El Castillo
Mi nombre es Regina, y me
atrevo a decir que mi apellido es Castellum, pues no lo sé con exactitud. Hace
ya tantos años que nadie habla conmigo que es difícil recordar mi nombre o cómo
pronunciar palabra alguna. Mis pensamientos formulan frases cortas que anoto en
una libretita que siempre llevo conmigo, junto a una pluma y un tintero que
parecen aparecer en los momentos indicados en los lugares indicados cada vez
que los necesito o deseos escribir algo. Mis padres se fueron hace ya muchos
años, creo que yo aún era una niña cuando ellos se marcharon, felices de poder
salir de esta prisión. Mi padre me dijo que cuando cumpliera los 21 años
vendría por mí un hombre con el que debía casarme y ambos nos deberíamos quedar
en este lugar, hasta concebir un hijo, cumpliendo el mismo ciclo una y otra
vez.
Mi padre fue quien permaneció
en este solitario y enorme castillo hasta los 21 años en que una mujer llegó y
se casó con él, ambos me concibieron a mí, fruto de un pacto entre dos
familias. Ellos me criaron lo mejor que pudieron, pero aún siento en el corazón
el gran vacío que significó la falta de amor, la falta de cariño, la falta de
compañía. Yo nunca fui fruto del amor,
sino fruto del deber. El deber de mi familia de permanecer siempre en este
castillo, siempre entre estas cuatro paredes, en este silencio, en esta
soledad, en esta enormidad.
¿Cómo alguien
puede soportar esto sin volverse loco? Los pasos de esos seres, de los
seres invisibles que están cerca de mí en todo momento, que saben lo que
necesito y lo que deseo y lo llevan a cabo. Nunca los he visto, nunca en toda
mi vida, pero escucho sus pasos y cómo a veces murmuran entre sí cosas que no
son comprensibles. Entre ellos y la falta de alguien con quien hablar siento
que en poco tiempo me volveré completamente loca.
Los Invisibles hacen todo por
mí, la comida, la limpieza, todo lo que haga falta en este castillo ellos lo
llevan a cabo. No sé bien, al menos no aún, la función exacta que debo tener en
este lugar. ¿Simplemente estar? Ojala mi función en la vida esté más allá de eso
tan simple, Siempre soñé con más, con mucho más, con aventuras, con simplemente
salir de ese castillo/prisión, pero creo que aún deberé esperar un tiempo más.
No sé dónde está la cocina, al
igual que tampoco sé dónde están la mayoría de los lugares de este castillo
gigante. Nada más salí de la sala en la que estaba y me decidí a caminar por
los pasillos, no tengo un rumbo determinado. Muchas veces deseo llegar a
determinados sitios y siento como unas voces susurran las direcciones a donde
debo ir y otras veces es como si mis pies se movieran solos en la dirección
correcta. En esta ocasión estaba ocurriendo lo segundo mientras contemplaba a
través de los grandes ventanales el paisaje, ese inmenso bosque que se hallaba
alrededor del castillo, tan verde, tan floral por épocas, tan alegre y tan
lúgubre a la vez. Siempre he pensado, o me divierto pensando e imaginando mejor
dicho, que es un lugar en medio de muchas montañas y los pájaros exóticos viven
en los techos de esta enormidad. Solo son imaginaciones porque nunca lo he
podido comprobar.
En mi caminar llegué a la sala
principal, al salón donde se deberían de recibir a los invitados, que se ubica
justo detrás de la puerta principal, oculto a penas tras una pared. Mis pies me
dirigieron al centro del salón, sobre una alfombra roja que dirigía a los
invitados hacia la escalera que llevaría a otros pasillos. No sé cómo habré
llegado hasta, pero por alguna razón siempre termino cerca de la puerta
principal de esta fortaleza. Era una puerta tan grande que un gigante podría
entrar perfectamente en ella, tan pesada que sólo con mucha fuerza o usando una
palanca se podría abrir y tan imponente con su color bordó, sus detalles hechos
a mano e incrustaciones de oro. La contemplé por unos segundos y sentí como si
el tiempo se hubiera detenido frente a mí.
