sábado, 26 de septiembre de 2020

Engel: La melodía del vampiro (Cap. 1)

 


Capítulo I

Ruso Blanco


“Se perdió el respeto,

cualquiera te viene a hablar.

El ruso blanco no me cae bien,

y un gede, vino a molestar.”

Los Espíritus


Había mucho tráfico en la zona, pero era lo común a esas horas de la noche donde las estrellas poco se pueden ver por las luces que ostenta la ciudad. Las noches solían ser demasiado concurridas desde hacía ya varios… varios cientos de años. Desde que ellos habían tomado posesión de todo lo que pudieran poseer. Inclusive la vida la había logrado manipular a su voluntad. Todo les pertenecía. Gracias a esos seres era que las noches se habían vuelto así de concurridas y transitadas. Gracias a ellos es que este joven se encontraba en medio de un embotellamiento.

Insultó a la nada debido a la frustración que le producía. Tenía nada más que quince minutos para llegar a su lugar de trabajo, nada más que ese tiempo para atravesar ese atoramiento de vehículos en la calle principal de Lumina. Se encontraba a mitad de cuadra, sin posibilidades de poder desviarse por alguna calle. A su alrededor se desplegaban las luces de neón, dejando constancia de la presencia de hoteles, casinos y restaurantes en esa calle. Aunque su trabajo no se encontraba en una de las calles principales, se había visto obligado a seguir en esa dirección porque ese cliente extra que había aceptado le había pedido ir a un hotel cercano. Le había parecido una gran molestia el tener que ir hasta ese lugar tan tedioso con aquella persona que no le caía ni bien ni mal pero que pagaba bastante bien por sus servicios. Aceptó, porque el seguro de su moto estaba próximo a vencer y necesitaba el dinero.

Suspiró con pesar y volvió a insultar, mientras una horda de bocinazos se hacía sentir a lo largo y ancho de la gran calle. Al parecer no era el único con esos problemas de embotellamiento ni el único con poca paciencia para esperarlo. Muchos autos comenzaron a desviarse por las calles transversales más cercanas. Vitoreó levemente, pues podía atravesar fácilmente los pequeños espacios que quedaban entre auto y auto –esa era una de las ventajas que le agradaba de su moto–. Desde que se había visto obligado a vagar por las calles de Grenze, el Judet al que pertenecía Lumina, había visto con ilusión la idea de tener una moto propia y andar a la mayor velocidad posible entre los autos. Ahora que la tenía no era tan divertida como en su imaginación, pero sí era divertida. Se sentía libre sobre ese vehículo, sentía el viento en su rostro, sus cabellos mecerse por la acción del viento y la velocidad. Sentía que podría chocar contra algo, caer al suelo y hacerse daño. Sentía esa adrenalina imaginaria que le generaba la velocidad. Obviamente, sólo era una sensación imaginaria que le hacía sentir vivo, que le hacía sentir humano y lo alejaba de su realidad por unos momentos.

Yendo por esas calles menos transitadas pudo andar a una velocidad mucho mayor, tanto que si la policía llegase a verle seguramente tendría una multa que pagar en los próximos días. A pesar de que no podía darse ese lujo, de pagar a diestra y siniestra, pues no contaba con dicho dinero, debía de llegar temprano a su trabajo, en donde su jefa era bastante severa con las demoras. Su jefa era una mujer bastante peculiar y un poco estricta. Le habían dicho que los vástagos de Grenze tenían un carácter especial en cierta manera, pero el de esa mujer era mucho más fuerte que el de cualquiera que hubiera conocido, ni siquiera en su pueblo natal había conocido a alguien con semejante carácter.

Cuando por fin logró dar con el bar donde trabajaba, aparcó la moto en el estacionamiento junto al mismo y saludó al guardia de seguridad, encargándole el cuidado de su amada moto, como hacía todas las noches. Aliviado de que aún faltasen cinco minutos para el comienzo de su turno en el bar, se apresuró a llegar junto a la puerta y adentrarse en ella. No obstante, cuando estaba por ingresar vio que un auto lujoso pasó por la calle y dobló para adentrarse en la playa de estacionamiento. Reconociendo no sólo el modelo del auto y el color del mismo, sino también a la dueña y conductora, decidió apresurarse aún más a entrar y a alistarse para comenzar con su labor.

―Alister ―le llamó su compañera de trabajo al verlo entrar y marcar su entrada en la máquina que escaneaba su dedo pulgar. Podía ser un bar común y corriente, pero D’Amour ofrecía los mejores servicios y por lo tanto tenía el mejor control sobre su personal.

― ¿Si? ―dijo él contemplando a la muchacha que tenía el ceño fruncido y las manos en la cintura.

― ¡Llegas tarde! ¡René estaba muy preocupada! ―contestó ella con una voz un poco chillona que atravesó su cabeza como si fueran mil cuchillas a la vez. Su compañera de actuación era muy buena en lo que hacía, muy profesional de hecho, pero en el fondo era una vástago muy mandona y autoritaria que le gustaba regañar a sus compañeros de trabajo.

―Bueno… ―intentó excusarse el chico, pero fue interrumpido.

― ¡Te llamamos muchas veces! ¿Para qué tienes celular si no lo vas a ver? ―siguió diciendo ella. En ese momento la mente de Alister se desconectó de la realidad y prefirió ignorar el resto de sermones que estaba diciendo la joven.

― ¡Ay, basta! Ya estoy aquí, ¿no? ―comentó el chico restándole toda la importancia que la muchacha le estaba dando y pasando de largo, como si la estuviera ignorando. La chica obviamente se molestó mucho por esta situación, pero no lo hizo notar. La venganza que tramaría sería muy dulce.

―Además, René estará muy ocupada en otra cosa ―dijo guiñándole un ojo y sonriendo. La chica entendió la indirecta y comprendió que una de las vampiresas más importantes que frecuentaba el bar estaba a punto de entrar. Su jefa le había dicho que iría gente importante esa noche, por eso mismo estaba preocupada porque Alister, una de las estrellas principales, no estuviera presente.

―Lo mejor será que te alistes para ella, Alister ―comentó la chica un poco más calma.

―Sí ―contestó el contrario quien ya iba dirigiéndose a su habitación para prepararse para la llegada de la vampiresa. Ella era una de sus clientas, pero más allá de eso la apreciaba y la quería como a una gran amiga, por ese motivo no quería que lo viera en ese estado desaliñado en el que estaba. Se pondría la mejor combinación de colores para estar en presencia de ella.

― ¡Ah, y Alister! ―le llamó por última vez su compañera de actuación. ―Avísale a Ionel que ya estás aquí, él se pone muy nervioso estos días “especiales” ―dijo ella con cierto pesar en su voz y es que le dolía mucho el estar pronunciando esas palabras.

―Entiendo ―comentó con simpleza y avanzó hacia el interior del bar, a él más que a nadie le causaba un enorme pesar que esa situación se estuviera presentando, pero no había algo que pudiera hacer en ese preciso momento.

Siguió caminando a paso firme, pero buscando con la mirada a ese joven que tanto le preocupaba a veces. En cuanto logró visibilizar a Ionel, quien estaba tomando el pedido de algunos de los clientes sentados en las mesas del centro, dejó salir un silbido que llamó la atención del aludido. El chico elevó la vista y le sonrió ampliamente, al parecer su preocupación había sido muy real. Una vez se sintió aliviado, suspiró y continuó atendiendo a los clientes. Ver una mayor calma en el rostro del más joven de los vástagos hizo que Alister siguiera su camino.

Llegó hasta la barra del bar donde saludó rápidamente al barman que estaba limpiando los vasos y copas, preparándolas para esa noche que sería bastante larga y trabajosa. Detrás de la barra se encontraba una puerta que daba a la cocina, pues de día y hasta esas horas se hacían platillos bastante buenos. En la cocina había otra puerta que conectaba con un pasillo que permitía llegar a una escalera que daba al segundo piso, donde estaban las habitaciones. Esa era la escalera por la que podían entrar los trabajadores del bar, pues junto al escenario y conectado al gran salón había otra puerta. En dichas habitaciones dormían los trabajadores de D’Amour, no porque todos prestasen sus servicios a los clientes del bar, sino porque a falta de un hogar al que regresar, todos los empleados del mismo vivían en bar. Inclusive Alister había vivido muchos años de su vida en los bares de René, dado que ella tenía varios bares y restaurantes repartidos en todo Lumina, y ahora estaba de paso por D’Amour hasta que consiguiera un departamento que alquilar. Alister llevaba ya muchos años trabajando para René en sus diferentes bares, por este motivo su paga era considerablemente mayor y tenía mejores clientes que la mayoría, llegando a poder rechazar trabajos si así lo deseara. Hecho que no había pasado en el día de la fecha por el olvido del joven y por haber gastado su dinero en entretenimientos.

El pasillo que conectaba a todas las habitaciones del segundo piso estaba bastante concurrido debido a que en ese horario se producía el cambio de turno. En ese momento los pocos humanos que trabajaban ahí o que vivían ahí, se iban a sus departamentos o se iban a dormir a sus habitaciones dentro del bar, dejando todo el trabajo nocturno a los vástagos. Algunos humanos sí tenían sus propios clientes sexuales, pero ese tipo de actividades corría por cuenta de ellos, sólo pocos humanos terminaban en las calles de una ciudad como Lumina. Los vástagos eran los que tomaban la posta del turno noche, como Alister que caminó hasta el final del pasillo y se adentró en su habitación provisoria.

Una vez dentro del cuarto, encendió la luz que iluminó la cama, pequeña y desordenada, el ropero, también pequeño pero lleno de fotos y afiches pegados en la puerta del mismo, y la mesa donde se encontraban una serie de tintes de cabello, pelucas y lentes de contacto de diferentes colores. Sin embargo, lo que más le molestó a la hora de ver su habitación, era la cantidad de ropa regada por todo el suelo; sucia, limpia e inclusive la ropa interior que solía usar con sus clientes, estaba alrededor de los pocos y pequeños muebles. No veía la hora de salir de ese bar y poder tener su propio departamento, como había tenido en el otro Judet de Grenze donde había trabajado en otro bar de René. Suspirando y, dejando en el suelo la campera que llevaba puesta –el clima de Lumina era bastante helado en esa época del año, aunque de por sí la ciudad no era la más cálida del país–, tomó el celular que llevaba en el bolsillo del pantalón. Observó con hastío la notificación de más de quince llamadas de su jefa, su compañera de trabajo y de Ionel, el joven debió estar preocupado para haberle llamado, con lo reacio que es hacia la tecnología. Ignorando las llamadas, sintonizó una radio en el celular sólo para tener un poco de sonido en medio de ese silencio cargado de bullicios de pasillo.

