viernes, 31 de enero de 2020

La Dama del Castillo - Capítulo II


Dynastia Castellum


Mi familia había sido muy imponente, poderosa y soberbia, una dinastía capaz de controlar grandes longitudes de tierra. La importante Dinastía Castellum, dueños de la gran cantidad de territorios al sur del continente. Sus dominios iban más allá de las costas de los Mares de Dragones y sobrepasaban los límites de las montañas que convergían en la Cordillera Blanca. Su gran castillo principal estaba albergado por una gran selva que decían que le protegía de los ataques enemigos. Nadie que no sea bienvenido podría entrar en él, nadie que no fuera invitado podría atravesarlo, nadie que no quisieran que saliera podría salir. El castillo, el Gran Castellum, podría ser controlado a disposición de los miembros más poderosos de la familia. El poder dentro de esta gran dinastía estaba dado por las líneas de sangre, sólo el más anciano de ese momento tendría en control sobre la gran fortaleza que simbolizaba ese castillo. 

El poder de conquista que poseía esta dinastía estaba basada en la posesión de un ejército tan poderoso que muchos le llamaban Los Inmortales. Se decía que nunca habían perdido una batalla, que todas las guerras que ganaron lo hicieron sin derramar nada de su propia sangre, pues ellos estaban protegidos por la misma fuerza que protegía ese enorme e imponente castillo. El Gran Castellum y Los Inmortales estaban protegidos por la fuerza, el poder, la magia de la Dinastía Castellum. Nadie comprendía el alcance de tal poder, de tal magnificencia y perfección que albergaba a dicha familia que, de ser simples reyes feudales, pasaron a gobernar longitudes de tierra tan extensas que pasaron a ser una Dinastía con el mayor poder político-militar de aquellos años. 

Todo comenzó con mi ancestro, un hombre que en su niñez poco salía de esa casa medianamente grande que funcionaba como castillo principal de la familia y estaba ubicada tan al sur que se podía ver los Mares de Dragones desde los balcones de la misma. El niño tenía mucho miedo de los dragones que habitaban las bahías, no le gustaba verlos volar por el techo de su castillo ni posarse en los tejados de los mismos. Temeroso y asustadizo, el muchacho se recluyó en el sótano en total soledad. El nombre de ese muchacho era Petram Castellum, mi tátara-abuelo, hijo de Regina Castellum I y Fortem Castellum II. 

Hay quienes dicen que, en el sótano de ese alejado y casi aislado castillo, el joven Petram aprendió las artes ocultas, la magia, la hechicería o las ciencias, en realidad nadie especificaba nada acerca de lo que hacía en ese lugar. En el primer libro que leí sólo contaba la historia pública de mi familia, nada de la interna real y verdadera que ocurría dentro de las cuatro paredes del castillo. Pero eso no me impidió seguir, pues ni yo misma conocía la vida pública de mi familia. 

En su afán por no ver nunca más a aquellos seres más semejantes a lagartos gigantes con alas, de colores diferentes y no menos llamativos, con habilidades sorprendentes, a los cuales los seres humanos les dimos el nombre de Dragones, el joven Petram intentó matarlos. Pero su poder no fue suficiente como para eliminar a esos seres tan poderosos y desatar la ira de éstos fue su última excusa para emprender un nuevo y largo encierro en el sótano que tanto le había ayudado a idear maneras de lidiar con su malestar y su temor. 

A la muerte de su padre, de una enfermedad que lo persiguió y lo mantuvo en agonía durante muchos años, Petram decidió tomar el mando del reino junto con su madre Regina, quien cayó en una profunda depresión de la que no lograba salir. El joven comenzó a reclutar campesinos que vivían bajo su seguridad para formar un ejército; los entrenó al interior del Gran Castillo durante varios meses. Al cabo de seis meses, Petram Castellum había logrado convertir a una suerte de malos campesinos en un ejército fornido y poderoso, dotados de las mayores habilidades que se hubieran visto con anterioridad. 

El ejército de Patram partió al norte, en busca de un lugar mejor para vivir y con la promesa de darle una mejor vida a las familias de los campesinos que le siguieran como miembros del ejército. Y así fue como nació la leyenda de Los Inmortales. El ejército que se enfrentó con los castillos aledaños no tuvo bajas, no tuvo ni un solo muerto, aun enfrentándose al doble de hombres, ellos siempre resultaron victoriosos. El líder del ejército era el mismísimo rey y también era quien daba el golpe de gracia a los líderes de las familias vencidas, dejándolos permanecer en el reino como sus nobles y cortesanos. 

Fue en cuestión de meses, de un año para ser exacta, que el rey Petram logró concretar su viaje y llegar hasta la Cordillera Blanca, apoderándose de todos los terrenos con un ejército de seres inmortales. Todos le temían, todos le debían respeto a su autoridad, inclusive su propia madre llegó a desconocerlo. Regina Castellum I murió de depresión al no poder conocer a su hijo, al ver en lo que se había convertido su hijo amado y adorado, el más débil de la familia. Pero este hecho no impidió los planes de Petram, cuyo corazón se había endurecido después de tanto tiempo. 