Cuando mis padres salieron por
primera vez de este castillo, hace ya siete años, yo los vi alejarse con la
sonrisa en su rostro y el semblante en alto. Prometieron regresar, después de
muchos años, después de que cumpliera los 21 años con un hombre con el que
debería casarme y tener un hijo o hija. Debía esperar mucho tiempo, hasta que
ese ser cumpliera los 13 años para poder marcharme del castillo y entregarle la
responsabilidad de permanecer en esta cárcel de piedra y bellas comodidades,
con seres que no puede ver pero que le servirán hasta que se cumpla el mismo
destino. Aun sabiendo eso, aun teniendo bien presente que no podría salir de
ese sitio, al día siguiente a su partida abrí la enorme puerta para contemplar
un largo camino que atravesaba la selva y que se perdía sobre una gran colina,
eso me hizo suponer que había vivido en una montaña toda mi vida. Quise
atravesar el umbral de la puerta, pero algo me detuvo, era como una gran pared
invisible, una fuerza que no me dejaba atravesar aquello, algo que me impedía
salir. Al otro día hice lo mismo, y al siguiente, y al siguiente… y al
siguiente. No sé por cuánto tiempo hice aquella acción, sólo sé que me derrumbé
y lloré por mucho tiempo. El eco de mis llantos fue el único sonido que se
escuchaba en esa gran mansión.
Sí, ya me he repuesto de esa
idea de atravesar la dichosa pared y tampoco deseo hacer el esfuerzo de empujar
aquellas pesadas puertas para contemplar el camino. No obstante eso, hubiese
querido preguntarle a mis padres porqué debía quedarme, porqué debía estar sola.
Ellos se marcharon sin darme una explicación y yo nunca les pedí una. A veces
pienso que nunca sabré el fin de todo esto. Aunque ya después de 7 años creo
que estoy próxima a saber la verdad.
Volteé la cabeza y fijé mi
vista en una puerta dentro de la sala principal. No era grande, era de su color
verdadero, marrón como la madera, sin muchos detalles y sin oro o diamantes, y
supe qué puerta era, nunca olvidaría esa puerta. Una vez más, como por arte de magia, mis pies me han traído al lugar
que deseaba. Me dirigí a ella y la abrí con un gran entusiasmo, es la única
puerta que siempre deseo encontrar, aunque tampoco recuerde su ubicación en la
gran casa semi-abandonada: la biblioteca. Una sala compuesta de un estante que mide
desde el primer piso hasta el tercero y último piso, tan grande como la puerta
principal, tan imponente como sólo una biblioteca con tamaña cantidad de libros
podría ser. De todos los tamaños, de todos los colores y de todas las texturas
imaginables, las temáticas eran muy diversas, desde medicina pasando por
filosofía, literatura, novelas, inclusive algunos libros que hablaban de magia,
ocultismo y misticismo, cosas que me llamaban la atención. Había libros de
cocina que leía por gusto, sabiendo que la comida que más me gustase estaría en
mi almuerzo al día siguiente; había bellas novelas de amor que me encantaba
leer para despejarme; había mil y un libros de distintas ciencias.
Me atrevo a decir que he leído
casi todos estos libros, sin mucho que hacer estando sola por siete largos
años, y antes también me gustaba leer, mi mayor pasatiempo era leer. Si bien el
gran estante era el principal que albergaba a la mayoría de los libros, había
un par de estantes pequeños donde solía dejar los libros que ya había
seleccionado para leer en la semana. Eso sí que no lo olvidaba y me alegraba no
hacerlo. Tomé el libro que había dejado a medio terminar la noche anterior y me
dispuse a leerlo con mucha alegría. No era consciente de la hora, no poseía un
reloj, pero mi estómago rugía siempre a las mismas horas y en ese momento era
cuestión de regresar el camino hasta la cocina. Si bien el camino no cambiaba,
para el día siguiente lo habría olvidado.