Suspiró nuevamente. Primero debería de alistarse y después podría concentrarse en ordenar su habitación. Arrojó el celular encendido en la cama y, con Superstition y Stevie Wonder de fondo pues la Radio Retro era de las que más le gustaban, se adentró en el baño. No tardó mucho en la ducha, pues se había bañado esa misma mañana, pero no se sentía bien consigo mismo, ni respondía a sus hábitos de higiene, el no bañarse después de haber tenido un cliente. Una vez hecho esto salió del pequeño baño personal que cada habitación poseía, René no escatimaba en recursos de higiene para sus empleados.

Esquivando algunas prendas y pisando otras que carecían de importancia para él, se encaminó a aquella mesa donde le esperaban varios artículos de belleza, o así considerados por varios vástagos. Sacó el banco que guardaba debajo de la misma y se sentó, lo primero que sus ojos vieron fue su reflejo en el espejo que se encontraba adherido a la pared. Su reflejo le devolvió a un joven vástago de cabellos marcadamente dorados y ojos color miel, todo eso combinado con su piel pálida le hacía parecer como uno de ellos, le hacía parecer un vampiro. Gruñó. Odiaba su aspecto actual, odiaba que le hubieran elegido a él de entre todos los niños de su pueblo para ser un vástago y que le hubieran transformado en eso que era ahora. Odiaba ser un vástago y tener un parecido tan grande con los vampiros.

Un vástago no era más que un ser humano al que se le inyectaba ADN vampiro por intravenosa, pues la forma primitiva de morder directamente a los humanos se había dejado de usar hacía centenares de años. Los humanos seleccionados para este fin eran niños, por la facilidad de asimilación que poseen sus células, lo que reduce el riesgo de muerte. Muchos de esos niños o eran seleccionados a la edad de cinco años, o eran llevados siendo bebés si se detectaba un gran potencial en ellos, o eran sacados de albergues u orfanatos, o de las mismas calles. Para los vampiros había infinitas posibilidades de recolectar niños humanos para formar sus vástagos, quienes eran entrenados y adiestrados por el gobierno, conformado por vampiros vale aclarar, para que sean parte de su ejército, o empleados del gobierno, o sirvientes. Pero no todos tenían esos destinos, algunos eran descartados por distintos motivos, algunos físicos y otros de conducta, sólo mencionar los más comunes, y terminaban vagando por las calles hasta que encontraban un hogar o morían allí mismo. Así como Alister, que fue seleccionado y posteriormente descartado por el gobierno, razón por la que terminó como empleado de René. Los vástagos conformaban gran parte de las ciudades y eran dos tercios de la población total de Gigat. 

Odiaba poseer ese lugar en el mundo, odiaba que los vampiros le hubieran alejado de su familia y obligado a vivir de aquella manera, todo para después descartarlo como si se tratara de un objeto roto. Por eso mismo odiaba su apariencia, que le hacía tan similar a ellos con sus cabellos claros y ojos claros, o al menos los vampiros del sur eran de esa manera. A pesar de que reconocía que no todos los vampiros habían hecho su vida miserable, sí reconocía que la mayoría de ellos eran seres despreciables. Con ese pensamiento tomó uno de los pomos de tintura para el cabello. Lo único bueno de ser un vástago era que podía usar el cabello de diferentes tonos y cambiarlo las veces que quisiera pues eran tintes fáciles de sacar con un poco de agua y champú, así como usar lentes de contacto y tener los ojos de diferentes colores cuantas veces quisiera. Esa noche había decidido que un azul oscuro iría bien con su cabello, por ese motivo comenzó a aplicarlo con suavidad, pero a la vez con cierta rapidez, pues no contaba con todo el tiempo del mundo. Una vez aplicado, envolvió su corto cabello en una toalla, debería de esperar unos cinco minutos aproximadamente para que la tintura se adhiriera completamente. Mientras aguardaba ese tiempo, comenzó a vestirse.

Un pantalón negro bastante ajustado al cuerpo que no dejaba nada, pero absolutamente nada, a la imaginación, lo cual le disgustó bastante. Si estaba tan expuesto a todos entonces su cuerpo bajaría de valor, sólo podía estar expuesto para el show, por ese motivo se desvistió nuevamente. Se colocó el pantalón corto que usaría en la actuación y encima el pantalón largo y negro que también usaría para la actuación, esto le permitiría estar listo para el show desde ese momento. Un chaleco de cuero que apenas sí le cubría el ombligo formaría parte de su atuendo esa noche. Había decidido que ir todo de negro sería lo ideal, después de todo René les permitía elegir el atuendo siempre y cuando éste fuera acorde con los hechos de esa noche. Unos borceguíes con tachas con púas y uno que otro adorno que lo harían lucir como si fuera un fan del masoquismo fueron el final para su atuendo en lo que a ropa respecta.

Una vez enjuagado su cabello un azul marino tan profundo como esa misma noche se hizo muy notorio. Sonrió al verse frente al espejo, pero aún le molestaban esos ojos suyos. Tomó los lentes de contacto celestes que más le gustaban y se los colocó. Ahora sí parecía una persona completamente diferente. Cambió la lanza que tenía en su oreja derecha por una más grande y notoria, y finalmente se sonrió a sí mismo. Sólo después de todos esos preparativos se sentía conforme con la imagen que le devolvía el espejo. Alister era un vástago bastante coqueto y que se preocupaba mucho por su aspecto físico, pero a pesar de ello no era considerado un ser superficial por sus clientes, amigos o compañeros de trabajo, todos sabían que renegaba de su apariencia física por parecerse tanto a los vampiros, por eso había preferido ocultarse tras una apariencia tan diferente cada día. Tampoco les parecía mal que jugara con su aspecto físico como él lo hacía.

Estaba saliendo de su desordenada habitación hasta que recordó que no se había colocado dos accesorios muy importantes para esa noche. Regresó, se colocó el cinturón negro y colocó ahí el elemento que más agradaba a los clientes para realizar los shows. No pudo evitar dejar salir una falsa arcada cuando colocó el látigo en su cintura, esa noche los clientes no eran más que unos depravados masoquistas y ese show era de los que menos le gustaban, por eso estaba un poco reacio a participar de este evento, pero prefirió hacerlo él por el simple hecho de que Ionel era uno de los bailarines de esa noche. Suspiró y se colocó el choker con picos, como si fuera un collar de perros, que lo distinguiría como empleado del bar. Todos los empleados debían de llevar una de esas gargantillas para que todos pudieran distinguirlos como tales. Los motivos y diseños de las gargantillas, también llamadas choker, podían variar dependiendo la noche, pero no podían faltar. Ahora sí, verificando que todo estaba listo, salió de la habitación y la cerró con llave tras de sí.

– – –

D’Amour era uno de los bares más lujosos y recientemente abiertos por René, quien tenía bares y restaurantes repartidos por todo Grenze, que no es más que uno de los judete más importantes de Gigat. El gran país de Gigat tenía una división geopolítica basada en la geografía, el clima y la cultura de sus poblaciones a los que otorgaba el nombre de Judet, o judete en plural. Entre ellos Grenze era el que se encontraba más al sur y, a pesar de que no era la capital del país de los vampiros, se encontraba en una frontera estratégica militarmente hablando. El motivo estratégico-militar se sumaba a las muchas características de dicho judet, entre las que podemos mencionar la buena medicina y la “ciudad de luz”, como muchos llamaban a la ciudad de Lumina, ubicada junto a la capital y sede de logística militar.

René era una vástago muy especial, tenía una buena mente para los negocios y para salir a flote económicamente. También contaba con una fuerza física superior a muchos otros vástagos y un pensamiento estratégico que la llevaría a ser una buena comandante de algún cuerpo de ejército en el campo de batalla, pero había una condición que no fue tolerada dentro del gobierno y mucho menos dentro del ejército: su condición sexual, que iba más allá de ser homosexual. Por ese motivo fue descartada por sus superiores y dejada en las calles de Grenze, donde vagó por poco tiempo y donde, de a poco, pudo hacerse con el capital suficiente para montar su primer bar. De esa manera se volvió una de las empresarias, de bares lógicamente, más importantes del judet. Lumina era su último destino, era su sueño abrir un bar en dicha ciudad, la más importante, económicamente hablando, de todo el judet, y al fin lo había logrado.

La sonrisa desbordaba del rostro de la mujer mientras contemplaba como el bar se había llenado de personas. La mayoría de sus clientes de esa noche eran vampiros destacados por su posición económica y su rol en el mundo de la medicina, como muchos de los vampiros adinerados de Grenze. Algunos vástagos también deambulaban entre ellos, de esos vástagos que habían sabido abrirse paso en esa sociedad dominada por vampiros y que se habían ganado un lugar junto a ellos, tal y como hicieron los burgueses de siglos anteriores. Todos ellos eran atendidos por sus empleados, distinguidos por sus chokers de diferentes modelos y vestidos acorde a la temática de esa noche. Algunos, para sentirse más cómodos, habían optado por simples vestimentas negras, otros habían agregado accesorios como cadenas o un par de grandes aros. Todo era bienvenido en ese bar siempre que se respetara a los clientes y a los temas de la noche.

René se había colocado detrás de la barra de bebidas, mientras contemplaba al barman atender a los pedidos con mucha calma, pues aún era temprano. La mujer poseía un cigarro entre sus dedos y arrojaba las cenizas en un cenicero que estaba incrustado en la barra. Cansada de la mugre del cigarrillo y de los robos o pérdidas de ceniceros, así como de vidrios rotos en el piso de sus adorados bares, todas las mesas, algunas repisas e inclusive la barra de bebidas poseían un cenicero incrustado en la misma. A pesar de no haber nacido como mujer, René se consideraba muy femenina y fanática de la limpieza, y poseía un cuerpo digno de una mujer con su calidad de vida y para poder darse los gustos que quisiera. Aún sin senos naturales, el vestido que poseía marcaba unas buenas curvas. El vestido apenas sí sobrepasaba la rodilla, pero siendo bastante ajustado era de sorprenderse que su cuerpo se mantuviera formado en todo momento. El violeta era su color ideal de cabello. Los zapatos de tacos altos de un color negro, pero con detalles brillantes terminaban su look que la hacía ver como la digna dueña de D’Amour.

La dueña del bar terminó el cigarro y lo arrugó contra el vidrio del cenicero, una oleada de rabia le estaba invadiendo al ver en su celular que ninguno de los mensajes o llamadas hechas a su querisísimo empleado habían sido devueltas o contestadas. Alister era un joven muy bueno, con un gran carisma que provocaba que los clientes se le acercaran, no era malo e inclusive era un buen bailarían y actor, pero su impuntualidad era algo que le crispaba realmente los nervios. Faltaba poco para que el show diera comienzo, o al menos para que todos estuvieran presentes, y aún no lo había visto entrar. Suspiró y guardó el celular nuevamente en su bolso pequeño. Acto seguido, sus ojos marrones, tan claros como la combinación de la pigmentación de su iris mezclado con el efecto del ADN vampiro se lo permitieron, se clavaron en una de sus empleadas, la joven que actuaría ese día con el susodicho vástago.

