Había tardado en leer la carta que me envió mi colega, admito que no era el más aficionado a la lectura. Es más, Dany solía ser la que me regañaba para que leyera más seguido y leyera todos los informes en vez de guiarme por los que decían mis subordinados. Ella tenía tanta razón en esos momentos y, admito para mí mismo, que siempre le daría la razón aunque nadie debía saber de este trato con ella. Aún la tenía presente, aún la sentía a mi lado, aún guardaba la foto de nuestra boda como un recuerdo grato del bello momento que fue. Nunca encontraré una mujer como ella, nunca encontraré a otra persona que se le iguale y a la que ame con tal pasión.
Nuestra conexión fue inmediata, cuando me la presentaron, cuando la trajeron delante de mí como si fuera un despojo. Malvestida, malcomida, moreteada y con el cabello desarreglado, tanta mugre se encontraba encima de sus cabellos rubios que podía hasta dudar de su naturaleza. Aún así, cuando elevó la vista, sus ojos chocaron con los míos. Tan profundos como los destellos en el mar, su luminosidad podía ir más allá de la eternidad, más allá de la fuerza superior, más allá de mi comprensión. Ella era hermosa, fuerte, aguerrida, lucharía por sobrevivir, estaba decidid a lograrlo. Una mujer fuerte e imponente, en eso quería convertirla. Ella no había nacido para servir, ella debía gobernar.
Si vos me dejaras nadar
En silencio bajo tus ojos
Puede que el espejo del mar
Quiera reflejar nuestros rostros
Sus miradas mientras danzaban en medio del mar de sangre, sus ojos compartiendo la pasión del momento, compartiendo algo más profundo que un mero derramamiento de sangre. Donde yo veía trabajo, donde yo veía mi simple labor como jefe de la Mafia Jamaiquina, ellos veían arte, veían ilusión; los veía incluso más cercanos que cuando, en mi segunda pasada por aquel pasillo, estaban conectados por aquel beso pasional en una pose bastante comprometedora. Mi chico sabe complacer, sabe lo que tiene que hacer cuando alguien lo besa, sabe qué hacer cuando alguien se coloca entre sus piernas, pero esta vez lo había hecho por deleite y pasión pura. Hacía tres días de aquello y al fin tenía mis momentos de paz para leer la carta.
No siempre podemos probar.
El sabor de la adrenalina
Pero nena no hay corazón
Que no haya probado una espina.
Mi colega era despiadado, era un hombre serio, frío y calculador, aunque pasional y descarado cuando se trataba de su preciosa hija, mi amada ahijada. Pero esto iba más allá de mis manos, iba más allá de mis posibilidades. Si tan sólo hubiera leído esta carta antes, otro sería mi pensamiento y mi resultado en estos momentos. Nada más negué con la cabeza y releí las palabras de aquel hombre.
El amor sólo estorba, una herramienta sin emociones es más funcional, es un arma sin debilidades. Además, quien no defendió a mi hija, quien se casó con ella por conveniencia, quien nunca se interesó en mi hija, no es más que un arma, una herramienta. No meceré un ápice de amor. Ni mi perdón.
Me invitaba a guardar el secreto de cada una de sus palabras. Describía a Hazazel como un sujeto sin emociones, con vivo gusto por matar y el sexo, viviendo sólo y únicamente por eso. Afirmaba, con vivos y escritos jaja, que jamás se enamoraría aquel sujeto, que su frialdad y cinismo iba más allá de lo imaginado. Por eso decía que su propia personalidad había cavado su propia tumba y condenado a la soledad. Llevé mis manos a mi cien y la froté con fuerza y negación. ¿Cómo es que podía describir un hombre así cuando la evidencia me está diciendo casi lo contrario? La explicación estaba a la vista de todos.
Conociendo a mi colega, si esa arma no le servía la desecharía sin más. Pero si aún le sería útil, eliminaría el obstáculo. Arriesgarme a perder uno o dos compañeros tan valiosos era un riesgo que no estaba dispuesto a asumir por una tontería como el amor. Si dos almas son realmente almas gemelas se reencontrarán en el futuro o en su otra vida. Cuidaría mis negocios y a mi personal, no voy a perder a ninguno de los dos por sus niñerías. Con ese pensamiento salí de mi oficina y me recorría mi propia casa para buscar a Martel, él rara vez salía de aquella mansión sin avisarme o sólo, siempre iba escoltado, por seguridad suya y de terceros. Por todo eso era extraño no encontrarlo.
—Roberta —le llamé y ella me miró, estaba empacando las cosas antes de marcharse de nuevo a Alemania, para seguir a mi amada. — ¿Has visto a Martel?
—Salió con el Señor Monroe, como iba acompañado no consideré necesario avisar de forma inmediata —me explicó y yo nada más negué con la cabeza. Esto se estaba yendo de las manos muy pronto.
— ¿Dijeron a dónde irían? —pregunté con un deje de molestia.
—Supongo a la playa, señor McKelly. Iban poco vestidos —me explicó.
—Gracias —le dije con simpleza antes de salir de mi mansión y encaminarme hacia la playa.