Una vez hube terminado de leer
el libro lo cerré con la satisfacción de haberlo leído completo, entonces lo
tomé en brazos y lo dejé en su respectivo estante. En medio de eso estaba
cuando mi panza rugió y me indicó que ya era hora de almorzar. Yo siempre le
hacía caso en todo lo que me indicaba mi cuerpo, pero esta vez algo me llevó a
elevar la cabeza y caminar un poco más allá, adentrándome en las estanterías
ocultas de la biblioteca. Había leído todo de esa gran estantería principal,
pero me faltaba un poco para completar de leer la vieja estantería, la más
bajita, la más intrincada y laberíntica que se ramificaba por todo el primer
piso. Pasillos repletos de libros, la mayoría de ellos marcados por una cinta
roja que solía colocarle a los libros que ya había leído, las cintas azules
eran para lo que había releído. En medio de ese mundo de libros y sabiduría me
fui sumergiendo con una velocidad que ni yo misma pude notar, no sabía qué
buscaba pero sentía que debía buscar algo.
En medio de ese desasosiego encontré
algo que me hizo detener mi carrera, caminé hacia ese estante pequeño, apartado
del resto, que tenía un total de siete estanterías con libros, todos ellos de
diferentes colores y ninguno tenía una cinta roja, mucho menos una azul. Caminé
hacia él ante las voces que me decían que me alejase, que aún no era momento,
pero yo las ignoré y caminé más. Mientras me acercaba a aquel viejo mueble, más
iba notando que no era un estante con libros. No era más que otra puerta de las
muchas que tenía la casa, no era exuberante, al contrario, parecía camuflarse
con su alrededor, como si buscara no ser vista. Tomé el pomo de la misma,
parecía bastante viejo y algo oxidado, señal de que era de metal, lo giré con
lentitud y la abrí.
Una pequeña habitación se
desplegó ante mis ojos, quizá medía unos tres metros de ancho por tres metros
de largo. Las paredes era un solo estante con pocos libros en ellos, todos
color bordó como la puerta principal y bastante opacados por el polvo que los
cubría. En medio de esa sala, había una mesita muy parecida a un altar, y sobre
él había una caja de cristal, parecía un prisma más bien. Al interior de ese
prisma de cristal, había una especie de gema, o esa forma tenía, de color gris
como la plata. Me acerqué levemente para contemplar mejor aquella extraña cosa
en medio de ese extraño salón al que nunca había entrado con anterioridad. No
la tomé entre mis manos por el sólo hecho de verla tan frágil en ese cristal. El
miedo de romperla se hizo presente y simplemente cambié mi mirada hacia los
libros que había en ese lugar. No era muchos, pero me decidí a tomar uno.
Dynastia Castellum.
Rezaba el título del primero que tomé. Mi familia, ¿era una dinastía? ¿Yo a qué
pertenecía? Algo asustada dejé de nuevo el libro en ese aparador polvoriento.
Pero la curiosidad fue más fuerte y saqué otro. Prohibeo alchimia. Decía ese y de inmediato sentí un fuerte ardor
en la mano, como si el libro no quisiese que lo tocase, por eso lo volví a
poner en su lugar. Finalmente tomé un último libro. Regina Castellum II. Sin querer, sorprendida por el nombre, dejé
caer el libro de mis manos y di un paso hacia atrás. Pude ver como el viento
levantase aquel objeto y lo devolvía al estante de donde había salido. Sin
pensarlo, salí corriendo de ese lugar, escuchando a las voces que me indicaban
como regresar a la cocina para poder almorzar. Seguramente ya estaba teniendo
alucinaciones producto de la soledad, de la falta de diálogo, el exceso de lectura
y el deseo de conocer más. Eso
seguramente debía ser.
No me acerqué a la biblioteca
en el resto del día mientras en mi mente resonaba el nombre de esos tres libros
que había sacado. Estaba claro que hablaban de mi familia, pero había tenido la
necesidad de correr lejos de esa habitación. Fue como si una gran fuerza me
ahogara y me hiciera temer a su inmenso poder, como si tuviera miedo de algo
inexistente. Siempre estuve acostumbrada a las cosas misteriosas, a lo que no
podía comprender, pero ahora me había asustado y había huido del conocimiento.
Nunca me había pasado eso. Temer algo a lo que no puedo comprender, algo que no
sé bien su origen, algo de lo que no estoy segura, habiendo vivido toda una
vida sin certezas, eso no es algo propio de mí.