Cuando logró conquistar el poblado que se hallaba en la base de la Codillera Blanca, decidió quedarse en ese castillo por un tiempo, allí fue donde conoció a una mujer, la hija de uno de los reyes que poseía la misma edad de él, Lux Montis, de la familia Montis. Ella era bella, una joya en medio de un mundo crudo y que había sobrevivido en un entorno hostil como es el frío piedemonte de las grandes montañas blancas, porque nunca paraba de nevar. Ella era dueña de una gran sabiduría, razón que hizo que ambos se conocieran mejor y se sumieran juntos en investigaciones y en aprendizajes que disfrutaban tanto como eran los paseos y momentos juntos. Supongo que el amor entre estos dos seres fueron los cimientos para la perdurabilidad de mi familia, o dinastía. 

Con la joven Lux, Petram tuvo tres hijos, los mayores eran mellizos a los que nombró Regina Castellum II, una niña que resultó ser el vivo calco de su padre, y Regem Castellum IV, un niño que resultó poseer un gran parecido físico con su madre, fue nombrado así en honor a su madre y a su abuelo quien había sido Regem Castellum III. Supongo que la creatividad en las dinastías no es muy grande, pues los nombres de sus ancestros suelen ser muy utilizados por los descendientes. Sin embargo, es una forma de honrar a los fallecidos miembros de la familia, por lo que supongo debo estar orgullosa de mi nombre. 

Siguiendo con la cronología que me marcaba el libro, la familia Castellum, ahora con dos pequeños a cuestas, decidió establecerse en ese lugar por un tiempo, hasta que los niños cumplieran la mayoría de edad. Cuando la reina ya era bastante más madura, quedó embarazada de un tercer hijo, quien le arrebató la vida en el parto a pesar de la alegría de la madre de poder traer al mundo una nueva vida. Occidere Castellum, el primero con su nombre, había asesinado sin ser consciente de ello a su madre.  

Con el corazón hecho añicos y el espíritu por el piso por haber perdido a su amada, el rey Petram se sumió en la soledad de su habitación abandonando por completo sus estudios e invenciones y dejando de lado sus deseos de conquista. La historia cuenta que las sirvientas lo encontraron una mañana, sentado en su silla de siempre, con la vista fija al horizonte y muerto con los puños apretados contra la silla, como si hubiera luchado por su vida. 

Desde ese momento el reino pasó a manos del mayor de los hijos varones, como era la tradición de ese momento. El joven Regem era muy diferente a sus padres, pronto lo cegó la ambición de tener más reinos, más tierras a su cargo y más poder, sobretodo esto último. Consumido y cegado por sus deseos, revivió y maximizó las capacidades de Los Inmortales para poder cruzar la Cordillera Blanca, famosa por nunca quedarse sin nieve, por tener un clima hostil y gélido todo el año sin excepciones. Muchos afirman que ayudado por la misma magia de su padre, el joven logró cruzar las montañas para llevarse la sorpresa de ver el gran bosque verde que albergaba el otro lado. La mitad de la Cordillera Blanca era nieve y frío, mientras que la otra mitad era verde y cálida, una selva densa y atestada de seres de diversos aspectos que los atacaban a cada paso, por lo que les costó horrores cruzarla. Sin embargo, su ejército no tuvo bajas, como siempre pasaba. 

Una cruenta batalla se llevó a cabo con el rey del poblado, una batalla sangrienta y que dejaba traslucir lo salvaje que podía ser el ejército de Regem Castellum IV. Él no era como su padre, que ya de por sí era despiadado, él no le daba una muerte rápida a sus oponentes, le gustaba verlos sufrir y humillarse antes de darles el golpe de gracia. Así fue como logró conquistar ese poblado que le daba paso para seguir conquistando otras regiones más al norte. Donde las temperaturas se hacían más hostiles con el correr de los terrenos. 

Sumido en su propia adoración, en su amor propio, Regem mandó construir un castillo digno de su imponencia, digno de su presencia y que hiciera honor al apellido Castellum, la dinastía más poderosa de todo el mundo Occidental. El Gran Castellum nació de la ambición y la soberbia de uno de mis ancestros, fue erigido sobre las ruinas y la destrucción de un pueblo cuyo fin último fue proteger sus tierras de esos bárbaros invasores que masacraron a su rey. Se podría decir que la ambición de este joven príncipe no tenía límites, que él sentía que podía hacer todo lo que quisiera, pero una sucesión de ataques le hizo ver que se había ganado más enemigos que aliados. Las rebeliones habían comenzado en todos sus poblados y territorios, razón por la cual tuvo que proteger su fortaleza y quedarse en ese sitio hasta apagar ese espíritu de rebelión que dominaba a su pueblo. Logró hacer que del Gran Castellum una fortaleza impenetraba y de la cual no se podía escapar a menos que esos sean los deseos suyos. 

