchos, pero
extremadamente muchos años de edad avanzó por la sala del bar contemplando
alrededor y siendo contemplados por varios ojos y por algunos con mucho
disimulo. Gorca Rohde comenzó a frecuentar el bar desde que se enteró que los
jóvenes de ahí se ofrecían ellos mismo a cambio de dinero extra, ese tipo de
servicio llamó aún más la atención de avaricioso y pervertido vampiro. No pasó
mucho tiempo para que muchos de esos jóvenes vástagos prefirieran esquivarlo,
evitarlo, estar con cualquier hombre o mujer pero no con él, ni siquiera eran
tentadoras las grandes sumas de dinero que el hombre ofrecía a cambio de sus
servicios. Como uno de los más importantes accionistas de Cibus Inc., una de
las más grandes cadenas de alimentos de todo Gigat, el dinero era algo que le
sobraba más que faltarle, podía gastar en lo que quisiera.
Había muchos rumores en la
ciudad de Lumina con respecto Cibus Inc. Muchos decían que ser una empresa
proveedora de alimentos y distribuidora de los mismos no era más que una
fachada que encubría el tráfico ilegal de drogas. Quienes decían esto afirmaban
que en muchos de los cargamentos que traían, la droga estaba escondida como si
fueran paquetes de alimentos comunes y corrientes en cuyo interior se
encontraban los alucinógenos. Para todos vástagos que decían aquellas
conjeturas, Lord Rohde era el único capaz de llevar a cabo ese tipo de
comercios, no por su historia familia o económica o siquiera política, sino por
sus contactos con el bajo mundo, por la facilidad con la que se mueve en las
noches de Lumina, más allá de ser un vampiro, y por sus costumbres para nada
morales y pulcras. El simple hecho de haberse obsesionado con un joven, al cual
triplicaba la edad, lo hacía un ser despreciable.
—Hablando del diablo, lo hemos
invocado —comentó Alister casi fusilando a aquel sujeto con la mirada, pero
sintiéndose incapaz de poder ir y golpearlo con todas sus fuerzas.
Un par de hombres avanzaron
detrás de Gorda Rohde, eran pocos pues en otras ocasiones más de cinco personas
iban con él a alguno de los bares de René. Era despreciable ver como esos
hombres usaban el dinero de ese vampiro bastardo sólo para conseguir alcohol y
un par de sus compañeros prostitutos. En cuanto el vampiro se paró y se cruzó
de brazos, los hombres se detuvieron y contemplaron alrededor. Pronto éstos
último encendieron un cigarrillo y comenzaron a seguir a su líder hacia la mesa
donde había decidido sentarse. Los ojos afilados de Alister pudieron ver con
demasiada claridad como el sujeto pasaba detrás de Ionel y se detenía ahí un
momento, causando un escalofrío en el vástago y siguiendo su camino con una
sonrisa burlesca.
– – –
No deseaba grandes logros, se
esforzaba por dar lo mejor de sí mismo en todo lo que intentara, era dedicado
en lo que le gustaba y bajaba la cabeza a la hora de hacer algo que debía hacer
y no le gustaba. Un joven simple, sin mucho que exigir a la vida más que las
fuerzas de seguir viviendo. Poco sabían de él, pero su comportamiento inocente
había hecho que todos creyeran en su falta de memoria, en sus deseos de
sobrevivir y en la esperanza ciega de encontrar a su ser amado que lo estaba
esperando al otro lado del mundo. Obviamente, Ionel no les podía decir la
verdad completamente, pues era consciente de que su vida corría cierto peligro
y realmente no quería volver a su vida.
Le habían dicho tantas veces que había nacido para sentir dolor, que había
nacido para vivir en la oscuridad y ser confinado a la soledad, que le costaba
mucho despegarse de ese estilo de vida.
A pesar de las negativas, de
la falta de dinero, de los excesos que a veces vivía y sentía, la esperanza era
lo que le mantenía firme, lo que le daba fuerzas para afrontar lo que tuviera
que afrontar. Aunque su mente lo boicoteaba constantemente, aunque el dinero se
le escapara de las manos y su moral a veces se revolcara en el suelo cubierto
de carne cruda y sangre derramada, él iba a seguir adelante. Muchos años ha
vivido con una sola esperanza a la que aferrarse, muchos años, antes de
conocerlo a él, se había contentado
con la ilusión de escuchar esa voz que le devolvió el alma al cuerpo, que le
hizo bailar y sonreír aún en la oscuridad, ¿cómo renunciar ahora a una
esperanza mucho más grande y realista? Su ilusión era nada más y nada menos que
conseguir el dinero suficiente para viajar y ver a su amado, para poder
abrazarlo y besarlo para nunca más separarse de él. Su corazón latía con fuerza
cada vez que recordaba su rostro, su mirada, su voz, cada vez que le recordaba
con esa sonrisa cálida que le trasmitía seguridad, firmeza y, sobre todo lo
demás, cordura.