Esos textos eran sobre mi
familia, quizá los podría haber comprendido, podría haber resuelto muchas dudas
sobre mi propia vida simplemente leyendo aquellas cosas. ¿Será que acaso me dio miedo conocerme? ¿Me dio miedo algo que debía
comprender? Eso podría ser una suerte de explicación coherente, algo que
podría calmar mi mente aturdida. Pero no es la explicación más lógica. Yo
debería de conocer la historia, debería de conocer lo que ocurrió para que todo
esto llegara al punto donde está. Pero si mis padres no me lo habían dicho aún,
creo que yo debería averiguarlo por mí misma.
A la mañana siguiente decidí
comenzar mi búsqueda familiar. No me dirigí a buscar el desayuno, deseaba
llegar a la biblioteca, pero mis pies parecían tener vida propia y se movían
con cierta autonomía. Cada puerta a la que ellos me guiaban lograba dar con la
mesa bien servida del desayuno, pero ese no era mi objetivo. Salía y entraba
constantemente de las habitaciones, buscando hacer mi voluntad real. Hasta ese
momento no me había dado cuenta de que mi vida había estado regida por los
lineamientos de otros, de otras personas que no podía ver y que ni siquiera
sabía si eran personas. Me decidí a lograr mi objetivo, pero cuando mi estómago
comenzó a rugir me di cuenta de que realmente necesitaba comer primero.
Me adentré en la habitación y
comí un poco antes de levantarme con rapidez, deseaba realmente llegar a la
biblioteca para poder comenzar a investigar. Salí de esa habitación un poco más
relajada y respiré el aire que entraba por los grandes ventanales. Me había
exaltado bastante la gran acumulación de pensamientos que había tenido durante
la noche. Pude sentir nuevamente las piedras de ese castillo sobre mis pies
antes de emprender una búsqueda con mayor claridad. De a poco podía sentir como
mis pasos me guiaban hacia los lugares a los que quería llegar, tarareando
levemente una melodía que solía resonar en mi mente cada vez que me sentía
sola. Llegué a la sala principal.
Nuevamente contemplé
alrededor, las cosas debían estar en el mismo sitio que la noche anterior, y que todos los demás días anteriores.
Me quedé viendo un poco más la puerta de salida de esta prisión-castillo que
tanto deseo dejar, pero ya me resigné a quedarme aquí y cumplir mi misión.
Caminé lentamente hacia la puerta de la biblioteca, aquella no tan imponente
pero más o igual de importante. Al abrirla pude sentir como si una briza fresca
entrara por la misma, pese a no poseer demasiadas ventanas y a no estar
corriendo tanto viento. Esto me llevó a contemplar nuevamente la salida y, por
alguna razón que no pude explicar en ese momento, la sentí más cercana, más
liviana y menos imponente.
La biblioteca estaba tal y
como la dejé la mañana anterior. Los días pueden ser muy largos cuando una se
encuentra sola en medio de un castillo tan enorme como este, pero el día de
ayer había sido tan inusual que me pareció extremadamente corto. Los libros que
había en la gran estantería de repente ya no me parecían tan interesantes y en
mi mente resonaban tres nombres, tres títulos que me hicieron viajar hacia otro
lugar de la gran habitación. Comencé a caminar por los pasillos mientras
escuchaba como si un coro de voces me dijeran que no fuera, como si mi mente me
gritara que no siguiera mis pasos, pero eso no es cierto. El deseo de conocer,
la curiosidad de saber más, de pensar que hay otras cosas más allá de lo
estrechamente conocido, me hizo seguir andando por los pasillos.
Dynastia Castellum…
¿Acaso mi familia era más que una simple familia en esta zona? ¿Acaso yo
pertenecía a una dinastía? Leí muchos libros sobre las dinastías de oriente y
poniente, pero nunca mencionaron a ninguna dinastía Castellum, mi familia nunca
aparecía en un libro como aquel, de un bordó tan profundo que parecía que esas
incrustaciones doradas estaban dentro de la tela. Las letras doradas
sobresalían de la tapa del libro y eran rodeadas por unas hojas también
doradas.