― ¡Violeta! ―le dijo en medio de un grito que no sonó descortés pero sí preocupado. ― ¿Alister respondió a alguna de tus llamadas o mensajes?

―De hecho, no ―dijo ella, pero antes de que René se volteara haciendo girar su cabello azabache para encaminarse a la salida e ir a buscar al joven ella misma, siguió hablando: ― ¡Pero ya llegó!

― ¿En serio? ―dijo algo incrédula, pues ese chico no había llegado tan sobre la hora como siempre hacía.

―Sí, le vi entrar y le dije que le avisara a usted y a Ionel, que estaba preocupado también ―siguió diciendo la joven vástago mientras tomaba una bandeja con un pedido que llevaría a la mesa. ―Ese vástago… le dije que le avisara…

―Alister es un caso perdido a veces ―respondió la mujer negando con la cabeza y suspirando de alivio. Al menos su show estaría a salvo. No obstante, al ver que la joven se alejaba de la barra la llamó nuevamente y le pidió que se acercara, acciones que fueron acatadas por la joven. ― ¿Cómo está Ionel? Sabes que si él no lo desea, no debe hacer este acto.

―Él parece bastante bien, dijo que estaba listo para actuar pese a su presencia ―le informó Violeta reproduciendo las palabras que había usado su compañero de trabajo. ―De todas formas, no lo he visto hoy por el bar.

―Yo tampoco ―confesó René. ―Mantenme informada.

―Sí, señora ―contestó la chica y estaba por irse cuando recordó algo que debía decirle, por ese motivo se regresó: ―Parece que Lady Balan estará en el acto de hoy.

―Esa es una gran noticia, gracias Violeta ―comentó la vástago con una sonrisa igual de amplia que cuando contemplaba su bar lleno de gente.

La mujer se quedó en la barra otro momento, ahora apreciando con más tranquilidad lo que había creado ella misma. A veces no podía creer que hubiera llegado tan lejos siendo no sólo una vástago, sino que siendo travesti, como le solían tratar en aquellas épocas. Aún en esos días había seres que le llamaban de aquella manera, aunque no le molestaba en absoluto, después de todo ella misma se reconocía como tal, además tenía mucho más dinero que aquellas personas. Una canción movida hizo eco en las paredes de D’Amour. Una vez hubo cumplido su sueño de tener un bar en Lumina había pensado en ponerle un nombre extraño, exótico, que dijera muchas cosas a la vez… pero en vez de ello optó por ponerle el nombre de un bar al que había frecuentado cuando era joven, cuando era una vástago en transición y no tenía mucho dinero. En ese entonces un hombre le brindó su amabilidad y le dio trabajo como mesera en su bar, que llevaba ese nombre en honor a su esposa. Esos recuerdos le hicieron sonreír mientras movía su cuerpo levemente al compás de la música.

En medio de aquella canción pop, una de las grandes estrellas de esa noche atravesaba la puerta del bar con un paso lento pero firme, a la vez que captaba las miradas de quienes la conocían. La mujer no era más que una de las vampiresas más controversiales y ricas de todo Grenze, si no es que de todo Gigat. Con ese vestido rojo largo hasta sus tobillos pero con un corte que llegaba hasta el comienzo de su cadera era bastante llamativa a la hora de adentrarse en ese bar recién abierto en Lumina. Los zapatos negros que llevaba no eran muy altos pero sí eran de una marca reconocida y muy costosos, llevaba cerca de un millón de lau encima como si nada. Ser empresaria de la industria médica, especialmente dedicada al mercado de ortopedias, traía realmente mucho rédito económico.

Así fue como Lady Meridia Balan, dueña de Balan Inc., ingresaba a D’Amour por primera vez tras ser invitada por la mismísima dueña. Sus cabellos dorados atados en una cola alta y sus ojos celestes delineados finamente, así como su andar, daban cuenta de que era una mujer de negocios más que una simple mujer adinerada. Una mujer de renombre como ella avanzó por el salón y se sentó en uno de los sillones más apartados del escenario, pero desde el cual podía ver a la perfección. Iba sola, como todas las veces que visitaba los bares de René, pero no tenía pensado irse sola, como todas las veces que visitaba esos bares. El vestido tenía una espalda descubierta que demarcaba bastante bien esas dos protuberancias alargadas que abarcaba buena parte de su espalda y la delataban como vampiresa. Las alas que se plegaban al interior de su espalda, y que eran lo suficientemente grandes como para permitirles volar a grandes velocidades y a alta distancia del suelo, sobresalían levemente provocando esos surcos en la piel.

―Me alegra mucho que hayas venido, mi Lady ―comentó René acercándose a la mesa y provocando la sonrisa en el rostro de la vampiresa.

―Al fin logré tener una noche para mí, no quería desperdiciarla yendo a algún otro lado teniendo al bar de tus sueños en mi propia judet ―explicó la vampiresa con una sonrisa tan cortés como sincera. ―Y ya te he dicho que no seas tan formal. Llámame Meridia.

―…Lo siendo, Meridia ―contestó René después de dejar salir una risilla.

René avanzó un poco y se sentó en la mesa junto a su clienta. Las dos se conocían desde que la vampiresa había decidido comenzar a frecuentar el primer bar que abrió la vástago. Al principio la solía ver sentarse en una mesa apartada, no participaba de las temáticas que el bar proponía, ni solía vestirse de alguna manera extravagante simplemente tomaba lo que deseaba y contemplaba el resto del bar. No fue sino hasta que Alister se le acercó, que la mujer comenzó a interactuar con los demás empleados y las demás temáticas del bar. Sorprendente fue para René descubrir que la vampiresa no era clienta de Alister y que, a pesar de todo, el joven vástago sintiera tal simpatía por ella. También le sorprendió que, aunque la mujer le hubiera contratado para acompañarla a determinados eventos, no tenía sexo con él. Era una vampiresa peculiar y muy diferente a lo que estaba acostumbrada, por es la misma René decidió acercarse.

Fue en ese acercamiento que comenzó a tener con la vampiresa que ambas entablaron una gran amistad como la que poseían. Ahí fue donde conoció la verdadera identidad y la vida de aquella mujer golpeada por el paso del tiempo y la sucesión de acontecimientos, en ese momento comprendió que el dinero no era lo único que la haría feliz. A veces el pensar demasiado en el futuro nos aleja del presente y a veces el dinero no es más que un adorno que nos ayuda a sentirnos mejor con nosotros mismos, pero la felicidad es más que sólo eso. René comprendió y mucho a aquella vampiresa que no la llamaba travesti en un tono despectivo, aprendió a querer a esa mujer cuyos genes no parecían los de su especie y sintió compasión y empatía por Lady Meridia Balan, la dueña de las industrias Balan Inc. y que elegía su bar, por sobre todos los demás, para pasar esas noches de soledad que tanto le aquejaban.

―Es muy hermoso ―le comentó la vampiresa haciendo referencia a D’Amour. Acto seguido, no pudo evitar dejar salir una risa bastante fuerte. ―No puedo creer que le hayas puesto de esa manera.

―A decir verdad, yo tampoco puedo creerlo ―contestó la otra y las dos rieron amenamente. El humo de los cigarrillos que estaban consumiendo se mezclaba el olor de los martinis que estaban bebiendo en ese momento. Era un olor fuerte y el tabaco también lo era, pues a las dos les gustaba fumar cosas fuertes.

―Me alegra mucho que hayas cumplido tu sueño ―comentó la mujer antes de elevar su vaso. ―Por tu bar.

―Gracias ―contestó la otra mientras alzaba su vaso y las dos lo chocaban en un vivo gesto de amistad. Las dos bebieron un largo trago antes de seguir con sus charlas. Hablaban bastante seguido, a decir verdad las dos mantenían una conversación muy fluida por mensajes de texto o, a veces, por llamadas telefónicas.

―A todo esto… ―comenzó a decir Meridia, tomando con cierta sorpresa a su anfitriona, ― ¿dónde está Alister?

―Ay ese muchacho ―dijo entre sus piros René, causando la risa por parte de la otra.

― ¿Qué ha hecho mi niño esta vez? ―preguntó la vampiresa con una viva sonrisa divertida.

―Ese niño tuyo no hace más que sacarme canas de todos los colores posibles ―respondió la mujer con el ceño fruncido y haciendo ademanes con las manos. ―Ha estado bastante torpe estos días y hoy ha llegado tarde siendo que es el protagonista del show… ¡Me hace volver loca!

―Pero René ―empezó a hablar la otra mujer en un tono bastante conciliador que hizo que la aludida se cruzara de brazos, ―recuerda que ha estado ocupado con el pago de esa moto que compró, seguro está preocupado por eso; pero también recuerda que Alister odia este temática de show.

―En eso tienes razón, pero sigo pasando mucha rabia con él ―comentó la dueña del bar mientras daba una última bocanada a su cigarro al tiempo que su mirada se perdía en la contemplación de la nada. Aunque en realidad, la nada era una persona, uno de sus jóvenes empleados para ser precisos. Después dejó salir un suspiro de cansancio ante los ojos de Lady Balan, quien comenzó a sentir curiosidad de toda la situación.

― ¿Por qué es que odia estos shows? ―dijo Meridia Balan causando un silencio bastante incómodo para René.

Porqué es que Alister odia esos shows… Era una pregunta aquellos seres que se preocuparan realmente por él harían. No porque las actividades que hiciera el joven fueran las más pulcras y calmadas del mundo, tampoco porque fueran actividades violentas o que rozaran el masoquismo, sino porque ese chico carecía de un estómago lo suficientemente sensible como para rechazar alguna actividad que le fuera desagradable o en extremo desagradable. Alister era un vástago que se había resignado a tener que vivir de aquella manera su vida, dándose el lujo de odiar su apariencia real y querer rehacerse él mismo con cambios de aspecto y una que otra cosa material. Todo eso hacía que fuera un vástago que no odiara nada y que fuera muy profesional para todo, o al menos así era en todos los aspectos de su vida, menos donde estaba ese joven vástago.

―Alister no siempre odió estos shows, ¿sabes? ―hablaba René mientras sus ojos seguían fijo en la contemplación de ese ser que deambulaba por el salón de D’Amour con una sonrisa en su rostro y con el chokers negro simple rodeándole el cuello, lo único que lo distinguía de los otros accesorios era el moño en la nuca.

― ¿Qué hizo la diferencia entre antes y ahora? ―preguntó Meridia mientras observaba en la misma dirección de René.

―No qué, sino quién ―dijo René ahora volteando su rostro y contemplando a la mujer que estaba bastante intrigada.

― ¿Una persona? ¿Una mujer? ―inquirió.

―No, de hecho es un joven vástago que entró hace relativamente poco a trabajar en mis bares ―explicó la vástago.

―Creía que Alister no estaba interesado románticamente en los hombres ―comentó sorprendida Lady Balan.