La cordura que a veces le
abandonaba, a veces lo dejaba olvidado y muchas veces acercaba a su mente al
borde del abismo. Pero él, con sus
palabras, con su dulzura, con el amor con el que lo trataba todo el tiempo,
alejaba esa voz en su interior que le empujaba a hacer y decir cosas que
estando cuerdo no haría. No sabía bien desde cuándo esas voces estaban en su
cabeza, desde cuándo sus ojos las habían materializado en apariencias, en
figuras humanas que sólo él veía, en espectros creados en su cabeza y por su
mente sólo para atormentarlo, pero ahí estaban. Sin su ser amado no podía
controlar del todo el desastre en que se había convertido su cabeza, sin su salvador no se sentía capaz de hacer
todo lo que quisiera, por ese motivo debía de luchar le doble con el tormento
que vivía dentro en cada momento de su vida. La mayoría de las veces olvidaba
que tenía pastillas que él mismo le
había recetado para controlar a las voces, a esos personajes molestos que a
veces no lo dejaban ni dormir ni andar en paz por la vida. Lo que sí solía notar
en esos días abrumadores donde deseos “negativos” le atacaban, era la presencia
de sus buenos compañeros de trabajo, ellos habían llegado a su vida como
emisarios de esperanza, de que debía seguir adelante. Lo protegían de los
peligros latentes en las calles, le ensañaban la mayoría de lineamientos
sociales que le ayudarían a seguir con vida y le habían intentado proteger
innumerables veces del tormento de los clientes como Lord Gorda Rohde, pero él
se negaba todo el tiempo.
El vampiro pagaba bien, pagaba
bastante dinero para tratarse de un vampiro buscando compañía sexual en un
vástago novato y de poca monta como catalogaba él mismo a Ionel. No obstante,
muchos de los vástagos del bar se habían negado a pasar una sola noche con ese
vampiro por sus prácticas sexuales, por su brutalidad excesiva, por su cinismo
y disfrute del dolor y humillación ajena. Gorca Rohde era un hombre adinerado
que se sabía poderoso y con el dinero suficiente como para hacer ceder al que
él mismo quisiera, y mucho cedían una noche pero no la querían volver a
repetir, el pánico y el miedo que causaba su presencia frente a aquellos
vástagos le producía el doble de placer. No obstante, el mismo vampiro
seleccionaba a sus víctimas, como decían entre los miembros del bar a quien seleccionara
Lord Rohde. Jóvenes como Ionel terminaban pasando la peor noche de sus vidas a
un bajo costo, pues el hombre se negaba a pagar completamente los servicios
aludiendo que no superaban sus expectativas. Ionel había sido uno de los
seleccionados y el único que aceptó una segunda noche sólo para obtener el
dinero que éste pagaba, el joven vástago no podría juntar esa cantidad ni en
una semana por su poca experiencia. Ante la necesidad de conseguir la plata
suficiente en el menor tiempo posible, había decidido someterse al maltrato de
aquel sujeto, aunque su sola presencia le molestaba y mucho.
Apenas lo vio atravesar las
puertas de D’Amour, apenas lo vio
avanzar hacia adelante con su par de acompañantes, esos embusteros que siempre
me acompañaban, sintió una oleada de emociones invadirle el cuerpo, sintió como
en su mente se disparaban esos instintos con los que luchaba constantemente. Su
respiración se aceleró brevemente y sentía su corazón latir con rapidez, las
manos le sudaban y su vista comenzó a fallar, estaba en medio de un ataque de
ansiedad poco notorio porque sabía disimular cada uno de sus síntomas, su amado
le había ayudado a lograr esto para que pudiera deambular por Grenze sin
contratiempos. Sin embargo, no podía evitar le resonar de esas voces en su
cabeza, no podía acallar esa necesidad que estaba surgiendo desde la boca de su
estómago a medida que el vampiro avanzaba.
