Ser una presa es algo complejo a veces, pero sólo cuando uno no sabe
manejarse en ese mundo. Desde los 12 años que he estado dando vueltas, de mano
en mano, de cama en cama, de boca en boca, con entrenamientos hechos a costa de
golpes y castigos brutales. Creo que algo he aprendido en todo este tiempo que
llevo con todas estas personas, estos mafiosos asquerosos que puedo calificar
perfectamente como viles pedófilos de poca estima.
Después de haber estado en la cima de la cadena alimenticia
en Jamaica, ahora heme aquí. De nuevo en el pozo de donde me sacaron, de nuevo
en este odioso mundo del que no sé cómo escapar con todo el poder posible y los
deseos de venganza patentes en mis pensamientos.
Normalmente duermo en la habitación del amo o una por
separado, para que no me junte tanto con las otras presas. Apenas sí llevo una
semana en este lugar, es una mansión bastante importante, pero me da la
sensación de que Deminov no vive en este lugar. Casi nunca lo he visto por los
pasillos y lo único que hay son puros guardias que nos vigilan y custodian que
no hagamos movimientos precipitados. Por eso mismo lo primero que hice fue
ganarme el amor y el cariño de ellos. Si los tengo en mi poder, tendré el poder
de manipularlos. En cuanto a la demás presas, son más jóvenes que yo y son tan
sumisas como lo hubiera sido en el pasado, salvo por uno o dos mocosos de
carácter más bien fuerte.
Los guardias me levantaron
relativamente tarde. Lejos de despertarme a los gritos, zarandearon de forma
sutil y tranquila mi hombro para que abriera los ojos. Definitivamente me he
ganado a estos hombres. Como ya era cerca de la hora de almuerzo, me encaminé
al comedor comunal para todas las presas que hay en ese lugar. Era una sala
bastante amplia y grande donde todos compartíamos mesones. La modalidad era
sencilla: cada presa debía de buscar una bandeja y un plato de comida y
encaminarse hacia la cocinera que iba sirviendo los platos y las ensaladas
correspondientes, luego cada uno debería de ir a buscar su propio vaso con
agua.
Mentiría si dijera que tenía
ganas de hacer todo ese tedioso e insufrible recorrido para poder comer un
trozo de carne con alguna guarnición. Nada más examiné el lugar y vi que había
una bandeja ya servida en uno de los mesones, justo frente a una silla. Por ese
motivo me encaminé hacia donde estaba la misma y me senté. Comencé a comer
aquella carne mientras la cortaba con mi cuchillo, adoraba lo blanda que hacían
la carne en ese lugar. Estaba todo delicioso, a decir verdad, eso me agradaba.
—Disculpa —dijo una voz un
poco molesta a mis espaldas. Me volteé y vi que uno de los chicos estaba detrás
de mí con su vaso vacío en una mano y la otra en su cadera. Al parecer se acabó
el agua y hay que esperar a que repongan, por lo que el guardia se ha distraído
unos cinco minutos.
— ¿Si? —le respondí fingiendo
no saber nada.
—Ese es mi plato —me dijo con
una mueca de desagrado. — ¡Muévete! —dijo en un tono un poco más fuerte. Al
parecer este es uno de los mocosos problemáticos que conozco.
—Lo siento, pero ya comencé a
comer, no pienso irme —le respondí y le di la espalda para volver a comer.
El contrario me gruñó e
intentó empujarme, no pudo correrme. Se sentó junto a mi e intentó empujarme de
ese lugar, pero no lo logró, nada más me hacía comer con tranquilidad. Pero
seguía insistiendo con sacarme de ahí, mi paciencia tampoco es la más grande
del mundo. Miré la hora y era justo el momento del cambio de guardia de nuestra
seguridad, por ese motivo saqué uno de los cuchillos que me había regalado uno
de los hombres de Deminov. Era el que mejor se llevaba conmigo por eso le había
pedido el favor a él. Aprovechando la cercanía y viendo que no había nadie
cerca, aproveché para darle un corte en seco a la muñeca de aquel muchacho.
Éste dio un grito y tomó su muñeca que sangraba y bastante, yo nada más sonreí
victorioso.
— ¡Hey! Te acusaré con el amo,
le diré que andas causando problemas —me dijo a modo de amenaza. Mientras casi
sollozaba de dolor.
— ¿A si? —le respondí mientras levantaba el cuchillo ahora
hacia mí. Me hice un corte un tanto profundo en el cuello, manchándolo con
abundante sangre. El chico me miró sorprendido, y se paró de un salto dando un
grito por la sangre que estaba dejando en mi ropa y en la suya, pues le había
salpicado.
Había armado un gran revuelo en el comedor de las presas y
todos habían comenzado a gritar. Algunos asustados y otros sumamente alterados,
corrían de un lado para el otro y aprovechaban para intentar escapar. Pronto la
seguridad se hizo presente y los guardias entraron corriendo, cometiendo a los más
alterados. Por mi parte primero me reí del caos que había causado, pero pronto
vi entrar a mi guardia favorito. Corrí hacia él y me abracé a su cintura
mientras lloraba a mares y ocultaba mi rostro en su pecho.
— ¡Intentó matarme! ¡Yo no le había hecho nada! —le gritaba
mientras lloraba con desconsuelo y le mostraba mi cuello donde tenía el corte.
—Mire —le indicaba sin parar de llorar.
— ¿Quién fue? —me dijo mientras me abrazaba y estrechaba
entre sus brazos, como si pudiera protegerme. Oh, pobre idiota. Pensé para mi
interior y le señalé al chico que aún estaba en medio del caos. — ¡Llévenlo a
él! ¡Fue quien inició todo! —gritó el hombre haciendo que los demás tomen al
pobre muchacho que no entendía nada.
— ¿Qué? ¡No le crean! ¡No pasó nada! ¡Fue él! ¡Yo no hice
nada! —gritaba el chico mientras yo me cobijaba junto al guardia de las presas
que me seguía abrazando con cierta ternura y preocupación. La herida de mi
cuello ardía de forma deliciosa, me encantaba sentir la sangre correr, se
sentía caliente y fría a la vez.
—Y a él llévenlo a la enfermería, deben curar su cuello
—dijo entregándome a sus colegas. Los escalofríos por la pérdida de sangre se
estaban haciendo presentes. Era una mezcla de dolor y placer exquisita.
Así era mi nueva vida, no es que me acostumbre a ello, pero
me sentía en mi ambiente. Estaba volviendo de a poco a ser quien era, primero
estar por encima de las presas, luego por encima de los guardias, luego por
encima de los mafiosos hasta destrozar a todos esos idiotas. Pensaba mientras
ocultaba mi sonrisa sínica debajo de mis lágrimas.
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