―No tiene un interés romántico en él ―dijo entre risas la otra. El sólo pensar en eso le causaba mucha gracia, ―más bien es un cariño de hermanos. Ese chico se volvió su protegido dentro de los bares donde esté, por eso mismo pidió que el chico viniera a D’Amour a trabajar.

―Debe ser alguien muy especial para que Alister actúe así…

―Lo es, sólo míralo ―dijo René mientras le señalaba al joven con el poco particular choker. ―Su nombre es Ionel, tiene un cliente muy despreciable y baila como los dioses, es hermoso verlo en las actuaciones, por eso él está en todos los shows y su cliente despreciable está en este tipo de shows.

―Con que ese el protegido de mi niño ―comentó Meridia mientras contemplaba a Ionel. ― ¿Ese pobre chico tiene a esa bestia como cliente? ¿Ese pobre muchacho con cara angelical? ―René asintió con pesar a esta pregunta. ― ¿Por qué acepta?

―Porque tiene esperanza de que le pague bien algún día y porque no desea que otro esté con él, piensa que puede proteger a los demás.

―Tiene un corazón tan hermoso como su apariencia entonces ―contestó contemplando más fijamente al chico. ―Con razón Alister lo eligió para proteger —Las dos mujeres se quedaron en silencio viendo al chico ir de un lado al otro, con algunas bandejas o tomando pedidos, parecía hasta jovial y alegre pese a ser consciente de lo que podría pasar esa misma noche.

Ionel… ese vástago que llegó hace poco a otro bar de René. Supuestamente Alister lo encontró medio moribundo en la frontera entre Oras, la capital Grenze, y Lumina, la ciudad más famosa de Grenze. El chico en ese momento tenía el cabello de un color negro azabache, bastante sucio y estaba casi cubierto completamente de polvo o quizás de cenizas, ninguno supo bien de dónde había llegado ese maltrecho muchacho. Sus ojos demostraban una pesada carga, como si llevase algo pesado sobre sus espaldas todo ese tiempo, mas nadie quiso incomodarle preguntando sobre su pasado o su vida personal. Sólo con saber su nombre y conocer que podía ser útil al negocio, a su vez que así podría pagar su estadía en él, fue suficiente para los presentes.

Esa noche, a pesar de saber lo que seguramente le depararía y quién sería su cliente, su sonrisa era sincera y calmada, atendía a los clientes con pasos ágiles y sumamente gráciles, como si bailara entre las mesas. La música lenta y suave, como ese jazz que simplemente está presente para alivianar el ambiente de cualquier lugar, le daba la pista perfecta para que pudiera moverse a algún ritmo. Con sólo observarlo se podía comprobar su amor por la danza y la música, cómo su cuerpo estaba condicionado para moverse al compás de las notas musicales. Muchos clientes se quedaban contemplando su andar en vez de fijarse en el atractivo de las vástagos o siquiera en lo que estaban pidiendo, debían admitir que el joven acaparaba muchas miradas encima de él y le hacían lucir como el centro de atención natural de D’Amour. A nadie le producía envidia o celos que el chico llamara tanto la atención, por el simple hecho de que ellos también se distraían con su andar y movimientos. Ionel parecía no captar que los ojos de muchos seres estaban sobre él y eso le dotaba de una gracia natural e inocente que llamaba más la atención.

El cuerpo danzante de los pasillos de D’Amour carecía de mucha ropa, pues Ionel no tenía un guardarropa tan amplio, en el sentido de que no se compraba muchas prendas. Él siempre decía que ahorraba sus pocas ganancias, pues el sueldo del bar no era tan alto y, aunque ganaba bien con sus clientes particulares, el vivir le generaba muchos gastos a veces. Nunca especificaba para qué ahorraba, pero siempre decía que tenía que ir a otro país, no decía nunca el nombre del mismo o porqué debía ir allá, muchos pensaban que ni siquiera sabía a dónde quedaba el dichoso país. Mas el chico siempre parecía ilusionado y pensando en posibilidades de ir a ese lugar, su sonrisa inocente e ilusionada hacía que nadie le cuestionara, pues todos ellos habían perdido sus sueños e ilusiones hacía mucho tiempo y sólo saber que alguien las mantenía intactas les hacía tener esperanza de algo mejor. Más allá de ello, los viajes eran algo realmente caro en Gigat, el traslado de un judet a otro era de por sí una fortuna por lo que el traslado hacia un país fronterizo era aún más caro. Ionel debería ahorrar muchos laus si quería realizar dicho viaje.

Una remera sin margas de color negro y que apenas sí le tapaba el pecho, dejando al descubierto su plano y para nada marcado abdomen y su ombligo adornado por una perforación cuyo origen no le gustaba recordar, junto con unos pantalones camuflados en un tono oscuro que parecían bastante livianos y unas botas al estilo de los borceguíes de mala calidad que se solían ver en las tiendas aledañas al centro de Grenze era la ropa que usaba Ionel esa noche. Su estilo de vestimenta no cambiaba mucho, esa noche había agregado un cinturón con púas bastante pequeñas a sus pantalones y un par de brazaletes del mismo material en sus muñecas. El choker que siempre usaba consistía en una cinta negra, que a veces cambiaba por alguna de otro color, y que ataba a su cuello. Su cabello era negro y largo, tanto que le llegaba con facilidad a la altura de los omóplatos, tan oscuro como las noches de Grenze en las comunas más alejadas de las grandes ciudades; René ya había notado que el muchacho usaba tintes permanentes y no cambiaba nunca su color de pelo. Sus ojos los ocultaba detrás de lentes de contacto oscuros, en este caso eran negros también; no cambiaba la tonalidad de sus ojos de forma radical.

—Es un chico extraño —comentó Meridia después de contemplarlo completamente y de analizar levemente su comportamiento en ese corto lapso de tiempo.

—Y misterioso de hecho —afirmo René, captando toda la atención de la vampiresa. —No sabemos mucho de él.

— ¿No le preguntaste nada de su vida pasada? —inquirió la vampiresa mientras apagaba lo que quedaba de su cigarro en el cenicero y dejaba la colilla del mismo ahí.

René negó con la cabeza al tiempo que daba la última pitada a su cigarro e imitaba la acción de la vampiresa, apagándolo en el cenicero.

— ¿No crees que es peligroso no preguntar el origen o indagar algo más antes de contratar a alguien? —cuestionó la mujer, intentando comprender el accionar de su particular amiga.

—No, la verdad es que no —respondió después de dejar salir una sonrisa bastante ronca, dejando atónita a Lady Balan. —Todos tenemos un pasado un poco oscuro y doloroso desde que somos convertidos en vástagos, inclusive yo. Por eso no pregunto ni hago cuestionamientos sobre la realidad de los vástagos o humanos que contrato, todos terminamos en esta situación por azares del destino y de la mala suerte que hemos tenido.

—Lo entiendo, pero aun así puede ser peligroso —comentó la mujer aún un poco reacia a comprender.

—Créeme que los vástagos rechazados por el gobierno o por el mismo ejército no somos peligrosos —le explicó nuevamente la vástago causando la sonrisa y el asentimiento por parte de la otra.

Quizás en el fondo no comprendía del todo el accionar de esas personas, peo es que ella tampoco estaba preparada para conocerlo. Los vástagos que René, e inclusive la misma René, habían sido seres humanos seleccionados por el Estado para pasar por el proceso de transformación en vástago y después habían sido descartados como si fueran la nada misma. Sólo los vástagos descartados podían comprender la mezcla de emociones que sentían y el dolor físico y emocional por el que habían pasado. Sólo ellos podían saber lo que significaba ser alejados de todo su entorno, de sus familias, amigos e inclusive algunos ni siquiera alcanzan a conocer a sus padres, para ser sometidos a un doloroso proceso como es la transformación en vástago. Después de ser educados y entrenados desde niños, comienza el proceso de descarte, a través del cual pueden ser arrojados a la calle si no presentan las características que buscan sus superiores. Algunos se mantienen dentro, pero otros no corren con esa pseudo-suerte.

Las calles son peligrosas para los jóvenes vástagos recién descartados, las primeras noches y días a la intemperie son los más duros y desolados. La soledad, la angustia, las luchas por la supervivencia, donde otros seres en su situación se pelean por un poco de dinero y un poco de comida, donde hasta la sangre del vástago más contaminado es deliciosa a pesar de ser el descarte de los bancos de sangre, todo eso se agolpaba en la cabeza de vástagos de corta edad. No podrían volver a las comunas de humanos, porque los vástagos tienen prohibido entrar y por el pánico que genera la presencia de un vástago entre los humanos. Sin un rumbo fijo ni un lugar al cual llegar, los vástagos no tienen mucho futuro sin dinero ni un sustento que les ayude. El gobierno prefiere descartar a estos seres que no brindan algo positivo a la causa para la que fueron creados. Algunos corren la suerte de ser tomados como sirvientes, o como esclavos dependiendo del vampiro, de los vampiros adinerados o de los vástagos burgueses; pero la gran mayoría no corren con esa suerte.

Para la desesperación que manejan los jóvenes vástagos, el hecho de encontrarse con René era como si encontraran un ángel en medio del infierno. Muchos de ellos hambrientos y desnutridos, cansados y heridos, no tomaban en cuenta que su pasado fuera relevante para la seguridad de un negocio como lo es el de bares, que maneja René. Ella jamás les obligaría a prostituirse, ella misma tuvo que hacer eso una vez fuera del amparo gubernamental, y era consciente de dos características de dicha “profesión”: se gana mucho dinero dependiendo del cliente y se pierde la dignidad, así como el gobierno sobre el propio cuerpo. Por eso mismo tampoco se sentía capaz de negarles desempeñar algo que les pudiera traer un rédito económico, pero tampoco su moral le permitía dejarles todo a su suerte. Ese era el motivo por el que había decidido acondicionar cada uno de sus bares para los trabajos sexuales que quisieran realizar sus empleados, manejando ellos sus clientes y sus ganancias.

La conversación de las dos empresarias, aunque de rubros distintos se desvió por el camino de los negocios mientras la vista de ambas se repartía por los empleados. René sólo veía y verificaba que estuvieran haciendo bien su trabajo y que ningún cliente se propasara con ellos, pues muchos de sus clientes tenían esa manía de pensar que los vástagos, por ser “inferiores”, debía de soportar las impertinencias de los vampiros. Mientras que Lady Meridia Balan se dedicaba a observar a los jóvenes, buscando a su preciado niño, como el gustaba decirle a Alister. Éste era su vástago favorito, su amigo de confianza y compañero cercano, habían compartido algunas noches de pasión juntos, pero éstas no opacaban el verdadero lugar que ocupaba el joven vástago en su corazón.

—Siento la garganta seca, ¿por qué nadie se acerca a esta mesa? —preguntó René al aire con un tono de indignación que sacó la risa por parte de la vampiresa.