Lo había visto, sabía que el
sujeto le había localizado aún en medio de la oscuridad del bar, en medio de
tanta gente y se había decidido a acercarse a él. Siempre le hacía lo mismo, se
le acercaba y le atemorizaba desde ese momento, demostrándole su dominio sobre
su cuerpo, sobre su persona, sobre su ser. A pesar de que Ionel sabía que podía
negarse a eso, sabía que podía ir más allá, se sabía con la fuerza suficiente
como para hacerle frente, no lo hacía. Se negaba a hacerle daño a algún ser
vivo, se negaba a asesinar a alguien y se sentía muy mal consigo mismo por ese
mismo motivo. Su propia vida dependía de asesinar la vida de alguien más,
aunque sus compañeros de trabajo e inclusive su cliente casi exclusiva no lo
sabían, era así. Ionel necesitaba algo más que sólo sangre para vivir,
necesitaba una sustancia un poco más
fuerte y eso le hacía sentir un completo monstruo, una abominación, ese error
de la naturaleza que le habían dicho que era desde hacía añares. Odiaba eso de
él, odiaba muchas cosas de su cuerpo y de su naturaleza, ese odio que se
materializaba en su mente y se manifestaba de una forma que odiaba aún más.
Luchaba todos los días entre sus principios morales, sus valores y sus buenas
intenciones y sus instintos innatos, esos con los que nació y que se fueron
acrecentando conforme pasaba el tiempo.
Intentó comportarse normal,
intentó atender con normalidad a sus clientes, pero en cuento hubo dejado las
bebidas en la mesa indicada y se hubo alejado un par de pasos de ésta, sintió
una mano rodearle la cintura. La respiración se le paralizó con la cercanía de
ese cuerpo y con el toque de esa mano fría, indiferente y ruda que le estaba
acariciando la cintura con esa parsimonia burlesca. Sintió su cuerpo temblar
con suavidad cuando esa mano llegó a centímetros de su ombligo y se detuvo
abruptamente. Tragó saliva con fuerza y se mordió la lengua para no voltearse y
morderle en cuento la respiración y la voz de ese bastardo se le acercaron a su
oído, le estaba susurrando, demostrando su poderío y dominio una vez más.
—Hola, mi querido Ionel —dijo
de repente Rohde en ese tono morboso y burlesco que solía usar con él y con
todas sus víctimas. — ¿Cómo has
estado? —comentó nuevamente mientras su mano se seguía deslizando por su
abdomen desnudo y se detenía en la pequeña joya que adornaba su ombligo, el
recuerdo de ese adorno le estremeció.
—Mátalo —comentó una voz dentro de su cabeza, a lo que Ionel sólo
negó con la suavidad suficiente como para que el vampiro no se diera cuenta.
—Veo que estás bien —se
respondió a sí mismo el vampiro, disfrutando del miedo que estaba provocando en
el joven muchacho, ignorando la guerra que estaba desatando en su interior.
—Serás mío esta noche, pequeño
—volvió a hablar, ahora pasando su lengua por el lóbulo de la oreja del
vástago. Un estremecimiento sacudió el cuerpo de Ionel.
—Mátalo —dijo nuevamente esa voz que hacía eco en su mente.
Inconscientemente, Ionel negó con la cabeza, apartándola del rostro del
vampiro, quien no tomó esta acción con buenos ojos.
—Serás mío, Ionel —repitió con
más autoridad le sujeto mientras tomaba la cabeza del joven con su mano libre y
le acercaba nuevamente.
—Mátalo…
—Serás mío todas las noches
que yo lo desee, ¿entiendes? —susurró a su oído al tiempo que jugaba con la
joya que adornaba su ombligo, la joya que el mismo Gorca Rohde había colocado en
ese lugar.
—Mátalo —resonó la voz otra vez, ahora con más fuerza.
—No quiero —se escapó de entre
los labios de Ionel, mientras una lágrima rogaba por brotar de sus ojos.
—Aceptaste el trato, pequeña
basura —contestó Rohde mientras tomaba el pirsing
y lo jalaba, provocando un leve dolor en el vástago. —Lo sellaste con esto,
¿necesitas recordarlo? —repitió a su oído, trayendo a la mente de Ionel el
momento justo en que Lord Gorca Rohde abría ese agujero en su ombligo e
incrustaba en él esa joya que no podía sacarse a menos que rasgara su propia
piel o rompiera el accesorio de joyería, sellando de esa manera su categoría
como vástago predilecto del vampiro. Con eso en su cuerpo, no podía negarse a
las peticiones de ese sujeto, no podía infringir el contrato o sería
severamente castigado.
—Mátalo de una vez…
—No, no quiero —dijo Ionel
intentando normalizar su respiración y consiguiendo cierta cordura. —No quiero
recordarlo —comentó, dando una respuesta final al vampiro.
—Perfecto —sentenció besando y
chupando el lóbulo de la oreja del joven vástago quien había logrado espantar a
esas voces una vez más. Acto seguido, el vampiro se alejó.