El reinado de terror de la dinastía Castellum duró un largo tiempo, en el que la rebelión comenzó a ser planeada de adentro hacia afuera. Regina, su propia hermana, había decidido comandar la rebelión contra su hermano mellizo. Ella y su pequeño hermanito Occidere organizaron un golpe de estado una fatídica noche en que se permitió la entrada de una gran cantidad de personas al palacio, pues se había engañado al rey para permitir su ingreso. Una emboscada por su propia familia, que culminaría con Regina matando a su gemelo Regem, en pos de un futuro mejor y en favor de la libertad de las naciones oprimidas por éste. Así fue como llegó el final del reinado de la dinastía Castellum, una familia que llegó a tenerlo todo y que en una noche perdió todo. Ahora no es más que un vestigio de lo que fue en aquellos tiempos en donde el castillo, el Gran Castellum, es el último recuerdo de la gran imponencia de dicha familia. 

El libro culminaba contando la desaparición total de la dinastía después de la muerte de Regem Castellum, pero necesitaba seguir leyendo para poder completar la historia, para saber realmente.

miércoles, 22 de enero de 2020

La Dama del Castillo - Capítulo I



El Castillo



Mi nombre es Regina, y me atrevo a decir que mi apellido es Castellum, pues no lo sé con exactitud. Hace ya tantos años que nadie habla conmigo que es difícil recordar mi nombre o cómo pronunciar palabra alguna. Mis pensamientos formulan frases cortas que anoto en una libretita que siempre llevo conmigo, junto a una pluma y un tintero que parecen aparecer en los momentos indicados en los lugares indicados cada vez que los necesito o deseos escribir algo. Mis padres se fueron hace ya muchos años, creo que yo aún era una niña cuando ellos se marcharon, felices de poder salir de esta prisión. Mi padre me dijo que cuando cumpliera los 21 años vendría por mí un hombre con el que debía casarme y ambos nos deberíamos quedar en este lugar, hasta concebir un hijo, cumpliendo el mismo ciclo una y otra vez.

Mi padre fue quien permaneció en este solitario y enorme castillo hasta los 21 años en que una mujer llegó y se casó con él, ambos me concibieron a mí, fruto de un pacto entre dos familias. Ellos me criaron lo mejor que pudieron, pero aún siento en el corazón el gran vacío que significó la falta de amor, la falta de cariño, la falta de compañía. Yo nunca fui fruto del amor, sino fruto del deber. El deber de mi familia de permanecer siempre en este castillo, siempre entre estas cuatro paredes, en este silencio, en esta soledad, en esta enormidad. 
¿Cómo alguien puede soportar esto sin volverse loco? Los pasos de esos seres, de los seres invisibles que están cerca de mí en todo momento, que saben lo que necesito y lo que deseo y lo llevan a cabo. Nunca los he visto, nunca en toda mi vida, pero escucho sus pasos y cómo a veces murmuran entre sí cosas que no son comprensibles. Entre ellos y la falta de alguien con quien hablar siento que en poco tiempo me volveré completamente loca.

Los Invisibles hacen todo por mí, la comida, la limpieza, todo lo que haga falta en este castillo ellos lo llevan a cabo. No sé bien, al menos no aún, la función exacta que debo tener en este lugar. ¿Simplemente estar? Ojala mi función en la vida esté más allá de eso tan simple, Siempre soñé con más, con mucho más, con aventuras, con simplemente salir de ese castillo/prisión, pero creo que aún deberé esperar un tiempo más.
No sé dónde está la cocina, al igual que tampoco sé dónde están la mayoría de los lugares de este castillo gigante. Nada más salí de la sala en la que estaba y me decidí a caminar por los pasillos, no tengo un rumbo determinado. Muchas veces deseo llegar a determinados sitios y siento como unas voces susurran las direcciones a donde debo ir y otras veces es como si mis pies se movieran solos en la dirección correcta. En esta ocasión estaba ocurriendo lo segundo mientras contemplaba a través de los grandes ventanales el paisaje, ese inmenso bosque que se hallaba alrededor del castillo, tan verde, tan floral por épocas, tan alegre y tan lúgubre a la vez. Siempre he pensado, o me divierto pensando e imaginando mejor dicho, que es un lugar en medio de muchas montañas y los pájaros exóticos viven en los techos de esta enormidad. Solo son imaginaciones porque nunca lo he podido comprobar.