—Quizás porque estás tú en ella, René —comentó la otra. —Deben pensar que ya fuimos atendidas, ¡eres la dueña!

—Aun así, exijo un trago de mis propios empleados —se quejaba la vástago a viva voz.

—Supongo que necesita de mí entonces, Lady René —hizo eco una voz un poco grave que se escuchó en el oído de las mujeres. Era un tono entre jovial y seductor, un tono que fue reconocido por ambas y que despertó un sentimiento distinto en cada una.

— ¡Alister! —gritaron las dos al unísono. René estaba un poco molesta por los constantes retrasos del vástago y porque, además, osaba acercarse a ellas en un tono tan jovial que parecía burlesco. Lady Balan estaba más que feliz de encontrarse con él de nuevo, de poder tener a su niño para ella esa misma noche.

Las dos mujeres contemplaron al joven vástago que sostenía una bandeja en una de sus manos y sobre ésta se encontraban dos vasos bastante grandes llenos de líquidos de diferente color. Uno de los vasos era de color grisáceo, como si contuviera algún líquido cítrico, mientras que el otro tenía un líquido de color naranja que llamaba la atención por su cuasi-fosforescencia. No era necesario aclarar que se trataban de dos tragos con alcohol y la dueña del bar pudo distinguir a simple vista que se trataba de un mojito, una de sus bebidas preferidas para comenzar la noche y el otro era un diquiri de frutas, seguramente a la vampiresa le gustase esa variedad de tragos.

El joven vástago sonrió con amabilidad antes de que las dos pudieran decirle algo más, acto seguido giró alrededor de los asientos en los que estaban sentadas las damas y se posicionó delante de la mesa. Luego colocó los vasos de sus respectivas dueñas en frente de cada una. Conocía muy bien a su amiga y clienta favorita y a su jefa como para él mismo seleccionar los tragos que les gustaban a ambas. No eran muy complicadas a la hora de definir los tragos que pedir, pero sí les gustaban bebidas no tan fuertes y con sabores suaves, aunque con graduaciones alcohólicas considerables teniendo en cuenta que las medidas para ellas eran más altas que para el resto de las féminas que concurrían a los bares de René.

—Me alegra mucho verte, mi niño —comentó la vampiresa después de tomar el vaso entre sus manos y mojar sus labios en la bebida.

—A mí también me alegra mucho verla, Lady Balan —respondió con cortesía el joven haciendo una galante reverencia.

— ¡Oh, Alister, no seas formal! Como si no nos conociéramos ya —respondió la mujer dejando salir una leve pero audible risa.

—Me encanta molestarte de esa manera —comentó el otro siendo consciente de lo que le había dicho la mujer y sabiendo perfectamente cómo tratar a Meridia.

—A mí me alegra que al menos recuerdes mi bebida favorita —comentó René bebiendo de su trago y mirando al vástago de forma acusadora. —Sabes lo que pasó hoy, ¿no?

—Ay, lo sé —dijo el chico suspirando pesadamente ante la insinuación de la vástago. —Sé que llegué tarde y que no les contesté le teléfono, realmente no podía contestar en esos momentos —se excusó el joven, restándole importancia.

—Pero la puntualidad es importante, sabes que odio que no seas puntual —siguió hablando la vástago en un tono severo pero que denotaba cierta comprensión. —Sé que no te gustan estos días, pero si realmente no quieres participar de ellos sólo debes decirme y no saldrás más en los shows…

—No… no quiero eso —empezó a decir Alister ya colocando la bandeja donde había traído los tragos debajo de uno de sus brazos, en un vivo acto de nerviosismo por no saber exactamente cómo contestar a esa pregunta. —Lo que pasa es que… Bueno, la gente que viene no es de mi agrado y…

— ¿Tanto te molesta la situación de Ionel? —inquirió Lady Balan, adentrándose en la conversación.

—Sí, de hecho, no quisiera que él tomara estas decisiones, pero necesita el dinero y piensa que él podrá dárselo —siguió hablando Alister y se notaba la preocupación traslucida en su voz.

—Sabes que ese sujeto no va a aceptar a otro vástago que no sea Ionel, está empeñado en que sea él y no acepta a nadie más. La ofrece grandes sumas de dinero que después no paga en su totalidad, Ionel acepta porque lo desea —le explicaba René con una calma que crispaba los nervios del joven.

— ¡Lo sé! Pero no puedo aceptarlo —casi gritó bastante molesto y frustrado por la situación y por el hecho de no poder hacer otra cosa que no sea estar a su lado el mayor tiempo posible.

—Lamento que las cosas sean así, Alister —le dijo Meridia con una voz conciliadora mientras tomaba una de las manos del vástago y la sujetaba con fuerza. —Sé lo difícil que es no poder hacer el bien por nuestros seres queridos, es frustrante, pero es el orden natural de las cosas, son sus elecciones de vida… Entiéndelo, por favor.

—Quisiera poder entenderlo fácilmente, Meridia —respondió el vástago con una sonrisa un poco melancólica. —Pero él es un chico tan bueno, tan amable, tan gentil e inocente que me genera mucho rechazo pensar en ese vampiro bastardo tomando su cuerpo con esa brutalidad suya —habló con rabia.

—Quizás en su momento lo conozca, mi niño —le dijo nuevamente la vampiresa. —Pero ahora permíteme contemplarte a ti —comentó, provocándole una sonrisa y un leve sonrojo pues no era usual que los vástagos que trabajasen en las noches de Grenze recibieran ese tipo de halagos.

René decidió guardar silencio, no era momento de regañar al chico, después de todo lo movía un sentimiento y eso jamás lo podría reprochar. Su empleado era un chico de mucho carácter, con emociones muy fuertes que salían a flote cada vez que éstas surgían, era un joven capaz de amar mucho a ciertas personas y dar la vida por éstas, pero esas personas eran tan pocas que podían contarse con los dedos de la mano. Por ese motivo no podía criticar que tuviera ese tipo de actitudes hacia Ionel, quien parecía haber tocado una fibra sensible en su interior. Sabía que sólo Lady Meridia Balan sería capaz de calmar un poco el corazón conmocionado y afligido del muchacho, por eso pensó en dejar los regaños para después y dejarle distraerse, aunque fuera un poco.

—Siempre te vez muy guapo, pero hoy te vez particularmente bien —le comentaba la vampiresa mientras contemplaba su vestuario y la sonrisa que provocaba en el rostro del joven.

—Gracias, me tomé mi tiempo en arreglarme hoy —dijo con cierta modestia, aunque fingida pues le encantaba que lo adulasen de esa manera.

—Anda, date la vuelta —le animó la mujer vampiro con una sonrisa, sabía que al chico le gustaba presumir y sentirse atractivo estéticamente.

Alister, sin siquiera emitir palabra alguna, dejó la bandeja vacía sobre la mesa y se volteó lentamente. Quería mostrar cada uno de sus accesorios, cada uno de los detalles de su cuerpo que tanto le había gustado tener en sí mismo, quería que todo eso se viera en esa vuelta que le estaba dedicando a la vampiresa.

—La lanza de tu oreja se ve dolorosa —comentó Meridia con una expresión sorpresiva.

—Me la hice hace ya muchos años, ya no duele tanto como en esos momentos —le explicó a la mujer.

—Tu cabello también quedé bien para esta noche —le elogió, causando la sonrisa más amplia que el vástago pudiera esbozar.

—Muchas gracias —dijo con simpleza.

René estaba a punto de hablar cuando los pasos estruendosos y notorios de un par de vástagos y un vampiro se hicieron presentes en el bar, distrayendo su atención.

Por la puerta principal de D’Amour haciendo galantería de su posición económica, ostentando una camisa de marca color azul marino cuyos primeros botones estaban desprendidos y unos pantalones negros que contrastaban perfectamente con la hebilla plateada que adornaba su cinturón, de zapatos negros que brillaban como si estuvieran recién pulidos y una campera de cuero que llevaba agarrada y apoyada en el hombre, Lord Gorca Rohde denotaba la falta de humildad en su ser. Un vampiro cuyas protuberancias en la espalda no se habían notar, pero muchos decían que era bastante grandes, denotando que las alas de este vampiro eran bastante grandes y particulares. Su sonrisa arrogante dejaba ver los colmillos que sobresalían de su boca, sus ojos celestes como el cielo parecían como los de un ave de caza dispuesto a encontrar a su presa y su cabello color castaño claro le había pensar en un águila deseosa de cazar a su próxima pequeña presa.

El hombre de muchos, pero extremadamente muchos años de edad avanzó por la sala del bar contemplando alrededor y siendo contemplados por varios ojos y por algunos con mucho disimulo. Gorca Rohde comenzó a frecuentar el bar desde que se enteró que los jóvenes de ahí se ofrecían ellos mismo a cambio de dinero extra, ese tipo de servicio llamó aún más la atención de avaricioso y pervertido vampiro. No pasó mucho tiempo para que muchos de esos jóvenes vástagos prefirieran esquivarlo, evitarlo, estar con cualquier hombre o mujer pero no con él, ni siquiera eran tentadoras las grandes sumas de dinero que el hombre ofrecía a cambio de sus servicios. Como uno de los más importantes accionistas de Cibus Inc., una de las más grandes cadenas de alimentos de todo Gigat, el dinero era algo que le sobraba más que faltarle, podía gastar en lo que quisiera.

Había muchos rumores en la ciudad de Lumina con respecto Cibus Inc. Muchos decían que ser una empresa proveedora de alimentos y distribuidora de los mismos no era más que una fachada que encubría el tráfico ilegal de drogas. Quienes decían esto afirmaban que en muchos de los cargamentos que traían, la droga estaba escondida como si fueran paquetes de alimentos comunes y corrientes en cuyo interior se encontraban los alucinógenos. Para todos vástagos que decían aquellas conjeturas, Lord Rohde era el único capaz de llevar a cabo ese tipo de comercios, no por su historia familia o económica o siquiera política, sino por sus contactos con el bajo mundo, por la facilidad con la que se mueve en las noches de Lumina, más allá de ser un vampiro, y por sus costumbres para nada morales y pulcras. El simple hecho de haberse obsesionado con un joven, al cual triplicaba la edad, lo hacía un ser despreciable.

—Hablando del diablo, lo hemos invocado —comentó Alister casi fusilando a aquel sujeto con la mirada, pero sintiéndose incapaz de poder ir y golpearlo con todas sus fuerzas.

Un par de hombres avanzaron detrás de Gorda Rohde, eran pocos pues en otras ocasiones más de cinco personas iban con él a alguno de los bares de René. Era despreciable ver como esos hombres usaban el dinero de ese vampiro bastardo sólo para conseguir alcohol y un par de sus compañeros prostitutos. En cuanto el vampiro se paró y se cruzó de brazos, los hombres se detuvieron y contemplaron alrededor. Pronto éstos último encendieron un cigarrillo y comenzaron a seguir a su líder hacia la mesa donde había decidido sentarse. Los ojos afilados de Alister pudieron ver con demasiada claridad como el sujeto pasaba detrás de Ionel y se detenía ahí un momento, causando un escalofrío en el vástago y siguiendo su camino con una sonrisa burlesca.