Había recurado la respiración,
había logrado conseguir un poco de cordura que le había faltado segundos antes.
Una vez acallada la voz en su cabeza, logró volver a sonreír y contemplar todo
a su alrededor con definición, había logrado esclarecer su vista. Ver a Gorca
Rohde era desatar los recuerdos y saber lo que pasaría aquella noche, le hacía
comprender que no era más que un joven vástago de poca monta en D’Amour y que no quería ser más que eso,
pues su estadía era temporaria. Una vez conseguido su dinero, iba a poder ver a
su amado en aquel país y lugar que le había indicado, estaba seguro de que
muchos días felices se aproximarían. Por eso mismo sintió más coraje en ese
momento, como para llamar al vampiro cuando éste ya se estaba acercando a una
mesa y le daba la espalda.
—Lord Rohde —le llamó,
captando la atención del mismo, quien se detuvo al escucharle, pero no se
volteó a verle. —Esta vez será la paga completa, ¿verdad? —inquirió
acusatoriamente.
—… ¿Con que eso quieres?
—contestó el contrario después de dejar salir una estridente risa burlesca que
resonó en medio del bar. Ionel ni se inmutó y mantuvo su mirada fija en ese
tipo, no iba a suavizar su vista en ese momento, estaba cargado de
determinación. —Si no quedas inconsciente te daré la paga completa, ¿estás de
acuerdo? —propuso.
— ¿No quedar… inconsciente?
—repitió el contrario un poco atónito, pues sabía lo difícil que sería eso, no
obstante, necesitaba reunir dinero rápido, no podía seguir esperando. —Acepto.
Rohde emitió una risa burlesca
y estridente nuevamente, como si la respuesta del vástago fuera una completa
burla o un chiste de mal gusto, que de hecho lo era.
—Tenemos un nuevo trato,
pequeño —dijo y se encaminó a su mesa nuevamente.
Tras obtener esa respuesta,
Ionel contempló hacia donde estaban Alister, René y una vampiresa adinerada
cuyo nombre no recordaba pero que sabía que era amiga de Alister, más allá de
ser clienta del mismo. Al no verlo en ese lugar, supo que era casi la hora de
hacer el show que habían estado preparando por meses. También sabía que después
del show comenzaría un espectáculo completamente diferente para él mismo, pero
lo asumiría de la mejor manera posible, iba a lograr lo que se había propuesto
sólo para obtener el dinero. Por ese motivo, se encaminó hacia el escenario que
descansaba en uno de los costados de D’Amour.
Junto al mismo había una puerta, por la cual se entraba al único camerino que
usaban todos los bailarines, que eran pocos de hecho, para cambiarse y terminar
de acomodarse.
Al abrir aquella puerta de
tamaño promedio se encontró con el corto pasillo que lo llevaría al camerino,
por eso mismo se adentró en esa semi-oscuridad a la que estaba acostumbrado.
René le prometió a todos que después pondría luces en aquel lugar, pues muchos
se habían quejado por este hecho, mas la verdad es que la oscuridad hacía que
Ionel recordara siempre el lugar de donde venía, le traía tanto recuerdos
horribles que sólo le hacían sentir más determinación a la hora de irse de ese
país y encontrar a su amado que seguramente estaría esperándolo en aquel lugar,
esperándolo con esa amplia sonrisa con la que le recibía todos los días, cuando
su mundo era reducido. Mientras sus pasos resonaban en medio de ese pequeño
silencio, pues en ese pequeño lugar la música se hacía casi insonora, sólo
podía pensar en lo feliz que sería de tenerlo a él y a su libertad, las cosas juntas, eso sería su mundo perfecto.
A pesar de que una voz en su mente comenzaba a retrucar cada una de sus míseras
y utópicas ilusiones, Ionel las alejaba con la sola imagen de su amado. ¿Dónde
estaría? Esperaba que estuviera bien y le siguiera esperando, no sucumbiría
ante esas voces molestas que eran negativas y le decían cosas horribles.
Llegó al camerino y abrió la
puertita que lo separaba de la continuación del pasillo, René le había
explicado que, desde ese lugar llegaría a su habitación si no deseaba atravesar
el gran salón de D’Amour, llegar a la
barra y pasar por la puerta que conectaba con las escaleras a las habitaciones.