Caminé por el pasillo y doblé
a la derecha, después a la izquierda y finalmente a la derecha de nuevo, seguía
caminando con parsimonia esperando que mis pies me llevasen a donde quería
llegar. Aún no recuerdo cómo llegué a ese lugar ayer.
Prohibeo alchimia… He
leído antes libros sobre alquimia, conozco el idioma en el que está escrito
pues me vi forzada a aprenderlo para leer gran parte de esa infinita
biblioteca. Un tipo de alquimia que esté prohibida y que posea un libro aparte
es algo totalmente extraño. He leído mucho sobre ello, hay muchos libros de
alquimia en esta casa, pero todos tienen un apartado donde mencionan los tipos
de alquimia prohibida. Nunca leí de una alquimia tan peligrosa que ameritara un
libro completo dedicado a ella. Un libro negro con un par de cadenas dibujadas
sobre él en tonos plateados como el mismo metal y letras que se hundían en la
tapa del mismo; parecía sacado de un relato de terror, pero la intriga que
despertaba ese objeto era mucho más fuerte que la repulsión al mismo.
Seguí caminando y doblando en
muchos lugares dentro de los pasillos de esa gran habitación, esperando
encontrar lo que estaba buscando. Las voces en mi cabeza me advertían ahora con
una voz más calmada y apagada que no siguiera.
Regina Castellum II… Ese
era mi nombre, o al menos el nombre que me habían dicho que tenía, pues comenzaba
a dudar que lo que mis padres me habían dicho podía ser o no real, ellos no me
dieron ninguna otra explicación. Supongo que debo creerles, pero al ver ese
libro tan bordó como el primero, con flores a su alrededor de un tono rojo más
fuerte, de un rojo vivo, siento que hay algo que he ignorado toda mi vida.
Siento que dentro de ese libro hay una verdad que quiero leer y conocer, una
verdad relacionada con mi nombre de manera directa.
Mientras daba la última vuelta
pude contemplar la misma puerta del día anterior. Me detuve en mi andar, por la
había encontrado.
Con cierto cuidado y algo
temerosa de lo que pudiera significar ignorar esas voces que se agolpan en mi
cabeza y me dictaban que no vaya, que no atravesara esa puerta de nuevo, caminé
hacia la misma. Sentía como si mis pies me impidieran caminar, como si
estuvieran muy pesados para levantarlos y sostenerlos, pero aun así creo que mi
terquedad puede más que todo lo demás. Simplemente tomé el pomo de aquel
dichoso pasadizo y lo abrí, con fuerza porque se sentía muy pesada. Una vez que
estuvo de par en par abierta sentí una suerte de alivio, como si el aire se
hubiera hecho menos denso, como si mis pies fueran menos pesados ahora, como si
esas voces se hubieran detenido.
Contemplé alrededor y vi que
todo estaba efectivamente igual a como lo había encontrado el día anterior. Los
libros seguían donde estaban, los estantes parecían estar igual o más cubiertos
de polvo y en medio de ese pequeño salón seguía estando esa pequeña gema de
plata, mas al acercarme más me dio la sensación de que se movía ante mi mirada.
Sin embargo la ignoré y decidí comenzar a leer los libros que había tomado la
vez anterior.
Tomé los escritos entre mis
manos, comenzaría por esos tres antes de seguir leyendo los demás que
seguramente eran interesantes. Quería salir de esa pequeña habitación cuya
atmósfera era algo densa, pero al acercarme a la puerta y atravesar el umbral
de la misma, los libros cayeron al suelo y se quedaron dentro de la pequeña
habitación oculta. Me volteé extrañada y los tomé de nuevo, pero no logré
sacarlos de ese lugar, era como si no pudieran atravesar la puerta tal y como
me pasaba a mí con la puerta exterior. No me detuve a pensar porqué pasaban
esas cosas, ya hace años que dejé de preguntarme por cosas razonables y
conociendo un poco de magia a través de mis lecturas, creo que no necesito
hacerme más preguntas. Me adentré nuevamente en la misteriosa habitación y me
senté en el suelo, a falta de silla o de mesa, para comenzar a leer el libro
que tenía por título mi apellido, para después pasar al de alquimia y
finalmente hacia el que tenía mi nombre…
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