– – –

No deseaba grandes logros, se esforzaba por dar lo mejor de sí mismo en todo lo que intentara, era dedicado en lo que le gustaba y bajaba la cabeza a la hora de hacer algo que debía hacer y no le gustaba. Un joven simple, sin mucho que exigir a la vida más que las fuerzas de seguir viviendo. Poco sabían de él, pero su comportamiento inocente había hecho que todos creyeran en su falta de memoria, en sus deseos de sobrevivir y en la esperanza ciega de encontrar a su ser amado que lo estaba esperando al otro lado del mundo. Obviamente, Ionel no les podía decir la verdad completamente, pues era consciente de que su vida corría cierto peligro y realmente no quería volver a su vida. Le habían dicho tantas veces que había nacido para sentir dolor, que había nacido para vivir en la oscuridad y ser confinado a la soledad, que le costaba mucho despegarse de ese estilo de vida.

A pesar de las negativas, de la falta de dinero, de los excesos que a veces vivía y sentía, la esperanza era lo que le mantenía firme, lo que le daba fuerzas para afrontar lo que tuviera que afrontar. Aunque su mente lo boicoteaba constantemente, aunque el dinero se le escapara de las manos y su moral a veces se revolcara en el suelo cubierto de carne cruda y sangre derramada, él iba a seguir adelante. Muchos años ha vivido con una sola esperanza a la que aferrarse, muchos años, antes de conocerlo a él, se había contentado con la ilusión de escuchar esa voz que le devolvió el alma al cuerpo, que le hizo bailar y sonreír aún en la oscuridad, ¿cómo renunciar ahora a una esperanza mucho más grande y realista? Su ilusión era nada más y nada menos que conseguir el dinero suficiente para viajar y ver a su amado, para poder abrazarlo y besarlo para nunca más separarse de él. Su corazón latía con fuerza cada vez que recordaba su rostro, su mirada, su voz, cada vez que le recordaba con esa sonrisa cálida que le trasmitía seguridad, firmeza y, sobre todo lo demás, cordura.

La cordura que a veces le abandonaba, a veces lo dejaba olvidado y muchas veces acercaba a su mente al borde del abismo. Pero él, con sus palabras, con su dulzura, con el amor con el que lo trataba todo el tiempo, alejaba esa voz en su interior que le empujaba a hacer y decir cosas que estando cuerdo no haría. No sabía bien desde cuándo esas voces estaban en su cabeza, desde cuándo sus ojos las habían materializado en apariencias, en figuras humanas que sólo él veía, en espectros creados en su cabeza y por su mente sólo para atormentarlo, pero ahí estaban. Sin su ser amado no podía controlar del todo el desastre en que se había convertido su cabeza, sin su salvador no se sentía capaz de hacer todo lo que quisiera, por ese motivo debía de luchar le doble con el tormento que vivía dentro en cada momento de su vida. La mayoría de las veces olvidaba que tenía pastillas que él mismo le había recetado para controlar a las voces, a esos personajes molestos que a veces no lo dejaban ni dormir ni andar en paz por la vida. Lo que sí solía notar en esos días abrumadores donde deseos “negativos” le atacaban, era la presencia de sus buenos compañeros de trabajo, ellos habían llegado a su vida como emisarios de esperanza, de que debía seguir adelante. Lo protegían de los peligros latentes en las calles, le ensañaban la mayoría de lineamientos sociales que le ayudarían a seguir con vida y le habían intentado proteger innumerables veces del tormento de los clientes como Lord Gorda Rohde, pero él se negaba todo el tiempo.

El vampiro pagaba bien, pagaba bastante dinero para tratarse de un vampiro buscando compañía sexual en un vástago novato y de poca monta como catalogaba él mismo a Ionel. No obstante, muchos de los vástagos del bar se habían negado a pasar una sola noche con ese vampiro por sus prácticas sexuales, por su brutalidad excesiva, por su cinismo y disfrute del dolor y humillación ajena. Gorca Rohde era un hombre adinerado que se sabía poderoso y con el dinero suficiente como para hacer ceder al que él mismo quisiera, y mucho cedían una noche pero no la querían volver a repetir, el pánico y el miedo que causaba su presencia frente a aquellos vástagos le producía el doble de placer. No obstante, el mismo vampiro seleccionaba a sus víctimas, como decían entre los miembros del bar a quien seleccionara Lord Rohde. Jóvenes como Ionel terminaban pasando la peor noche de sus vidas a un bajo costo, pues el hombre se negaba a pagar completamente los servicios aludiendo que no superaban sus expectativas. Ionel había sido uno de los seleccionados y el único que aceptó una segunda noche sólo para obtener el dinero que éste pagaba, el joven vástago no podría juntar esa cantidad ni en una semana por su poca experiencia. Ante la necesidad de conseguir la plata suficiente en el menor tiempo posible, había decidido someterse al maltrato de aquel sujeto, aunque su sola presencia le molestaba y mucho.

Apenas lo vio atravesar las puertas de D’Amour, apenas lo vio avanzar hacia adelante con su par de acompañantes, esos embusteros que siempre me acompañaban, sintió una oleada de emociones invadirle el cuerpo, sintió como en su mente se disparaban esos instintos con los que luchaba constantemente. Su respiración se aceleró brevemente y sentía su corazón latir con rapidez, las manos le sudaban y su vista comenzó a fallar, estaba en medio de un ataque de ansiedad poco notorio porque sabía disimular cada uno de sus síntomas, su amado le había ayudado a lograr esto para que pudiera deambular por Grenze sin contratiempos. Sin embargo, no podía evitar le resonar de esas voces en su cabeza, no podía acallar esa necesidad que estaba surgiendo desde la boca de su estómago a medida que el vampiro avanzaba.

Lo había visto, sabía que el sujeto le había localizado aún en medio de la oscuridad del bar, en medio de tanta gente y se había decidido a acercarse a él. Siempre le hacía lo mismo, se le acercaba y le atemorizaba desde ese momento, demostrándole su dominio sobre su cuerpo, sobre su persona, sobre su ser. A pesar de que Ionel sabía que podía negarse a eso, sabía que podía ir más allá, se sabía con la fuerza suficiente como para hacerle frente, no lo hacía. Se negaba a hacerle daño a algún ser vivo, se negaba a asesinar a alguien y se sentía muy mal consigo mismo por ese mismo motivo. Su propia vida dependía de asesinar la vida de alguien más, aunque sus compañeros de trabajo e inclusive su cliente casi exclusiva no lo sabían, era así. Ionel necesitaba algo más que sólo sangre para vivir, necesitaba una sustancia un poco más fuerte y eso le hacía sentir un completo monstruo, una abominación, ese error de la naturaleza que le habían dicho que era desde hacía añares. Odiaba eso de él, odiaba muchas cosas de su cuerpo y de su naturaleza, ese odio que se materializaba en su mente y se manifestaba de una forma que odiaba aún más. Luchaba todos los días entre sus principios morales, sus valores y sus buenas intenciones y sus instintos innatos, esos con los que nació y que se fueron acrecentando conforme pasaba el tiempo.

Intentó comportarse normal, intentó atender con normalidad a sus clientes, pero en cuento hubo dejado las bebidas en la mesa indicada y se hubo alejado un par de pasos de ésta, sintió una mano rodearle la cintura. La respiración se le paralizó con la cercanía de ese cuerpo y con el toque de esa mano fría, indiferente y ruda que le estaba acariciando la cintura con esa parsimonia burlesca. Sintió su cuerpo temblar con suavidad cuando esa mano llegó a centímetros de su ombligo y se detuvo abruptamente. Tragó saliva con fuerza y se mordió la lengua para no voltearse y morderle en cuento la respiración y la voz de ese bastardo se le acercaron a su oído, le estaba susurrando, demostrando su poderío y dominio una vez más.

—Hola, mi querido Ionel —dijo de repente Rohde en ese tono morboso y burlesco que solía usar con él y con todas sus víctimas. — ¿Cómo has estado? —comentó nuevamente mientras su mano se seguía deslizando por su abdomen desnudo y se detenía en la pequeña joya que adornaba su ombligo, el recuerdo de ese adorno le estremeció.

Mátalo —comentó una voz dentro de su cabeza, a lo que Ionel sólo negó con la suavidad suficiente como para que el vampiro no se diera cuenta.

—Veo que estás bien —se respondió a sí mismo el vampiro, disfrutando del miedo que estaba provocando en el joven muchacho, ignorando la guerra que estaba desatando en su interior.

—Serás mío esta noche, pequeño —volvió a hablar, ahora pasando su lengua por el lóbulo de la oreja del vástago. Un estremecimiento sacudió el cuerpo de Ionel.

Mátalo —dijo nuevamente esa voz que hacía eco en su mente. Inconscientemente, Ionel negó con la cabeza, apartándola del rostro del vampiro, quien no tomó esta acción con buenos ojos.

—Serás mío, Ionel —repitió con más autoridad le sujeto mientras tomaba la cabeza del joven con su mano libre y le acercaba nuevamente.

Mátalo…

—Serás mío todas las noches que yo lo desee, ¿entiendes? —susurró a su oído al tiempo que jugaba con la joya que adornaba su ombligo, la joya que el mismo Gorca Rohde había colocado en ese lugar.

Mátalo —resonó la voz otra vez, ahora con más fuerza.

—No quiero —se escapó de entre los labios de Ionel, mientras una lágrima rogaba por brotar de sus ojos.

—Aceptaste el trato, pequeña basura —contestó Rohde mientras tomaba el pirsing y lo jalaba, provocando un leve dolor en el vástago. —Lo sellaste con esto, ¿necesitas recordarlo? —repitió a su oído, trayendo a la mente de Ionel el momento justo en que Lord Gorca Rohde abría ese agujero en su ombligo e incrustaba en él esa joya que no podía sacarse a menos que rasgara su propia piel o rompiera el accesorio de joyería, sellando de esa manera su categoría como vástago predilecto del vampiro. Con eso en su cuerpo, no podía negarse a las peticiones de ese sujeto, no podía infringir el contrato o sería severamente castigado.

Mátalo de una vez

—No, no quiero —dijo Ionel intentando normalizar su respiración y consiguiendo cierta cordura. —No quiero recordarlo —comentó, dando una respuesta final al vampiro.

—Perfecto —sentenció besando y chupando el lóbulo de la oreja del joven vástago quien había logrado espantar a esas voces una vez más. Acto seguido, el vampiro se alejó.