Su habitación era muy bonita, claro que él se conformaba con cualquier cuarto
que tuviera un baño decente, con ducha incluida y una cama con un colchón
suave, pero el cuarto que le había dado René era más bonito que sólo eso. Tenía
un balcón con un gran ventanal por el que podía ver no sólo en anochecer, sino
también el amanecer, por donde los rayos del sol entraban y le regalaban la
bienvenida a un nuevo día. Después de tantos años acostumbrado a la oscuridad,
a no poder diferenciar el día de la noche, a no saber en qué hora estaba
viviendo, tener un ventanal de esa magnitud era la gloria. Recordar las
lágrimas que se le escaparon de sus ojos cuando vio su habitación por primera
vez y la risa divertida y encantada de René al ver esa expresión en su rostro,
le hacía pensar en lo buena persona que es esa mujer.
En cuanto entró a la
habitación, se encontró con Alister y Violeta. Había música pop en esa gran
habitación con sillas, luces y espejos, seguramente Alister había puesto esa
música pues era su favorita y le gustaba bailar al ritmo de ella. En ese
momento, en que pudo ver a sus amigos y que pudo escuchar la música que tanto
le había devuelto, no había otra cosa que le pusiera de mejor humor y que
alejara esos malos pensamientos de su mente que la música y el baile. No pudo
evitar dar un par de pasos de baile mientras se adentraba en ese salón,
captando la atención de los dos vástagos ahí presentes. Ambos esbozaron una
sonrisa, su amigo era un caso perdido y serio con un comportamiento realmente
extraño a veces, pero ¿cómo no lo iban a querer así de loco como estaba? Rieron
levemente y se sumaron a él bailando con suavidad, como copiando los
movimientos que Ionel hacía.
Una vez la canción terminó y
los tres pudieron verse y saludarse como deberían se abocaron cada uno a la
tarea, ardua pero no por eso poco placentera, de arreglarse para el show. En
medio de leves comentarios y quejas por el aspecto que estaban consiguiendo,
los tres vástagos se esforzaban porque sus atuendos fueran los indicados.
Alister estaba alistando sus pantalones, los que debería quitarse en el medio
del show, por ese motivo se había dejado puestos unos pantalones tan cortos que
no dejaban nada a la imaginación, tan ceñidos al cuerpo que hasta le resultaban
incómodos y antiestéticos, pero ¿cómo contradecir los gustos de su público de
esa noche? Por ese motivo suspiró mientras contemplaba su atuendo en el espejo
de cuerpo completo. Decidió que usar le chaleco abierto sería la mejor opción,
acto seguido acomodó le látigo con mango grueso en su cinturón, realmente no se
sentía cómodo con eso. A través del reflejo del espejo en el que se estaba
contemplando, podía ver a sus compañeros de baile. El choker con picos de metal
que había seleccionado le estaba molestando de más en ese momento.
Violeta había optado por una
minifalda sumamente corta, pero no tan ceñida al cuerpo para tener mayor
movilidad, su ropa interior debía de ser muy sugerente y estar en su lugar
correcto para que su cuerpo se viera estético. Con un top color negro, pues sin
mangas sería más gráfico para los espectadores, estaba suavemente cubierto por
una campera de tul bastante larga y de mangas largas que no usaría durante
mucho tiempo en el show. Había pensado en usar sus botas de taco alto, pero al
comprender que las acrobacias que tuviera que realizar le serían complicadas
con ellos desistió, por eso se puso de acuerdo con Ionel en que ambos irían
descalzos y que sólo Alister usaría esos borceguíes que parecían de militar, lo
que le haría lucir más empoderado. El cabello de la chica iba a estar suelto,
atado levemente sólo para que no se le cayera en la cara y pudiera tener un
accidente, pero mientras más suelto más alborotado quedaría, dando el efecto
deseado a los espectadores morbosos que iban a buscar ver sufrir a alguien más
para satisfacer su propio placer egoísta.
En cuanto a Ionel, éste tenía
sus dudas sobre su apariencia. Se supone que debía verse entre inocente y que
disfrutara del dolor, cosa que le parecía hasta cierto punto fácil de hacer
aunque su mente recordara atrocidades difíciles de olvidar. Suspiró levemente
mientras contemplaba frente al espejo la perforación que tenía en su ombligo,
una pequeña joya de muy buena calidad había sido incrustada allí por las
propias manos de Lord Gorca Rohde, quien había disfrutado de ver la cara de
dolor del vástago mientras la sangre corría por su abdomen y el chico ahogaba
una mueca de dolor. La joyita dichosa era un aro completamente sellado, pues el
vampiro se aseguró de que fuera casi imposible de sacar, y tenía un pequeño
cristal, o quizás era un diamante genuino, que le adornaba. Volvió a suspirar
mientras giraba la pequeña argollita y corroboraba una vez más que sólo había
una forma de sacarla: jalándola de su piel hasta que ésta cediera, pero no
estaba dispuesto a pasar por ese dolor de nuevo. Decidió que se quedaría tal y
como estaba, sólo que iría descalzo al escenario. Su cabello largo era un poco
difícil de dominar y no le gustaba para nada que el pelo se le viniera a la
cara, por ese motivo llevó a cabo varios intentos fallidos de acomodarlo.