En mi caminar llegué a la sala principal, al salón donde se deberían de recibir a los invitados, que se ubica justo detrás de la puerta principal, oculto a penas tras una pared. Mis pies me dirigieron al centro del salón, sobre una alfombra roja que dirigía a los invitados hacia la escalera que llevaría a otros pasillos. No sé cómo habré llegado hasta, pero por alguna razón siempre termino cerca de la puerta principal de esta fortaleza. Era una puerta tan grande que un gigante podría entrar perfectamente en ella, tan pesada que sólo con mucha fuerza o usando una palanca se podría abrir y tan imponente con su color bordó, sus detalles hechos a mano e incrustaciones de oro. La contemplé por unos segundos y sentí como si el tiempo se hubiera detenido frente a mí.

Cuando mis padres salieron por primera vez de este castillo, hace ya siete años, yo los vi alejarse con la sonrisa en su rostro y el semblante en alto. Prometieron regresar, después de muchos años, después de que cumpliera los 21 años con un hombre con el que debería casarme y tener un hijo o hija. Debía esperar mucho tiempo, hasta que ese ser cumpliera los 13 años para poder marcharme del castillo y entregarle la responsabilidad de permanecer en esta cárcel de piedra y bellas comodidades, con seres que no puede ver pero que le servirán hasta que se cumpla el mismo destino. Aun sabiendo eso, aun teniendo bien presente que no podría salir de ese sitio, al día siguiente a su partida abrí la enorme puerta para contemplar un largo camino que atravesaba la selva y que se perdía sobre una gran colina, eso me hizo suponer que había vivido en una montaña toda mi vida. Quise atravesar el umbral de la puerta, pero algo me detuvo, era como una gran pared invisible, una fuerza que no me dejaba atravesar aquello, algo que me impedía salir. Al otro día hice lo mismo, y al siguiente, y al siguiente… y al siguiente. No sé por cuánto tiempo hice aquella acción, sólo sé que me derrumbé y lloré por mucho tiempo. El eco de mis llantos fue el único sonido que se escuchaba en esa gran mansión.

Sí, ya me he repuesto de esa idea de atravesar la dichosa pared y tampoco deseo hacer el esfuerzo de empujar aquellas pesadas puertas para contemplar el camino. No obstante eso, hubiese querido preguntarle a mis padres porqué debía quedarme, porqué debía estar sola. Ellos se marcharon sin darme una explicación y yo nunca les pedí una. A veces pienso que nunca sabré el fin de todo esto. Aunque ya después de 7 años creo que estoy próxima a saber la verdad.

Volteé la cabeza y fijé mi vista en una puerta dentro de la sala principal. No era grande, era de su color verdadero, marrón como la madera, sin muchos detalles y sin oro o diamantes, y supe qué puerta era, nunca olvidaría esa puerta. Una vez más, como por arte de magia, mis pies me han traído al lugar que deseaba. Me dirigí a ella y la abrí con un gran entusiasmo, es la única puerta que siempre deseo encontrar, aunque tampoco recuerde su ubicación en la gran casa semi-abandonada: la biblioteca. Una sala compuesta de un estante que mide desde el primer piso hasta el tercero y último piso, tan grande como la puerta principal, tan imponente como sólo una biblioteca con tamaña cantidad de libros podría ser. De todos los tamaños, de todos los colores y de todas las texturas imaginables, las temáticas eran muy diversas, desde medicina pasando por filosofía, literatura, novelas, inclusive algunos libros que hablaban de magia, ocultismo y misticismo, cosas que me llamaban la atención. Había libros de cocina que leía por gusto, sabiendo que la comida que más me gustase estaría en mi almuerzo al día siguiente; había bellas novelas de amor que me encantaba leer para despejarme; había mil y un libros de distintas ciencias.

Me atrevo a decir que he leído casi todos estos libros, sin mucho que hacer estando sola por siete largos años, y antes también me gustaba leer, mi mayor pasatiempo era leer. Si bien el gran estante era el principal que albergaba a la mayoría de los libros, había un par de estantes pequeños donde solía dejar los libros que ya había seleccionado para leer en la semana. Eso sí que no lo olvidaba y me alegraba no hacerlo. Tomé el libro que había dejado a medio terminar la noche anterior y me dispuse a leerlo con mucha alegría. No era consciente de la hora, no poseía un reloj, pero mi estómago rugía siempre a las mismas horas y en ese momento era cuestión de regresar el camino hasta la cocina. Si bien el camino no cambiaba, para el día siguiente lo habría olvidado.

Una vez hube terminado de leer el libro lo cerré con la satisfacción de haberlo leído completo, entonces lo tomé en brazos y lo dejé en su respectivo estante. En medio de eso estaba cuando mi panza rugió y me indicó que ya era hora de almorzar. Yo siempre le hacía caso en todo lo que me indicaba mi cuerpo, pero esta vez algo me llevó a elevar la cabeza y caminar un poco más allá, adentrándome en las estanterías ocultas de la biblioteca. Había leído todo de esa gran estantería principal, pero me faltaba un poco para completar de leer la vieja estantería, la más bajita, la más intrincada y laberíntica que se ramificaba por todo el primer piso. Pasillos repletos de libros, la mayoría de ellos marcados por una cinta roja que solía colocarle a los libros que ya había leído, las cintas azules eran para lo que había releído. En medio de ese mundo de libros y sabiduría me fui sumergiendo con una velocidad que ni yo misma pude notar, no sabía qué buscaba pero sentía que debía buscar algo.