Había recurado la respiración, había logrado conseguir un poco de cordura que le había faltado segundos antes. Una vez acallada la voz en su cabeza, logró volver a sonreír y contemplar todo a su alrededor con definición, había logrado esclarecer su vista. Ver a Gorca Rohde era desatar los recuerdos y saber lo que pasaría aquella noche, le hacía comprender que no era más que un joven vástago de poca monta en D’Amour y que no quería ser más que eso, pues su estadía era temporaria. Una vez conseguido su dinero, iba a poder ver a su amado en aquel país y lugar que le había indicado, estaba seguro de que muchos días felices se aproximarían. Por eso mismo sintió más coraje en ese momento, como para llamar al vampiro cuando éste ya se estaba acercando a una mesa y le daba la espalda.

—Lord Rohde —le llamó, captando la atención del mismo, quien se detuvo al escucharle, pero no se volteó a verle. —Esta vez será la paga completa, ¿verdad? —inquirió acusatoriamente.

—… ¿Con que eso quieres? —contestó el contrario después de dejar salir una estridente risa burlesca que resonó en medio del bar. Ionel ni se inmutó y mantuvo su mirada fija en ese tipo, no iba a suavizar su vista en ese momento, estaba cargado de determinación. —Si no quedas inconsciente te daré la paga completa, ¿estás de acuerdo? —propuso.

— ¿No quedar… inconsciente? —repitió el contrario un poco atónito, pues sabía lo difícil que sería eso, no obstante, necesitaba reunir dinero rápido, no podía seguir esperando. —Acepto.

Rohde emitió una risa burlesca y estridente nuevamente, como si la respuesta del vástago fuera una completa burla o un chiste de mal gusto, que de hecho lo era.

—Tenemos un nuevo trato, pequeño —dijo y se encaminó a su mesa nuevamente.

Tras obtener esa respuesta, Ionel contempló hacia donde estaban Alister, René y una vampiresa adinerada cuyo nombre no recordaba pero que sabía que era amiga de Alister, más allá de ser clienta del mismo. Al no verlo en ese lugar, supo que era casi la hora de hacer el show que habían estado preparando por meses. También sabía que después del show comenzaría un espectáculo completamente diferente para él mismo, pero lo asumiría de la mejor manera posible, iba a lograr lo que se había propuesto sólo para obtener el dinero. Por ese motivo, se encaminó hacia el escenario que descansaba en uno de los costados de D’Amour. Junto al mismo había una puerta, por la cual se entraba al único camerino que usaban todos los bailarines, que eran pocos de hecho, para cambiarse y terminar de acomodarse.

Al abrir aquella puerta de tamaño promedio se encontró con el corto pasillo que lo llevaría al camerino, por eso mismo se adentró en esa semi-oscuridad a la que estaba acostumbrado. René le prometió a todos que después pondría luces en aquel lugar, pues muchos se habían quejado por este hecho, mas la verdad es que la oscuridad hacía que Ionel recordara siempre el lugar de donde venía, le traía tanto recuerdos horribles que sólo le hacían sentir más determinación a la hora de irse de ese país y encontrar a su amado que seguramente estaría esperándolo en aquel lugar, esperándolo con esa amplia sonrisa con la que le recibía todos los días, cuando su mundo era reducido. Mientras sus pasos resonaban en medio de ese pequeño silencio, pues en ese pequeño lugar la música se hacía casi insonora, sólo podía pensar en lo feliz que sería de tenerlo a él y a su libertad, las cosas juntas, eso sería su mundo perfecto. A pesar de que una voz en su mente comenzaba a retrucar cada una de sus míseras y utópicas ilusiones, Ionel las alejaba con la sola imagen de su amado. ¿Dónde estaría? Esperaba que estuviera bien y le siguiera esperando, no sucumbiría ante esas voces molestas que eran negativas y le decían cosas horribles.

Llegó al camerino y abrió la puertita que lo separaba de la continuación del pasillo, René le había explicado que, desde ese lugar llegaría a su habitación si no deseaba atravesar el gran salón de D’Amour, llegar a la barra y pasar por la puerta que conectaba con las escaleras a las habitaciones. Su habitación era muy bonita, claro que él se conformaba con cualquier cuarto que tuviera un baño decente, con ducha incluida y una cama con un colchón suave, pero el cuarto que le había dado René era más bonito que sólo eso. Tenía un balcón con un gran ventanal por el que podía ver no sólo en anochecer, sino también el amanecer, por donde los rayos del sol entraban y le regalaban la bienvenida a un nuevo día. Después de tantos años acostumbrado a la oscuridad, a no poder diferenciar el día de la noche, a no saber en qué hora estaba viviendo, tener un ventanal de esa magnitud era la gloria. Recordar las lágrimas que se le escaparon de sus ojos cuando vio su habitación por primera vez y la risa divertida y encantada de René al ver esa expresión en su rostro, le hacía pensar en lo buena persona que es esa mujer.

En cuanto entró a la habitación, se encontró con Alister y Violeta. Había música pop en esa gran habitación con sillas, luces y espejos, seguramente Alister había puesto esa música pues era su favorita y le gustaba bailar al ritmo de ella. En ese momento, en que pudo ver a sus amigos y que pudo escuchar la música que tanto le había devuelto, no había otra cosa que le pusiera de mejor humor y que alejara esos malos pensamientos de su mente que la música y el baile. No pudo evitar dar un par de pasos de baile mientras se adentraba en ese salón, captando la atención de los dos vástagos ahí presentes. Ambos esbozaron una sonrisa, su amigo era un caso perdido y serio con un comportamiento realmente extraño a veces, pero ¿cómo no lo iban a querer así de loco como estaba? Rieron levemente y se sumaron a él bailando con suavidad, como copiando los movimientos que Ionel hacía.

Una vez la canción terminó y los tres pudieron verse y saludarse como deberían se abocaron cada uno a la tarea, ardua pero no por eso poco placentera, de arreglarse para el show. En medio de leves comentarios y quejas por el aspecto que estaban consiguiendo, los tres vástagos se esforzaban porque sus atuendos fueran los indicados. Alister estaba alistando sus pantalones, los que debería quitarse en el medio del show, por ese motivo se había dejado puestos unos pantalones tan cortos que no dejaban nada a la imaginación, tan ceñidos al cuerpo que hasta le resultaban incómodos y antiestéticos, pero ¿cómo contradecir los gustos de su público de esa noche? Por ese motivo suspiró mientras contemplaba su atuendo en el espejo de cuerpo completo. Decidió que usar le chaleco abierto sería la mejor opción, acto seguido acomodó le látigo con mango grueso en su cinturón, realmente no se sentía cómodo con eso. A través del reflejo del espejo en el que se estaba contemplando, podía ver a sus compañeros de baile. El choker con picos de metal que había seleccionado le estaba molestando de más en ese momento.

Violeta había optado por una minifalda sumamente corta, pero no tan ceñida al cuerpo para tener mayor movilidad, su ropa interior debía de ser muy sugerente y estar en su lugar correcto para que su cuerpo se viera estético. Con un top color negro, pues sin mangas sería más gráfico para los espectadores, estaba suavemente cubierto por una campera de tul bastante larga y de mangas largas que no usaría durante mucho tiempo en el show. Había pensado en usar sus botas de taco alto, pero al comprender que las acrobacias que tuviera que realizar le serían complicadas con ellos desistió, por eso se puso de acuerdo con Ionel en que ambos irían descalzos y que sólo Alister usaría esos borceguíes que parecían de militar, lo que le haría lucir más empoderado. El cabello de la chica iba a estar suelto, atado levemente sólo para que no se le cayera en la cara y pudiera tener un accidente, pero mientras más suelto más alborotado quedaría, dando el efecto deseado a los espectadores morbosos que iban a buscar ver sufrir a alguien más para satisfacer su propio placer egoísta.

En cuanto a Ionel, éste tenía sus dudas sobre su apariencia. Se supone que debía verse entre inocente y que disfrutara del dolor, cosa que le parecía hasta cierto punto fácil de hacer aunque su mente recordara atrocidades difíciles de olvidar. Suspiró levemente mientras contemplaba frente al espejo la perforación que tenía en su ombligo, una pequeña joya de muy buena calidad había sido incrustada allí por las propias manos de Lord Gorca Rohde, quien había disfrutado de ver la cara de dolor del vástago mientras la sangre corría por su abdomen y el chico ahogaba una mueca de dolor. La joyita dichosa era un aro completamente sellado, pues el vampiro se aseguró de que fuera casi imposible de sacar, y tenía un pequeño cristal, o quizás era un diamante genuino, que le adornaba. Volvió a suspirar mientras giraba la pequeña argollita y corroboraba una vez más que sólo había una forma de sacarla: jalándola de su piel hasta que ésta cediera, pero no estaba dispuesto a pasar por ese dolor de nuevo. Decidió que se quedaría tal y como estaba, sólo que iría descalzo al escenario. Su cabello largo era un poco difícil de dominar y no le gustaba para nada que el pelo se le viniera a la cara, por ese motivo llevó a cabo varios intentos fallidos de acomodarlo.

— ¿Necesitas ayuda? —preguntó Violeta quien ya había terminado y se había acercado al joven vástago. —Puedo atar bien tu cabello.

—Oh, gracias —respondió Ionel y se acomodó en la silla para que la joven vástago comenzara a acomodar su rebelde cabello largo.

Mientras la joven llevaba a cabo su labor, Ionel se contempló por unos momentos contra el espejo. Sin darse cuenta, sin pensarlo, sin siquiera imaginarlo, sintió un leve escalofrío al verse a sí mismo en esa situación. Iba a hacer una actuación, un poco realista, de un trío sadomasoquista, donde Alister debía asumir el rol de dominante y ellos el rol de súbditos pasivos. Habían quedado en que no habría mordidas en el show, pero el ver las cadenas, el recordar su pasado en medio de la tenue oscuridad del camerino, el ver su reflejo en el espejo y estremecerse con lo que le devolvía el mismo: un joven de mueca triste y taciturna, donde ni el mejor de los maquillajes podría hacerle ver sonriente. Se estremeció más y sintió como si un escalofrío le recorriera la columna vertebral.

—Listo —sentenció la muchacha mientras le mostraba la trenza suelta que le había hecho. No era muy grande porque su cabello no era tan largo, pero sí había quedado más manejable y sujeta. La vástago sonrió cuando terminó su labor.

—Gracias, Violeta —comentó Ionel con una leve sonrisa, un poco apagada cabía aclarar.

—Te quedó muy bien —dijo la joven vástago mientras colocaba la trenza que había hecho hacia adelante del hombro del muchacho.

—Sí, es muy bonita —comentó con suavidad al tiempo que acariciaba con suavidad esas hebras que había acomodado muy prácticamente. Sonrió nuevamente, pero su sonrisa se volvió una mueca melancólica. Tan bonito había quedado su cabello que el sólo hecho de recordar que Rohde lo desharía en cuestión de segundos esa misma noche, sin miramientos, sin control y con todo el hambre y el ansia de poseerle.