— ¿Necesitas ayuda? —preguntó
Violeta quien ya había terminado y se había acercado al joven vástago. —Puedo
atar bien tu cabello.
—Oh, gracias —respondió Ionel
y se acomodó en la silla para que la joven vástago comenzara a acomodar su
rebelde cabello largo.
Mientras la joven llevaba a
cabo su labor, Ionel se contempló por unos momentos contra el espejo. Sin darse
cuenta, sin pensarlo, sin siquiera imaginarlo, sintió un leve escalofrío al
verse a sí mismo en esa situación. Iba a hacer una actuación, un poco realista,
de un trío sadomasoquista, donde Alister debía asumir el rol de dominante y
ellos el rol de súbditos pasivos. Habían quedado en que no habría mordidas en
el show, pero el ver las cadenas, el recordar su pasado en medio de la tenue
oscuridad del camerino, el ver su reflejo en el espejo y estremecerse con lo
que le devolvía el mismo: un joven de mueca triste y taciturna, donde ni el
mejor de los maquillajes podría hacerle ver sonriente. Se estremeció más y
sintió como si un escalofrío le recorriera la columna vertebral.
—Listo —sentenció la muchacha
mientras le mostraba la trenza suelta que le había hecho. No era muy grande
porque su cabello no era tan largo, pero sí había quedado más manejable y
sujeta. La vástago sonrió cuando terminó su labor.
—Gracias, Violeta —comentó
Ionel con una leve sonrisa, un poco apagada cabía aclarar.
—Te quedó muy bien —dijo la
joven vástago mientras colocaba la trenza que había hecho hacia adelante del
hombro del muchacho.
—Sí, es muy bonita —comentó
con suavidad al tiempo que acariciaba con suavidad esas hebras que había
acomodado muy prácticamente. Sonrió nuevamente, pero su sonrisa se volvió una
mueca melancólica. Tan bonito había quedado su cabello que el sólo hecho de
recordar que Rohde lo desharía en cuestión de segundos esa misma noche, sin
miramientos, sin control y con todo el hambre y el ansia de poseerle.
Violeta vio la mutación de la
mueca reflejada en el espejo, por ese motivo se inclinó y besó la cabeza de ese
joven con una suavidad casi maternal. Ionel se sorprendió por la muestra de
afecto y no pudo evitar sonrojarse levemente, no todas las personas le trataban
de aquella manera tan dulce y fraternal. Eso le devolvió un poco la calma y el
calor humano que sentía perder con cada minuto que pasaba en soledad. En ese
momento cualquier muestra de afecto espantaba los pensamientos negativos que se
agolpaban en su mente y revoloteaban como cuervos al acecho, esperando que la
presa se distraiga para atacarlo, asesinarlo y devorarlo, o quizás estaban
dispuestos a devorarlo vivo.
Aliter contemplaba la escena
desde el otro lado, reflejada en el espejo donde se había contemplado para ver
cómo había quedado su look completo. No obstante eso, sólo cinco minutos de
contemplación propia bastaron para que se distrajera y se quedara viendo a sus
compañeros de baile alistarse. Violeta quería mucho a Ionel, pero también le
costaba mucho protegerlo sin mostrarse débil, por ese motivo sus muestras de
afecto hacia él era muy pocas. En cuanto a Ionel, si vista se había iluminado
por unos segundos en cuanto su trenza estuvo hecha, en cuanto vio sus negros
cabellos acomodados de aquella manera, pudo ver esa suave sonrisa que siempre
se formaba en su inocente rostro, como si se tratara de un niño humano, como si
nunca hubiera pasado por el dolor de la transformación en vástago. Pero sólo
fueron segundos, pues pronto su sonrisa se desvaneció, seguramente el contexto
no ayudaba a la felicidad de ese muchacho. Vio sus ojos cristalizarse con
levedad, como si buscara guardar las lágrimas que amenazaban con brotar
fácilmente de sus ojos. El beso de Violeta sólo el confirmó la gran angustia
que estaba plasmada en su rostro, en su mirar tan profundo como la noche, pero
a la vez tan superficial que parecía ocultar mil y un cosas detrás de esa
máscara.