En medio de ese desasosiego encontré algo que me hizo detener mi carrera, caminé hacia ese estante pequeño, apartado del resto, que tenía un total de siete estanterías con libros, todos ellos de diferentes colores y ninguno tenía una cinta roja, mucho menos una azul. Caminé hacia él ante las voces que me decían que me alejase, que aún no era momento, pero yo las ignoré y caminé más. Mientras me acercaba a aquel viejo mueble, más iba notando que no era un estante con libros. No era más que otra puerta de las muchas que tenía la casa, no era exuberante, al contrario, parecía camuflarse con su alrededor, como si buscara no ser vista. Tomé el pomo de la misma, parecía bastante viejo y algo oxidado, señal de que era de metal, lo giré con lentitud y la abrí.

Una pequeña habitación se desplegó ante mis ojos, quizá medía unos tres metros de ancho por tres metros de largo. Las paredes era un solo estante con pocos libros en ellos, todos color bordó como la puerta principal y bastante opacados por el polvo que los cubría. En medio de esa sala, había una mesita muy parecida a un altar, y sobre él había una caja de cristal, parecía un prisma más bien. Al interior de ese prisma de cristal, había una especie de gema, o esa forma tenía, de color gris como la plata. Me acerqué levemente para contemplar mejor aquella extraña cosa en medio de ese extraño salón al que nunca había entrado con anterioridad. No la tomé entre mis manos por el sólo hecho de verla tan frágil en ese cristal. El miedo de romperla se hizo presente y simplemente cambié mi mirada hacia los libros que había en ese lugar. No era muchos, pero me decidí a tomar uno.

Dynastia Castellum. Rezaba el título del primero que tomé. Mi familia, ¿era una dinastía? ¿Yo a qué pertenecía? Algo asustada dejé de nuevo el libro en ese aparador polvoriento. Pero la curiosidad fue más fuerte y saqué otro. Prohibeo alchimia. Decía ese y de inmediato sentí un fuerte ardor en la mano, como si el libro no quisiese que lo tocase, por eso lo volví a poner en su lugar. Finalmente tomé un último libro. Regina Castellum II. Sin querer, sorprendida por el nombre, dejé caer el libro de mis manos y di un paso hacia atrás. Pude ver como el viento levantase aquel objeto y lo devolvía al estante de donde había salido. Sin pensarlo, salí corriendo de ese lugar, escuchando a las voces que me indicaban como regresar a la cocina para poder almorzar. Seguramente ya estaba teniendo alucinaciones producto de la soledad, de la falta de diálogo, el exceso de lectura y el deseo de conocer más. Eso seguramente debía ser.

No me acerqué a la biblioteca en el resto del día mientras en mi mente resonaba el nombre de esos tres libros que había sacado. Estaba claro que hablaban de mi familia, pero había tenido la necesidad de correr lejos de esa habitación. Fue como si una gran fuerza me ahogara y me hiciera temer a su inmenso poder, como si tuviera miedo de algo inexistente. Siempre estuve acostumbrada a las cosas misteriosas, a lo que no podía comprender, pero ahora me había asustado y había huido del conocimiento. Nunca me había pasado eso. Temer algo a lo que no puedo comprender, algo que no sé bien su origen, algo de lo que no estoy segura, habiendo vivido toda una vida sin certezas, eso no es algo propio de mí.

Esos textos eran sobre mi familia, quizá los podría haber comprendido, podría haber resuelto muchas dudas sobre mi propia vida simplemente leyendo aquellas cosas. ¿Será que acaso me dio miedo conocerme? ¿Me dio miedo algo que debía comprender? Eso podría ser una suerte de explicación coherente, algo que podría calmar mi mente aturdida. Pero no es la explicación más lógica. Yo debería de conocer la historia, debería de conocer lo que ocurrió para que todo esto llegara al punto donde está. Pero si mis padres no me lo habían dicho aún, creo que yo debería averiguarlo por mí misma.

A la mañana siguiente decidí comenzar mi búsqueda familiar. No me dirigí a buscar el desayuno, deseaba llegar a la biblioteca, pero mis pies parecían tener vida propia y se movían con cierta autonomía. Cada puerta a la que ellos me guiaban lograba dar con la mesa bien servida del desayuno, pero ese no era mi objetivo. Salía y entraba constantemente de las habitaciones, buscando hacer mi voluntad real. Hasta ese momento no me había dado cuenta de que mi vida había estado regida por los lineamientos de otros, de otras personas que no podía ver y que ni siquiera sabía si eran personas. Me decidí a lograr mi objetivo, pero cuando mi estómago comenzó a rugir me di cuenta de que realmente necesitaba comer primero.