Violeta vio la mutación de la mueca reflejada en el espejo, por ese motivo se inclinó y besó la cabeza de ese joven con una suavidad casi maternal. Ionel se sorprendió por la muestra de afecto y no pudo evitar sonrojarse levemente, no todas las personas le trataban de aquella manera tan dulce y fraternal. Eso le devolvió un poco la calma y el calor humano que sentía perder con cada minuto que pasaba en soledad. En ese momento cualquier muestra de afecto espantaba los pensamientos negativos que se agolpaban en su mente y revoloteaban como cuervos al acecho, esperando que la presa se distraiga para atacarlo, asesinarlo y devorarlo, o quizás estaban dispuestos a devorarlo vivo.

Aliter contemplaba la escena desde el otro lado, reflejada en el espejo donde se había contemplado para ver cómo había quedado su look completo. No obstante eso, sólo cinco minutos de contemplación propia bastaron para que se distrajera y se quedara viendo a sus compañeros de baile alistarse. Violeta quería mucho a Ionel, pero también le costaba mucho protegerlo sin mostrarse débil, por ese motivo sus muestras de afecto hacia él era muy pocas. En cuanto a Ionel, si vista se había iluminado por unos segundos en cuanto su trenza estuvo hecha, en cuanto vio sus negros cabellos acomodados de aquella manera, pudo ver esa suave sonrisa que siempre se formaba en su inocente rostro, como si se tratara de un niño humano, como si nunca hubiera pasado por el dolor de la transformación en vástago. Pero sólo fueron segundos, pues pronto su sonrisa se desvaneció, seguramente el contexto no ayudaba a la felicidad de ese muchacho. Vio sus ojos cristalizarse con levedad, como si buscara guardar las lágrimas que amenazaban con brotar fácilmente de sus ojos. El beso de Violeta sólo el confirmó la gran angustia que estaba plasmada en su rostro, en su mirar tan profundo como la noche, pero a la vez tan superficial que parecía ocultar mil y un cosas detrás de esa máscara.

Cuando Violeta se alejó del joven, dejándolo sumido en sus pensamientos y en la contemplación de su rostro, inclinó la cabeza para contemplar el vaso que yacía sobre la pequeña mesita. Había decidido beber algo antes de ir hacia el camerino, por ello había pedido un ruso blanco, como le solían decir a ese trago en aquellos lugares. Una mezcla de vodka, con sabor a café y un toque dulce dado por la leche condensada era perfecta para aquella ocasión por lo agridulce de la noche de show sadomasoquista. Tomó el vaso y bebió un gran sorbo de él, como buscando o el coraje necesario de hacer el show o buscando olvidar que alguna vez disfrutó de hacer ese tipo de roles, especialmente con vástagos más débiles que él. A veces se avergonzaba de sí mismo, pero la vergüenza era algo que no lo acompañaba desde hacía tantos años que no la podía sentir por mucho tiempo. Se volteó y caminó hacia donde estaba Ionel, sentado en ese banco y contemplando su reflejo como quien mira a un completo desconocido, sin notar que entre sus manos llevaba la bebida de color blanco que aún no terminaba, era un vaso bastante grande.

—No tienes que hacer esto si no quieres —dijo Alister mientras se paraba junto al chico, quien se sorprendió un poco pues estaba tan absorto que no le escuchó acercarse.

— ¿Qué? —dijo y miró a su compañero de baile. — ¿Por qué no lo haría?

—Sé que la temática del show no es de tu agrado —habló nuevamente, haciendo que Ionel ladeara la cabeza.

—Alister hemos practicado mucho, me he esforzado para que todo salga perfecto —respondió el chico con una sonrisa sincera e inocente, como eran muchas de sus sonrisas. —No te preocupes por eso.

—No estaba pensando en eso —se sinceró el otro, quien ya había notado que Ionel no captaba lo que en verdad le quería decir. —Sé que es sadomasoquista, y que tengas que actuar como el sumiso delante de todo el público, delante de Gorca Rohde, pensé que te pondría realmente incómodo —le dijo siendo lo más sincero posible, omitiendo la parte en que él mismo se sentía mal por ser el dominante en ese trío que iban a plantear sobre el escenario.

—Oh, creo que entiendo —comentó Ionel después de un par de segundos en los que procesó la información. A veces le costaba, y bastante, el hecho de comprender cómo se expresaban demás vástagos o vampiros o humanos inclusive, era la falta de práctica social que había estado ausente durante toda su vida. —No te preocupes por eso, Lord Gorca Rohde no cambiará su actitud porque vea o no el show, él no se volverá ni mejor ni peor por ver eso. Además, soy un empleado de D’Amour, siempre han hecho show de diversas temáticas, muchas sexuales, no tengo porqué incomodarme por eso.

—Veo que tienes muchas cosas en claro —respondió Alister sorprendido de la respuesta del muchacho, por ese motivo bajó levemente la cabeza y contempló el vaso con el licor que tenía en él.

Ionel rara vez hablaba más de cinco palabras, rara vez era tan hablador y se explayaba tanto en un tema, pero por el tono de voz no sólo el joven sabía bien a lo que se enfrentaba, sino que estaba resignado a aceptar la suerte que le había tocado, eso no le dio la tranquilidad que necesitaba. Por ese motivo tomó el vaso y bebió un sorbo pequeño del trago.

—A veces me pregunto si realmente este es un trabajo para ti —comentó Alister terminando de beber y observando su reflejo en el vaso. —No pareces feliz ni complacido aquí.

—Pero es el hogar que tengo ahora —dijo nuevamente le joven, esta vez con una sonrisa. Al menos en ese lugar podía salir de las cuatro paredes y podía bailar libremente, era un muy grande progreso en su vida.

—Quizás si Gorca Rohde no se hubiera atravesado en tu camino…

—Pero lo hizo —le interrumpió aquella reflexión que estaba comenzando a molestarle, y eso que Ionel no era un vástago que se enojara con facilidad. —Lord Rohde me eligió, lamentablemente, y no quisiera que hubiera elegido a alguien más, no quisiera que alguien más sufriera.

—De todas maneras, es el peor cliente que te pudo seleccionar —comentó Alister tras un suspiro bastante audible.

—Algunos nacemos con mala suerte, supongo —respondió a modo de broma mientras se ponía de pie, dejando ciento por ciento al descubierto la perforación que tenía en su ombligo, la viva marca de que era propiedad de un vampiro como Rohde.

—No deberías pensar así —le dijo finalmente Alister, ya resignado a que ese joven era realmente obstinado y testarudo no iba a aceptar la propuesta de no hacer el show.

—No te preocupes por mí, Alister —dijo Ionel, mostrando un lado fuerte que pocas personas habían visto en él, pues siempre parecía un poco frágil. Acto seguido, caminó hacia una pequeña heladera que habían colocado ahí por si querían beber algo antes de subir al escenario. —Aunque no lo creas, sé cuidarme solo —dijo para después sacar una botella con líquido rojo en su interior, era sangre de una calidad intermedia, adecuada para que los vástagos pudieran subir con energía al escenario y dar lo mejor de sí.

—Tu cara de niño es sólo una fachada, ¿eh? —comentó Violeta acercándose a él.

—Puede ser —contestó Ionel mientras abría la botella y bebía un poco de su contenido, cuidando de que nada se desparramara y ensuciara su ropa, que ya mucho le había costado comprarla. Aunque la sangre humana no le alimentaría tanto como a sus compañeros, era el mejor alimento que podría conseguir en ese lugar y el que estaba dispuesto a tomar por voluntad propia, sin que su cuerpo le obligara.

Después de beber un poco más, le pasó la botella a Violeta, ésta la tomó entre sus manos y también bebió del líquido rojo que estaba en su interior. La mujer vástago dejó salir un gemido de satisfacción y sintió como la sangre recorría su cuerpo entero, llenándolo de energía y de vitalidad, podía sentir sus colmillos crecer levemente en el interior de su boca. Se sentía poderosa, como si pudiera hacer cualquier cosa que se propusiera con sólo elevar un dedo, con sólo dejarse llevar por las circunstancias, ese era el efecto de la sangre de buena calidad en el cuerpo de un vástago que hacía bastante no probaba un trago. Ese era su verdadero alimento, pues les devolvía vitalidad a sus órganos internos.

—Ya es hora de ir subiendo, Ionel —comentó la vástago, a lo que el otro simplemente asintió con la cabeza. —Bebe y sube —le dijo a Alister antes de arrojarle la botella. Por suertes éste último logró agarrarla en el aire a pesar de tener la otra mano ocupada por el ruso blanco.

Una vez vio que sus compañeros se habían perdido en las escaleras que les llevaría arriba del escenario, se sentó en el banco donde había estado sentado Ionel. Muchas veces no comprendía el accionar de ese vástago que tenía una apariencia tan frágil, tan joven y jovial, pero a la vez tan inocente y melancólica, como si guardara algo dentro suyo que no pudiera revelar al resto. Sí, decía que su verdadera alegría y felicidad estaría junto a su ser amado, pero en esa charla no lo había mencionado ni por un segundo, quizás esto realmente no representara un problema o una dificultad de tal magnitud que tuviera que recordar al motivo de su vida para afrontarla. Quería protegerle, pero de esa manera no lo iba a lograr nunca, no iba a lograr protegerlo de ese vampiro que lo terminaría matando, como a muchos de sus compañeros.

Suspiró con pesadez, y sacó un par de pastillas que tenía en su bolsillo, metanfetaminas que había logrado sacarle a su cliente de esa mañana, una paga por un servicio extra, nada más. Cuando tenía problemas con los shows, las usaba para sentir él mismo más energía y más ganas de hacerlo, en esta ocasión había tomado la decisión de usarlas para que le importase menos el hacerle daño a Ionel. Las echó el su trago, lo revolvió levemente y lo tomó todo de un solo sorbo, acto seguido tomó un poco de sangre de la botella que le arrojó Violeta. Pudo sentir más vitalidad y energía de la necesaria se desparramaba por su cuerpo, sintió su corazón acelerarse mucho más de lo necesario, como si un shock de adrenalina hubiera sido inyectado en el cuerpo de un humano, pero los corazones de los vástagos no palpitaban con tanta fuerza sin un poco de droga o alcohol encima.

En cuanto se puso de pie, pudo sentir un ligero mareo, como si el suelo se moviera y le diera vueltas. La desventaja y a la vez ventaja de ser un vástago, era que las drogas hacían efecto mucho más rápido al mezclarse con sangre o alcohol, su cuerpo vástago era una curiosidad para él a veces, pero de humano tampoco pudo experimentar estar borracho o drogado, pues de niño lo habían seleccionado para arruinarle la vida.

—El ruso blanco no me cae bien —dijo al aire y para sí mismo.


“Te devuelvo el licor de café
y el vodka que no quiero más… vodka.
El ruso blanco no me cae bien

y te vas a agüitar de más.”

Los Espíritus


 

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