Cuando Violeta se alejó del
joven, dejándolo sumido en sus pensamientos y en la contemplación de su rostro,
inclinó la cabeza para contemplar el vaso que yacía sobre la pequeña mesita.
Había decidido beber algo antes de ir hacia el camerino, por ello había pedido
un ruso blanco, como le solían decir
a ese trago en aquellos lugares. Una mezcla de vodka, con sabor a café y un
toque dulce dado por la leche condensada era perfecta para aquella ocasión por
lo agridulce de la noche de show sadomasoquista. Tomó el vaso y bebió un gran
sorbo de él, como buscando o el coraje necesario de hacer el show o buscando
olvidar que alguna vez disfrutó de hacer ese tipo de roles, especialmente con
vástagos más débiles que él. A veces se avergonzaba de sí mismo, pero la
vergüenza era algo que no lo acompañaba desde hacía tantos años que no la podía
sentir por mucho tiempo. Se volteó y caminó hacia donde estaba Ionel, sentado
en ese banco y contemplando su reflejo como quien mira a un completo
desconocido, sin notar que entre sus manos llevaba la bebida de color blanco
que aún no terminaba, era un vaso bastante grande.
—No tienes que hacer esto si
no quieres —dijo Alister mientras se paraba junto al chico, quien se sorprendió
un poco pues estaba tan absorto que no le escuchó acercarse.
— ¿Qué? —dijo y miró a su
compañero de baile. — ¿Por qué no lo haría?
—Sé que la temática del show
no es de tu agrado —habló nuevamente, haciendo que Ionel ladeara la cabeza.
—Alister hemos practicado
mucho, me he esforzado para que todo salga perfecto —respondió el chico con una
sonrisa sincera e inocente, como eran muchas de sus sonrisas. —No te preocupes
por eso.
—No estaba pensando en eso —se
sinceró el otro, quien ya había notado que Ionel no captaba lo que en verdad le
quería decir. —Sé que es sadomasoquista, y que tengas que actuar como el sumiso
delante de todo el público, delante de Gorca Rohde, pensé que te pondría
realmente incómodo —le dijo siendo lo más sincero posible, omitiendo la parte
en que él mismo se sentía mal por ser el dominante en ese trío que iban a
plantear sobre el escenario.
—Oh, creo que entiendo
—comentó Ionel después de un par de segundos en los que procesó la información.
A veces le costaba, y bastante, el hecho de comprender cómo se expresaban demás
vástagos o vampiros o humanos inclusive, era la falta de práctica social que
había estado ausente durante toda su vida. —No te preocupes por eso, Lord Gorca
Rohde no cambiará su actitud porque vea o no el show, él no se volverá ni mejor
ni peor por ver eso. Además, soy un empleado de D’Amour, siempre han hecho show de diversas temáticas, muchas
sexuales, no tengo porqué incomodarme por eso.
—Veo que tienes muchas cosas
en claro —respondió Alister sorprendido de la respuesta del muchacho, por ese
motivo bajó levemente la cabeza y contempló el vaso con el licor que tenía en
él.
Ionel rara vez hablaba más de
cinco palabras, rara vez era tan hablador y se explayaba tanto en un tema, pero
por el tono de voz no sólo el joven sabía bien a lo que se enfrentaba, sino que
estaba resignado a aceptar la suerte que le había tocado, eso no le dio la
tranquilidad que necesitaba. Por ese motivo tomó el vaso y bebió un sorbo
pequeño del trago.
—A veces me pregunto si
realmente este es un trabajo para ti —comentó Alister terminando de beber y
observando su reflejo en el vaso. —No pareces feliz ni complacido aquí.
—Pero es el hogar que tengo
ahora —dijo nuevamente le joven, esta vez con una sonrisa. Al menos en ese
lugar podía salir de las cuatro paredes y podía bailar libremente, era un muy
grande progreso en su vida.
—Quizás si Gorca Rohde no se
hubiera atravesado en tu camino…
—Pero lo hizo —le interrumpió
aquella reflexión que estaba comenzando a molestarle, y eso que Ionel no era un
vástago que se enojara con facilidad. —Lord Rohde me eligió, lamentablemente, y
no quisiera que hubiera elegido a alguien más, no quisiera que alguien más
sufriera.
—De todas maneras, es el peor
cliente que te pudo seleccionar —comentó Alister tras un suspiro bastante
audible.
—Algunos nacemos con mala
suerte, supongo —respondió a modo de broma mientras se ponía de pie, dejando
ciento por ciento al descubierto la perforación que tenía en su ombligo, la
viva marca de que era propiedad de un vampiro como Rohde.