Me adentré en la habitación y comí un poco antes de levantarme con rapidez, deseaba realmente llegar a la biblioteca para poder comenzar a investigar. Salí de esa habitación un poco más relajada y respiré el aire que entraba por los grandes ventanales. Me había exaltado bastante la gran acumulación de pensamientos que había tenido durante la noche. Pude sentir nuevamente las piedras de ese castillo sobre mis pies antes de emprender una búsqueda con mayor claridad. De a poco podía sentir como mis pasos me guiaban hacia los lugares a los que quería llegar, tarareando levemente una melodía que solía resonar en mi mente cada vez que me sentía sola. Llegué a la sala principal.

Nuevamente contemplé alrededor, las cosas debían estar en el mismo sitio que la noche anterior, y que todos los demás días anteriores. Me quedé viendo un poco más la puerta de salida de esta prisión-castillo que tanto deseo dejar, pero ya me resigné a quedarme aquí y cumplir mi misión. Caminé lentamente hacia la puerta de la biblioteca, aquella no tan imponente pero más o igual de importante. Al abrirla pude sentir como si una briza fresca entrara por la misma, pese a no poseer demasiadas ventanas y a no estar corriendo tanto viento. Esto me llevó a contemplar nuevamente la salida y, por alguna razón que no pude explicar en ese momento, la sentí más cercana, más liviana y menos imponente.

La biblioteca estaba tal y como la dejé la mañana anterior. Los días pueden ser muy largos cuando una se encuentra sola en medio de un castillo tan enorme como este, pero el día de ayer había sido tan inusual que me pareció extremadamente corto. Los libros que había en la gran estantería de repente ya no me parecían tan interesantes y en mi mente resonaban tres nombres, tres títulos que me hicieron viajar hacia otro lugar de la gran habitación. Comencé a caminar por los pasillos mientras escuchaba como si un coro de voces me dijeran que no fuera, como si mi mente me gritara que no siguiera mis pasos, pero eso no es cierto. El deseo de conocer, la curiosidad de saber más, de pensar que hay otras cosas más allá de lo estrechamente conocido, me hizo seguir andando por los pasillos.

Dynastia Castellum… ¿Acaso mi familia era más que una simple familia en esta zona? ¿Acaso yo pertenecía a una dinastía? Leí muchos libros sobre las dinastías de oriente y poniente, pero nunca mencionaron a ninguna dinastía Castellum, mi familia nunca aparecía en un libro como aquel, de un bordó tan profundo que parecía que esas incrustaciones doradas estaban dentro de la tela. Las letras doradas sobresalían de la tapa del libro y eran rodeadas por unas hojas también doradas.

Caminé por el pasillo y doblé a la derecha, después a la izquierda y finalmente a la derecha de nuevo, seguía caminando con parsimonia esperando que mis pies me llevasen a donde quería llegar. Aún no recuerdo cómo llegué a ese lugar ayer.

Prohibeo alchimia… He leído antes libros sobre alquimia, conozco el idioma en el que está escrito pues me vi forzada a aprenderlo para leer gran parte de esa infinita biblioteca. Un tipo de alquimia que esté prohibida y que posea un libro aparte es algo totalmente extraño. He leído mucho sobre ello, hay muchos libros de alquimia en esta casa, pero todos tienen un apartado donde mencionan los tipos de alquimia prohibida. Nunca leí de una alquimia tan peligrosa que ameritara un libro completo dedicado a ella. Un libro negro con un par de cadenas dibujadas sobre él en tonos plateados como el mismo metal y letras que se hundían en la tapa del mismo; parecía sacado de un relato de terror, pero la intriga que despertaba ese objeto era mucho más fuerte que la repulsión al mismo.

Seguí caminando y doblando en muchos lugares dentro de los pasillos de esa gran habitación, esperando encontrar lo que estaba buscando. Las voces en mi cabeza me advertían ahora con una voz más calmada y apagada que no siguiera.

Regina Castellum II… Ese era mi nombre, o al menos el nombre que me habían dicho que tenía, pues comenzaba a dudar que lo que mis padres me habían dicho podía ser o no real, ellos no me dieron ninguna otra explicación. Supongo que debo creerles, pero al ver ese libro tan bordó como el primero, con flores a su alrededor de un tono rojo más fuerte, de un rojo vivo, siento que hay algo que he ignorado toda mi vida. Siento que dentro de ese libro hay una verdad que quiero leer y conocer, una verdad relacionada con mi nombre de manera directa.

Mientras daba la última vuelta pude contemplar la misma puerta del día anterior. Me detuve en mi andar, por la había encontrado.