Mi mansión no quedaba lejos de la costa y una playa personal. No me gustaba que mucha gente se entrometiera en mi residencia, por eso había terminado comprando todo un sector. En fin, de haber salido a la playa irían a esa, porque Martel tiene permiso de entrada y salida y Hazazel es un invitado. Necesitaba hablar con mi chico, convencerlo y amenazarlo de ser necesario. Necesitaba separarlos.
Sorpresivo fue para mí escuchar las olas del mar, el sonido del viento meciendo el agua con parsimonia acompañado del sonido de una guitarra. Sé que Martel sabe tocar la guitarra, eso no me sorprendía. Muchas noches, cuando el insomnio le atacaba o le prohibía abrir la ventana, lo sentía alejarse de mi cama y bajar a la sala para tocar en silencio. Sin embargo, esta vez la situación que me mostraban mis ojos era diferente. Quien estaba tocando la guitarra era Hadriel Monroe. Su voz era un tanto rasposa y se notaba que no era experto, pero afinaba bastante, no me sorprendería que en la entonación haya ayudado Martel.
Yo venía sin tropezar
Pero me enrede con tu lengua
Y cuando me quise correr
Vos me atrapaste entre tus piernas
Hadriel sostenía una guitarra y cantaba mientras se concentraba en tocar los acordes correctos y junto a él, con el cabello aún un poco mojado, sentado en la arena, con una sonrisa perdida y embobada, con las manos juntas, quizás porque estaba un poco nervioso, estaba Martel Bogdan. Una presa de poca monta, un prostituto infantil de los más caros, un chico que había pasado por más manos que comida, estaba sonriendo como si fuera un inocente niño enamorado por primera vez.
Sus ojos siempre determinados con acabar con cada obstáculo y hacer la vida imposible a cualquier persona que le cayese mal, estaban concentrado en las manos del mayor que se movían y en la voz que brotaba de sus labios. No, no estaba buscando fallas, estaba disfrutando del momento. Aquel chico orgulloso y altanero, que desafiaba aún sin saber si ganaría, estaba sonrojado y sonriendo, una sonrisa sincera de las pocas que lo he visto esbozar. Sus ojos celestes destacaban por su brillo, no eran opacos ni eran fríos como el hielo, estaba sintiendo algo.
El momento de despegar
Puede generar turbulencia
Nos soltamos el cinturón
¿Cómo puedo ser capaz de detener este momento místico, o mágico, entre ellos? ¿Quién soy yo para determinar que no estuvieran juntos un momento más? pensaba riendo levemente y volteándome para regresar por donde había venido. Soy un ser frío y distante a pesar de mi comportamiento jovial, alegre y despreocupado, sé perfectamente cuándo determinarme y cuándo comenzar. En este caso, darles un poco más de alegría juntos sería mi último acto de piedad.
Llévame más lejos amor
Esta luna ya la conozco
Vamos a hacernos el favor
Y que vuele todo hasta el cosmos
Escuchar su risa de fondo mientras caminaba me provocaba una
sonrisa involuntaria. No soy egoísta, me gusta ver a dos personas felices y
escuchar risas inocentes, aún provenientes de una puta, era una caricia al alma
y digno de celebrar. Sólo les estaba dando una prórroga, un pequeño adelanto
transitorio, hasta que decida cortar finalmente su crédito. Por hoy los dejaría
disfrutar en medio de risas, cantos, el sonido de la guitarra y el mar.
El sueño de dos almas enamoradas será imposible para ellos, al menos me gustaría verlos juntos un tiempo más, escuchando sus risas como nunca antes fueron, ver a alguien más que sonríe con inocencia a pesar de ser un demonio. Nada más una sonrisa se dibujaba en mi rostro y mis emociones me llevaban a tener pena por aquellos pobres enamorados. Seguro escaparían juntos, vivirían una vida feliz alejados de todos lo que les hacen daño. Uff, he escuchado y dicho eso tantas veces pensé resignado.
No dejemos huella y tal vez
Se haga más liviano el camino
Que todo este viaje será
Para no llegar a destino
Sólo saqué mi celular y la llamé. La llamé como hacía meses no lo hacía: con una sonrisa nostálgica en mi rostro, con un andar lento y calmado, como si quisiera mantener mi cuerpo en el pasado mucho más tiempo.
— ¿Alex? —dijo ella detrás del aparato.
La sonrisa que se dibujó en mi rostro no la podía ver, pero si ella supiera el vuelto que ha provocado en mi corazón con la sola mención de mi nombre en sus labios y en su tono de voz. Era una verdadera reina, mi amada y codiciada reina. Ni Alemania era un obstáculo para ella.
Dame pecado, tierra
Dame agua. Espanto y llanto
Dame puñales a cambio
De sudor entre los dos
—Hola, querida —le dije sin quitar aquella mueca de mi rostro.
— ¿Qué quieres? —preguntó ella, tan directa e indiferente a la vez.
—Escuchar tu voz —contesté con simpleza y escuchar un “hum” del otro lado de la línea. —Te extraño, mi amor —le dije riendo, aunque era la mezcla de una verdad y un chiste.
—Tonto —dijo ella riendo también. Podía imaginar su sonrisa, su risa, hasta podía imaginar su ropa y su pose en este preciso momento. La conocía más de lo que ella misma sabía. —Yo también, McKelly —dijo antes de terminar de enamorarme.
Dame recuerdos, humo
Dame cielo, tiempo y viento
Dame el rio de tu cuerpo.
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