—No deberías pensar así —le
dijo finalmente Alister, ya resignado a que ese joven era realmente obstinado y
testarudo no iba a aceptar la propuesta de no hacer el show.
—No te preocupes por mí,
Alister —dijo Ionel, mostrando un lado fuerte que pocas personas habían visto
en él, pues siempre parecía un poco frágil. Acto seguido, caminó hacia una
pequeña heladera que habían colocado ahí por si querían beber algo antes de
subir al escenario. —Aunque no lo creas, sé cuidarme solo —dijo para después
sacar una botella con líquido rojo en su interior, era sangre de una calidad
intermedia, adecuada para que los vástagos pudieran subir con energía al
escenario y dar lo mejor de sí.
—Tu cara de niño es sólo una
fachada, ¿eh? —comentó Violeta acercándose a él.
—Puede ser —contestó Ionel
mientras abría la botella y bebía un poco de su contenido, cuidando de que nada
se desparramara y ensuciara su ropa, que ya mucho le había costado comprarla.
Aunque la sangre humana no le alimentaría tanto como a sus compañeros, era el
mejor alimento que podría conseguir en ese lugar y el que estaba dispuesto a
tomar por voluntad propia, sin que su cuerpo le obligara.
Después de beber un poco más,
le pasó la botella a Violeta, ésta la tomó entre sus manos y también bebió del
líquido rojo que estaba en su interior. La mujer vástago dejó salir un gemido
de satisfacción y sintió como la sangre recorría su cuerpo entero, llenándolo
de energía y de vitalidad, podía sentir sus colmillos crecer levemente en el
interior de su boca. Se sentía poderosa, como si pudiera hacer cualquier cosa
que se propusiera con sólo elevar un dedo, con sólo dejarse llevar por las circunstancias,
ese era el efecto de la sangre de buena calidad en el cuerpo de un vástago que
hacía bastante no probaba un trago. Ese era su verdadero alimento, pues les
devolvía vitalidad a sus órganos internos.
—Ya es hora de ir subiendo,
Ionel —comentó la vástago, a lo que el otro simplemente asintió con la cabeza.
—Bebe y sube —le dijo a Alister antes de arrojarle la botella. Por suertes éste
último logró agarrarla en el aire a pesar de tener la otra mano ocupada por el ruso blanco.
Una vez vio que sus compañeros
se habían perdido en las escaleras que les llevaría arriba del escenario, se
sentó en el banco donde había estado sentado Ionel. Muchas veces no comprendía
el accionar de ese vástago que tenía una apariencia tan frágil, tan joven y
jovial, pero a la vez tan inocente y melancólica, como si guardara algo dentro
suyo que no pudiera revelar al resto. Sí, decía que su verdadera alegría y
felicidad estaría junto a su ser amado, pero en esa charla no lo había
mencionado ni por un segundo, quizás esto realmente no representara un problema
o una dificultad de tal magnitud que tuviera que recordar al motivo de su vida
para afrontarla. Quería protegerle, pero de esa manera no lo iba a lograr
nunca, no iba a lograr protegerlo de ese vampiro que lo terminaría matando,
como a muchos de sus compañeros.
Suspiró con pesadez, y sacó un
par de pastillas que tenía en su bolsillo, metanfetaminas que había logrado
sacarle a su cliente de esa mañana, una paga por un servicio extra, nada más.
Cuando tenía problemas con los shows, las usaba para sentir él mismo más
energía y más ganas de hacerlo, en esta ocasión había tomado la decisión de
usarlas para que le importase menos el hacerle daño a Ionel. Las echó el su
trago, lo revolvió levemente y lo tomó todo de un solo sorbo, acto seguido tomó
un poco de sangre de la botella que le arrojó Violeta. Pudo sentir más
vitalidad y energía de la necesaria se desparramaba por su cuerpo, sintió su
corazón acelerarse mucho más de lo necesario, como si un shock de adrenalina
hubiera sido inyectado en el cuerpo de un humano, pero los corazones de los
vástagos no palpitaban con tanta fuerza sin un poco de droga o alcohol encima.
En cuanto se puso de pie, pudo
sentir un ligero mareo, como si el suelo se moviera y le diera vueltas. La
desventaja y a la vez ventaja de ser un vástago, era que las drogas hacían
efecto mucho más rápido al mezclarse con sangre o alcohol, su cuerpo vástago
era una curiosidad para él a veces, pero de humano tampoco pudo experimentar
estar borracho o drogado, pues de niño lo habían seleccionado para arruinarle
la vida.
—El
ruso blanco no me cae bien —dijo al aire y para sí mismo.
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