Con cierto cuidado y algo temerosa de lo que pudiera significar ignorar esas voces que se agolpan en mi cabeza y me dictaban que no vaya, que no atravesara esa puerta de nuevo, caminé hacia la misma. Sentía como si mis pies me impidieran caminar, como si estuvieran muy pesados para levantarlos y sostenerlos, pero aun así creo que mi terquedad puede más que todo lo demás. Simplemente tomé el pomo de aquel dichoso pasadizo y lo abrí, con fuerza porque se sentía muy pesada. Una vez que estuvo de par en par abierta sentí una suerte de alivio, como si el aire se hubiera hecho menos denso, como si mis pies fueran menos pesados ahora, como si esas voces se hubieran detenido.

Contemplé alrededor y vi que todo estaba efectivamente igual a como lo había encontrado el día anterior. Los libros seguían donde estaban, los estantes parecían estar igual o más cubiertos de polvo y en medio de ese pequeño salón seguía estando esa pequeña gema de plata, mas al acercarme más me dio la sensación de que se movía ante mi mirada. Sin embargo la ignoré y decidí comenzar a leer los libros que había tomado la vez anterior.

Tomé los escritos entre mis manos, comenzaría por esos tres antes de seguir leyendo los demás que seguramente eran interesantes. Quería salir de esa pequeña habitación cuya atmósfera era algo densa, pero al acercarme a la puerta y atravesar el umbral de la misma, los libros cayeron al suelo y se quedaron dentro de la pequeña habitación oculta. Me volteé extrañada y los tomé de nuevo, pero no logré sacarlos de ese lugar, era como si no pudieran atravesar la puerta tal y como me pasaba a mí con la puerta exterior. No me detuve a pensar porqué pasaban esas cosas, ya hace años que dejé de preguntarme por cosas razonables y conociendo un poco de magia a través de mis lecturas, creo que no necesito hacerme más preguntas. Me adentré nuevamente en la misteriosa habitación y me senté en el suelo, a falta de silla o de mesa, para comenzar a leer el libro que tenía por título mi apellido, para después pasar al de alquimia y finalmente hacia el que tenía mi nombre…

lunes, 20 de enero de 2020

La Dama del Castillo - Prólogo

Pasillos y Habitaciones




Era enorme… realmente enorme, a decir verdad. Las ventanas eran tan altas y prominentes que dejaban pasar los rayos de sol con suma facilidad, los pasillos se mantenían iluminados mientras el sol brillase en el firmamento. Las paredes de un color claro, a veces era amarillo a veces parecía más bien un rosado, otras celestes, todo dependía de la habitación o al pasillo al que entrase. Las lámparas radiantes colgaban de todos los techos, pero estos eran tan altos que era preciso una escalera para poder encenderlas. A raíz de ello muchos de los pasillos y habitaciones se sumían en las penumbras al caer la noche.

El silencio abundaba en los pasillos, el crepitar de los pasos ya no me parecen un sonido, pues es lo único que se escucha a todo momento y en todo lugar. No importa si camino hacia el norte o hacia el sur, tampoco importa si voy hacia el este o el oeste, siempre escucharé lo pasos de aquellas personas que no veo. A quienes no puedo ver. Llevo mucho tiempo viviendo en este mismo castillo, en esta misma fortaleza adecuada para mantener a sus ocupantes dentro. Desde que nací que vivo aquí y no he conocido más allá, mas tampoco puedo recordar todas las habitaciones y los pasillos. Es tan grande y enorme y mi mente olvida tan rápido.

Doblo todo el tiempo por diversos pasillos y busco desesperadamente una habitación que pueda identificar como la cocina o el comedor. A veces quisiera recordar cada parte de esta construcción con facilidad, como lo hacen ellos, pero no puedo. Mi mente parece borrar todo rastro de memoria; conservo todos los recuerdos del día anterior, menos la localización de los pasillos y habitaciones. Es como si el Castillo no quisiera que lo conociera, como si tuviera vida propia. Muchas mañanas me he dedicado a suspirar y simplemente caminar sin rumbo fijo. Por momentos siento que unas voces me guían, que me llevan hacia la habitación indicada, pero por otros pareciera que esas voces se divierten a costa de mis deseos de llegar a la habitación correcta. Supongo que eso y el crepitar de los pasos de seres invisibles es algo que abunda en esta casa.

No fue sino hasta que una gran puerta de madera roja, rojizo caoba seguramente hecha con alguno de esos árboles, me llamó la atención. Me quedé parada unos segundos delante de ella. Aquella puerta gigante, pues triplicaba mi altura, era ciertamente imponente, pero aun así decidí abrirla al sentir el olor a pan tostado. Atravesé el umbral solo para que la mesa estuviese servida completamente para el desayuno. Un poco de leche con té, pan tostado y mermelada, con unas galletas y un jugo de naranja, todo colocado cuidadosamente. Sonreí levemente y avancé mientras gritaba un “gracias” al aire. Sé que no los puedo ver pero sé que allí están, bien ocultos de mí, como es su aparente deber.

Me senté en la mesa a desayunar, en el más completo de los silencios, no había siquiera los pasos resonando por los pasillos o habitaciones. Mientras degustaba los alimentos coloqué el codo sobre la mesa y apoyé la cabeza en mi mano, reposando mientras miraba a través de la puerta y con ella a través de la ventaba, llegando al paisaje verde del inmenso bosque que rodeaba a este castillo o fortaleza, o más bien prisión. Nunca he salido de aquí, nunca he conocido el mundo exterior, pero es mi deber estar en este lugar. Es mi misión permanecer firme en este momento en este lugar que se podría llamar hogar, pero no acogedor. La frialdad de las paredes contrasta con la calidez de los árboles y las colinas que dan la bienvenida al sol de esta bella mañana que me gustaría disfrutar afuera.

Proyecto Bandersnatch

Lilium



Las luces se encendieron de repente en medio de la oscuridad que hacía horas, o quizás días, que me estaba envolviendo. Había gente alrededor. Pares de ojos que se vislumbraban en la oscuridad tomaron el cuerpo de un grupo de personas. Todas ellas me miran, todas ellas no me sacan la vista de encima. 

¿Qué hice? ¿Por qué estoy aquí? Sólo dejen de mirar… Dejen de juzgar. ¡Largo! ¡Fuera! 

El sonido de un golpe me hizo elevar la cabeza y observar al juez.

Un hombre de peluca graciosa, con atuendo negro y un martillo me miraba desde lo alto de un púlpito. ¿Por qué? Una mujer llora a su lado, lágrimas desconsoladas caen por sus mejillas. Lo sé aunque esconda el rostro entre sus manos. Ladeé la cabeza. Conozco a esa señora, la conozco desde que tengo uso de razón, la conozco desde que nací. Ella me dio a luz.

—Culpable —sentenció el hombre dando otro golpe con su martillo.

¿Culpable? ¿De qué? ¿Quién? ¿Yo soy culpable?

Mis manos estaban esposadas, mis muñecas dolían y se retorcían en vanos intentos de liberarme. Sentí algo viscoso entre mis dedos, como si se resbalaran entre ellos. Seguro soy yo la culpable de algo, seguro me están sentenciando por algo.
Os justi
meditabitur sapientiam.
Et lingua ejus
loquetur judicium.

— ¡Culpable! —gritaron todo alrededor.

-Inmundos cómplices en esta sociedad hipócrita-

¿Qué? ¿Por qué dices eso?

No sé de dónde salió aquella voz, algo estaba confuso dentro de mi mente. Una voz se escuchaba desde lo más profundo de mi ser. Como si me conociera, como si supiera cuál era mi pesar, como si supiera cuál era mi carga, mi karma. Supongo que lo sabe perfectamente pues se queda a mi lado incluso cuando los recuerdos regresan.

—Sí, soy culpable… —dije en un suspiro. Los recuerdos estaban regresando. Su sonrisa, su risa despiadada, el llanto de mi madre, la golpiza de mi madre, mi risa desquiciada y mi sentimiento de victoria, de libertad. —Yo lo maté.

Yo maté a mi padre. Maté a ese monstruo que me torturaba, a ese ser repugnante que destrozaba uno a uno mis sueños, una a una mis esperanzas. Maté a aquel que cortaba mis alas, que cercenaba mi libertad, que restringía mis emociones, que destrozaba mi piel cada día. 

Ahora soy libre.

Estas esposas y estos escoltas hacia mi nuevo hogar son mi pase a la libertad. Estos seres no son más que inventos de esta sociedad extraña de la que no soy ni fui ni seré parte en algún momento de mi existencia. Mi nuevo hogar era diferente del pensado, era más tétrico, pero no por eso menos interesante.
Beatus vir qui
suffert temptationem.
Quia cum probates furerit
accipiet coronam vitae.

Kyrie ignis divine eleison. Ten piedad de mí. Ten piedad de esta vida miserable que hubiera llegado en algún momento. Sólo déjame descansar aquí, en medio de esta oscuridad, en medio de estos seres divinos y hermosos, en medio de estas personas aterradoras e interesantes. Ten piedad de mí.

—Bienvenida al Proyecto Bandersnatch.
Oh quam sancta
Quam serena
Quam benigna
Quam amoena

Donde lo que imagines puede ser realidad.

—El Proyecto Bandersnatch.

Donde tu vida puede volver a cobrar sentido a través de tus propios relatos, donde tus palabras y tu mente son tomadas en serio, donde puedes ser lo que tu imaginación desee ser.

Me siento adormecer en medio de estas personas que amo, de estos seres que se dicen mis nuevos amigos y enemigos. Me siento sonreír en medio de los delirios, en medio de las facciones, en medio de estos monstruos ficticios que son más reales que mi propia vida allá afuera. Nunca he sido tan feliz ni tan libre como cuando la sangre cubrió mis manos, las esposas mis muñecas y mi mente se alistó para este Proyecto.

¡Oh, castitatis Lilium!